En el continente más urbanizado y desigual del mundo, Latinoamérica, a veces caemos en el error de analizar poco el estado de los más pobres en las zonas rurales. En cantidad suman menos que los que se agolpan en los suburbios de las ciudades, pero en muchos casos pasan más carestías que ellos. Por algo son tantos los que migran, aun a costa del desarraigo y del entorno violento con el que suelen encontrarse. Sobre este flagelo de la pobreza rural han indado los investigadores de la Universidad de Tulane (EE UU) Nora Lustig y Rodrigo Aranda en el trabajo ‘El impacto de los impuestos y las transferencias en la pobreza y la desigualdad rural-urbana en Bolivia, Brasil, Guatemala, México y Perú’. La investigación fue publicada por el Instituto del Compromiso con la Equidad (CEQ, según sus siglas en inglés).
Comencemos el análisis por Brasil. Si se considera pobre aquel que recibe menos de 4 dólares diarios, tenemos que la pobreza nacional era del 31% en plena crisis mundial de 2009, pero del 26,7% en las ciudades y del 54,3% en el campo. En lo que hace a la pobreza extrema, es decir a los que tienen ingresos menores a 1,25 dólares diarios, el impacto de la política fiscal, que debería ser redistributiva, es mayor en las urbes, donde este indicador baja del 4,7% al 3,7%, es decir, un 21%, antes y después de impuestos y gasto público, mientras que en las zonas rurales desciende del 15,5% al 13,4%, o sea, un 13%. “Esto es reflejo de que las transferencias directas (especialmente, las pensiones para circunstancias especiales) benefician proporcionalmente más a la población en pobreza extrema en zonas urbanas”, concluyen Lustig y Aranda.
“Es un hecho que las brechas no podrán cerrarse a través de una política fiscal redistributiva si al mismo tiempo no se atacan los factores estructurales”, aclaran los investigadores antes de proponer soluciones al problema de la pobreza. “El aspecto más preocupante de los resultados para Brasil es que la pobreza después de todas las transferencias e impuestos es más alta que la pobreza prefiscal (antes del efecto de gravámenes y gasto) y que esto ocurre tanto para las zonas urbanas como rurales y para todas las líneas de pobreza (menos de 2,50 o 4 dólares diarios), a excepción de la línea de pobreza extrema nacional”, señalan Lustig y Aranda. La pobreza de los que tienen menos de 2,50 dólares sube del 15,1% al 16,3% después del impacto de impuestos y gasto público. La de los de menos de 4 dólares se eleva de 26,2% a 31% y solo baja la de los de menos de 1,25, del 6,4% al 5,2%.
Una favela de Sâo Paulo/AFP
Otros dos investigadores de Tulane, Sean Higgins y Claudiney Pereira, atribuyen este comportamiento a que “el consumo de los alimentos básicos está gravado a niveles cercanos al 20%, lo cual acaba por ser sumamente oneroso para la población de bajos ingresos”. Solo zafan los pobres extremos por impacto del plan Bolsa Familia. “Corregir este resultado en cierto modo aberrante requeriría una reforma del sistema de impuestos. De lo contrario, sería necesario aumentar el monto de transferencias directas o modificar el diseño de las existentes o agregar nuevos programas de transferencias de tal manera que la población pobre no se viera empobrecida por la política fiscal”, advierten Lustig, doctora en Economía por la Universidad de California Berkeley y asesora de organismos internacionales, y Aranda, graduado de la Universidad Iberoamericana (México).
¿Qué sucede con la pobreza mexicana? También en este país los que reciben menos de 4 dólares diarios en el campo son más (53,3%) que en la ciudad (13,3%). “A pesar de que las transferencias tienden a beneficiar relativamente más a los pobres de zonas rurales y los impuestos indirectos afectan principalmente a los pobres urbanos, la brecha en la pobreza rural y urbana no se modifica por la política fiscal”, alertan Lustig y Aranda. “Al parecer, entonces, no queda mucho por hacer a través de la redistribución fiscal. Reducir las diferencias en los niveles de vida dependerá fundamentalmente de la capacidad de aumentar la productividad, ingresos y remesas de las personas en las zonas rurales”, proponen los economistas una receta diferente que en Brasil.
En Perú es otro cantar. La brecha entre los de pobres con menos de 4 dólares diarios es similar a Perú: 58,4% en zonas rurales y 12,6% en urbanas. Pero las diferencias aparecen por el impacto de tributos y gasto público. “Si bien las brechas en la pobreza se reducen por el efecto de la política fiscal, en parte esto se debe a que la pobreza posfiscal en zonas urbanas termina siendo más alta (12,6%) que la pobreza prefiscal (11,9%). De hecho, los resultados indican que los pobres en extremo urbanos son pagadores netos (la pobreza extrema en las ciudades sube del 5,5% al 6% después de impuestos y gastos). El principal problema es que la política fiscal tiene un sesgo antipobres urbanos que se debiera corregir mediante la expansión de los programas de transferencias a zonas urbanas. Asimismo, el grado de reducción de la pobreza rural (de 60,3% a 58,4%) es bajo debido a que las transferencias, aun teniendo el sesgo prorural, son pequeñas y no cubren a toda la población en pobreza extrema en zonas rurales", indica el trabajo del CEQ.
Sobre Guatemala y Bolivia se pueden observar algunos rasgos específicos. En ambos países tampoco la política fiscal reduce la pobreza. Por un lado, el esfuerzo fiscal en Guatemala es demasiado pequeño como para hacer alguna diferencia. Por el otro, en Bolivia deberían reforzarse los programas de transferencias. Los autores prefieren esta opción a una rebaja impositiva a los alimentos básicos que beneficiaría a poblaciones no pobres.
Hay 1 Comentarios
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Publicado por: Juan | 05/01/2016 22:53:39