El Riachuelo de Buenos Aires, que desemboca en el Río de la Plata, es uno de los diez afluentes más contaminados del mundo, junto con el Ganges, el asiático Salween, el Yangtsé, el Mekong, el Nilo, el australiano Murray-Darling, el Indo, el Danubio y el Bravo-Grande. Han pasado gobiernos y años prometiendo que sanearían el riacho que separa el sur de la capital argentina y la provincia de Buenos Aires, sin que sucediera nada. Seguramente los turistas que vayan a visitar el barrio porteño de La Boca y miren al otro lado del río, al municipio bonaerense de Avellaneda, sigan sintiendo el mal olor. Unas 11.000 personas siguen expuestas a todo tipo de enfermedades infecciosas, extrañas patologías en la sangre, metales pesados que actúan como agentes cancerígenos y a grandes basurales, pero el mes pasado se ha conocida una buena noticia entre tantas historias de postergaciones y afecciones humanas y medioambientales: unas 314 fábricas finalizaron el plan de reconversión industrial para dejar de contaminar el Riachuelo.