El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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Enemigos íntimos

Por: | 20 de noviembre de 2011

El futbolista ve en el periodista a un extranjero. Un intruso con camisa y zapatos limpios que pretende pisar con su librito de teoría bajo el brazo su lodoso territorio de la práctica. Un charlatán sospechoso que, solo por hablar, puede influir sobre su futuro. Ve a alguien que juzga sin hacer, que no corre, no suda, no siente cansancio o dolor, no escucha los silbidos del público ni los saludos afectuosos a su puta madre pero que, concluido el partido, con una tacita de té de tilo a mano y el aire acondicionado encendido, dice todo aquello que debió haberse hecho y no se hizo y todo aquello que se debería hacer para corregirlo.
Para el periodista deportivo, en cambio, el jugador es otro objeto de estudio. Un tipo con una habilidad puntual. Un poco consentido y caprichoso, sensible a los pequeños cambios de rutina. Ve un ser que lleva una existencia monótona en su sencillo mundo verde, rectangular y perfecto. Lo mira, quizá, hasta con condescendencia; sabedor de una verdad que el futbolista, en el trajín de su rutina, ignora: que el fútbol se termina y la vida sigue, sin autógrafos ni flashes.
El análisis de un partido de fútbol es siempre incompleto y discutible. No puede ser de otra manera, ya que, por mucha capacidad de observación que tenga, el periodista no puede conocer todos los detalles. No ayuda a complementar la opinión especializada el hermetismo actual, donde la entrada a los entrenamientos se cierra y el acceso al futbolista es menor. Esto, que parece un contrasentido en un mundo híper conectado, no solo se debe a una supuesta paranoia de los entrenadores o a intentos por evitar que se filtre información que le pueda ser útil al rival. También es una forma de aislar a los jugadores de cualquier distracción y de la presión y el desgaste de atender constantemente a la prensa. Sobre todo en equipos grandes, donde a diario se amontona una gran cantidad de medios y periodistas, no todos especializados.
Cuanto mayor información tenga un buen periodista, menos subjetivo debería resultar su análisis. Al limitar la información, de manera justificada o no, los entrenadores se convierten involuntariamente en promotores de especulaciones. Sin pretenderlo generan mayor subjetividad, aunque nada justifica el periodismo creativo, en el que se inventa algo que no sucedió solo para rellenar un espacio.
El abismo que se abre entre el futbolista y el periodista no se debe solo al recelo tangible entre aquel que realiza una tarea y aquel que la juzga. Hay también cierta falta de empatía. No parece importar que el fútbol produzca un material que los medios chupan y potencian para armar un producto cada vez más grande, que realimenta a los propios protagonistas. Esta es una simbiosis que no evita los recelos. Una parte de la prensa, que no se dedica al estudio y la crítica sino al exabrupto fácil y sin fundamento es culpable, en parte, de la visión prejuiciosa que muchos deportistas se han forjado del periodismo deportivo en general. También aquellos sospechosos de favoritismos. Subir o bajar el pulgar a un futbolista solo afecta al interesado y no hay, como en otras ramas del periodismo, una exigencia social de compromiso con la realidad. Al fin y al cabo solo se trata de fútbol.
Sin embargo, muchos buenos periodistas no solo sufren injustamente este prejuicio, sino que deben convivir con otros. No importa cuan respetuoso o justo sea un comentario, al igual que el árbitro, el periodista siempre puede ser acusado de no ser objetivo, de responder a intereses editoriales e incluso de ser hincha de un.
En un mundo donde las identidades se definen por el apego emocional a unos colores, la búsqueda de la objetividad no garantiza seguidores. Al contrario, a muchos aficionados y protagonistas les disgusta la realidad, prefieren mantener intacta su propia fantasía y consideran un conspirador a aquel que no diga lo que quieren escuchar. Escribir aquí, no con las habilidades de un periodista sino con las armas romas de un exfutbolista, me ha enseñado una lección importante: que diga lo que diga, uno queda totalmente expuesto, desnudo en su literalidad y que no solo las posibles carencias propias, a la hora de expresar una opinión, pueden generar confusiones. Es igual de importante saber leer. Aceptar y entender el tono, el enfoque, el criterio y ¿por qué no? los deseos de quien escribe. Leer lo que hay y no rellenar con prejuicios las páginas de otros.
Jugadores y periodistas deportivos, enemigos íntimos que, tal como los conocemos, no podrían existir los unos sin los otros.

¿Oíd el ruido de rotas cadenas?

Por: | 14 de noviembre de 2011

Argentina transitó por el partido del viernes [contra Bolivia (1-1)] como si fuera el reflejo de su gente en el estadio. Una tarde callada con más huecos que ilusiones.

La selección albiceleste encaró con buenas intenciones el previsible panorama. Ante un rival nada preocupado por la posesión del balón y muy aplicado en la marca, salió dispuesta a dar velocidad a la pelota y profundidad a las acciones. Elementos que se hicieron evidentes en los pases verticales a los volantes ofensivos y en la búsqueda rápida de los delanteros.

Higuaín se encargó de ampliar su zona de influencia y empujar a la defensa para luego dejarse caer repetidamente detrás del lateral izquierdo, Gago gestionó la circulación apuntalado por Mascherano y Messi buscó sus espacios secundado por Pastore. Las proyecciones más claras llegaban por la decisión de Clemente Rodríguez en la izquierda. A pesar de la lamentada ausencia de Agüero, a quien más extrañó el equipo fue a Di María. Son cada vez más escasos los futbolistas capaces de recorrer la banda con ese despliegue y conservar a la vez la capacidad de romper por los costados. Parecía el principio de una tarde apacible cuando, tras una aceleración en el minuto 20, Messi soltó el pase para Higuaín un segundo antes de que lo derribaran. El Pipita definió junto al palo, pero el árbitro aplicó perfectamente la ley de la desventaja. Insólitamente, anuló el gol y señaló la falta anterior sobre La Pulga.

Después de un tiro de Messi que atrapó Arias, un penalti reclamado por Higuaín y un zurdazo al palo de Pastore, el primer tiempo se esfumó. Con él se fue también la mejor versión de Argentina y algunas de sus buenas intenciones. En la segunda parte marcó Martins para Bolivia y empató rápidamente Lavezzi en su primera aparición. A partir de ahí, el público ya solo tuvo fuerza para silbar a Demichelis por su fallo en el gol visitante y se resignó a observar, con menos pasión que indiferencia, los voluntariosos pero espesos intentos de Messi y compañía. Argentina mereció ganar a pesar de su partido viscoso. Cargada con incertidumbre, deberá afrontar mañana sus dudas, el calor, la humedad y a Colombia en Barranquilla.

La adaptación al nuevo sistema de Alejandro Sabella, el acoplamiento a otra metodología de trabajo, la falta de tiempo, la asimilación de conceptos, los cambios de esquema... Todas estas son excusas reales, pero que se repiten sin cesar cuando se cambian cuatro entrenadores en cinco años. No es extraño que nos toque vivir un Día de la Marmota futbolístico, en el que, tras cada partido, se escucha una y otra vez la misma canción como un mal sueño.

El problema de Argentina no es que un defensa se equivoque y le roben la pelota. El problema no es que los volantes defensivos de Bolivia superen, solo con buen manejo de la posición y despliegue físico, a volantes ofensivos de categoría como Pastore y Álvarez. El problema no es que Messi no consiga jugar de la misma forma que en el Barça o que llegue un momento en que se deje dominar por la impotencia. Tampoco es que falten Agüero y Di María o que los laterales no desborden. Ni siquiera es un problema no poder doblegar a Bolivia en Buenos Aires tras caer por primera vez ante Venezuela. El problema de la selección es saber realmente hacia dónde quiere ir. Es entender que una idea para desarrollarse necesita tiempo, pero que, ante todo, necesita la existencia de la idea. Es permitir a un conductor que desarrolle su trabajo y, en todo caso, ser capaz de cambiar de conductor sin modificar la ruta.

El problema es cómo hacer para recuperar el respeto perdido cuando mantener el poder político se convierte en un fin en sí mismo. Un fin más importante que promover cualquier jerarquía futbolística. El problema no es solamente de entender lo que nos pasa, sino que nos interese corregirlo.

El voto de oro

Por: | 07 de noviembre de 2011

Fut


"Esto son goles, no votos"
. Esa fue la breve explicación que ofreció Cristiano Ronaldo cuando le instaron a pronunciarse sobre las diferencias entre la Bota de Oro, que recibió como máximo goleador europeo, y el Balón de Oro. Su reflexión me pareció irrefutable.

No hay nada que discutir cuando lo que medimos son cantidades. La razón numérica impera a la hora de probar quién fue más eficaz agujereando redes siempre que no tengamos en cuenta el coeficiente de cálculo que se aplica a Ligas consideradas menores, en las que por alguna razón se presupone que es más fácil marcar como si al disminuir el nivel de los defensores no lo hiciera también el de los propios compañeros.

Pero, al hacer una valoración cualitativa, todo ingresa en el terreno de lo subjetivo. La historia está llena de ejemplos sobre errores e injusticias consagradas por las mayorías o en nombre de ellas, aunque es sabido que las mayorías suelen pensar, convenientemente, que las mayorías nunca se equivocan.

Ya están definidos los 23 jugadores que optarán a llevarse el Balón de Oro en enero. Desde su creación, en 1956, el ganador fue elegido entre futbolistas europeos a través del voto de periodistas especializados. Recién en 1995 pudieron optar al premio futbolistas no europeos que jugaran en Europa. Una decisión tardía que dejó fuera del trono a un indiscutible como Maradona. A partir de 2010 se fusionó con el Premio FIFA para elegir al mejor del mundo y ya no son solo periodistas quienes definen al ganador. Se han sumado entrenadores y jugadores para garantizar una decisión más plural, no corporativista.

Pero no importa cuál sea el formato de la votación ni quiénes sean los electores. A la hora de medir una suma de cualidades, siempre hay polémica.

¿Qué se debe valorar más: el talento individual o la manera en que ese talento influye en los éxitos del equipo? ¿Influye más un gran futbolista en el juego de un gran equipo o un gran equipo en el juego de un gran futbolista? ¿Es mejor un futbolista que marcó 50 goles que no alcanzaron para lograr un título o uno que no marcó, pero es el eje del juego de un equipo campeón? ¿Cómo comparamos a Messi con Casillas? ¿Es más importante una asistencia o un achique? ¿Un pase o un quite? ¿Un goleador o un organizador? ¿Cómo medir con exactitud el nivel de influencia de cada jugador respecto al nivel de juego de su equipo? ¿Influye más Cristiano en el Madrid, Rooney en el Manchester o Xavi en el Barça?

La historia nos cuenta que, más allá de quien vote, la tendencia ha sido a valorar a los jugadores creativos y que solo un portero y tres defensores resultaron premiados. Incluso en el fútbol moderno, en el que cambió radicalmente la forma de defenderse, el foco se sigue colocando en los futbolistas capaces de emocionar con su creatividad.

El debate no cesa ni siquiera en estos tiempos en que para regocijo de los futboleros, ha aparecido una figura fulgurante como Messi. Un talento tan poco común que, como esos cometas de largo periodo orbital, a veces debemos esperar décadas para volverlo a ver.

Quizá para satisfacer a todos deberíamos pensar en un sistema de premiación más abarcativo, que emule al del cine. Unos Oscar del fútbol en los que no solo condecoremos al actor principal, sino también al de reparto. Premiar al que tiró el centro, al que arrastró la marca, al que se tiró al piso, al que devolvió la pared... Incluso podríamos crear unos premios alternativos, al estilo del Festival de Sundance, para incluir a los talentos emergentes.

Pero, en tanto exista Messi y sea capaz de mantener su nivel actual, podemos cancelar todo lo demás y, sin miedo a equivocarnos, dedicarnos a fabricar balones de oro con su nombre.

La pasión

Por: | 30 de octubre de 2011

Los argentinos somos pasionales o, al menos, esa es la forma en la que nos gusta vernos. Asociamos la pasión al ruido, a los gritos, a los gestos ampulosos. En la cancha es ese mantra futbolero del “huevo, huevo, huevo”. No nos entretenemos demasiado en tratar de entender nuestras pasiones y tendemos a medirlas de acuerdo con el nivel de exaltación exhibido. En el fútbol nos consideramos los más apasionados. Quizá porque saltamos sin parar, nos abrazamos, colgamos muchas banderas por todas partes, llenamos los estadios con cantos y papelitos de colores y necesitamos en cada partido más policías que aficionados.
No pensamos en todo esto como formas más o menos pintorescas o más o menos legales de expresarnos sino como una forma superior de sentir, que nos define como argentinos y nos diferencia del resto.
¿En qué momento nos adjudicamos el título de campeones mundiales de la pasión? ¿Cuándo decidimos que lo que definía nuestro compromiso con algo era la forma de mostrarnos y no su contenido? ¿Acaso no es apasionado un filósofo? ¿No lo era Brahms por haber nacido en la fría Hamburgo y no haberse colgado nunca de un paravalanchas? ¿No se vive con pasión un partido de fútbol en el Allianz Arena, el Calderón o el Bernabéu?
Nos resulta difícil percibir la pasión expresada de una forma más callada y profunda. En Argentina alguien que se pasa 10 años dando forma, meticulosamente, a un bonsái, difícilmente sea catalogado como un apasionado. Aquel que en el fútbol disfruta o sufre con su equipo pero es, a la vez, capaz de reconocer el talento o la valentía del rival es visto más bien como un desapasionado, un “pecho frío” o un traidor, a secas. Gente sin pasión, sin alma. Gente sin swing. Descorazonados que no entienden el mundo de los sentimientos, que “no sienten los colores” y que jamás comprenderían lo que significa ser “verdaderamente argentino”, “entender al pueblo”, “ser un hincha de verdad”, un auténtico miembro de La 12 o un borracho del tablón.
Esta tergiversada interpretación sobre las pasiones la aprovechan los violentos. Es una de las tantas razones para que las barras bravas, que son solo una expresión de un problema social más extenso y profundo, sigan camuflando su presencia en el fútbol. Son la sinrazón disfrazada de pasión. La utilizan como valor superior que todo lo explica y todo lo excusa. Dicen: “Lo hacemos por los colores”, “nos dejamos el alma”, “defendemos lo que queremos”, “lo nuestro”. Frases como cáscaras que los aíslan en un mundo sin matices, donde todo da lo mismo porque depende de cómo lo siente cada cual. Un recurso poco original para no tener que reflexionar y para desacreditar a cualquiera que lo intente. La mejor excusa de los intolerantes para justificarse a sí mismos.
Así es como algunos hinchas de San Lorenzo insultan a sus jugadores porque estos “no sienten la camiseta”. Y un jugador reacciona y hace gestos a la hinchada. Y los barrabravas saltan la seguridad en un entrenamiento, amenazan al plantel y golpean a ese jugador para explicarle bien, detalladamente, cómo se deben sentir los sentimientos. Lo golpean para instruirlo sobre la pasión. Le cuentan con los puños cómo ellos transpiran en la tribuna, llueve o truene, incondicionalmente, domingo tras domingo, la camiseta.
Y que cada día la quieren más, porque es un sentimiento que no pueden parar y olé olé olé; olé olé olé olaaá...

El Madrid se redimensiona

Por: | 23 de octubre de 2011

Bastos2

El Lyon llegó a Madrid a encerrarse en el último tercio o el último cuarto de la cancha y convertir en lateral a un centrocampista y en centrocampista a un delantero cuando no dispusiera del balón. El planteamiento, más cercano al terror que a la cautela, buscaba evitar ceder espacios a los ya famosos contragolpes blancos. Luego, esperar que en esa verticalidad se produjeran los huecos necesarios para la salida.

Desde el primer minuto se percibió que el Madrid conocía esas intenciones. Respondió al hacinamiento con 700 pases, circulación horizontal, gran movilidad y una dosis de paciencia a la que no nos tiene acostumbrados. A esto agregó la habitual atención de la defensa, muy alta, y la agresividad de Arbeloa y Marcelo a la hora de mantener cercanas las líneas y frenar cualquier intento de salida por los costados. La cadencia del Madrid con el balón dejó pasmados a los jugadores del conjunto francés, que, al igual que esos estudiantes que solo leyeron la sinopsis del libro, no supieron articular una respuesta ante un planteamiento inesperado.

Si bien la pasividad de los rivales a la hora de presionar para recuperar (no importa en qué parte del campo un equipo decida esperar, en algún sitio la presión debe comenzar) facilitó el trámite, sería una reducción pensar que el Madrid se permitió desplegar ese juego por debilidad del adversario o por su planteamiento. La táctica sugestionada del Lyon fue producto del temor por la fase más destructiva del juego blanco. Los cuatro goles y las eficaces variantes en su juego fueron méritos propios.

En Málaga un muy mejorado Kaká hizo de Özil e Higuaín volvió al equipo de entrada. El cuadro local, al revés que el Lyon, salió a presionar alto y con ímpetu, pero se perdió rápidamente en ese laberinto de variantes que fue el Madrid la última semana. En apenas 37 minutos desfondó el partido con un juego tan sólido y agresivo en la fase de recuperación del balón y tan variado y eficaz en la fase ofensiva que daba la impresión de estar mirando una edición o un resumen con jugadas de partidos diferentes. Basta con repasar los cuatro goles del sábado, que fueron un compendio de aptitudes, para darnos cuenta de la amplitud del registro que recorrió el Madrid en Málaga.

A los 10 minutos lució su versión vertical. En solo 15 segundos un anticipo de Pepe lo transformó Xabi Alonso en una pelota de ataque para que una precisa y rápida combinación entre los cuatro de arriba culminara en el primer gol.

Para el segundo combinó el juego horizontal con velocidad en corto y en largo. La pelota se movió sin pausa de derecha a izquierda utilizando todo el ancho del campo para luego volver a cruzar hasta llegar a Di María con un lanzamiento tendido de Kaká. Dos giros horizontales completos y un centro a pierna cambiada que conectó Cristiano para el mejor gol del partido.

Hambre, coordinación colectiva y talento individual se combinaron para el tercer gol. Presión altísima del Madrid que recuperó el balón tres veces en menos de 30 segundos en los tres cuartos de cancha. Demasiado para cualquiera. Más aún si tras el robo recibe y gira Cristiano en la medialuna. Más aún si Kaká cruza y le arrastra la marca para limpiarle el camino.

El cuarto gol corrobora el trabajo ofensivo a balón parado. Si contra el Lyon Cristiano atacó el primer palo y Benzema agrandó el arco con Ramos, el sábado Pepe arrastró marcas y el resto buscó el segundo palo. Cristiano, liberado, marcó por el centro.

Si las premisas en el plan de ataque no son invariables y el equipo acierta al elegir cuándo conviene la velocidad y cuándo la paciencia, el compendio de soluciones se amplía. La capacidad para entender los partidos y responder con un juego más plástico o más vertical según los momentos o las intenciones del rival o para lograr combinarlos en un mismo partido representa un salto cualitativo al alcance de pocos. El juego del equipo cobra una nueva dimensión.

La última semana, el Madrid subió un escalón y se superó a sí mismo. Reafirmó la alegría por su presente y multiplicó la ilusión por su futuro.

Soluciones ambidiestras

Por: | 17 de octubre de 2011

Cuando hablamos de lateralidad en el fútbol, solemos pensar en dos categorías bien definidas: diestros y zurdos. Si aparece un jugador al que no nos atrevemos a encasillar en uno u otro lado, enseguida le encontramos una etiqueta nueva, que no requiera mayores explicaciones y nos clarifique el pensamiento. Son ambidiestros.
Pero la realidad nunca es tan homogénea. Para cada acción que realizamos en nuestra vida cotidiana mostramos una preferencia por el uso de una u otra mano y no es siempre la misma mano para dos acciones diferentes. Podemos escribir con la mano izquierda y jugar al tenis con la derecha. O afeitarnos con una mano y lavarnos los dientes con la otra siempre que no corramos el riesgo mortal de intentar hacer ambas cosas al tiempo. Yo, por ejemplo, hace varios años que intento definir qué palos debo pedir a la hora de jugar al golf. Ante la duda, siempre me defino por un café con leche y me vuelvo a casa.
Vemos así que ser diestro o zurdo, sea con las manos o con los pies, no puede ser una categoría general, sino que se define de acuerdo con cada acción que realizamos.
Nos encontramos a veces con futbolistas que utilizan una pierna para trasladar el balón para luego rematar con cualquiera de las dos o, en su defecto, no tienen inconvenientes para moverlo con ambas piernas, pero utilizan siempre la misma para rematar.
Por lo general, el perfil preferido a la hora de cabecear es el opuesto al de la pierna más hábil para rematar, con lo cual deberíamos considerar cabeceadores zurdos a los pateadores derechos y viceversa.
Cuando hablamos de ambidiestros, normalmente nos referimos al remate. Jugadores como Cristiano Ronaldo, Forlán o Higuaín son capaces de rematar con ambas piernas con precisión y potencia. Sin embargo, solo utilizan una de las dos piernas cuando la acción se torna más fina, como en una vaselina. En cambio, el rumano Hagi, que tenía en su zurda magistral un golpeo exquisito, a veces doblaba hacia adentro y podía sorprender a todos con un toque sutil con la derecha por encima del portero.
Pero el remate es solo uno de los muchos elementos técnicos del fútbol. Algunos jugadores que utilizan ambas piernas de manera menos definida para diferentes acciones resultan aún más difíciles de encasillar.
Michael Laudrup era derecho, pero la facilidad que mostraba para recortar, centrar o asistir con elegancia y precisión con la pierna izquierda nos hacía dudar sobre su lateralidad en esas acciones. Si observamos a Andrea Pirlo, jugador del Juventus, lo veremos capaz de controlar, pisar, lanzar e incluso rematar con la pierna izquierda. Todas, funciones diferentes que también realiza con la derecha, aunque prefiere esta última para llevar el balón dominado.
Es difícil definir, en cada caso, si el perfil utilizado para cada acción o el dominio de ambos es algo innato o fruto de un aprendizaje. Xavi, que utiliza la pierna derecha para casi todo, controla con la izquierda los balones que le llegan al centro desde la derecha. No sabemos si lo hace desde siempre o si es una adecuación deliberada del perfil, lograda por repetición, por convencimiento de la importancia en la velocidad y el sentido con que debe circular el balón. Se asegura así un ángulo visual mucho mayor y, a la vez, quedar acomodado para su otra pierna en un movimiento simple. Y lo hace de forma natural, como quien extiende la mano para abrir el picaporte.
Esta ambigüedad que algunos muestran en el remate, el control o el lanzamiento la encontramos en Pedro aplicada a la conducción del balón. Cuando recibe alto en la banda y decide llegar al fondo, suele encarar al lateral rival a pierna cambiada. Desde la derecha suele trasladar el balón con la izquierda para poder fintar, ganar un paso y empujarlo con la pierna derecha hacia la línea final. Desde la izquierda es capaz de hacer exactamente lo mismo, pero al revés.
Pero quizá el ejemplo que más claramente muestre la idea de que se es derecho o zurdo con el pie no según una categoría general, sino según la acción específica a realizar, sea el de Andreas Brehme, el famoso lateral izquierdo alemán. Dueño de un potentísimo disparo con su zurda, solía rematar los tiros libres con esa pierna, pero para tirar los penales prefería la derecha. Así sucedió en el Mundial de 1990, cuando convirtió de zurda un tiro libre en la semifinal contra Inglaterra y luego marcó con la derecha el penalti de la final contra Argentina.
La próxima vez que vaya al driving range le pediré consejo.

La complejidad del goleador simple

Por: | 10 de octubre de 2011

Higuain_ejecuta_caracteristico_golpeo

Solemos pensar que nuestros hijos se nos parecen cuando encontramos en ellos características nuestras que consideramos virtudes.

El Pipa Jorge Higuaín fue un fuerte y aguerrido defensor que jugó en River, Boca y San Lorenzo en los años ochenta. Viendo los viejos vídeos del padre, un caudillo de la zaga, se hace difícil reconocer hoy a su hijo, Gonzalo, el rápido y ágil centrodelantero que disfruta el madridismo desde hace seis temporadas. Sin embargo, hay una cualidad fundamental que El Pipita heredó de su padre y en la que se basa gran parte de su éxito: su tremendo espíritu competitivo.

Gonzalo Higuaín debutó en River Plate en mayo de 2005 y en diciembre de 2006 saltó el charco. No es tarea fácil llegar al Real Madrid con 18 años y menos aún sin que haya ninguna escala intermedia que ayude a la adaptación.

Forjó su personalidad en una familia numerosa, unida y futbolera. No bajó los brazos cuando tuvo que esperar, tras los consagrados Raúl y Van Nistelrooy, por su oportunidad. Cuando la tuvo, no la desaprovechó.

Higuaín es un goleador simple, pero esta definición no debe llevarnos a la confusión. Hacer goles es lo más difícil del fútbol y hacerlo parecer simple es precisamente lo complicado. Para serlo se requieren demasiados requisitos y son muy pocos los nueves que los reúnen todos.

Con buena altura y peso y mucha potencia de piernas, le sobran condiciones físicas para el juego de ataque y es un arma letal en el contragolpe. Maneja con criterio la elección de la posición con respecto a la circulación del balón y entiende cabalmente cuándo se debe apoyar, cuándo puede girar y cuándo es el momento de alargar el campo o pedir la profundidad.

Además de estos atributos tácticos, domina a la perfección una suerte de vital importancia en su zona del campo: el desmarque. Allí donde espacio y tiempo se colapsan y se alejan los aliados, Higuaín se desenvuelve con total naturalidad. Genera sus propias extensiones. Se procura holgura cuando escasea el espacio o dibuja el camino más corto hacia el arco rival cuando su equipo recupera la pelota. Consigue resolver una ecuación difícil: alejarse de los defensas sin alejarse de la portería.

Cuando busca la profundidad, muestra claramente el callejón del pase a quien lo asiste. Si su desmarque no es utilizado por el lanzador, enseguida busca un espacio nuevo que ofrecerle. En el intento, rara vez tropieza con el fuera de juego.

No sorprende, así, verlo a menudo con oportunidades para definir, sea desde fuera del área o frente al portero, como si la defensa contraria hubiera cometido errores.

Una vez allí, Higuaín es sencillo y expeditivo. Domina con fluidez ambos perfiles. Gira sin problema hacia ambos lados. Apunta y remata con la izquierda y la derecha de forma indistinta y con ambas se permite el tiro firme o con rosca. Emplea su pie pequeño con maestría metiendo el empeine en el punto exacto, en mitad de la superficie de la pelota, para dar al disparo el efecto de precisión necesario: la parábola que baja con violencia y dirección hacia el palo largo o el tiro cruzado. En el mano a mano también emplea la gambeta y la vaselina.

No le gusta perder el tiempo. Cada vez que descarga vuela al área. Es tiempista en el anticipo y, si bien no cabecea como Morientes, la semana pasada logró superarlo en cantidad de goles en la Liga con la camiseta blanca: nada menos que 74.

La lesión discal que lo mantuvo alejado de la cancha durante varios meses y de la que se recuperó al final de la temporada pasada, lo desplazó del equipo titular y permitió a Benzema afianzarse. Pero, fiel a su estilo, lejos de rendirse, solo estaba esperando otra oportunidad.

Volvió a ser titular contra el Rayo Vallecano y marcó un gol. A este le sumo su hat-trick al Espanyol.

Con sus tres goles en el Monumental ante Chile anunció a Mourinho, a Sabella, a Benzema y a quien quiera escuchar lo que todos sabíamos: Pipita salió igualito a Pipa.

La función y la forma

Por: | 02 de octubre de 2011

El arte no posee límites precisos y es un concepto que, en su recorrido histórico, ha ido ampliando el territorio de su significado. Es habitual en el mundo del fútbol escuchar sentencias del tipo “eres un artista” o “ese gol fue una obra de arte” para expresar la belleza de tal o cual acción o las cualidades de determinado futbolista o equipo. Si bien estas son solo expresiones y no pretenden trazar una comparación entre el fútbol y las manifestaciones artísticas, la amplitud de lo que hoy entendemos, o creemos entender, por arte nos permite echar en esa bolsa casi cualquier cosa que se nos ocurra.

Pero este es un enfoque permitido desde el expansivo universo del arte. El fútbol profesional, en cambio, es un territorio acotado. El fútbol no es arte porque ser arte no es su fin ni su esencia. Tampoco lo es ser hermoso. En todo caso, esto puede ser un resultado o una de las consecuencias de otra búsqueda, más compleja y sutil. Por eso sorprende, a estas alturas del partido, encontrar aficionados y protagonistas que se empeñan en avivar el fuego de un viejo debate: ¿se juega para gustar o se juega para ganar?, ¿se debe pensar en el juego o se debe pensar en el resultado?

Cuando nos enroscamos en este tipo de preguntas, partimos de un lugar equivocado al intentar oponer conceptos que no son antagónicos. Es difícil llegar así a respuestas convincentes.

No intentaré definir aquí lo que entendemos por estética o si este es un concepto que debe o no debe incluir un propósito funcional. Un tema demasiado amplio y fuera de mi alcance que es todavía motivo de discusiones filosóficas. Lo que sí podemos asegurar es que el fútbol profesional es un juego competitivo, delimitado por un conjunto de reglas, en el que el objetivo es ganar. O, a lo sumo, no perder.

A diferencia de lo que sucede en algunas disciplinas artísticas, el fútbol no permite una búsqueda exclusivamente estética. No es posible perseguir la belleza por la belleza en sí ni mirar un partido solo desde un punto de vista estético. La exploración de soluciones es obligadamente funcional. El objetivo y la forma son, entonces, elementos inseparables a la hora de juzgar su belleza.

Lo que existe es una búsqueda de la armonía que permita a un equipo lograr sus objetivos y es esa búsqueda la que ofrece múltiples acercamientos, distintas formas de expresión, para intentar llegar al mismo sitio. Por eso carecen de sentido frases tan opuestas como “me gusta el fútbol lindo” o “yo soy <i>resultadista</i>”. Es una frivolidad dar a un partido de fútbol tratamiento de pintura flamenca. No es más que un grito redundante y vacío proclamar como filosofía el simple deseo de ganar en una actividad en la que el objetivo es ganar y todos quieren hacerlo.

Podríamos, entonces, centrar el debate en la pregunta siguiente: siendo lo importante conseguir el objetivo, que es ganar respetando el reglamento, ¿se torna irrelevante la forma de conseguirlo?
He aquí donde se produce una gran bifurcación ideológica. Por un lado estarían aquellos a los que no les interesa qué medios utiliza su equipo para intentar conseguir el objetivo. Por otro, aquellos a los cuales no les convence una victoria si se llega a ella sin cumplir con ciertos requisitos formales.
Pero esta gran división esconde, a su vez, una trampa. Dado que ningún medio garantiza de antemano la obtención del resultado, no es posible desinteresarse por las distintas formas que se pueden utilizar para intentar conseguirlo sin admitir una enorme dolencia: la falta de identidad, algo que solo puede permitirse quien no tiene preferencias ni posee características propias.

La construcción de la identidad es un trabajo arduo, sutil y que requiere tiempo. La belleza primera en el fútbol la encontramos precisamente en los equipos que poseen un estilo reconocible. Si ese estilo es más o menos aburrido, más o menos emocionante, más o menos bello, depende de otros muchos factores. Entre ellos se encuentra uno ineludiblemente subjetivo: el ojo del que mira.
Aquí se abre otra antigua e interesante discusión, que es la de las preferencias sobre los distintos estilos y los gustos de cada cual. Pero eso ya es parte de otra historia.

Revolución en la retaguardia

Por: | 19 de septiembre de 2011

Las modificaciones en el reglamento, los cambios en la preparación del futbolista y los avances tecnológicos son algunas razones por las cuales el fútbol ha ido variando a través de los años.

La aparición del fuera de juego en un formato similar al que conocemos hoy en día se introdujo en 1925 y provocó un cambio radical en la forma de interpretar este deporte. Entre las modificaciones reglamentarias de las últimas décadas, posiblemente la que mayores alteraciones trajo fue el cambio en la puntuación. Otorgar tres puntos a la victoria y solo uno al empate obligó a que se asumieran mayores riesgos defensivos. Otra fue la de no permitir a los arqueros recibir con las manos un pase con los pies de sus propios compañeros. Decisión que agilizó tremendamente el desarrollo de los partidos y modificó los sentidos de circulación, que incluyen ahora como elemento fundamental al portero.

Los cambios en la preparación también fueron determinantes. Se pasó de un desarrollo de las capacidades físicas básicas del atleta a uno de programas específicos para la preparación integral: física, técnica, táctica y mental. Cuanto más aumentó la dinámica, más se redujeron los espacios. Ante la necesidad de tener que hacer todo más rápido y en espacios más reducidos, el futbolista modificó necesariamente la técnica de ejecución.

La posibilidad de estudio del rival con la aparición de la televisión y el vídeo renovó conceptos tácticos. El balón, cada vez más liviano y rápido, obliga a una adaptación constante.

Dichas adaptaciones en las estrategias y los sistemas tácticos son el resultado de la necesidad de adecuarse continuamente a las nuevas situaciones. Estos cambios modificaron, a su vez, las funciones específicas.

Hoy en día que se redujo drásticamente la cantidad de tiempo que un jugador tiene la pelota en su poder, es difícil encontrar equipos que hagan gravitar su juego alrededor de un único organizador. Los defensores laterales han acentuado su doble función. Los extremos ya no permanecen estáticos, dedicados a recibir y encarar, sino que rotan y acumulan obligaciones defensivas. El centrodelantero clásico mira asustado la concurrencia, ante la invasión de alas, penetradores y audaces incursionistas en lo que hasta hace poco era su coto privado.

Pero posiblemente las funciones que más han debido evolucionar fueron la de los defensas centrales y la del portero. En la retaguardia hubo una verdadera revolución.

Los centrales tienen mucho más radio de acción. En la necesidad de disminuir los espacios útiles al adversario ya no basta con un defensa fuerte y cabeceador. Debe acompañar su ataque alejándose del propio arco y achicando los espacios enemigos con esmerada atención, no solo a un posible anticipo sino también a un futuro regreso. Ese mar de posibilidades que deja a sus espaldas.

Debe además saber defender regresando. Hay una gran diferencia entre defender posicionado en defensa (valga la redundancia) y hacerlo mientras se retorna hacia la mejor ubicación defensiva.

Estas distancias y variantes en los repliegues implicaron nuevas coordinaciones. Los defensas centrales deben, con ojos en la nuca, coordinar con sus laterales y el portero la forma de evitar las penetraciones rivales ante los lanzamientos profundos. Tienen que anticipar, en esa coordinación, las respuestas ofensivas del rival cuando todavía su equipo esta en posesión del balón. Esto requiere de un jugador más veloz, más atento, con un manejo preciso de tiempos y distancias que han cambiado. Estas nuevas obligaciones demandan, además, una mayor injerencia táctica.

El adelantamiento de las defensas también cambio la forma de interpretar la función del portero, que se convirtió en un actor más versátil. En fase defensiva oficia de último marcador y coordina con sus centrales y laterales todas las pelotas profundas del rival, sean estas cruzadas o frontales.

Sin embargo, el cambio radical en la vida de los porteros se produjo cuando tuvieron la obligación de utilizar los pies. Hoy, podemos afirmar que un arquero que utiliza un solo pie tiene ciertas carencias cuando hace apenas algunos años le bastaba actuar con las manos. En fase ofensiva, se ha convertido en apoyo y salida a la hora de iniciar una buena circulación, con el deber agregado de hacerlo en una zona en la que cualquier error causa el gol rival.

En la manida comparación del futbol actual con el de otras épocas se busca definir cuál es mejor o peor. Solo podemos afirmar que en la continua y natural adaptación a nuevas condiciones el futbol es, sencillamente, distinto.

Talón de Aquiles

Por: | 12 de septiembre de 2011



No vale la pena mencionar, por conocidas, las distintas ventajas con las que cuentan los clubes poderosos. Sin embargo, solo en fechas como esta, en las que algunos entrenadores vuelven a ver a sus futbolistas después de un par de semanas esperando con la tiza en la mano y la pizarra en negro, se focaliza sobre algunas de las desventajas de los equipos que aspiran a ganarlo todo.

Tal es el lugar común del cansancio que acarrean las lesiones que sufren los futbolistas que regresan de jugar partidos con sus respectivas selecciones que la condición ya tiene nombre clínico: virus FIFA.

La patología, motivo de una guerra a veces silenciosa y a veces pública entre los clubes, a cargo de los contratos, y las federaciones, que disfrutan de los jugadores, dista de ser una excusa. Es una parte del precio que deben pagar los mejores equipos por tener a los mejores futbolistas. Al cansancio arrastrado por los internacionales se agrega la dificultad en la preparación del partido. El ejercicio de imaginación de planificar sesiones de entrenamiento táctico sin muchos de los jugadores presentes. Pero incluso en estas semanas de ausencias los entrenadores de los grandes deben lidiar con un problema que otros les envidian: la gestión del exceso.

Varios son los elementos con los que realizan juegos malabares entrenadores como José Mourinho y Pep Guardiola. Dar minutos y confianza a los futbolistas con menos participación y que tampoco fueron convocados con sus selecciones. Reinsertar a los que regresan después de una lesión. Reintegrar a los fatigados internacionales sin provocar nuevas lesiones. Poner en ritmo a jugadores de prestigio que aún no han tenido buen rendimiento.

Todo esto, con un ojo puesto en el partido del fin de semana y otro en el rival siguiente, que, generalmente, espera agazapado, a escasos tres días de distancia y con otro viaje de por medio.

Después de un comienzo vertiginoso, como los habituales, el Madrid se mostró ante el Getafe un punto más lento y predecible que en los últimos partidos. Quizá sin ser intencionado, pero buscando la manera de cuidar las energías, los jugadores bajaron el ritmo cuando se encontraron en ventaja. No está habituado este Madrid a controlar el juego desde ninguna marcha por debajo de la quinta. No tiene inconveniente, eso sí, con la contundencia. Con ella resuelve con aparente facilidad problemas que para otros equipos serían insalvables.

No pasaron inadvertidas las dispersiones del Madrid para su entrenador "Si jugamos así, perderemos puntos. Tengo hasta el martes para analizar lo que ha pasado". Mourinho, precavido y analítico, se otorga unos días para revisar minuciosamente el partido, pero nos entrega la respuesta en el mismo mensaje: "Han marcado dos goles, pero podrían habernos marcado cuatro. Los hemos dejado jugar y ellos nos han estudiado bien".

En el fútbol actual, sumamente equilibrado desde lo físico y estudiado desde lo táctico, llegar a un partido con un punto de fatiga y otro de distracción contra un equipo descansado, concienciado y trabajado específicamente para enfrentarse a ese rival, puede compensar un encuentro entre fuerzas dispares.

Acostumbrados a ver al Barcelona tramitar con soltura los partidos cuando se coloca en ventaja, no sería ilógico confundir con un exceso de confianza o de suficiencia lo que simplemente es fatiga. Guardiola intentó cuidar el físico de Messi, Iniesta y Villa, a quienes reservó para la segunda parte, pero el equipo titular contaba, al igual que el del Madrid, con mayoría de futbolistas que habían viajado con sus selecciones.

No es únicamente en el desarrollo de los partidos en lo que se acumula la fatiga ni es esta solo una cuestión física. No hay manera posible de ahorrar a los mejores futbolistas las decenas de compromisos deportivos y extradeportivos, concentraciones y viajes, que deben afrontar para disputar cada año y hasta el final de los mismos un mínimo de tres competiciones locales y las diversas obligaciones con las selecciones nacionales.

Un punto de difícil equilibrio que conocen bien aquellos equipos que, sin el poder y la estructura de los grandes, han cosechado importantes logros una temporada y les toca corroborar al año siguiente las múltiples dificultades que lleva consigo dispersar la atención en tantos frentes.

El País

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