Texto de Marta Guarch-Rubio. 17 agosto 2022
Vuelvo de Ceuta tras diez intensos días. Con frecuencia, la observación participante de las realidades migradas supera la ficción. En esta ocasión, durante mi estancia no pudo ser de otro modo.
Al regresar y contar el viaje, un buen amigo educador social, me preguntó qué tipo de efecto podría tener una visita breve en un lugar tan necesitado de insaciable trabajo humano. Me quedé pensando en la fragilidad del vínculo, que es por donde él apuntaba. Bien es cierto que no pudimos recoger datos para denunciar situaciones de violencia en frontera, como inicialmente habíamos planteado. Habría resultado útil desde el marco de los Derechos Humanos. Sin embargo, a veces hay que ir a los lugares para conocer el terreno y es cuestión de tiempo y de voluntad el volver y que acaben saliendo proyectos. Reflexioné en silencio. Me vino al recuerdo mi primera vez en los campamentos saharauis de Tinduf (Argelia) allá por 2013. En aquel viaje comenzó mi vinculación con el territorio, con su causa y con sus gentes. Vinculación que mantengo hasta la fecha. Por eso sencillamente, la inmensa mayoría de las veces hay que ir para luego volver.
Ceuta, ciudad de fronteras. Invisibles y físicas, de las que cumplen su cometido y te dejan fuera recordándote que no perteneces. Ceuta, ciudad de paso e inevitable encuentro de migrantes. Ceuta con sus estancias temporales o en el peor de los casos permanentes, muchas vidas yacen en el Mediterráneo engrosando la lista de quien se pierde en esta gran fosa común contemporánea. Pese a ello, a día de hoy se criminaliza la solidaridad y el apoyo mutuo (sígase la historia de Helena Maleno). Ceuta, como realidad de muchos niños que a modo de juego arriesgan su vida escondiéndose en los bajos de camiones. Como objetivo, llegar a El Ghorba.
Ceuta, salto a Europa. Ceuta de la incredulidad, en la que todo puede pasar en una guerra silenciosa contra las migraciones. Ceuta de la calle, en la que sus códigos se aprenden en ella y con ellos, con la infancia de la calle. Ceuta, lugar en el que se internaliza la violencia como un elemento más del proyecto migratorio. Ceuta que albergas pluralidad de historias personales, donde no son únicas sino prototipos de patrones de victimización de la realidad migrada y, por tanto, fruto de la violencia sistemática. Ceuta, te diría tantas cosas que tendremos que volver a encontrarnos.
A la memoria de la infancia que vive en las escolleras y en las calles de Ceuta. A quienes perdieron la vida en el mar. A quienes esperan pasaporte rojo y son la infancia institucionalizada. A Abdú, a Mohamed, a Massoud, a Idris y al gitano. Espero que la vida empiece a sonreíros. Y, sobre todo, a sus madres. Ala Rassi.
Marta Guarch-Rubio, Doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y por la Universidad de Limerick (Irlanda). Miembro del Grupo Internacional de Investigación de Psicología del Testimonio, Universidad Complutense de Madrid.