Hace dos meses parecía que las políticas monetarias de EE UU, Japón y el Banco Central Europeo (BCE) iban a inundar el mundo emergente, incluida Latinoamérica, de una liquidez que hasta iba a resultar excesiva porque, si bien abarataría el financiamiento de estados y empresas, apreciaría también las monedas y restaría, por tanto, competitividad a los productos locales. En las últimas dos semanas el escenario ha cambiado por completo ante las expectativas de los inversores de los mercados financieros globales de que la Reserva Federal (banco central) norteamericana comience a recortar estímulos ante la mejoría de la economía norteamericana, con lo que los capitales saldrían de mercados riesgosos para volver a unos bonos del Tesoro de EE UU que mejorarían su retorno. Una política monetaria más restrictiva de la superpotencia fortalecería al dólar y debilitaría el precio de las materias primas, que cotizan en esa moneda y constituyen los principales productos de exportación de la mayoría de los países latinoamericanos. A eso se han sumado noticias de que el índice de referencia de Wall Street, el Dow Jones, bajó del techo burbujeante de los 15.000 puntos, Japón no profundiza sus incentivos monetarios, empeora la crisis griega y crecen menos de lo esperado China, India, Brasil o México, entre otros países en desarrollo.