El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

Archivo

febrero 2012

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
    1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24 25 26
27 28 29        

Brillante renuncia de la pelota

Por: | 24 de abril de 2011

Fut 

- "Brilla por su ausencia", dicho popular.


En la final de la Copa del Rey, el Real Madrid escribió una original página para añadir a su insuperable leyenda: nos dio la posibilidad de verle brillar en una faceta históricamente desconocida para sí mismo.

El fútbol, deporte plural y generoso, ofrece una multitud de recursos a la hora de afrontar un partido. Uno de ellos es la posibilidad de ganarlo prescindiendo deliberadamente de la posesión de la pelota. Esta idea fue puesta en práctica por el Madrid durante 45 minutos con tanta fe, tanta precisión y tanta solvencia que, por momentos, daba la aterradora impresión de que el histórico invento de pasarse la pelota corría el riesgo de convertirse en un anacronismo.

La quirúrgica coreografía grupal y la inconmensurable voluntad desplegada por el Madrid en el primer tiempo de Mestalla potenció la intensidad emotiva de una final ya de por sí colmada de antagonismos. El Madrid asumió desde el principio y sin ruborizarse la imposibilidad de discutir el volumen de juego a través del balón. Dedicó todas sus energías, mentales y físicas, a la titánica tarea de comprimir, con la máxima agresividad permitida por el reglamento, todos los espacios que pudiera inventarse esta versión del Barcelona, una de las más creativas de su historia.

Los peligros de esta estrategia son conocidos. El Madrid sabe con certeza que es imposible sostener ese nivel de presión los 90 minutos. El esfuerzo físico y psicológico necesario para contrarrestar, desde la presión, el volumen de juego de un equipo que domina la pelota tres cuartas partes del partido es sumamente desgastador. Prueba de esto es el segundo tiempo, en el que el equipo perdió terreno y terminó defendiéndose, más con el corazón que con la brújula, al borde de su área.

En cambio, los jugadores del Barcelona, sin replegarse, habituados a posesiones largas, se juntan tanto para jugar que, ante la pérdida del balón, pueden seguir presionando con intensidad casi todo el partido. Sus temores pasan por otro lado. Los violentísimos contragolpes de Cristiano y Di María convierten las espaldas de sus centrales en una interminable llanura.

Ambos equipos y ambos entrenadores se conocen a la perfección. Todos saben ya que a Messi se le debe esperar con un volante incrustado en la defensa y otros tres rompiendo por delante. O que el maratoniano duelo entre Alves y Di María dirime buena parte de la profundidad que cada uno pueda lograr. O que permitir lanzamientos a Cristiano es encomendarse a las habilidades del portero.

También saben que en un choque entre equipos con estas características, tan especializadas y opuestas, el primer gol cobra un protagonismo sustancial. El que lo sufra deberá asumir los riesgos de su estilo. El Barcelona tendría que hacer más profundo su juego, otorgando aún más espacio a las flechas del Madrid. El Madrid debería transmutarse, desatando su compacto paquete defensivo, difícil opción cuando cuerpo y espíritu están preparados para otra cosa. Otra alternativa más a mano sería la poco distinguida maniobra del pelotazo sin escalas hacia un nueve de área.

Los próximos partidos repetirán el argumento. El Barcelona buscará alternativas para fisurar el muro. El Madrid seguirá con el mismo bote y los mismos remeros. Y rezará para que el brazo no se canse.

Por suerte para el fútbol, el final es siempre abierto.

El ingrediente criollo

Por: | 17 de abril de 2011

Fut 

Comprender el desarrollo de un partido de fútbol argentino puede resultar trabajoso para un espectador con el ojo habituado al fútbol europeo. Si bien Europa y Sudamérica contienen cada uno decenas de diversas formas de sentir e interpretar el juego, existen razones para validar la generalización si lo hacemos a través de las potencias representativas.

En el fútbol español, por ejemplo, las etapas de un partido resultan relativamente fáciles de percibir desde un enfoque estratégico. Dentro de las distintas interpretaciones que cada equipo hace del juego e intenta expresar en el campo, se logran distinguir rasgos que, en general, permiten leer sus intenciones iniciales más allá de las virtudes o limitaciones para llevarlas a cabo.

Incluso desde el acotado ángulo de visión de una transmisión televisada se logra advertir la disposición táctica de los equipos en las distintas fases de un partido. Se adivinan las intenciones en la circulación de la pelota y se hace manifiesta la determinación en los repliegues o en la presión. También se distingue sin mayor esfuerzo si existe una búsqueda deliberada de velocidad o de pausa en las transiciones.

Todos estos elementos, en mayor o menor medida, rigen el comportamiento de los equipos y le otorgan cierto orden general al juego. La posibilidad de percibir los contrastes y poder individualizar, con cierta frecuencia, los detalles que perfilan el pensamiento colectivo, nos sumerge de lleno en un plano más profundo del juego sin necesidad de esforzar la mirada.

Una percepción de previsibilidad reafirma a los espectadores en su conocimiento y que facilita y evidencia el trabajo del entrenador. Los partidos suelen poder explicarse más allá de las contingencias puntuales o los devaneos del azar.

Menos metódicas son, en general, las conclusiones que derivan de la observación de un partido de fútbol argentino. No es que no existan en él todas las pretensiones que hacen a la estrategia o a la táctica sino que estas son más vagas.

Arriesgaré algunos motivos. El estado de algunos campos de juego delimita formas de expresión. La costumbre de jugar con el césped seco no ayuda a aquellos equipos que intentan ser fluidos y hace inevitable un desarrollo más lento y trabado, donde se hace más frecuente que las buenas intenciones se diluyan entre el exceso físico o el uso reiterado de alternativas menos elegantes como la aérea.

Otra razón puede ser la manera de valorar las aptitudes futbolísticas en los procesos formativos, que refleja nuestra forma de ver el fútbol. Desde las divisiones inferiores, el criterio de medida de la técnica individual apunta, por encima de otros, a la capacidad de trasladar y gambetear. Una medición basada en características individuales más que en criterios de asociación. El resultado es una visión más individualista del juego.

No estoy hablando de egoísmo, ya que el coraje y la lealtad con el grupo son elementos que definen fuertemente al futbolista argentino, sino más bien una propensión a intentar resolver los problemas por cuenta propia. Una particular y arraigada visión de heroicidad que no advierte con precisión el valor de la interpretación conjunta y que se refleja en la forma en que los argentinos entendemos el fútbol y la vida. La puesta en práctica de las ideas grupales se vislumbra, así, de manera más interrumpida y los partidos suelen fluctuar entre lo emocional y lo coyuntural. El desarrollo de las fases del juego es menos previsible. Los vaivenes anímicos o jugadas aisladas suelen explicar con frecuencia los resultados de los partidos.

Claro que no todo lo explica la idiosincrasia o los niveles de humedad del pasto: los mejores jugadores sudamericanos emigran jóvenes al fútbol europeo. Allí, cuando a esa habilidad innata estimulada en todo el periodo de crecimiento se agrega la visión, más estratégica, del fútbol europeo, los futbolistas alcanzan su madurez y aportan lo mejor de sí mismos. Curiosamente, los más destacados y requeridos, son los gambeteadores irreverentes. Aquellos que solo pudieron formarse en un ecosistema que los contuviera y alentara en su individualismo. Capacidad que difícilmente hubieran potenciado en un proceso formativo con conceptos distintos, donde primara la valoración de los elementos técnicos que hacen a la función colectiva. Estos futbolistas se transforman en elementos clave a la hora de fracturar toda la ortodoxia táctica del fútbol moderno.

Dejan a su vez, con su marcha, un espacio que la continua exportación nunca permite llenar. Al este del charco, los entrenadores viven cubriendo súbitas ausencias y rara vez disponen del tiempo necesario para delinear sólidas tareas grupales.

Raúl, el mejor en todo sin ser el mejor en algo

Por: | 10 de abril de 2011


A 

En el paréntesis de tiempo que se abre cuando un jugador recibe el balón y se cierra cuando deja de tenerlo se condensan todas sus capacidades técnicas, pero el criterio para decidir sobre la relevancia de aquello que se intenta realizar es tan importante como la destreza necesaria para ejecutarlo.



Cuando a la técnica individual y a esta aptitud para dotar de sustancia cada decisión, se suma el sentido de la ubicación en el campo para transitarlo de manera inteligente, nos encontramos ante un futbolista en pleno dominio de su oficio. De todos los compañeros con los que he compartido mi carrera ninguno ha dominado tan bien el oficio del delantero centro como Raúl.



La efectividad de Raúl se apoya en muchos atributos pero especialmente en su sencillez. Curioso don para el que se precisan innumerables requisitos. La sencillez, en un juego de dinámica fluctuante, significa nada menos que saber elegir y ejecutar con soltura aquella opción que, a posteriori, es fácil juzgar como la correcta.

Raúl es un conspirador. Cuando toda la acción parece lejana, sin chances de generar algún tipo de peligro, estudia la posición de aliados y enemigos mientras planea minuciosamente dónde y cómo situarse. Se aprovecha de las lagunas del partido para encontrar las debilidades del rival. Cuando no logra superar a su adversario por mérito propio permanece agazapado esperando cualquier error, cualquier pequeña distracción.



No hay un momento del partido en que no esté tramando una manera de llegar al gol, sin embargo, por encima de los impulsos que generalmente guían lo instintivo, nunca sustentó su efectividad en las pequeñas miserias que surgen en el área: ese frecuente arranque de egoísmo que caracteriza a muchos de los grandes artilleros.

Raúl edificó su formidable carrera goleadora con otros instrumentos: a la inteligencia táctica, la técnica y el despliegue físico les sumó un inoxidable espíritu competitivo. Fundamental para cualquier equipo por generosidad, sacrificio y sentido colectivo. Un líder silencioso que contagia desde la acción, desde la certeza de saber que, mientras dure el partido, no se rendirá jamás.



Maneja todos los registros que definen al nueve y sin ser el mejor en ninguno de ellos —nunca contó con la potencia de Drogba, la velocidad de Eto’o, la habilidad de Henry, el cabezazo de Morientes, el disparo de Vieri o Batistuta— logró superar a todos sus competidores contemporáneos europeos.



Raúl no precisó ser el mejor en algo para ser el mejor en el todo. Para ello desarrolló hasta la perfección atributos menos evidentes para los despistados, como el desmarque y el anticipo. Siempre marca con su movimiento el pase más fácil y profundo a sus asistentes. Opera de manera magistral una dificilísima simetría: acoplar ubicación y tempo. Los dos factores que hacen del anticipo ofensivo un movimiento perfecto.



Su afán competitivo lo empujó a salir de la comodidad de Madrid y probar suerte en Alemania, desafió al que se sobrepone derribando con goles las barreras culturales que también erige el fútbol. Nadie hizo tantos goles en la historia de la Champions League y aún así, en el segundo tiempo en San Siro, se le pudo ver lejos del arco, ayudando y conteniendo como volante por derecha. Atareado, no en aumentar las cifras de su récord, sino en dar a su equipo lo que el partido requería. Gestos que definen personalidades.



En el paréntesis de tiempo que se abre cuando empieza el partido y se cierra con el último silbato del árbitro, el que mejor entendió lo que hay que hacer para marcar es Raúl.

TypePad Conversations » Answer this question!

Argentina y la identidad perdida

Por: | 03 de abril de 2011

Fut 
 

Desde aquella lejana Copa América ganada en Ecuador con Basile la selección ha incursionado en buena parte del espectro conceptual que permite la permeable cultura futbolística Argentina. La etapa de Passarella, del 94 al 98, fue un periodo europeizante. La mirada estaba puesta en la Italia física, en un quinquenio dominado por el Milan y la Juventus.

Entre el 99 y el 2004, Bielsa intentó un equipo ofensivo desde la presión sobre el despliegue inicial de los rivales. Acción a la que se le destinaban la mayor parte de las energías. Un fútbol de conceptos directos y revolucionado en la cancha que nos abrió camino fácilmente en Suramérica pero se agrietó en el Mundial de 2002, cuando el sorteo nos enfrentó a los equipos que históricamente practicaron esa misma estrategia que nosotros adaptamos. El ciclo terminó con la coronación en los juegos Olímpicos de 2004.

Entre 2004 y 2006 Pékerman dirigió la selección después de ser campeón repetidas veces con la sub 20. Fue un periodo de recambio generacional en el que se intentó trasladar a los mayores el enfoque pedagógico que obtuvo excelentes resultados con los juveniles.

Después del intento fallido en el retorno de Basile por guiarnos hacia nuevas conquistas llegó la etapa de Maradona, entre 2008 y 2010, signada más por el discurso de la pasión popular que por el discurso futbolístico. Una época emocional, sustentada en el frenesí que todavía provocan las proezas históricas de Diego.

El  Checho Batista inició su camino con una declaración significativa: "queremos jugar como el Barcelona". Fuera de contexto la frase puede resultar pretenciosa, sin embargo, tomada como una expresión de deseos, como una referencia luminosa para señalar un camino, se convierte en una prometedora declaración de intenciones.

De los dos partidos amistosos que jugó Argentina, el buen primer tiempo contra los Estados Unidos iluminó algunas pautas sobre las que Batista quiere empezar a construir su propósito. Colocó a Messi, flanqueado por Lavezzi y Di Maria, como eje gravitatorio de una línea ofensiva sin centrodelantero clásico. Otro guiño al futbol de  España y del Barca. Un mediocampo maduro y con calidad para la distribución: Cambiasso, Mascherano, Banega. Y una defensa sólida con buena salida: Rojo, Burdisso, Milito, Zanetti. Un equipo que captó rápidamente la dirección señalada por su entrenador e intentó desde el comienzo cuidar la pelota e hilar para avanzar.

Argentina cuenta hoy con futbolistas sobresalientes de donde elegir para emular una línea de tres atacantes como la de los catalanes: Messi, Agüero, Tévez, Higuaín, Di María, Pastore, Lavezzi, Milito.  Sin embargo a la hora de mirar hacia atrás parece improbable encontrar, en algún lugar del mundo, mediocampistas con la versatilidad de Iniesta, Xavi o Busquets -el único mediocentro  argentino que tiene llegada regular al gol entre los utilizados en estos amistosos fue Cambiasso- o laterales como Alves y Maxwell o Adriano. Mas allá de la extraordinaria vigencia de Zanetti, no es esperanzador que, a sus 37 años, todavía no vislumbremos un claro reemplazante.

Argentina esbozó sus intenciones. El comienzo es promisorio. Ahora deberá intentar, con el tiempo, incorporar los mecanismos que hacen que un engranaje como el del Barcelona sea, además de agradable al espectador, una maquinaria funcional. Interiorizar y plasmar los conceptos que marcan la diferencia entre una exposición retórica y un discurso articulado es la parte mas difícil de este deporte.

Sin embargo, la búsqueda de referencias de Argentina puede estar mas cerca de lo que aparenta. Quizá Batista nos señala a España y al Barca para ofrecernos una imagen actual que sea entendida por todos aquí y ahora, libre del borroso juicio del paso del tiempo y sus etiquetas. Pero no podemos olvidar que El Checho era uno de los armadores de la selección del 86. Un equipo equilibrado en despliegue, creación y variantes. Con referentes de gran temperamento e inteligencia como Ruggeri, Giusti, Valdano, Burruchaga y el mismo Batista, practicó un fútbol integral al que se le añadía la varita mágica de Maradona.

Esta Selección tiene lo mas difícil de conseguir: Messi es su Maradona. Quizá pueda juntar el resto de las piezas para encontrarse en el reflejo del Barcelona o, mejor aun, reencontrar una identidad propia.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal