El debate

Equidad sí, igualdad...

Por: | 10 de mayo de 2014

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Hay que combatir la desigualdad... hasta cierto punto. Es la posición mayoritaria que no unánime de los expertos de Economismo, frente a quienes advierten de las consecuencias de futuro del fuerte incremento de la disparidad de rentas. Las recetas para acabar con la “mala” desigualdad son similares entre aquellos que muestran cierta tolerancia con la desigualdad y los que no. Solo que menos drásticas.

Mónica Melle, profesora titular de Economía Financiera de la Universidad Complutense de Madrid, asegura que la incipiente recuperación se produce a costa de un aumento importante de las desigualdades económicas, “ya que los sacrificios y la devaluación interna los están asumiendo principalmente las clases medias”. Melle considera que eso incide en el crecimiento al deprimir la demanda interna y apuesta por medidas fiscales y “predistributivas, a través, por ejemplo, del establecimiento de un ratio entre el sueldo medio de los empleados de las empresas y el sueldo de los ejecutivos de las entidades”.

 

Mauro Guillén, director del Lauder Institute en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, sostiene que “la desigualdad es una característica común de las sociedades sedentarias” y es el primero en asegurar que “un grado demasiado bajo de desigualdad reduce los incentivos para que la gente invierta en capital humano y se esmere en el trabajo”, aunque también admite que si la desigualdad es demasiado elevada también se reducen esos incentivos y puede producir tensiones políticas. “Es necesario reducir la desigualdad hasta cierto punto”, dice.

José Luis Curbelo, decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Económicas de la Universidad Camilo José Cela, asegura que “la nueva normalidad del capitalismo redistribuye los recursos en beneficio del factor capital (y quienes lo detentan o prestan sus servicios en su gestión) a expensas de la retribución del factor trabajo”. Curbelo lamenta que, por ello, los trabajadores más preparados se vayan de España, con el riesgo de que no vuelvan a incorporarse en un futuro al mercado laboral. “De no revertirse y ponerse en valor el actual drenaje de talento la España del futuro no mejore sus hoy deteriorados niveles de desigualdad”.

José Luis Martínez, estratega de Citigroup para España, admite que las medidas instrumentadas para salir de la crisis han propiciado un aumento de la desigualdad aunque sostiene que ésta “es inherente al mundo capitalista. La desigualdad, limitada, en un entorno de crecimiento económico no es un problema en si misma”. Para reducirla, Martínez propone apostar por la educación, sobre todo, pero también a través de la fiscalidad. Y en línea con el argumento de Guillén sostiene que la fiscalidad “es una buena herramienta redistribuidora, pero no se puede utilizar de forma estable en el tiempo porque desincentiva la inversión y el ahorro”.

También José García Solanes, catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia, apunta que las medidas de austeridad han incrementado la desigualdad en términos geográficos y de clases sociales y, en línea con nuestro tema de portada, recuerda que “en los últimos años, la deflación salarial ha recaído sobre las espaldas de los trabajadores más humildes, mientras los ingresos de los más ricos se han multiplicado”. Una tendencia que, a su juicio, constituye una grave injusticia social y debilita el crecimiento económico. García Solanes sí se muestra partidario de abordar este problema con una reforma fiscal que, además de combatir el fraude, incremente notablemente las contribuciones de las grandes empresas, los grandes patrimonios, y las de los hogares más pudientes y acaudalados.

Guillermo de la Dehesa, presidente del Center for Economic Policy Research (CEPR) en Londres, asegura que la desigualdad ya había aumentado en Europa antes de la crisis y todavía más después de ella, “al haber una mayor caída relativa de los ingresos de los trabajadores y todavía mayor de los desempleados”. De la Dehesa apunta un dato interesante de cara a las posibles medidas a adoptar para reducir esa desigualdad: “los países del norte de Europa tienen unos sistemas fiscales más progresivos y un mayor gasto social, lo que reduce la desigualdad después de impuestos, mientras que la fiscalidad de los mediterráneos la reducen muy poco ya que su gasto social es proporcionalmente menor y su impuesto sobre la renta es menos progresivo. Por eso el coeficiente de Gini —que mide hasta qué punto la distribución del ingreso se aleja de una distribución perfectamente equitativa— es mayor (menos equitativo) en los países del sur, “un signo muy claro de que el sistema de impuestos y transferencias no es capaz de reducirlo al nivel medio europeo”.

Santiago Carbó, catedrático de Economía y Finanzas de la Bangor Business School, previene contra un exceso de intervencionismo al intentar mejorar la distribución de los recursos y sostiene que hay una desigualdad mala y una buena. En línea con Guillén y otros, Carbó sostiene que “la buena desigualdad es la que, de forma transitoria y dentro de ciertos límites, mantiene un adecuado esquema de incentivos para que quien desee prosperar tenga oportunidades para ello” y la mala “es la que frena cualquier tipo de oportunidad y condena a los individuos a un determinado status social por el simple hecho de haber nacido bajo unas ciertas condiciones”.

Miguel Ángel García, profesor colaborador de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, vincula el aumento de la desigualdad con la fuerte destrucción de empleo, aunque recuerda que, a nivel global, la desigualdad se ha reducido. “Una desigual distribución de la renta es preocupante aunque puede limitarse en caso de conseguir generar más empleo; pero es bastante peor el deterioro en la igualdad de oportunidades porque implica la imposibilidad de progresar dentro de la sociedad”.

Juan Ramón Cuadrado, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Alcalá, coincide con García en el impacto del paro. “El principal factor de desigualdad es el desempleo y la mejor arma para recuperar niveles de igualdad es crear empleos”. Cuadrado considera que la aplicación de medidas fiscales progresivas “tiene escaso margen” dada la situación presupuestaria. El catedrático alcalaíno incide en que, especialmente Europa, debe intentar luchar contra la desigualdad, un objetivo enmarcado en el “logro de una mayor cohesión económica y social”.

Rafael Myro, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense, cree que la desigualdad se seguirá generando si el crecimiento se hace muy lento y se mantiene la remuneración al capital. Myro considera que si se pretende sostener la rentabilidad del capital, “sólo puede ser a costa de los salarios y de los negocios más sometidos a la competencia”. De lo contrario, advierte, se ralentizará el crecimiento y crecerá el desempleo, para lo que es necesario “más sector público, no menos, pero sin duda más eficaz”.

Hay 4 Comentarios

Coincido con Zola en la confusión del titular, porque desvirtúa el debate. En mi opinión ésta vez el análisis más acertado es el de Guillermo de la Dehesa. Es de agradecer que economistas no considerados "izquierdosos" por una vez reconozcan algo que se está proclamando a gritos entre los economistas más progresistas de Alemania, Reino Unido, Países Bajos o Francia. El sistema capitalista que actualmente impera en Europa produce desigualdades de "fábrica"; es decir, es injusto de origen. Relación muy desigual entre capital y trabajo en favor del primero. La solución: políticas fiscales con mejor distribución. Pero hay otra solución, que no se contradice con la anterior: mejores salarios y mejor fiscalidad. Y, por supuesto, mejor control sobre las multinacionales y su fiscalidad a la carta. Y más control sobre las colusiones entre grandes empresas y poder político, especialmente en todas las actividades concesionadas que requieren algún tipo de regulación. A ver si poco a poco se vuelve a la senda anterior al imperio reaganomic y al capitalismo de amigotes...

A menudo se confunde igualdad con un igualitarismo total y se defiende la riqueza extrema justificándola con los incentivos que establece cierta desigualdad económica. Pero la realidad es que no tenemos "cierta desigualdad" dentro de un orden ¿1 a 10 por ejemplo? Lo que tenemos es una desigualdad extrema, excluyente para muchos y creciente.

Si reconocemos que este exceso de desigualdad es malo ¿Por qué no establecer un límite a la misma como parte del sistema económico? Reconozcamos que es necesario establecer un límite a los patrimonios personales.
RECOGIDA DE FIRMAS para el nuevo parlamento europeo: http://tinyurl.com/obp938s

Dice Piketty que estamos inmersos en un proceso por el que los acaudalados lo son más por los rendimientos que les proporciona la herencia recibida que por las rentas derivadas de su trabajo o aportación a la sociedad, del cual deriva un estado de cosas déjà vu en el Gran Gatsby.
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Por otro lado mi instinto me dice que es más fácil que surja un virtuoso del violín a partir de una masa crítica con buena educación musical que a la inversa.
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Creo que son dos argumentos que deberían tenerse en cuenta a la hora de tomar medidas que discriminen la desigualdad buena de la mala

El titular está equivocado, pues yo creo que equidad e igualdad son sinónimos. Tal vez politícamente se puedan interpretar un poco disímiles, pero el signficado no cambia.
Hay gente, que tiene mucho tiempo libre entre manos, que analizan hasta la muerte un tratado en banalidad, pero lo uno no conlleva lo otro.
La desigualdad, por cualquier lado que se la mire, siempre sera mala. Mientras más grande sea la diferencia, peor será para las partes involucradas.
Un ejemplo nos lo da la historia con la toma de La Bastilla en Francia. Otra más reciente el advenimiento del comunismo al mundo. Si la avaricia, reinante entonces, hubiera sido menos pronunciada, tal vez hoy día, el mundo sería más parecido a Noruega que a los EE UU.
No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, dice el adagio y la historia nos lo ha demostrado que se saca mejor provecho, muchas veces, con miel que con palos.
Un país y mucho menos una democracia, no puede tener diferencias tan pronunciadas entre sus habitantes, entre sus diferentes naciones.

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