En 1971 el economista James Tobin propuso crear un impuesto sobre las transacciones de corto plazo sobre las divisas para limitar la volatilidad de los mercados financieros, algo que queda muy lejos de lo que hoy día se conoce como tasa Tobin, tanto como para que su supuesto autor reniegue del nombre que se le ha dado. En realidad, la iniciativa recientemente adoptada por 10 países del euro lo que persigue es gravar transacciones financieras como la compra-venta de acciones en el mercado secundario, las operaciones en valores que den derecho a adquirirlas (opciones y warrants), las de trading automatizado de alta frecuencia y contratos CDS, entre otras. La mayoría de los expertos de Economismo se muestra contraria a su aplicación –con alguna excepción-- y casi todos alertan de las repercusiones negativas que su aplicación traerá. La medida, sin duda, está llena de controversia.
“Debo admitir que no acabo de entender la racionalidad de establecer este impuesto, al menos lo no entiendo si lo denominamos como tasa Tobin”, arranca el análisis de José Luis Martínez, estratega de Citigroup. “Ahora se trata de fijar un impuesto sobre los bancos y su actividad para resarcirse del impacto de la Crisis financiera (como si los bancos fueran los culpables de la Crisis del Euro) y preparar recursos para futuras crisis (¿dónde quedan aquí la regulación y la supervisión?)”, subraya. Sí entiende, “pero no lo comparto”, que se cree como un nuevo impuesto con fines recaudatorios porque, como muchos otros expertos, augura que “al final, va a recaer sobre el consumidor final de los productos financieros”. Como parte positiva de la iniciativa, Martínez cree que es una buena idea que los ingresos de la tasa “sea un germen de un futuro presupuesto común” y es de los pocos que cree que la medida “no espero que lleve a situaciones extremas de fugas de capitales y de inversiones”. Aun así, “tampoco me gusta que no haya sido una decisión compartida por los 27, de forma que sólo la apliquen 10 países. No tiene sentido en el Euro y mucho menos si pensamos en un objetivo que no debería ser muy lejano de integración fiscal”.
Joaquín Maudos, catedrático de Fundamentos Económicos de la Universidad de Valencia, tampoco parece tener claro cuál es el motivo de su implantación. “Si el objetivo es meramente recaudatorio, no tengo nada que decir. Pero si el objetivo es frenar la especulación, habrá antes que demostrar su efectividad ya que otras medidas recientes implementadas por este motivo no han sido efectivas” y recuerda lo sucedido con las ventas a corto sobre valores bancarios. “Tengo la impresión de que se trata de una medida populista que lo que pretende es contentar a la ciudadanía que quiere que la banca pague por los errores cometidos en la actual crisis, en lugar del bolsillo del contribuyente. Pero este objetivo tan loable y necesario, debe alcanzarse por otras vías”, apunta. Según Maudos, será el cliente bancario el que en última instancia sufra sus consecuencias pagando mayores comisiones a los bancos y defiende que si la tasa no se aplica a nivel mundial “va a deslocalizar el ahorro, beneficiando a los países que no lo implanten” y perjudicando la financiación de las empresas. “Finalmente, con una tasa que solo afecta a 10 países de la UE-27, no contribuimos a crear un mercado financiero integrado. Es sorprendente que estos días tanto se hable de la importancia de la Unión Bancaria y que ahora se implante esta tasa solo en una parte de la UE que puede contribuir a segmentar aun más el mercado financiero europeo”.
Para Guillermo de la Dehesa, presidente del Center for Economic Policy Research (CEPR) en Londres, la lógica de la iniciativa es clara: “Genera muchos ingresos, es muy fácil de recaudar y tiene poco coste político, es por tanto popular y populista, de ahí su elección”. De la Dehesa sostiene, no obstante, que “es preferible que se imponga a las transacciones de mercado (acciones, bonos, derivados y divisas) que a los créditos y depósitos al por menor, como se hace ya en Latinoamérica”. A su juicio, dado que el volumen de transacciones financieras europeas en 2010 fue equivalente a 115 veces el PIB de la UE, con unos tipos del impuesto del 0,1% en acciones y bonos y del 0,01% “se generarán bastantes recursos”. Eso sí, “al haberlo aceptado sólo 10 estados, habrá deslocalizacion y arbitraje de las transacciones”. Para
Santiago Carbó, catedrático de Economía y Finanzas de la Bangor Business School, el proyecto es “disfuncional tanto desde una perspectiva teórica como desde el punto de vista práctico” y subraya que sus beneficios potenciales serán anulados por las distorsiones que su implantación producirá. Entre ellas, “destacan movimientos de capitales fuera de Europa, pérdida de competitividad de los centros financieros europeos y reducción de los efectos multiplicativos del sector financiero en el crecimiento económico”. En su opinión, “cualquier iniciativa para generar un sistema financiero más sólido y estable debe ser global (¿G-20?) o está condenada al fracaso. Este proyecto de impuesto a las transacciones financieras puede acabar siendo una losa sobre los mercados financieros europeos”. Para ello, pide un debate más sosegado y un análisis detallado de los costes y los beneficios.
Entre nuestros expertos, sólo Miguel Ángel García, responsable del Gabinete Económico de CC OO, apoya la mal llamada tasa Tobin. “Me parece útil una tasa sobre transacciones financieras realizadas a muy corto plazo (pocos días) para evitar la perturbación generada por este tipo de operaciones sobre los precios. El objetivo, por tanto, no es tanto recaudar sino como eliminar ineficiencias”. García reconoce, no obstante, que sin ser aplicada en todo el mundo “generará deslocalización territorial” sin conseguir ninguno de sus objetivos “recaudación y reducción de operaciones sin apenas rentabilidad para para la sociedad”.
José García Solanes, catedrático de la Universidad de Murcia, se muestra escéptico con el éxito de la iniciativa. “Creo que, como en otras ocasiones, la propuesta acabará en el cajón de los olvidos si el Reino Unido, Luxemburgo y Suiza no se suman a ella. Los centros financieros de estos tres países, especialmente el de Londres, son demasiado grandes para quedarse fuera. Si no se suman a esta iniciativa, generarán desviaciones gigantescas de capitales que podrían socavar el mercado financiero único europeo”. En su opinión, “la tasa Tobin debería ir acompañada de una intensa integración y homogeneización fiscal en toda la UE”.
El profesor Juan Ramón Cuadrado, catedrático de la Universidad de Alcalá, hace gala de su condición de docente y explica, en un extenso análisis, la evolución de la propuesta de James Tobin, en qué consiste dicho impuesto y qué tipo de activos se verían afectados por esa tasa. Tras ello, la opinión. “Existen dudas razonables sobre el funcionamiento real de la nueva’ tasa’ debido, entre otros factores, a que la contratación bursátil en los países que la apliquen puede disminuir, desplazándose a los países que no la apliquen, así como sobre la dificultad de aplicar el impuesto a los inversores internacionales”. Cuadrado se une a quienes alertan que “el coste del nuevo impuesto posiblemente se trasladará a los inversores en lugar de recaer sobre el sector financiero” y considera que “la medida tendrá un efecto reducido en términos de recaudación tributaria y. por otra parte, puede provocar fugas de inversiones hacia países que no la pongan en marcha”.
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