El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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Sobre ideas y métodos

Por: | 27 de marzo de 2011

Bielsa 

Por encima de las discusiones conceptuales, lo que más me ha fascinado a lo largo de mi carrera ha sido la observación de los métodos que eligen los distintos entrenadores para intentar plasmar sus ideas. He tenido dos grandes clases de buenos entrenadores: los que creen en los sistemas y los que creen en los futbolistas.

Los primeros organizan una estructura verticalista: ordenan, unifican, automatizan. El objetivo principal es intentar reducir al mínimo la cantidad de errores. Sus procedimientos se desarrollan con gran intervencionismo táctico y se hace un enorme esfuerzo por tratar de prever y controlar todo lo que pueda suceder durante un partido. Marcelo Bielsa y Claudio Ranieri se integran en este grupo, aunque con vocaciones distintas. Bielsa dedicaba su energía a sistematizar el ataque. Ranieri se concentraba en la defensa.

Es difícil, en este tipo de esquema, salirse del libreto. A favor se puede decir que hay poco lugar para el desorden y los vicios individuales. En la sucesión de automatismos que dotan de carácter a estas fórmulas se detectan fácilmente los errores posicionales de los jugadores en las distintas fases de un partido. Estos equipos pecarán antes de anodinos que de anárquicos.

El método verticalista en sí puede producir un peligroso proceso: una suerte de banalización de la responsabilidad individual. No me refiero a la responsabilidad en el error puntual, sino a aquella más trascendental que es la que acarrea el compromiso con las propias convicciones. Al recortar la iniciativa personal, se corre el riesgo de promover el desistimiento en el emprendimiento individual.

Si se produce una renuncia a intentar leer y entender desde dentro las necesidades de los partidos, los futbolistas quedan condenados a un papel meramente ejecutivo. Cuando esto sucede y el jugador solo se limita a realizar obedientemente aquello que se le ordenó, encuentra un cómodo refugio detrás del mandato del superior y se desentiende de su responsabilidad más importante: pensar.

En estos modelos, el jugador corre un riesgo inesperado. A veces, la presión autoimpuesta por cumplir a rajatabla con las imposiciones es la que termina desnaturalizándolo.

Por el contrario, los entrenadores que tienen fe en el jugador y le otorgan un margen de libertad, transitan caminos más heterodoxos. Del Bosque y Ramón Díaz entran en esta categoría. Más que imponer un orden premeditado, lo que buscan es moldear paulatinamente un esquema que respete las características naturales de los jugadores. El entrenador que prefiere este tipo de maneras resulta ser, por lo general, una persona más negociadora. Intentan guiar y convencer. Activan la autoestima tolerando espacios de libertad para que se desarrollen las iniciativas individuales. Es a través de estos espacios de no intervencionismo donde se promueve la creatividad. A los jugadores les resulta más fácil encontrar mecanismos de juego que no estaban previstos: asociaciones que crecen por la libre interacción del talento de los futbolistas y para las que no existe una fórmula estandarizada de estimulación.

Estos métodos dependen, en gran medida, de la capacidad y la inteligencia de los futbolistas con los que se cuenta para evitar caer en excesos que solo lleven a la dispersión o al caos.

En el ejercicio cotidiano de la profesión, cualquier persona que se precie a sí misma se siente más cómoda dentro de un esquema que le otorgue un margen para aportar decisiones propias.

Como juego colectivo que basa buena parte de sus posibilidades de éxito en la precisión y el engranaje del conjunto, en el fútbol es impensable despreciar la jerarquización de la autoridad, pero no podemos olvidar que la creatividad y la imaginación necesitan espacio para tomar vuelo.

La mágica labor de los grandes entrenadores es cuando, en ese brebaje, logran conjugar todos los pequeños ingredientes para que armonicen.

Mourinho y los recursos útiles

Por: | 20 de marzo de 2011

Blog 
Las fulgurantes transiciones del Real Madrid no son solo fruto de las características de algunos de sus futbolistas. Son, también, sistemáticas.

¿Cuán estricto debe ser lo metódico en el fútbol? ¿Cuán flexibles son ciertos conceptos? ¿Hay lugar en ellos para la interpretación?

La forma en que los equipos estructuran su manera de pensar el juego depende en gran parte de su entrenador. ¿De qué depende la flexibilidad de estas formas? ¿De la personalidad de los conductores o del grado de acatamiento o rebeldía de los jugadores?

Obligado por la ausencia de Cristiano Ronaldo, el Madrid, en Santander, produjo un juego coral imprevisto. Como si los jugadores, instintivamente, se hubieran sacudido preconceptos en cuanto al destino del balón y descubrieran, en ese nuevo espejo, una imagen más sosegada de ellos mismos.

Si bien el diseño de pensamiento colectivo y su propósito no pasa, en este Madrid, por las tenencias largas y horizontales, no parece haber sido el entrenador el que acordonaba estrictamente este tipo de iniciativa.

Los entrenadores ofrecen pautas acordes a su ideario, pero, ante la improvisación, rara vez se oponen a incorporar aquello que se les demuestra funcional, principalmente si esta elección es aplicada en el momento adecuado. Entonces, ¿por qué sólo una desafortunada ausencia nos hizo entrever un equipo menos ansioso?

Tan concluyente como los proyectos de juego y las características naturales de los intérpretes es la personalidad de los futbolistas. Estas determinan el devenir de los partidos y su cadencia. El Madrid volvió contra el Lyon al vértigo arrollador que, a esa pretensión premeditada, ofrecen el ajuste riguroso de las capacidades innatas de futbolistas como Di María o Cristiano Ronaldo. El Madrid se siente cómodo conduciendo los partidos a esa velocidad y arrolló al Lyon con tal firmeza que no cedió siquiera un solo contragolpe. Solo cuando Granero y Adebayor ingresaron por Cristiano y Di María el balón comenzó a moverse, más acompasado, entre la Castellana y Padre Damián.

Las líneas maestras de un sistema también están para ser interpretadas según los rivales, los momentos de los partidos, el estado de los campos... Los jugadores, a veces, nos imponemos obligaciones más rígidas que las que descienden de la propia estructura y terminamos siendo más papistas que el Papa.

El Madrid demostró contra el Racing y contra el Lyon que a su superioridad, a su firmeza defensiva y a su electrizante plan de devastadoras transiciones ofensivas puede agregarle un registro: una dosis de paciencia y composición cuando el momento lo requiera. Recursos útiles para casos en los que el vértigo no le alcance para desequilibrar o para evitar riesgos y salvar energías cuando los partidos estén encarrilados.

Sobre ideas y adaptaciones

Por: | 13 de marzo de 2011

Wengerok 

"La definición de la locura es continuar haciendo la misma cosa, una y otra vez, y esperar resultados diferentes".  Albert Einstein

En la vuelta de los cuartos de final de la Champions del año pasado, el Arsenal planteó un partido abierto. Parecía claro, en un enfrentamiento entre dos equipos que se expresan con ideas futbolísticas similares, que se impondría aquel que dominara en la posesión del balón. El Barcelona acaparó el protagonismo y aprovechó cada espacio con maestría para imponer su superioridad de manera aplastante: 4 a 1 

Desde hace muchos años el Arsenal se significa a través del balón. Sin embargo, esta versión del Barcelona ejerce la tiranía de la posesión. No le presta el balón a nadie salvo para que vuelva a sacar del medio. Arsène Wenger no solo lo sabe, sino que lo sufrió en carne propia. ¿Cómo hacer, entonces, para mantener la identidad si me despojan del elemento que me define? Este pareció ser el acertijo que tuvo que resolver Wenger esta semana.

Ante la titánica labor de superar al Barca en su casa y con el peso de la experiencia del año precedente, la mirada de Wenger se alejó de lo conceptual para centrarse en lo táctico: asumiendo que no tendría el control del balón, y con el sufrimiento a cuestas del pasado reciente, intentó adaptar su libreto. Más allá de la evidente cautela, Wenger optó por los creativos y plantó de entrada a tres futbolistas ofensivos de calidad (Van Persie, Rosicky, y Nasri) sostenidos por tres medios y una línea de cuatro defensas. El proyecto no era descabellado: exigir a los extremos atención con las incursiones de los laterales azulgrana e intentar mantener una línea defensiva alta. Una vez recuperado el balón, encontrar a Nasri y a Rosicky para hacer retroceder al Barcelona.

Pero el Barcelona no solo no cedió jamás la posesión del balón, sino que las pocas veces que lo hizo, lo recuperó antes de que el Arsenal pudiera siquiera pensar en desplegarse. Así, los talentosos extremos del equipo inglés, en un laborioso intento por frenar las subidas de los laterales rivales, jugaron de laterales desgastándose casi todo el partido y formando una populosa línea de seis defensores. 

Se hizo evidente la dificultad del Arsenal para asumir un papel secundario al que no esta habituado. Un equipo acostumbrado a jugar desplegado y a tener la posesión del balón, intentó hacerlo replegado y sin él. Las veces que lo recuperó fue presionado cerca de su área y pretendió escapar a esa marea con toques demasiado cortos y sin mecanismos visibles de desahogo. Más allá de la buena labor de la aceitada línea defensiva, el plan naufragó.

El Barcelona, en su actual superioridad, desnaturaliza a los rivales que pretenden imitarlo y a los que se atrincheran los arrincona hasta ahogarlos.

El Arsenal no perderá su esencia por plantear un partido de una forma  diferente a la que nos acostumbra. Tampoco lo hará por intentar, eventualmente, adaptarse a situaciones especiales. Por el contrario, los sistemas -y las ideas- se nutren y se perfeccionan en el ejercicio de la diversidad. Perdió el año pasado con un planteo más abierto y volvió a caer este año con uno más cerrado. Esto demuestra dos cosas: que el Barcelona es mejor equipo y que Wenger no es un loco.

Riquelme y los equilibrios

Por: | 06 de marzo de 2011

Riquelme 

Boca se reforzó este semestre pensando en volver a ser campeón, pero en su debut en La Bombonera perdió por goleada contra Godoy Cruz de Mendoza. Luego, sin la presencia de Riquelme, lesionado, ganó en la segunda fecha a Racing en su visita a Avellaneda. Los resultados se ataron directamente a la participación del jugador y al efecto de su gravitación en el equilibrio colectivo. Se habló mucho de ese equilibrio estos días en Boca. La discusión giró en torno al viejo cliché de talento vs. orden y el ídolo de la hinchada quedó en medio de las balas.

El sábado pasado, para enfrentarse al recién ascendido All Boys, Julio César Falcioni, el flamante entrenador de Boca, dejó fuera de su lista a Riquelme y envió al banquillo a Erviti, los dos jugadores más creativos del equipo. Las razones de la exclusión de Riquelme parecen mezclar la desconfianza sobre su estado atlético con un principio de cautela táctica.

El fútbol moderno es cruel con los espacios regalados al adversario y casi nadie parece estar dispuesto a dar la más mínima ventaja defensiva. Ante las inclemencias, los entrenadores -primeras víctimas de la crueldad- se parapetan detrás de dos ordenadas líneas de cuatro y esperan a que escampe.

Cuando debatimos sobre buscar el equilibrio, parecería que una imposición conceptual se hubiera colado en el lenguaje futbolero. La referencia es indefectiblemente sobre no quedar demasiado expuestos en la defensa. Nunca son desequilibrados, en los análisis, los equipos que carecen de creación o no logran llegar al área contraria. Esta deformación en la manera de percibir y juzgar apoya sus razones en otra máxima de larga data que reza: los equipos se construyen desde atrás hacia adelante.

La creación es infinitamente más compleja que la destrucción y en el futbol, como en cualquier otra actividad cuando se tienen pretensiones creativas, no hay posibilidad de llegar a resultados satisfactorios sin asumir ciertos riesgos.

La paradoja es persistente: si se arriesga, se puede perder; si no se arriesga, hay cosas que no se aprenden nunca. Afrontar este dilema y contar con el tiempo necesario para resolverlo es uno de los principales desafíos que encaran los entrenadores que intentan con sus equipos un juego con sentido de la elaboración.

Menos ardua y peligrosa es la tarea de encerrarse ordenadamente y esperar el error ajeno. En un mundo ideal, donde los entrenadores tuvieran márgenes temporales razonables, donde el aficionado fuera más tolerante, donde el periodista no emitiera juicios definitivos en tres partidos, los equipos contarían con ese margen esencial para la repetición del error, un camino inevitable en el aprendizaje de tareas de acoplamiento colectivo. La realidad, en cambio, es despiadada y los entrenadores apelan al instinto de supervivencia.

Falcioni optó por la exclusión total en las primeras fechas. Mientras espera que su 10 se recupere, corre el riesgo de que el juego de Boca resulte desesperantemente equilibrado.

El País

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