El pastorcillo de dromedarios en el Sahara Occidental

Por: | 10 de diciembre de 2022

ARENA N-17

Texto: Ali Salem Iselmu

Óleo de Fadel Jalifa, pintor saharaui exiliado en Francia

Introducción del antropólogo y escritor Bahia MH Awah

El desterrado deja de existir intelectualmente cuando desiste de volver a recrearse en su cultura e identidad. Si pierde el sueño telúrico y cultural pueda que entra en una parálisis del que es difícil ponerse de pie y comenzar a andar intelectualmente. Y como dice el proverbio من ترك التكرار لابد ان ينس es decir, “Quién deja de recordar sus prácticas culturales inevitablemente de estas se olvidará”. Este relato en el que el escritor Ali Salem Iselmu se recrea en las particularidades y filosofía de un pastorcito saharaui muestra de que la identidad cultural de cada cual está ligada a las vivencias y practicas diarias, ya se de forma oral o en el terreno. Ali está en el exilio, pero también está presente en su escenario cultural y por eso aún existe como si estuviera realmente detrás de un rebaño de dromedarios en su tierra saharaui.

La lluvia empezó a caer de forma incesante sobre las dos jaimas, las cabras se protegían del agua debajo de una acacia, los dromedarios daban pequeños saltos de alegría. Era una mañana que había empezado con una fuerte tormenta de arena que provenía del este. El niño iba con su cuenco acompañando a su padre, el sol estaba cubierto de nubes claras que provenían del sur. El padre dio unos pasos sobre la arena mojada mientras el niño dejaba las gotas de lluvia caer en el interior del cuenco. Quería llevarle a su madre el agua de lluvia para hacer el primer té de la mañana.

El pastor de los dromedarios se alejaba cubierto con su turbante, buscaba un pequeño habitáculo de ramas para protegerse del agua.

Yo seguí en el interior de la jaima cerca del brasero donde la mujer preparaba el primer té de la mañana. Empecé a pensar en la idea de un gran diluvio, un mar de lluvia que cubra la arena después de muchos años.

Sentí pánico y alegría. Sabía que el desierto había sido una verde sabana, un mar y un bosque tropical. Empecé a imaginar los elefantes, las cebras, los leones y los ñus. Desparecieron las dunas y de repente todo se convirtió en una pradera verde salpicada de enormes árboles.

Bebí el primer vaso de té. Tenía un sabor amargo. Le pregunté entonces a la mujer.

̶ ¿Con qué agua has cocido el té?.

Ella me miró detenidamente, después cogió un vaso cubierto de espuma y me dijo:

̶  El agua que bebemos es agua de lluvia, es el agua que se queda atrapada en las dunas en el interior de un río seco. Allí cavamos un pequeño pozo, forramos sus paredes con murkba[1].

Las gotas de lluvia se sentían sobre la jaima, todo empezaba a mojarse, pero el fuego del té se mantenía vivo como única señal de calor frente a la lluvia que nos alegraba la mañana después de un verano lleno de tormentas de arena.

Empecé a recordar a mí madre cuando me hablaba de sus amigas de la infancia de cuando salían a pedir terrones de azúcar. El Sáhara era una tierra de dunas doradas cubierta de hierba y los animales pastaban en total libertad.

Me sentí nostálgico cuando cesó la lluvia y se hizo de noche. El pastor de los dromedarios me invitó a cenar con él. Me sacó unos dátiles, un cuenco de leche y un pan de cebada untado con mantequilla de cabra.

Luego calentó sus manos sobre la brasa, llenó su pequeña pipa de picadura de tabaco y me dijo con esa mirada viva que atravesaba la luz de la noche.

̶  Sabes una cosa, nosotros los pastores de los dromedarios vamos a desaparecer un día. Entre los aviones que bombardean nuestras zonas de pasto y las minas que han sembrado en nuestra tierra, tenemos los días contados.

Comí un dátil untado con mantequilla de cabra, probé un trozo de pan y me acorde del cielo de aquellas luces que me recuerdan la infancia.

El pastor siguió hablando de los años fértiles y de los nombres de sus dromedarios.

Yo seguí pensando en las minas, los bombardeos de los aviones no tripulados de las “Fuerzas Armadas  Reales”, FAR de Marruecos. La agonía de los nómadas en el desierto del Sahara.

 

[1] Planta típica del desierto del Sáhara tiene propiedades medicinales, sirve como pasto y se usa en la construcción de pozos.

Hay 0 Comentarios

Publicar un comentario

Si tienes una cuenta en TypePad o TypeKey, por favor Inicia sesión.

Y… ¿dónde queda el Sáhara?

Sobre el blog

Intentar mostrar la riqueza de la cultura saharaui. Ese es el objetivo de este espacio. Una cultura nacida de la narración oral, de los bellos paisajes del desierto, de las vidas nómadas y el apego a la tierra, de su origen árabe, bereber y musulmán, de sus costumbres únicas y de la relación con España que se remonta a más de un siglo. Una cultura vitalista, condicionada por una historia en pelea por la supervivencia desde 1975. Coordina Sukeina Aali Taleb

Sobre los autores

Sukina Aali-Taleb Hija del exilio, Sukina Aali-Taleb nació en Madrid por casualidad, de padre saharaui y madre gallega. Es miembro del grupo de escritores La Generación de la Amistad Saharaui y coautora del libro "La primavera saharaui, los escritores saharauis con Gdeim Izik", tras los acontecimientos de El Aaiún, en 2010. Periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura en institutos públicos de Madrid. Como no puede ser de otra manera, apoya al Frente POLISARIO en proyectos de ayuda a su pueblo, refugiado y abandonado a su suerte en Tinduf (Argelia), desde hace cuatro décadas.

Roberto MajánRoberto Maján, ilustrador. Le gusta decir que fue el último humano nacido en su pueblo; piensa que eso lo hace especial. Y que su abuela se empeñó en llamarle Roberto en memoria de Robert Kennedy asesinado cuatro días antes. En la época en que nació y se bautizó, el Sahara era español, en el mal sentido de la palabra. El lo sabía por las cartas que recibía de su tío Ramón, destinado allí en su servicio militar. Los sellos que las franqueaban prefiguraron el universo imaginario que tratará de recrear en las imágenes de este blog.

Bahia Mahmud Awah Bahia Mahmud Awah. Escritor, poeta y profesor honorario de Antropología Social en la Universidad Autónoma de Madrid, natural de la República del Sahara Occidental. Nacido en los sesenta en la región sur del Sahara, Tiris, la patria del verso y los eruditos. Cursó estudios superiores entre La Habana y Madrid, donde reside. Pertenece al grupo de Escritores Saharauis en lengua castellana.

Willy Veleta Willy Veleta. Willy Veleta consiguió su licenciatura de periodismo de una universidad estadounidense (ahí queda eso) y ha trabajado en todos los canales privados de TV en España… de los que huyó cuando se dio cuenta de que querían becarios guapos. Ahora es profesor de periodismo en inglés y prepara su tercer libro, una novela sobre los medios.

Liman Boicha Liman Boicha. Se licenció en Periodismo en la Universidad de Oriente en Cuba. Después de una larga ausencia regresó a los campamentos de refugiados saharauis y durante cuatro años trabajó en la Radio Nacional Saharaui. Actualmente reside en Madrid. Ha publicado Los versos de la madera y ha participado en varias antologías de poesía saharaui: Añoranza, Um Draiga, Aaiún, gritando lo que se siente, entre otras. Forma parte del grupo poético Generación de la Amistad Saharaui y es miembro de la Asociación de Escritores por el Sahara-Bubisher.

Larosi Haidar Larosi Haidar. Tras el alto el fuego, se instaló en Granada, donde se licenció y doctoró en Traducción e Interpretación. Actualmente es profesor de esta misma disciplina en la Universidad de Granada y ha publicado varios trabajos relacionados con la cultura saharaui. También ha participado en varias antologías de poesía saharaui.

1000 voces para un poema

SANKARA SIDATI2
Poema de Bahia MH Awah, escritor, poeta y antropólogo. Imagen del archivo RASD, el poeta y diplomático saharaui Mohamed Sidati y el desaparecido líder africano Tomás Sankara en 1982 visitando a la República Saharaui y a los campos de refugiados saharauis. 

África vuelo California BA 279

En homenaje a mis hermanos y hermanas del

África negra que surcan por sus

sueños atravesando desiertos y

océanos por un mundo mejor.

 

Lejos y sin cosechas, allí dejo

mi África sin pan.

 

Repetía una y otra vez cuando despedía

tierra firme, su tambor, su mortero y su viejo arado.

Náufrago,

se marchó en busca de otros horizontes,

y el África atrás despedía, sumergida en tristes tinieblas,

de hambrunas,

de guerras de tripas,

de cayucos y pateras,

hundidos con todas las quimeras de la tribu.

 

El pan que un día partió para traer

costaba tanto como el caviar

del “Masa Time Warner Center de Manhattan”.

 

Bububakar, no dejó de llevar consigo un fardo

lleno de ilusiones,

se lo aconsejó el jefe de los saimara,

se lo aconsejó el chej de los bambara,

se lo aconsejó el patriarca de los zulú,

para que el día de la vuelta,

“si Dios navega

en tu habitual deriva de cada mar

viera su nueva chabola rebosando pan,

trigo, maíz, arados y el timbal de tambores”.

 

Desde mi ventanilla busco África y delibero para sofocar

la ira de mi conciencia.

 

Veo una Europa egoísta,

envuelta en oscuras nubes del porvenir,

veo gigantes rascacielos,

veo chimeneas de fábricas triturar mi virgen maíz,

y veo otras ensayar armas que destruyan

los verdes campos de mis trigales,

y al ver otras y otras aldeas de espigas segadas

el dolor remueve mis intestinos vacíos,

esos de quienes llegan la deriva.

 

Preocupados los ancianos del clan,

dicen, de España esta vez llegan al Atlas

blindados de guerra en vez de granos de cebada

para hacer el cuscús del Rif,

y de Francia estorban la vida muchos soldados,

que no dejan de molestar ¡Eh, tu outre ici!

En pleno vuelo,

no dejo de pensar en el viejo continente,

rezo para que esa humanidad vuelva a emerger

otra vez tras este siglo sin siembras

de maíz,

sin arrozales y sin el sagrado trigo de los hijos de Caín.

 

Ya sobre las nubes del Atlántico

siento franqueadas las fronteras,

y rotos los sueños,

los cayucos no cesarán de atravesar estos mares

porque creen que otro mundo más justo es posible.

¿A dónde vas humanidad de tez blanca?

De ojos miopes, azules, oscuros y verdes,

de hurtados cerebros enfermizos,

de vacíos y retuertos vocabularios

de postizos principios y corruptos amigos,

su mundo es tan alejado,

separado y diferente en valores de lucha,

de África y de la franca libertad al mío.

 

Y como africano le confieso que

ni una vez me inclino a la mano que se besa,

ni en mi corazón tengo lugar para cubrir al malvado.

Ver todos los fragmentos »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal