El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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La cuadratura del círculo

Por: | 27 de noviembre de 2011

Fut


Si uno no hubiera visto el derbi y solo se fijara en el resultado (4-1), podría justificarlo incluso sin tener en cuenta esa montaña de 12 años sin victorias que pesa en las espaldas rojiblancas. Bastaría con hacer foco en la diferencia emocional del presente de cada cual para entender una distancia de tres goles entre este Atlético zigzagueante y este Madrid cinético. Pero lo que sucedió en el Bernabéu fue diferente.

Un Atlético decidido, con ímpetu y bien organizado, encaró el partido con las ideas claras: agresividad, dinámica y salida orientada. Se dedicó a cerrar espacios, esforzando a su principal creativo para entorpecer las circulaciones de Alonso, y a canalizar las salidas evitando el embudo central. Con el balón en su poder, el Atlético soltaba a Diego y este lanzaba a Turan, a Salvio o a Adrián, que cumplieron con obediencia la misión de explotar los costados y evitar pérdidas peligrosas por el centro, allí donde el Madrid se luce y dibuja sus mejores contragolpes.

Con dominio parcial del partido, un buen plan, actitud y el bonito gol de Adrián, todo era demasiado perfecto para el Atlético en los primeros 20 minutos. La fatalidad rojiblanca llegó en el minuto 22 con el penalti y la expulsión de Courtois. El mano a mano sigue siendo una pesadilla para algunos porteros, que, sin importar la cantidad de tiempo que lleva modificado el reglamento, tienden a cometer instintivamente el mismo error. Un penalti y una tarjeta roja son, salvo circunstancias especiales, un castigo más grande que un gol en contra.

Manzano eligió sentar a Diego para mantener el orden y poner a alguien bajo los palos. La expulsión y el empate de Cristiano no doblegaron la moral atlética, pero el partido ya no pudo ser igual. Los de Manzano debían cometer cada vez más faltas para cubrir los mismos espacios con un hombre menos y el Madrid, muy seguro de sí mismo y de su capacidad de resolución, se daba el lujo de no tener que pensar en forma creativa. Mourinho no necesitó hacer cambios ni implementar soluciones tácticas para aprovechar mejor la superioridad numérica.

Sin variantes, tras el descanso marcó Di María después del enésimo desborde de Cristiano. El Madrid mantuvo el dibujo, los nombres y el esquema hasta la entrada de Higuaín, que, a los pocos minutos de ingresar, luchó por una pelota donde otros no lo harían y forzó el error de Godín para marcar el tercero. El cuarto, de Cristiano, clavó una diferencia de tres goles que, esta vez, no fue anímica. El Atlético plantó cara y batalló con orgullo hasta donde pudo hacerlo.

El Madrid, constante en sus muchas virtudes e impiadoso con los errores ajenos, exprimió al máximo una semana favorable en el calendario que, a la larga, puede resultar crucial. El partido con el Dinamo de Zagreb en casa le permitió cuidar fuerzas desde el miércoles para el derbi del sábado. Mientras tanto, el Barça, que jugó un día después, derrochaba toda su energía para batir al Milan en San Siro y continuaba su periplo hasta Madrid para enfrentarse al Getafe.

Sabedor de las dificultades que le esperaban tras el esfuerzo físico y mental del viaje a Italia, Guardiola advirtió a su tropa y los aficionados. De nada sirvió: el Barça controló la pelota y las acciones, pero, ausente Iniesta y fatigado Messi, adoleció de falta de penetración. Un problema para el estilo del Barca cuando los encargados de desequilibrar bajan un punto la intensidad.

Pase lo que pase estos días, el Madrid llegará con ventaja al clásico en el Bernabéu. Esta vez no será el cazador, sino la presa, otra ventaja para un equipo que no muestra problemas para ser profundo a la hora de atacar, pero que se siente especialmente poderoso esperando el error ajeno.

La Liga es muy larga todavía y, aunque en noviembre no se den trofeos, hoy se perciben en el Barça síntomas de fatiga allí donde el Madrid se reafirma. Un Madrid con hambre de gloria, que no mira el menú y, por ahora, devora cualquier cosa que le pongan delante.

Enemigos íntimos

Por: | 20 de noviembre de 2011

El futbolista ve en el periodista a un extranjero. Un intruso con camisa y zapatos limpios que pretende pisar con su librito de teoría bajo el brazo su lodoso territorio de la práctica. Un charlatán sospechoso que, solo por hablar, puede influir sobre su futuro. Ve a alguien que juzga sin hacer, que no corre, no suda, no siente cansancio o dolor, no escucha los silbidos del público ni los saludos afectuosos a su puta madre pero que, concluido el partido, con una tacita de té de tilo a mano y el aire acondicionado encendido, dice todo aquello que debió haberse hecho y no se hizo y todo aquello que se debería hacer para corregirlo.
Para el periodista deportivo, en cambio, el jugador es otro objeto de estudio. Un tipo con una habilidad puntual. Un poco consentido y caprichoso, sensible a los pequeños cambios de rutina. Ve un ser que lleva una existencia monótona en su sencillo mundo verde, rectangular y perfecto. Lo mira, quizá, hasta con condescendencia; sabedor de una verdad que el futbolista, en el trajín de su rutina, ignora: que el fútbol se termina y la vida sigue, sin autógrafos ni flashes.
El análisis de un partido de fútbol es siempre incompleto y discutible. No puede ser de otra manera, ya que, por mucha capacidad de observación que tenga, el periodista no puede conocer todos los detalles. No ayuda a complementar la opinión especializada el hermetismo actual, donde la entrada a los entrenamientos se cierra y el acceso al futbolista es menor. Esto, que parece un contrasentido en un mundo híper conectado, no solo se debe a una supuesta paranoia de los entrenadores o a intentos por evitar que se filtre información que le pueda ser útil al rival. También es una forma de aislar a los jugadores de cualquier distracción y de la presión y el desgaste de atender constantemente a la prensa. Sobre todo en equipos grandes, donde a diario se amontona una gran cantidad de medios y periodistas, no todos especializados.
Cuanto mayor información tenga un buen periodista, menos subjetivo debería resultar su análisis. Al limitar la información, de manera justificada o no, los entrenadores se convierten involuntariamente en promotores de especulaciones. Sin pretenderlo generan mayor subjetividad, aunque nada justifica el periodismo creativo, en el que se inventa algo que no sucedió solo para rellenar un espacio.
El abismo que se abre entre el futbolista y el periodista no se debe solo al recelo tangible entre aquel que realiza una tarea y aquel que la juzga. Hay también cierta falta de empatía. No parece importar que el fútbol produzca un material que los medios chupan y potencian para armar un producto cada vez más grande, que realimenta a los propios protagonistas. Esta es una simbiosis que no evita los recelos. Una parte de la prensa, que no se dedica al estudio y la crítica sino al exabrupto fácil y sin fundamento es culpable, en parte, de la visión prejuiciosa que muchos deportistas se han forjado del periodismo deportivo en general. También aquellos sospechosos de favoritismos. Subir o bajar el pulgar a un futbolista solo afecta al interesado y no hay, como en otras ramas del periodismo, una exigencia social de compromiso con la realidad. Al fin y al cabo solo se trata de fútbol.
Sin embargo, muchos buenos periodistas no solo sufren injustamente este prejuicio, sino que deben convivir con otros. No importa cuan respetuoso o justo sea un comentario, al igual que el árbitro, el periodista siempre puede ser acusado de no ser objetivo, de responder a intereses editoriales e incluso de ser hincha de un.
En un mundo donde las identidades se definen por el apego emocional a unos colores, la búsqueda de la objetividad no garantiza seguidores. Al contrario, a muchos aficionados y protagonistas les disgusta la realidad, prefieren mantener intacta su propia fantasía y consideran un conspirador a aquel que no diga lo que quieren escuchar. Escribir aquí, no con las habilidades de un periodista sino con las armas romas de un exfutbolista, me ha enseñado una lección importante: que diga lo que diga, uno queda totalmente expuesto, desnudo en su literalidad y que no solo las posibles carencias propias, a la hora de expresar una opinión, pueden generar confusiones. Es igual de importante saber leer. Aceptar y entender el tono, el enfoque, el criterio y ¿por qué no? los deseos de quien escribe. Leer lo que hay y no rellenar con prejuicios las páginas de otros.
Jugadores y periodistas deportivos, enemigos íntimos que, tal como los conocemos, no podrían existir los unos sin los otros.

¿Oíd el ruido de rotas cadenas?

Por: | 14 de noviembre de 2011

Argentina transitó por el partido del viernes [contra Bolivia (1-1)] como si fuera el reflejo de su gente en el estadio. Una tarde callada con más huecos que ilusiones.

La selección albiceleste encaró con buenas intenciones el previsible panorama. Ante un rival nada preocupado por la posesión del balón y muy aplicado en la marca, salió dispuesta a dar velocidad a la pelota y profundidad a las acciones. Elementos que se hicieron evidentes en los pases verticales a los volantes ofensivos y en la búsqueda rápida de los delanteros.

Higuaín se encargó de ampliar su zona de influencia y empujar a la defensa para luego dejarse caer repetidamente detrás del lateral izquierdo, Gago gestionó la circulación apuntalado por Mascherano y Messi buscó sus espacios secundado por Pastore. Las proyecciones más claras llegaban por la decisión de Clemente Rodríguez en la izquierda. A pesar de la lamentada ausencia de Agüero, a quien más extrañó el equipo fue a Di María. Son cada vez más escasos los futbolistas capaces de recorrer la banda con ese despliegue y conservar a la vez la capacidad de romper por los costados. Parecía el principio de una tarde apacible cuando, tras una aceleración en el minuto 20, Messi soltó el pase para Higuaín un segundo antes de que lo derribaran. El Pipita definió junto al palo, pero el árbitro aplicó perfectamente la ley de la desventaja. Insólitamente, anuló el gol y señaló la falta anterior sobre La Pulga.

Después de un tiro de Messi que atrapó Arias, un penalti reclamado por Higuaín y un zurdazo al palo de Pastore, el primer tiempo se esfumó. Con él se fue también la mejor versión de Argentina y algunas de sus buenas intenciones. En la segunda parte marcó Martins para Bolivia y empató rápidamente Lavezzi en su primera aparición. A partir de ahí, el público ya solo tuvo fuerza para silbar a Demichelis por su fallo en el gol visitante y se resignó a observar, con menos pasión que indiferencia, los voluntariosos pero espesos intentos de Messi y compañía. Argentina mereció ganar a pesar de su partido viscoso. Cargada con incertidumbre, deberá afrontar mañana sus dudas, el calor, la humedad y a Colombia en Barranquilla.

La adaptación al nuevo sistema de Alejandro Sabella, el acoplamiento a otra metodología de trabajo, la falta de tiempo, la asimilación de conceptos, los cambios de esquema... Todas estas son excusas reales, pero que se repiten sin cesar cuando se cambian cuatro entrenadores en cinco años. No es extraño que nos toque vivir un Día de la Marmota futbolístico, en el que, tras cada partido, se escucha una y otra vez la misma canción como un mal sueño.

El problema de Argentina no es que un defensa se equivoque y le roben la pelota. El problema no es que los volantes defensivos de Bolivia superen, solo con buen manejo de la posición y despliegue físico, a volantes ofensivos de categoría como Pastore y Álvarez. El problema no es que Messi no consiga jugar de la misma forma que en el Barça o que llegue un momento en que se deje dominar por la impotencia. Tampoco es que falten Agüero y Di María o que los laterales no desborden. Ni siquiera es un problema no poder doblegar a Bolivia en Buenos Aires tras caer por primera vez ante Venezuela. El problema de la selección es saber realmente hacia dónde quiere ir. Es entender que una idea para desarrollarse necesita tiempo, pero que, ante todo, necesita la existencia de la idea. Es permitir a un conductor que desarrolle su trabajo y, en todo caso, ser capaz de cambiar de conductor sin modificar la ruta.

El problema es cómo hacer para recuperar el respeto perdido cuando mantener el poder político se convierte en un fin en sí mismo. Un fin más importante que promover cualquier jerarquía futbolística. El problema no es solamente de entender lo que nos pasa, sino que nos interese corregirlo.

El voto de oro

Por: | 07 de noviembre de 2011

Fut


"Esto son goles, no votos"
. Esa fue la breve explicación que ofreció Cristiano Ronaldo cuando le instaron a pronunciarse sobre las diferencias entre la Bota de Oro, que recibió como máximo goleador europeo, y el Balón de Oro. Su reflexión me pareció irrefutable.

No hay nada que discutir cuando lo que medimos son cantidades. La razón numérica impera a la hora de probar quién fue más eficaz agujereando redes siempre que no tengamos en cuenta el coeficiente de cálculo que se aplica a Ligas consideradas menores, en las que por alguna razón se presupone que es más fácil marcar como si al disminuir el nivel de los defensores no lo hiciera también el de los propios compañeros.

Pero, al hacer una valoración cualitativa, todo ingresa en el terreno de lo subjetivo. La historia está llena de ejemplos sobre errores e injusticias consagradas por las mayorías o en nombre de ellas, aunque es sabido que las mayorías suelen pensar, convenientemente, que las mayorías nunca se equivocan.

Ya están definidos los 23 jugadores que optarán a llevarse el Balón de Oro en enero. Desde su creación, en 1956, el ganador fue elegido entre futbolistas europeos a través del voto de periodistas especializados. Recién en 1995 pudieron optar al premio futbolistas no europeos que jugaran en Europa. Una decisión tardía que dejó fuera del trono a un indiscutible como Maradona. A partir de 2010 se fusionó con el Premio FIFA para elegir al mejor del mundo y ya no son solo periodistas quienes definen al ganador. Se han sumado entrenadores y jugadores para garantizar una decisión más plural, no corporativista.

Pero no importa cuál sea el formato de la votación ni quiénes sean los electores. A la hora de medir una suma de cualidades, siempre hay polémica.

¿Qué se debe valorar más: el talento individual o la manera en que ese talento influye en los éxitos del equipo? ¿Influye más un gran futbolista en el juego de un gran equipo o un gran equipo en el juego de un gran futbolista? ¿Es mejor un futbolista que marcó 50 goles que no alcanzaron para lograr un título o uno que no marcó, pero es el eje del juego de un equipo campeón? ¿Cómo comparamos a Messi con Casillas? ¿Es más importante una asistencia o un achique? ¿Un pase o un quite? ¿Un goleador o un organizador? ¿Cómo medir con exactitud el nivel de influencia de cada jugador respecto al nivel de juego de su equipo? ¿Influye más Cristiano en el Madrid, Rooney en el Manchester o Xavi en el Barça?

La historia nos cuenta que, más allá de quien vote, la tendencia ha sido a valorar a los jugadores creativos y que solo un portero y tres defensores resultaron premiados. Incluso en el fútbol moderno, en el que cambió radicalmente la forma de defenderse, el foco se sigue colocando en los futbolistas capaces de emocionar con su creatividad.

El debate no cesa ni siquiera en estos tiempos en que para regocijo de los futboleros, ha aparecido una figura fulgurante como Messi. Un talento tan poco común que, como esos cometas de largo periodo orbital, a veces debemos esperar décadas para volverlo a ver.

Quizá para satisfacer a todos deberíamos pensar en un sistema de premiación más abarcativo, que emule al del cine. Unos Oscar del fútbol en los que no solo condecoremos al actor principal, sino también al de reparto. Premiar al que tiró el centro, al que arrastró la marca, al que se tiró al piso, al que devolvió la pared... Incluso podríamos crear unos premios alternativos, al estilo del Festival de Sundance, para incluir a los talentos emergentes.

Pero, en tanto exista Messi y sea capaz de mantener su nivel actual, podemos cancelar todo lo demás y, sin miedo a equivocarnos, dedicarnos a fabricar balones de oro con su nombre.

El País

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