Resulta difícil imaginar un paisaje urbano sin las luces roja, ámbar y verde.Nos hemos acostumbrado a movernos al son de los semáforos, hasta el punto de no poder concebir una ciudad sin ellos. El último ejemplo ha sido Olot (33.500 habitantes): Esta urbe catalana anunció hace poco que apagaría los semáforos por la noche para ahorrar, pero tuvo que dar marcha después de que aumentaran las voces en contra al producirse un atropello antes de aplicarse la medida. ¿Es imposible vivir sin estas señales de colores? Hace unos meses, en la isla de Menorca, la ciudad de Mahón (29.000 habitantes) retiraba su último semáforo utilizado para gestionar tráfico. Según José María Franc, inspector jefe de la Policía Local de la ciudad balear, “los accidentes han disminuido de golpe”.