El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

Archivo

febrero 2012

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
    1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24 25 26
27 28 29        

Salud, campeón

Por: | 27 de julio de 2011


Mesurado, ordenado, solidario y habiendo gestionado bien las fuerzas a lo largo del torneo, Uruguay llegó a la final dispuesto a imponer sus condiciones y el peso de la historia.

Empujó intensamente en el comienzo. Desde el primer minuto aplastó las líneas paraguayas con la convicción de quien conoce bien no solo cómo aplicar su sistema sino también el manejo de los tiempos para poder imponerlo.

Con ese empuje y con la guapeza y la destreza de Suárez, que fue un embudo para las largas salidas celestes, Uruguay consiguió media docena de pelotas paradas a favor cuando el partido recién empezaba a desatarse. Con la afilada pegada de Forlán y la capacidad aérea habitual en el equipo, el central Lugano se afincó durante un par de minutos de delantero centro.

El mismo Lugano pudo inclinar la final en el minuto tres, cuando Ortigoza salvó en la línea y con la mano un rebote de su primer cabezazo. No debió pasar mucho tiempo para que Suárez, el mejor jugador del torneo, recortase en el aire una pelota al área para desairar su marca y soltar la zurda al gol.

Si antes del partido Uruguay se presumía superior, después del primer gol Paraguay claudicó. No lo hizo por falta de carácter o de interés, sino por carencia de energía y de recursos. Paraguay, que no llegó a la final en las mejores condiciones físicas, es un equipo serio y firme, pero no estaba preparado para atacar y menos aún para hacerlo con futbolistas fatigados y elaborando a través del control de la pelota. No había ganado ni un partido el equipo guaraní en esta Copa y se encontraba con una cuesta demasiado inclinada: el deber de llegar al gol manejando el balón contra un equipo sin fisuras tácticas a la hora de esperar y perfectamente preparado para el contragolpe. Como encarar el Mont Ventoux en un triciclo.

En el minuto 42 Arévalo Ríos presionó la incierta salida de Ortigoza y cedió a Forlán el segundo gol y el final de la Copa. Sobró el segundo tiempo para un conjunto con este oficio y un entrenador con esta experiencia contra un rival despojado de sus mejores armas. Ni siquiera permitió Tabárez que sus futbolistas se tentaran con la comodidad y retrocedieran demasiado: Cavani por Pereira en el minuto 65. Y el problema paraguayo ya no era solo no poder llegar sino también no ceder más goles.

El tercer tanto, en el minuto 90, fue un resumen no solo del partido sino también del funcionamiento de Uruguay, que plasma su idea de una forma tan voluntariosa y aparentemente sencilla que logró superar, como si hubiese sido una tarea fácil, las expectativas creadas con su última actuación mundialista.

Cerrado el telón de la Copa surgen algunas reflexiones. No es casual que tres de los cuatro equipos que llegaron a las semifinales mantengan los mismos entrenadores desde hace varios años. Farías (2008), Martino (2007) y Tabárez (2006). Tampoco lo es que estos equipos, con procesos maduros y sin determinadas obligaciones de estilo como las que se autoimponen Brasil y Argentina, se hayan mostrado más firmes y amalgamados.

Respeto por los procesos y por las personas, ideas claras, tiempo y trabajo inteligente son factores fundamentales para poder lograr solidez y orden. Talento individual y compromiso colectivo son el plus mágico pero indispensable para formar un equipo ganador.

Felicitaciones al querido Uruguay por esta merecida victoria.

Acostumbrados al adiós

Por: | 18 de julio de 2011

El futbolista argentino Carlos Tévez

Quizá el único consuelo que nos queda, tras la eliminación de Argentina de la Copa América en los penales está en conocer las dificultades y el tiempo que requiere organizar e imponer un sistema de juego ofensivo donde el dominio se genere a través de la posesión de la pelota. Más aún para un equipo en formación y con entrenador nuevo. Pero la sensación final fue que, durante el torneo, el tiempo se le fue echando encima a la selección sin que se percatara. Con poco poder de reacción ante los distintos problemas que evidenciaba la competencia.
Si bien los equipos se estructuran con el transcurso de la competición, y es allí donde muestran sus virtudes y defectos, este no es el único sitio donde ver determinados síntomas y preparar posibles soluciones. Entrenamientos y partidos amistosos deben ayudar a ganar tiempo.

Argentina tardó 180 minutos y sendos empates, por ejemplo, en corregir algunas incompatibilidades de base. No es suficiente una posesión prolija sin velocidad en la circulación o sin profundidad en el juego. No es suficiente tener a Messi si no se lo apoya y se le generan los espacios necesarios. En el tercer partido, con la obligación de ganar frente a Costa Rica, llegaron los cambios y surtieron el efecto deseado. Higuaín preocupó a los centrales rivales y alargó la cancha. Di María percutió por banda. Gago le dio ritmo a la circulación y apoyos a Messi y este último asumió total libertad de movimiento. Argentina ganó y jugó bien, pero el triunfo se puso en duda por la entidad del rival, que presentó una selección juvenil apenas reforzada.

Ya en cuartos de final y contra Uruguay, un equipo sólido y organizado desde hace tiempo y que desarrolla un futbol serio, austero y más fácil de asimilar para futbolistas que no se ven las caras todos los días, Argentina debía reafirmar las buenas sensaciones dejadas contra Costa Rica. El partido no pudo empezar peor. No solo por el gol tempranero sino también por la impotencia de que llegara por el sitio más predecible: una pelota parada lanzada por Forlán y una antigua jugada preparada.

Reaccionó rápido Argentina. Igualó el partido con una genialidad de Messi que colocó un centro milimétrico en la cabeza de Higuaín. Luego empezó a imponerse en el juego aprovechando la capacidad de Gago para mover el balón, la movilidad de Di María y el talento de Agüero y del propio Messi. A los 38 minutos, con la expulsión de Pérez, el camino a las semifinales parecía allanarse para la albiceleste.

Sin embargo, reaparecieron los mismos problemas a la hora de profundizar. La única ventaja que se tiene en fútbol es aquella que se plasma en el marcador y Argentina no supo aprovechar los 50 minutos que jugo 11 contra 10. A los laterales sin características ofensivas se sumaban las dificultades de Zanetti y Agüero, con el perfil cambiado. Cuando Messi dejaba la banda el equipo quedaba sin profundidad por la derecha y no conseguía, así, tomar posiciones por el centro y cercanas al área. Messi es un fuera de serie pero todavía no se ha visto el futbolista que pueda tirar el centro y luego ir a rematarlo.

Ni Agüero pasó nunca a la derecha ni Di María intentó abrirse totalmente a la izquierda. Opciones que se antojaban viables para romper por los costados y liberar a Messi frente al arco, aprovechando el hombre de más.

Cuando los cambios llegaron, ya entrada la recta final, las intenciones eran otras: con Pastore por Di María y Tévez por Agüero la selección alambró sus bandas y centralizó aun más su juego. No supo Argentina imponer las condiciones tácticas ni la mentalidad necesaria para aprovechar su oportunidad. Con la expulsión de Mascherano sobre el final del partido, Batista debió encarar la prolongación asumiendo los riesgos de sus decisiones: jugar 30 minutos con una posesión centralizada contra un equipo contragolpeador.

En la prórroga Tabárez mostró su manejo de los tiempos. Reservó dos cambios para cerrar el partido: Gargano y Eguren por Arévalo Ríos y Pereyra, agotados.

Y Argentina se entregó a la lotería.

Argentina y las cenizas

Por: | 11 de julio de 2011

Messi Argentina sigue cubierta de ceniza. Se mezclan en el aire invernal las emisiones del volcán Puyehue con la profunda tristeza que nos dejo instalada entre sus aficionados el descenso de River y la decepción general por las pobres actuaciones del equipo nacional en los dos primeros partidos de la Copa América.
La hinchada argentina, quizá sin darse cuenta, fue construyendo un paisaje ideal en los meses previos a esta competición. A su histórico favoritismo y su condición de local agregó la certeza de contar con Messi, el mejor futbolista del mundo. A esto le sumo la declaración del seleccionador: “Queremos jugar como el Barcelona”. La receta perfecta para generar una expectativa desproporcionada en un equipo que se está armando.

En el partido contra Bolivia, en su intención de construir tocando, la selección adoleció de falta de velocidad en la circulación. Los laterales tuvieron escasa proyección en ataque y la falta de rotación posicional disminuyó las posibilidades de profundizar. Messi, sin interlocutor, quedó aislado y marginado de su zona de influencia.

Si bien contra Colombia el equipo mejoró en la velocidad del toque, volvió a fallar a la hora de profundizar. La idea de mantener dos delanteros abiertos en las bandas, con la intención de facilitar el trabajo de posesión durante el ataque, pierde eficacia si no se consigue, además, ser incisivo. Las posiciones fijas de los delanteros, que cuando reciben el balón se obligan constantemente a duelos personales, y la línea de tres volantes defensivos con características semejantes, produjeron nuevamente una circulación demasiado previsible. De esta forma, aumentan las opciones de éxito de planteamientos como el de Colombia que, con mucho oficio a la hora de esperar para luego presionar y contragolpear, tuvo el partido a tiro en varias oportunidades.

Messi, que es exactamente la misma combinación de átomos que vemos en Barcelona, sufre la adaptación al sistema, al entorno futbolístico y a la impaciencia de un público con tendencia paternalista, al que le gusta refugiarse en la figura de un líder salvador y suele olvidar que el futbol es un trabajo de equipo. Aquí Messi se encuentra rodeado de jugadores con características distintas a las de sus compañeros del Barça y con un sistema que aun no fluye. Sin volantes con la precisión en el
pase largo o la movilidad ofensiva y la capacidad asociativa de Xavi o Iniesta y con la compañía de delanteros mas encaradores, como Tévez y Lavezzi, que dialogantes. La Pulga intenta sobrevivir a esa escasez de espacios y de apoyos acercándose al centro del campo. Demasiado lejos de su territorio.

Contra Costa Rica, Argentina deberá encontrar alternativas para liberar a Messi y acercarlo al arco. Lo logrará en la medida que le aleje la defensa enemiga y le arrime un socio o, en caso de que no lo logre, le otorgue libertad total para rotar y caer por las bandas. La entrada de Higuaín, como delantero centro, para fijar a los centrales rivales dificultando el achique defensivo y alargando el campo rival es una posibilidad. Otra sería la presencia de un volante con mayor capacidad de lanzamiento que pueda agilizar el tránsito de la pelota y dar opciones de profundidad, como lo consiguió Gago, de forma intermitente, cuando entró en la segunda parte contra Colombia.

Cuenta también Batista con Di María, capaz de aportar penetración llegando por cualquiera de las bandas sin ocupar prematuramente los espacios, y con Pastore, otro volante talentoso que puede secundar a Messi en el enlace y romper la monotonía de la línea de tres medios defensivos que vimos hasta ahora en la formación inicial.

A la selección le sobran opciones individuales para resolver sus dudas y todavía depende de sí misma para alcanzar con éxito el final de la competencia. El próximo partido tiene múltiples objetivos. Mas allá de ganar, que es imperativo, Argentina deberá lograr un equilibrio ofensivo más colectivo, que no dependa solo de arrestos individuales. Será preciso, además, empezar a delinear una forma de jugar que renueve las expectativas del grupo y de la gente de cara a la siguiente fase, donde comienza la verdadera Copa.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal