Este fin de semana se celebra el Consejo Europeo que según muchos analistas puede marcar el cambio de tendencia. Europa dejará de hablar sólo de austeridad y empezará a hablar de crecimiento. Algunos economistas llevan mucho tiempo reclamándolo. Hoy, sin ir más lejos, Paul Krugman ha firmado un manifiesto con Richard Layard bajo el título "Stop this austerity now" (http://delong.typepad.com/sdj/2012/06/the-krugman-layard-manifesto-for-economic-non-nonsense.html). Pero estando de acuerdo con la necesidad de relajar la austeridad, creo que Europa necesita algo más para salir de esta.
El motivo de este post es apoyar el manifiesto de Krugman, al tiempo que ofrezco mi visión personal sobre por qué hay que relativizar algunas de sus recetas, cuando hablamos de Europa. Creo que es importante entrar en esos matices dada su creciente influencia en todos los ámbitos, especialmente el político. Durante los últimos tres años, gran parte de los lectores de este diario y de otros periódicos de primer nivel mundial han descubierto la magnífica capacidad del economista Paul Krugman para explicar la crisis de forma didáctica y ofrecer alternativas a las políticas económicas del momento. Krugman es un gran economista, al que admiro y que merece todo nuestro reconocimiento, y por eso me apena que algunos de sus artículos sobre la crisis del euro en los últimos meses no hayan estado a la altura de su talento.
En particular, creo que se equivocó al pronosticar la la ruptura del euro con la salida Grecia (o incluso de España), y también a la hora de insistir sólo en el estímulo de la demanda agregada como solución a la crisis. Sus posiciones sobre la quiebra de la moneda única me parecen a veces apocalípticas, un tanto irresponsables (por contribuir a la profecía autocumplida), y también algo desconectadas de la realidad europea, porque los incentivos políticos y económicos de las partes juegan en la dirección contraria. Además, y en relación con las recetas para salir de la crisis, creo que Krugman se olvida con demasiada facilidad de que una buena parte de Europa tiene un problema de oferta agregada pendiente de resolver desde hace tiempo que debemos abordar para que la recuperación sea duradera.
Vayamos por partes. Cuando se habla de Grecia y la moneda única, se suelen cometer dos errores: por un lado, se la considera víctima de la crisis, y por otro, se asimila su posible salida del euro al caso de Argentina y el fin de la paridad peso-dólar en 2001. Caben dos puntualizaciones importantes: primero, es verdad que Grecia está pagando hoy tipos de interés muy altos por su rescate, pero también hay que recordar que nadie se preguntó por la viabilidad del euro hasta que Grecia no reveló en 2009 que su déficit real no era del 3,7% sino del triple, el 12,5% del PIB. Todo el mundo sabía de los fallos de diseño de la Unión Monetaria que ahora tanto se critican y de los que nadie se acordó durante una década, pero fue el falseamiento de las cuentas lo que desató la crisis de confianza generalizada, las dudas sobre el grado de solidaridad que tendrían unos Estados Miembros con otros, y el lio monumental en el que aún seguimos.
Segundo, en cuanto al paralelismo con Argentina, me parece que no se puede comparar un tipo de cambio fijo con una unión monetaria, ni Grecia tiene las materias primas ni la capacidad exportadora de Argentina. En realidad, no hay ninguna experiencia histórica que permita imaginar seriamente cómo podría articularse la salida ordenada de Grecia de la moneda única, y por tanto, sólo caben los escenarios caóticos, que tanto miedo dan a los mercados, a los ciudadanos y también a los políticos. Según las pocas estimaciones disponibles, la salida del euro de Grecia podría suponer una contracción del PIB en el continente de entre el 4% y el 12%, y al mismo tiempo implicaría la pérdida de los más de 150.000 millones de euros que los países avanzados han prestado al país heleno.
Si los riesgos económicos son grandes, también son importantes los riesgos políticos. En estos momentos, la decisión de la salida de Grecia del euro está en manos básicamente de Alemania y de la propia Grecia. Si Grecia se saliera del euro de manera desordenada, la fuga de capitales, la inflación, la escasez de productos básicos y el desorden se harían con las calles; la inestabilidad política se multiplicaría y podría terminar acabando con su sistema democrático. Para Alemania, la salida del euro de Grecia implicaría a corto plazo tener que decir adiós a los 80 mil millones de euros que los alemanes han prestado a los griegos, aspecto que podría costarle las elecciones a Merkel a un año de su celebración (un pequeño detalle político que Krugman y otros parecen obviar) y a medio plazo le costaría su liderazgo europeo. En conclusión, yo creo que ninguno de los jugadores de esta partida desea realmente la ruptura, y por ello creo que la probabilidad de que Grecia salga del euro es mucho menor de lo que se habla desde hace semanas en los medios internacionales.
En cuanto a la solución de la crisis económica que nos afecta, se ha hablado mucho de la necesidad de ralentizar los ajustes fiscales que se están llevando a cabo, o incluso de realizar un nuevo estímulo simultáneo en EEUU y en Europa. Así, la unión fiscal, la unión bancaria, el tesoro único, los eurobonos, el impuesto de transacciones financieras y el nuevo papel del BCE son las medidas que antes nadie entendía y que ahora se mencionan constantemente hasta en las tertulias televisivas.
Sin embargo, y aunque estoy de acuerdo en todos los puntos mencionados, me sigue sorprendiendo que tan pocos analistas hayan reparado en que la solución de largo plazo a los problemas americanos y europeos está en la transición hacia un nuevo modelo económico que aún difícilmente imaginamos. Entre las excepciones merece la pena mencionar a Jeffrey Sachs, economista progresista pero no keynesiano, que hace unos días apuntaba en el Financial Times lo siguiente: “EEUU y Europa necesitan una estrategia de crecimiento a largo plazo y no un nuevo estímulo de corto plazo al crecimiento”. Para lograrlo habría que “dirigir la nuevas tecnologías –de la información, la comunicación, el transporte, los nuevos materiales y la genómica- hacia la resolución de los problemas de falta de sostenibilidad y calidad de vida a los que se enfrentan nuestras sociedades. El crecimiento a largo plazo (y la calidad de vida) podrían alcanzarse a través de nuevas inversiones que avancen hacia una economía baja en carbono, baja en contaminación y alta en prestaciones sociales y mediambientales.” Es ahí donde encontraremos la nueva revolución industrial que transformará nuestras vidas.
La guía para esa transición en Europa está parcialmente apuntada en la Estrategia 2020 y sus 17 sectores de crecimiento futuro. En el caso de España esa hoja de ruta tiene un primer embrión en la Ley de Economía Sostenible aprobada en 2010, o en Informes como el publicado por la Fundación Ideas sobre las nuevas fuentes del crecimiento que podrían cambiar la estructura económica española de aquí a 2025.
En definitiva, tan importante como mantener a Grecia en el euro, ralentizar los ajustes y poner en marcha instrumentos comunes de gobierno económico es concentrar todos nuestros esfuerzos en políticas de inversión productiva y cambio regulatorio que transformen de arriba abajo nuestra manera de producir y consumir bienes y servicios. No podemos olvidar que el origen de esta crisis está en un modelo excesivamente financiarizado y en el peso excesivo de la construcción dentro de un modelo social y medioambientalmente agresivo. La solución a nuestros problemas no consiste en reparar las heridas para perpetuar el viejo modelo productivo que nos trajo hasta aquí, sino en transitar hacia uno completamente nuevo que cree un marco en el que las nuevas empresas y los nuevos empleos sean sostenibles por décadas y la calidad de vida experimente un salto positivo sustancial. El reto es mayúsculo pero por eso debería ser la mayor de nuestras preocupaciones…aunque Krugman no lo mencione en sus tribunas.
Menos mal que este gran economista visitará nuestro país la semana que viene, y podremos escucharle. El Consejo Europeo no habrá resuelto todos los problemas de la crisis de la deuda, y tampoco habrá alumbrado las medidas definitivas para ese cambio de paradigma económico en Europa, así que será una gran ocasión para debatir sobre las medidas de corto plazo y las de medio plazo que debemos seguir impulsando en Europa. Nuestro futuro depende de ello.