No es casualidad que buena parte de los grandes periódicos británicos denominen su sección de Internacional overseas (allende los mares). Es una nueva muestra de que su insularidad es mucho más que un accidente geográfico. La historia de Europa y del Reino Unido ha estado plagada de encuentros y desencuentros, en los que el Imperio Británico siempre ha querido preservar su independencia y su estilo de vida. Lo que ahora se denomina euroescepticismo está en el ADN de los británicos, que no participaron en la fundación de la Comunidad Europea y que desde que se integraron en el proceso de construcción de Europa (1973) han cuestionado cada paso adelante.
A pesar de todo, muy pocos esperaban que el primer ministro británico, David Cameron, diera la espantada el pasado fin de semana en Bruselas y se autoexcluyera de los acuerdos adoptados por los otros 26 miembros de la UE. El tiempo dirá si la decisión es o no acertada para los británicos, pero de entrada ha tenido dos consecuencias claras: Cameron ha vuelto a su país como un héroe que ha sabido defender los intereses de la City y los líderes europeos (especialmente la pareja Merkozy-Sarkel), han sabido utilizar la huida británica como una cortina de humo (incluso como una densa niebla londinense) para evitar un análisis más profundo de los acuerdos de la Cumbre de Bruselas.
Porque las decisiones de la semana pasada, aunque suponen un paso adelante para salvar el euro, no son suficientes ni para asegurar la estabilidad de los mercados de deuda soberana ni, sobre todo, para volver a la senda del crecimiento. Lo explicaba muy bien Santiago Carbó (experto de “economismo”): “hace seis meses hubiese sido un acuerdo perfecto; ahora ya no es suficiente. Europa tiene un elefante en la habitación y nadie quiere hablar de él: la falta de crecimiento”.
Más duro en su análisis es el gurú británico Martin Wolf, que en su columna del pasado miércoles en el Financial Times (titulada “Un desastroso fracaso en la cumbre”), afirmaba que la Eurozona no tiene un plan creíble, “aparte de la orgía de austeridad fiscal que va a causar una recesión estructural en los países periféricos” y añadía que el plan no va funcionar, porque no hay “ni unidad fiscal, ni unidad financiera ni unidad política real”.
Ya habrá tiempo de analizar, en este mismo blog, el verdadero alcance de los acuerdos de la Cumbre de Bruselas. Es preferible esperar a que baje la espuma de la marea y podamos ver con claridad en qué se concretan el pacto fiscal de los países del euro, la coordinación económica en la zona y, sobre todo, el refuerzo de los fondos de rescate, que esta misma semana ha quedado en entredicho por la propia canciller alemana Angela Merkel.
La pregunta de esta semana es si el descuelgue británico del pacto fiscal y la coordinación económica de la zona euro será positiva o negativa para ese país. ¿Y para los 26 restantes? Como siempre, son preguntas difíciles de responder, aunque los protagonistas de uno y otro bando han defendido en sus respectivos países que las decisiones adoptadas son buenas para todos. De hecho, la espantada de Reino Unido ayudó a conseguir la unidad de los 17 países de la eurozona con nueve de los diez de la Unión Europea sin euro.
En cuanto a Cameron, su primer examen el parlamento británico no le fue mal. A pesar de que su viceprimer ministro, socio de coalición y líder del Partido Liberal-Demócrata, Nick Clegg, prefirió no asistir al debate (en una muestra de que no estaba del todo de acuerdo con él), el jefe de gobierno no salió airoso, sino incluso reforzado ante una opinión pública que ha dejado de ser euroesceptica para ser auténticamente eurofoba.
Los británicos saben perfectamente que su posición en cuanto a deuda y déficit público no es mejor que la española o la italiana y que pagan por sus nuevas emisiones de deuda soberana prácticamente lo mismo que los alemanes gracias a que tienen moneda y banco central propio. Así que, si les ha ido tan bien fuera del euro, parece lógico pensar que les irá todavía mejor fuera de la disciplina fiscal y la regulación financiera dictadas desde Berlín y Francfort. Sobre todo, teniendo en cuenta que la industria financiera aporta al PIB británico cerca del 30% del total.
El día después de la cumbre de Bruselas, la City de Londres brindaba con cerveza (sería incongruente hacerlo con champán) y llegaban a afirmar que Cameron había saltado de un Titanic a punto de hundirse (pero el Titanic ¿no era inglés?). Ya se sabe que los mercados pasan de la euforia a la depresión en cuestión de segundos y la banca de inversiones británica llevaba meses temblando ante la amenaza de la tasa sobre las transacciones financieras (la llamada tasa Tobin), con la que la UE pretendía ingresar cerca de 60.000 millones de euros anuales, de los que 40.000 provendrían de los bancos domiciliados en Londres.
La esperanza de los políticos británicos es que la llamada “relación especial” con Estados Unidos (frase acuñada por Winston Churchill en 1946 tras las ayudas multimillonarias de EE UU para la reconstrucción del Reino Unido), sea suficiente para suplir la pérdida de 26 socios estratégicos históricos. Cameron debe pensar que su filosofía se acerca más a la de Obama que a la de Merkel y Sarkozy. De hecho, en su intervención ante el Parlamento mostró una actitud desafiante ante el nuevo rumbo de la UE, llegando incluso a decir que se opondría a que el FMI sea utilizado de manera indiscriminada para resolver la crisis de la Eurozona.
El tiempo dirá si la espantada de Cameron es buena o no para su país. Lo que a lo mejor deberían preguntarse en Bruselas es qué pinta una británica como ministra de Exteriores de la UE. Probablemente, nadie se haya percatado de su presencia.
Hay 1 Comentarios
Pero, aparte de defender los intereses del Reino Unido ¿propone Cameron algo para superar los problemas de la UE?, ¿qué es?, ¿o pasa y no propone nada?
Publicado por: pepe111 | 18/12/2011 23:01:16