El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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Un silencio que no es salud

Por: | 12 de febrero de 2012

M

El viernes pasado, mientras veía el partido inaugural del Clausura argentino en el bar de la esquina, me llamó la atención el silencio. Primero, lo atribuí a que era el primer encuentro de la primera fecha. Luego, lo justifiqué porque todavía es época de vacaciones para muchos. Por último, pensé si ese aparente desinterés no sería una manera de medir la calidad de un torneo de fútbol. Pensé: ¿Cómo medir, de forma objetiva, cuál es el nivel del torneo argentino actual?

Para empezar, debemos intentar dejar el sentimentalismo patriótico al margen. Cuestión difícil estos días en los que el fútbol se ha convertido en algo así como el último depósito de la identidad nacional de los países. Un ejemplo de ello es el nombre del nuevo torneo Clausura: Crucero General Belgrano, en referencia al buque hundido en la guerra de las Malvinas. Cualquier homenaje es pequeño para esos soldados heroicos que, víctimas de la locura de poder de un Gobierno de facto, fueron enviados a morir en una guerra absurda. Lo que produce incomodidad es la sospecha de que esa memoria dolorosa pueda estar siendo canalizada intencionadamente para aglutinar y aflorar la idea de patria a través de las emociones latentes que habitan en el fútbol.

El Clausura puede poner el cierre a la tradición de torneos cortos que se disputan desde hace 22 años en Argentina. Torneos que por su duración y su adrenalina abrieron la posibilidad de ser campeón a más equipos, pero a la vez introdujeron cierta dosis de inestabilidad en los clubes. Esta inestabilidad se acentuó los últimos dos años cuando solo en la Primera División hubo 110 entrenadores designados. Una auténtica catarata si lo comparamos con las ocho destituciones de la temporada 2010-2011 en la Liga española o las cinco de la <i>Premier</i> en el mismo periodo.

Es evidente que la duración de los torneos no explica, por sí sola, ese ritmo de destrucción del empleo. Algo que sería difícil de digerir para cualquier Liga lo es más para un fútbol que basa buena parte de su supervivencia en las exportaciones. La balanza comercial del fútbol argentino no tiene parangón en el mundo. Ha superado incluso a Brasil, un país con el quíntuple de población, como mayor exportador de América: más de 2.200 jugadores en la última década.

Renovar recursos con la misma calidad a esa velocidad sería imposible incluso si buena parte de las utilidades obtenidas por las exportaciones se dedicaran al desarrollo de profesionales, infraestructuras y proyectos deportivos a largo plazo para las divisiones inferiores, algo que solo sucede en contados casos.

Esta transferencia de recursos, que produce un evidente deterioro en la calidad del torneo local, vuela a ligas del resto del mundo. En mayo de 2011, según un estudio publicado en el blog TicEsport, había 1.599 futbolistas argentinos militando fuera del país en equipos de diferentes divisiones de todas las confederaciones. Unos 145 equipos de fútbol completos jugando lejos de casa.

La cantidad de gente que consume fútbol local o la cantidad de goles que se marcan cada año también nos hablan de esa fuga de talento. Los goles se van y la gente los sigue. En 2010 se consumió en Argentina un 68% más de fútbol español, italiano e inglés respecto a 2009 y el año pasado las cifras aumentaron nuevamente. Datos que no extrañan cuando miramos el paulatino descenso en el promedio de goles hasta ubicarse en uno de los más pobres que se recuerdan en el último Apertura: 1,97 por partido, por debajo de las medias de Francia (2,52), Italia (2,53), España (2,62), Inglaterra (2,82) y Alemania (2,83).

Tampoco ayudan a que el público devuelva su mirada hacia el fútbol local las ausencias en la Primera División de equipos históricos y de convocatoria masiva como River Plate, Rosario Central, Gimnasia de La Plata o Huracán, que, encima, nos dejan una competición casi sin clásicos, o que otros, como San Lorenzo o Newell’s, luchen por escapar de la promoción.

Sin embargo, quizá el dato más contundente de la merma de calidad no se encuentre en todos esos números y estadísticas, sino en los bares. Históricos centros de debate futboleros que hoy, lejos del bullicio, se parecen más bien a pinturas de Edward Hopper.

Alegato por el fútbol

Por: | 06 de febrero de 2012

FUT


El fútbol permite que gente de todas las edades, de todas las razas y culturas, de todos los niveles educativos y clases sociales, se siente alrededor de su hoguera
. Para verlo solo se necesita encender la tele, caminar hasta la plaza de la esquina o entrar en algún patio de colegio. Para entenderlo solo hace falta elegir un equipo y desear que gane. Para jugarlo solo se requieren un poco de ganas y cualquier objeto que pueda desplazarse con un puntapié.

El fútbol es tan democrático que permite que todos podamos hablar de él y nunca nos cansemos de hacerlo. No digo hablar como hablamos de política, de economía, de regatas o de arte contemporáneo, esas charlas de café en las que hablamos porque el aire es gratis, pero, en el fondo, salvo que seamos expertos en ello, reconocemos que no tenemos ni idea de lo que estamos diciendo.

Lo que quiero decir es que el fútbol no discrimina: todos podemos tener razón; no hacen falta grados, postgrados, doctorados ni masters. El profesional más estudioso puede estar equivocado y el amateur menos informado tener toda la razón y salir el domingo por la tarde a celebrar su sagacidad en Twitter.

El problema del fútbol, al ser tan amplio, tan abierto y plural, es que se torna incapaz de filtrar los conflictos que se generan a su alrededor. Con tanta y tan variada convocatoria y esa poderosa atracción, no solo está condenado a vivir con la carga de nuestras pasiones, que muchas veces exceden límites que no nos atreveríamos a cruzar en nuestra vida cotidiana, sino también con nuestras miserias.

Como en un muestrario condensado de cada población, dentro del fútbol y alrededor de él convive todo lo bueno, pero, lamentablemente, también todo lo malo: desde los políticos que lo utilizan para la autopromoción o para la distracción hasta los aficionados que lo usan como escupidera para vomitar sus frustraciones pasando por los manipuladores, los patrioteros, los ladrones, los exaltados, los violentos... Lo que un pueblo es a nivel emocional, ético, moral, cultural y educativo se ve reflejado en el ámbito de su fútbol: cómo se comporta y se expresa su gente; cómo se respeta entre sí, su respeto por las reglas; cómo se desenvuelven las fuerzas del orden; cómo actúan los representantes de los clubes; cómo funcionan sus leyes y su justicia; cómo funciona su política y sus políticos; cómo retransmiten e informan los medios... En definitiva, con excepción de dos o tres lugares donde no es un deporte popular y prefieren las carreras de caracoles o el Lacrosse, la manera en la que se vive el fútbol como acontecimiento de masas en un país es un termómetro que nos orienta sobre la salud de su sociedad y de su República o Estado.

Cada vez que un acto de violencia ocurre en un estadio de fútbol escuchamos el mismo falso cliché: "La violencia en el fútbol" o "el fútbol promueve la violencia". Culpar al fútbol de promover la violencia es como culpar al fósforo de generar incendios. Son las personas las que determinan, con su grado de civismo, lo que sucede en un estadio o en la calle o en el Congreso de los Diputados.

El fútbol no hace más que abrir sus puertas. ¿Qué culpa tiene si algunos consideran que a las puertas del estadio se termina el contrato social? ¿Y si una horda manipulada elige sus campos para ajustar cuentas pendientes? ¿Qué responsabilidad tiene el fútbol sobre una sociedad disfuncional? ¿Cuál sobre una seguridad ineficiente o cómplice? ¿Cuál sobre una justicia indiferente? ¿Cuál sobre una política corrupta?

El miércoles pasado, en Port Said (Egipto), 75 personas murieron asesinadas, linchadas o aplastadas y más de 1.000 resultaron heridas en uno de los sucesos más tristes que se recuerdan en un estadio de fútbol. Fuimos testigos del comportamiento del ser humano en su estado más salvaje y primitivo, posible consecuencia de la precaria convivencia entre el odio, el rencor y la venganza de un viejo poder que no acepta su derrota y quiere borrar ese esbozo de Estado que intenta hoy Egipto, en una democracia que todavía puja por nacer.

Una vez más, el fútbol es la víctima, no el culpable.

El País

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