Siguiendo estos días el impacto humano del flujo de exiliados que van huyendo con sus tragedias empujados por la guerra en el Medio Oriente y en África reflexioné sobre dos temas, la condición “exilio para los saharauis” y el compromiso de los pueblos africanos en hacer realidad el sueño de Patrice Lumumba. En el primer caso me remito a un mensaje y una foto que recibí hace unos años atrás de unos amigos universitarios gaboneses en el que me ratificaban su compromiso con la lucha del pueblo saharaui. La palabra exilio es una expresión que nuestra humanidad ha introducido en su jerga de poder para definir a los que fuimos ilegalmente expulsados y desposeídos de nuestro hogar y nuestra tierra. No siendo esta expresión, exilio, más que la acepción que define el fracaso y la incapacidad de liderazgo de los poderes que dirigen nuestro mundo. A estos seres humanos que van huyendo de la muerte y que me han hecho revivir mis pasos de niño en mi éxodo huyendo de una guerra y buscando cobijo, les dejo constatar mi profunda solidaridad y sentir hacia su suerte.
¡Humanidad!, ¿Ante estos dramas, adónde nos refugiamos los desposeídos y desterrados y por qué de nuestra suerte? Los pueblos expulsados de sus tierras nos hemos convertido en literatura. Y hacemos esta literatura cuando hablamos de nuestras luchas y las consecuencias que nos acarrea. Nuestros recuerdos son igual que los del primer mundo, tras vivir la I y II Guerra Mundial, la esencia de la muerte y la destrucción, el iniciar el éxodo hacia un lugar seguro. Esas son las amargas vivencias que el Primer Mundo experimentó, que debería de lección magistral para no volver a caer ni dejar de sentir humanidad ante semejante injusticia.