Las dificultades por las que atraviesa la eurozona han llevado a algunos economistas a plantear la necesidad de ser más flexibles con el objetivo de inflación en la región, como vía para aliviar la carga de la deuda de los países miembros y facilitar el ajuste a las economías que han perdido competitividad en los últimos años. Lo cierto es que el mandato del Banco Central Europeo (BCE) explícita muy claramente que la autoridad monetaria debe velar en exclusiva por el control y la estabilidad de precios a medio plazo en la región, fijado el objetivo en el 2%. Sin embargo, el simple planteamiento de una mayor laxitud con la inflación desata la furia de los halcones del BCE y esgrimen los problemas que podría provocar una escalada inflacionista en la región.
Los expertos de Economismo, sin embargo, creen que un poco de inflación, en las actuales circunstancias no solo no sería perjudicial para las perspectivas económicas sino que sería un elemento que facilitaría la recuperación de la economía europea y de la española en particular. Como en todo, en la medida estaría el éxito de esta apuesta.
Mauro Guillén, director del Lauder Institute en la Wharton School, apuesta por “un poco más de inflación y una suave devaluación del euro para que la periferia pueda volver a crecer”. Entre otras cosas, explica el profesor Guillén porque “no se puede realizar un ajuste fiscal simultáneo en un bloque comercial en el que los principales clientes y proveedores de todos los estados miembro son otros estados miembro”. Dicho esto, en su opinión, en el caso de España son necesarias más medidas. “Necesitamos un gran pacto de Estado entre partidos, sindicatos y asociaciones empresariales para recuperar la competitividad. sin una mayor competitividad no podremos aprovechar el eventual tirón de las economías europeas”.
También Rafael Myro, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, es partidario de una mayor inflación en los países del norte de Europa para “facilitar el proceso de devaluación interna que necesita la periferia europea, acelerando el aumento de su competitividad”. Para ello, asegura Myro, “el BCE debería reducir aún más los tipos de interés, no solo los de corto plazo sino también los de medio plazo”, como hizo la Reserva Federal en 2011. Sin embargo, el profesor no ve fácil que Alemania acepte tasas de inflación superiores al 2,5% que registró en 2011. De ahí la importancia que otorga al proceso de ajuste de costes y precios en España y otros países de la eurozona. “Es desalentador que los salarios pactados por los sindicatos en los convenios revisados en España durante 2012 estén aumentando un 2%, algo más que los precios. Así es difícil que estos desaceleren su crecimiento”. Asimismo, persisten en su opinión barreras a la competencia en las fases de producción y distribución, unas rigideces que obligan a basar el ajuste “en aumentos de la productividad del trabajo derivados de la desaparición de las empresas menos eficientes”.
José García Solanes, de la Universidad de Murcia, sostiene que “si el BCE elevara un poco su meta de inflación (hasta un 2,5% o un 3%), los efectos benéficos superarían incluso a los que se esperan de los 130.000 millones de euros planeados para infraestructuras”. García Solanes cree que esa medida favorecería a España, “no solo porque reduciría el valor real de la deuda soberana, sino porque estimularía notablemente nuestras exportaciones”. A su juicio, “falta nos hace porque nuestra competitividad se ha deteriorado mucho desde a entrada en el euro y confiarlo todo a los ajustes internos es muy dificultoso y doloroso”.
José Luis Martínez, estratega de Citigroup para España, se muestra sorprendido por el debate que afecta a una zona con más del 40% de las economías que lo componen amenazando con una depresión. “Naturalmente, la inflación es una de las 'medidas' para resolver el problema de exceso de deuda a medio y largo plazo. El resto es el paso del tiempo, sacrificios, liquidez y reestructuración de la deuda en algunos casos”. Martínez recuerda que “la inflación es un impuesto más que permite la recuperación de los ingresos públicos y minimiza el stock de deuda al compararse con el producto nominal”. No obstante, “lo veo complicado” en un entorno de bancos centrales independientes y con el BCE forzado a enfocarse en luchar contra la inestabilidad financiera, no de precios. “Me temo que lo hará de cualquier forma: no hay mucha alternativa si queremos que el euro tal como lo conocemos sobreviva”.
El director del servicio de estudios de Repsol, Antonio Merino, reconoce que “la inflación realmente no es hoy un problema y especialmente en los países de la OCDE donde el paro y la capacidad ociosa del sistema productivo es la norma”, pero su pronóstico es que “la inflación en la zona euro debería evolucionar a la baja y llevar a nuevas bajadas de tipos de interés”. Eso sí, admite que el ajuste de competitividad sería más fácil con algo más de inflación y crecimiento en los países que no tienen problemas de credibilidad en sus cuentas fiscales. Merino apunta lo sucedido con los procesos inflacionistas en procesos emergentes, como vía para ajustar la competitividad frente a países OCDE y ahí enmarca la apreciación del tipo de cambio efectivo real de China en un 24% en los últimos seis años.
Para Santiago Carbó, profesor de la Universidad de Granada y asesor de la Reserva Federal de Chicago, “en unas circunstancias como las actuales la primacía de la estabilidad de precios sobre otros objetivos genera algunos problemas”, sobre todo porque no contribuye a otros objetivos igualmente importantes como el crecimiento o la estabilidad financiera. A su juicio, “una relajación aún mayor de la ya realizada en los objetivos de inflación no puede ser dañina y siempre podría corregirse a medio plazo”, algo que parece difícil dada la obsesión alemana por el control de la inflación, como reconoce Carbó. Aunque en su opinión, “al margen de estas discusiones de más corto plazo, también está abierto el debate sobre si debe ampliarse o no el mandato del Banco Central Europeo más allá del control de los precios”, al estilo del mandato dual —precios y crecimiento— que tiene la Reserva Federal de Estados Unidos.