El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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Los clásicos a campo abierto

Por: | 30 de enero de 2012

FUT


Hacía tiempo que no veíamos un clásico como el del miércoles
. Desde principios del año pasado, el Madrid se ha enfrentado a este Barcelona fabuloso utilizando diferentes acercamientos. Las variantes, desarrolladas con mayor o menor éxito, procuraban, entre otras cosas, evitar o minimizar los riesgos en la salida y la gestión del balón y comprimir los espacios rivales. Si bien esos elementos son prioridades en el Madrid actual, el equipo extremó esos conceptos en sus encuentros con el Barça después de aquellos cinco goles en el Camp Nou. Aquel partido, quizá con la excepción del enfrentamiento por la Supercopa, condicionó la estrategia blanca para los siguientes.

¿Cuál es la influencia que el desarrollo de un partido aislado puede tener en el futuro de un equipo? Según las circunstancias, el abanico de respuestas es amplio. Las circunstancias de los clásicos de hoy son especiales. Habiendo acentuado la ventaja de su posición dominante en la Liga y sacando cada año más ventaja a sus perseguidores, cada clásico de hoy desborda el resultado del propio partido. Sin vislumbrar tampoco, por ahora, otros equipos europeos a la altura de este duelo, cada partido trasciende también su frontera y se transforma en un combate por la supremacía futbolística mundial.

La histórica rivalidad se acerca a una instancia que, cada vez más, se asemeja a los deportes individuales, en los que los componentes anímicos y psicológicos juegan un papel fundamental, mucho más directo que en los deportes colectivos. Como en el tenis, como en el boxeo, como en el ajedrez, cada acierto incrementa la propia confianza y multiplica su valor porque, al mismo tiempo, inserta dudas nuevas en el otro.

A pesar de la eliminación, el Madrid del miércoles pasado disipó dudas que lo atenazaban y las volvió certezas. La más importante, probablemente, fue la de demostrarse que es capaz de competir y dominar en un clásico a campo abierto. Otra fue la de ver que no necesita renunciar a virtudes ya afianzadas en su sistema para asumir un mayor control del juego desde el balón, restando tiempo de posesión al Barça y obligándolo a esfuerzos mayores de los que acostumbra. Esta mejora quedó demostrada en la posesión final mientras sus virtudes habituales se vieron claramente en la velocidad y contundencia con que, tras sendas recuperaciones, se desarrollaron las jugadas de ambos goles.

Parte del precio que paga el Madrid con este planteamiento es el de otorgar más espacios a Messi. Esto, es sabido, puede tener un coste altísimo y las consecuencias se observaron en la jugada previa al gol de Pedro, pero se transforma en un riesgo necesario cuando a cambio se obtiene la posibilidad de disputar la iniciativa en el partido desde el balón y la posibilidad de recuperar para la causa a jugadores como Özil y Kaká, o la chance de arrastrar al Barça a su propio campo, un terreno donde no se siente cómodo defendiéndose.

El Barcelona se arrima a la Copa del Rey. El Madrid domina la Liga y es probable que el duelo se reedite en la Champions. Uno intenta mantener la supremacía de los últimos años y el otro no cesará de competir hasta relevarlo. Dos planteles extraordinarios, dos estilos distintos, una sola corona. Como Karpov y Kasparov, como Ali y Frazier, como Nadal y Federer, partidos como el del miércoles son un lujo para el fútbol español y una delicia para el espectador. ¡Que se repitan!

Los escollos de la especialización

Por: | 23 de enero de 2012

Fut


Este Madrid es una máquina especializada
y la actividad concreta en la que ha elegido centrarse es la verticalidad. Con los conocimientos tácticos arraigados en el último año y medio y una plantilla superpoblada de excelencia, la profundización de esas capacidades le alcanzan para caminar primero en la Liga y clasificarse al trote para los octavos de final de la Champions. Sin embargo, al enfrentarse al Barcelona, una máquina especializada en la posesión del balón y la elaboración, sus virtudes se diluyen, sus defectos se acentúan y se convierten en problemas serios situaciones que en otros partidos pasarían inadvertidas.

Perder la pelota no trae mayores consecuencias cuando el equipo que está enfrente, más temprano que tarde, la cede nuevamente. Contra el Barcelona, en cambio, cada pérdida del balón se paga con un maratón. Esto acarrea obvias consecuencias físicas, pero, más preocupante todavía, afecta al equipo a la hora de tomar sus decisiones.

El Madrid está acostumbrado a recuperar el balón y atacar con continuidad, pero contra el Barcelona esas recuperaciones se espacian y así, cuando las logra, se acelera, se deja llevar por la ansiedad y se obsesiona por marcar los goles antes de que empiecen las jugadas. No ayudan, en este punto, su afición por el vértigo y su recelo por la elaboración.

Apresurado por exprimir sus entrenados atributos, al equipo le cuesta aceptar que no todas las recuperaciones generan posiciones de contragolpe. Sucede, por ejemplo, cuando intenta explotar, con decisiones apuradas, espacios que no existen. O cuando la transición es tan veloz que se transforma en una cabalgata individual, sin posibilidad de encontrar apoyos.

Otras veces, cuando se percata de que en determinadas jugadas no tiene sentido la verticalización inmediata, se detiene. Ahí genera su propio desconcierto: pasa de ser un equipo expeditivo y seguro de sí mismo, capaz de tejer los mejores contragolpes del planeta, a ser uno tímido, aprensivo, que se muestra impotente a la hora de encontrar recursos para gestionar aquellos balones que no tienen oportunidad de volar directamente al área contraria.

En el último clásico, los síntomas se agudizaron. El Madrid, que, dentro de su especialización, ya probó distintas fórmulas, eligió encerrarse en su campo e iniciar la presión ligeramente por delante de la mitad de la cancha. En los primeros compases, el esquema parecía una copia exacta de la final de Copa de 2011 con Cristiano Ronaldo en el sitio de Di María y Pepe (desplazado Xabi Alonso a la derecha) en el centro de la línea de volantes. Las similitudes solo se reflejaron en el esquema inicial y en la posesión final del balón: 29% / 71%.

Pero para lograr equiparar, desde la presión y el posterior aprovechamiento de los espacios, toda la sustancia que genera este Barcelona a través de su descomunal volumen de juego hace falta un nivel de concentración y de agresividad extraordinarios. El Madrid, supermotivado, lo logró en aquellos 45 minutos iniciales de la final de Copa y, de todas maneras, sufrió ese inmenso desgaste en la segunda parte. El miércoles tampoco le preocupó discutir la posesión. Sirvan como síntoma el saque de inicio de la segunda parte, cuando el balón le duró cuatro segundos, o la cantidad de pelotas que Casillas, utilizado de apoyo, devolvió directamente al rival.

Pero, esta vez, el equipo tampoco logró la misma intensidad ni concentración que en la final de la Copa y eso se reflejó en los goles. En el primero, Pepe ocupó su zona como si su sola presencia bastara, sin mirar el movimiento de un posible cabeceador. En el segundo, la distracción es colectiva: tras un saque lateral, Altintop, Pepe y Cristiano, hipnotizados con el balón, basculan y se olvidan completamente de Abidal, que, en vez de regresar a su posición, decidió quedarse allí al ver el sorprendente espacio que le regalaban.

A este Madrid, tan especializado, no le haría daño ampliar su mirada y encarar el juego con una visión más general e integradora. Hacer eso sin quitar el foco de sus otras virtudes no es tarea sencilla. Restar al Barcelona tiempo de posesión no cediendo el balón cuando no hay posibilidades de verticalizar puede ser un comienzo. Quizá así el próximo miércoles no veamos a un Madrid hipocondriaco.

El origen

Por: | 16 de enero de 2012

Fut


La semana pasada, después de la entrega del Balón de Oro, leía las crónicas en Internet cuando, inesperadamente, me encontré con un foro de fans; cientos de comentarios se sucedían sin formar un diálogo. Uno de ellos, que discutía sobre la insuficiencia de los adjetivos, traía este enlace: https://mimesis/24.6.87/tempus.est.quaedam.pars.aeterniatem/#!/. Al abrirlo, después de unas imágenes, apareció un escrito. Lo reproduzco textualmente.

—¿No cree que el fútbol se ha vuelto más previsible, más estructurado? Temo que, en el futuro, defraude las expectativas..., que la gente deserte por el tedio.

—Entiendo tu desasosiego, solo hay una cosa más desalentadora que el aburrimiento: la anticipación del aburrimiento.

—Quizá los responsables sean los entrenadores... Siempre especulando. Han perfeccionado tanto el método para repeler ataques que algún día los resultados se van a saber antes de que comiencen los partidos.

—¡Ah, sí! Los expertos en la mecanización. Conozco algunos, están empeñados en evitar lo inevitable. Repiten, porque creen que la repetición los hace libres, que de esa forma escapan de los designios del azar. Ignoran que la razón por la que existe este juego fue la de introducir, simbólicamente, la arbitrariedad. Para que se apasionen, que rían y lloren, que aviven esperanzas y sufran desilusiones, que recorran todas las emociones humanas y que, a la vez, les sirva de espejo.

—Pero si los entrenadores siguen avanzando, si todo el tiempo se repiten y perfeccionan los mismos mecanismos y un día logran desentrañar los valores absolutos de todas las variables, regirá el orden. Nos quedaríamos sin esa parábola, tendríamos que inventar otra.

—Eso no sucederá nunca. Siempre habrá victorias del más débil, derrotas del más fuerte e injustos empates sobre la hora. Siempre habrá goles imposibles, mágicos e inmerecidos y otros, justos y válidos, serán anulados. Recuerda que el pestañeo de un juez de línea en Corea puede desatar un huracán en España.

—Sí... pero... mientras tanto, caminan convencidos en su cruzada contra lo indeterminado, resueltos en poner orden a la incertidumbre. De lograrlo, alguien podría comparar la precisa organización de los sistemas con el movimiento perfecto de los astros. Se podría preguntar: “Si un entrenador es capaz de conocer todas las leyes naturales que gobiernan un 4-4-2 sería capaz de prever todas las eventualidades... ¿Cómo afirmar luego que una inteligencia divina rige un orden superior en el universo?”. Su existencia sería superflua.

—Quizá tengas razón, pero no por todo eso que dices, quizá se necesite un cambio para que no se me aburra el personal... La introducción de un factor de desequilibrio, por ejemplo. Un elemento de distorsión que convierta a los mejores estrategas en ajedrecistas sin dama; una pieza que represente lo inasible, que sea el error de cálculo del atrevido y, a la vez, el macetazo en la cabeza del prudente. En fin, algo que vuelva a humanizarlos...

—¡Un futbolista!

—¿Otro? ¿Y qué pasó con el último que pediste? Recuerdo haberle dado el don de la gracia y la plasticidad, para que fuera único... y después, claro, esa gambeta...

—Sí, lo sé, estuviste inspirado pero acaba de delatar públicamente tu ayuda, la mano de Dios, dijo. Además, la habilidad y la plasticidad no serán suficientes... En veinte años necesitaremos algo diferente. El fútbol está cambiando demasiado y todo será cada vez más físico, más rápido.

—¿Más físico y más rápido dices...? Deja que me ponga creativo... A ver, cada vez que este jugador toque el balón el tiempo atenuará su flujo. El universo sucederá ligeramente más despacio, excepto para él, que se moverá dentro del tiempo como si este tuviera propiedades elásticas. Sus segundos serán más largos que los segundos del resto o, mejor dicho, contará con mayor tiempo dentro de un segundo que lo que dura ese mismo segundo para los demás mortales. ¡Nos divertiremos mucho! ¿Has entendido?

—Bueno, más o menos... ¿Y el nombre? ¿Cómo se llamará?

—No sé, de eso encárgate tú. Pero que nazca en Argentina, así no levanta sospechas.

Un mesías de Argentina, ok, algo se me va a ocurrir. Ya mismo me encargo.

Argentina y El Cholo

Por: | 08 de enero de 2012

  M

Resultaría complicado ver una casa terminada si cada dos o tres meses despidiéramos al arquitecto y llamásemos a otro para que derribase todo lo planificado para empezar de nuevo.

El año que recién nos deja se llevó consigo muchos proyectos futbolísticos en Argentina. Estudiantes de La Plata y Newell’s Old Boys, con cinco cambios cada uno si incluimos los interinatos, encabezaron la tabla de reemplazos. Hubo en total 50 entrenadores designados en los equipos de la Primera División y algunos de ellos lo hicieron en dos cuadros diferentes. A estos debemos sumar la salida de Sergio Batista, que fue despedido de la selección una vez finalizada la Copa América tras apenas ocho meses en el cargo.

De esta forma, no debe extrañar a nadie la coronación del último campeón. Boca Juniors fue el que más y mejor se reforzó, no vendió jugadores clave y respetó la continuidad de su entrenador tras un primer semestre dudoso. Consolidó un equipo sólido, unido y ordenado y llegó holgado a la meta. Unas bases que parecen sencillas, pero que pasaron a ser un lujo en el fútbol argentino actual y que alcanzaron a Boca para sacar 12 puntos de ventaja al segundo y terminar invicto con solo cuatro goles en contra en el semestre.

A pesar de la inestabilidad crónica, las vertiginosas cuentas de 2011 resultan optimistas si las comparamos con las de 2010, cuando hubo 60 entrenadores designados en los distintos equipos de Primera.

Las calles del fútbol argentino lucen un perpetuo cartel de en construcción, solo reemplazado eventualmente por otro que alerta sobre las demoliciones. Enemistados con la continuidad, se hace complicado para los equipos arraigar un estilo, base esencial para encontrar componentes funcionales y estéticos colectivos en el juego. Así, salvo que cuenten con valor afectivo, resulta cada vez más difícil interpretar y disfrutar el desarrollo de los partidos. Casi tan difícil como pretender discutir el estilo de un ambiente sin paredes.

Es cierto que la comparación inicial es torpe e incompleta y que a nadie se le ocurriría quitar y vender una columna o una viga de un edificio en plena construcción. En cambio, la construcción de un equipo de fútbol es un proceso vivo, en el que los elementos estructurales son también objeto de intercambio. En Argentina, exportadora, se ha acelerado cada vez más ese proceso. Los futbolistas emigran cada vez más jóvenes y en mayor número, muchos de ellos incluso sin haber jugado un solo partido en Primera, y los entrenadores afrontan la desproporcionada tarea de intentar construir una estructura que se sostenga por sí misma en un estrecho lapso de tiempo y con recursos cada vez más escasos.

Diego Simeone formó parte de esta larga lista de recambios y el sábado debutó con un empate al mando de su querido Atlético de Madrid, probablemente el club más argentino de los españoles no solo por la intensa forma en que sus hinchas viven los partidos y la extravertida manera de expresar esas pasiones, sino también por los 49 cambios de entrenador que los colchoneros realizaron desde 1987 hasta la fecha.

Compartí con Simeone partidos en la selección y lo tuve luego como entrenador en San Lorenzo, en el que pude confirmar que dirige con las mismas prioridades con las que jugaba: pasión por el fútbol, intachable compromiso y responsabilidad. Premisas que exige a sus dirigidos y que dejó claras en el Calderón desde el principio con un mensaje que lo define: “El esfuerzo no se negocia”.

Ojalá Simeone y el Atlético, arquitecto y propiedad, se otorguen el tiempo necesario para armar una estructura sólida que devuelva a los rojiblancos a pelear donde les corresponde, en la parte alta de la tabla.

El País

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