El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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Decisiones

Por: | 04 de septiembre de 2011

En el juego del ajedrez, en el que la capacidad de cálculo es un elemento vital, los mejores ajedrecistas del mundo todavía libran y ganan interesantes batallas contra las computadoras. La descomunal capacidad de cálculo de las maquinas se equilibra con la intuición, la inteligencia y la creatividad humana. No necesita Kaspárov analizar todas y cada una de las posibles jugadas legales, un proceso que le llevaría siglos, sino que descarta inmediatamente casi todas ellas y se concentra en las pocas que son importantes para aplicar allí su creatividad.

De esta misma forma tamiza un futbolista sus acciones. Los buenos jugadores no piensan en las malas jugadas. Parten de un abanico de opciones preestablecido, intuitivo o razonado, para cada situación. Hay una intención en el horizonte de cada acción y un tiempo crucial que se ahorra en cada intervención. A partir de allí, con ese conocimiento de las propias aptitudes y limitaciones y esa capacidad para seleccionar rápidamente las soluciones más prometedoras para cada situación, les resulta más sencillo ser creativos.

En cambio, el jugador que desconoce cuáles son las prioridades en cada situación del juego demora decisiones mientras transita despistado por esa inmensidad de opciones disponibles, la mayoría de las cuales son malas, débiles o intrascendentes. La creatividad aplicada a destiempo o de forma errónea en el lugar equivocado solo es un lastre en un deporte que se practica de manera profesional y en el que reina como objetivo la victoria.

En un juego de dinámica fluctuante como el futbol, en el que cada situación viene determinada por múltiples factores y cada uno de ellos eleva el nivel de incertidumbre, es elemental el proceso de selección de las respuestas en la toma de decisiones. Una parte de este se realiza de manera intuitiva. Una sucesión de deducciones inconscientes en las que intervienen los recuerdos y el reconocimiento de patrones y que supone un ahorro de tiempo y energía. Después, conscientemente, se analizan las posibilidades restantes.

Un futbolista inteligente no solo toma decisiones rápidas que, generalmente, son apropiadas y acordes a los momentos del juego y a sus propias capacidades atléticas y técnicas, sino que además sabe el porqué de cada decisión.

Si bien a veces resulta más sencillo y rápido obligar al futbolista a memorizar y mecanizar situaciones del juego o de los distintos sistemas tácticos, de esta forma el jugador nunca alcanza a comprender completamente el sentido de sus acciones. Intentar, prever y automatizar todas las posibles acciones de un partido es una tarea a la que se abocan algunos entrenadores obstinados que, invariablemente, se muestran luego sorprendidos cuando el destino se demuestra inasible.

Otorgar herramientas para facilitar el razonamiento del futbolista y que este concluya por sí mismo cuáles son las posibles alternativas ante diferentes situaciones es una labor más ardua y compleja. Un trabajo integral que incluye al futbolista y le ayuda a entender mejor el juego en general y cada sistema en particular. Un ejercicio de ida y vuelta en el que ambas partes, jugador y entrenador, pueden resultar enriquecidos.

Esta labor formativa es a veces olvidada en los equipos profesionales por dos razones opuestas. Una es dar equivocadamente por sentado que el futbolista que llega a la Primera División ha desarrollado al máximo todas sus capacidades cognitivas. La otra es subestimarlas.

El Barça, ideas e intérpretes

Por: | 28 de agosto de 2011

Mess 

Una vez más salió este grupo de futbolistas a imponer su estilo. En esta ocasión, en la Supercopa europea, en el resbaladizo césped monegasco. Con intensidad, pero con soltura; concentrado, pero liviano. No dando por sentado nada de lo conseguido, pero, al tiempo, consciente de su superioridad. El Barcelona llega a estas citas sin regodearse en el tesoro acumulado. Consciente de lo que, de nuevo, se juega.

Un equipo que ha encontrado a los mejores intérpretes para aplicar sus ideas, pero que antes ha tenido la precaución de tener ideas a las que buscar intérpretes... Este Barça es una equilibrada conjunción entre la libertad individual y el compromiso táctico colectivo. Cada jugada es una declaración en la que se lee la fe de los futbolistas en lo que hacen. Ejecutan con plena confianza los mecanismos y las variaciones que al ya largamente arraigado estilo ha ido agregando Pep Guardiola para enriquecerlo.

Las salidas cortas en el comienzo de las jugadas, incluso ante la presión adversaria, son quizás el ejemplo más contundente de confianza en las propias condiciones. La inserción de Xavi entre los centrales, que se abren como un resorte a orillas del área grande, coloca a los laterales en posiciones ofensivas cuando Valdés todavía tiene la pelota en los pies. Los movimientos horizontales en la posesión, a través del juego corto y medio, se estructuran con triangulaciones verticales que depositan el balón en la otra banda utilizando recorridos que dificultan la presión rival y facilitan la disposición para profundizar. Cuando la pelota supera el mediocampo y los triángulos encuentran a Xavi o Iniesta como vértices bajos, Villa y Pedro, con un ojo en el pie del lanzador y otro en la última línea enemiga, coquetean con el fuera de juego y piden la profundidad. Doble amenaza que, además, desprende a Messi de los centrales y le permite enlazar con holgura.

A los 35 minutos el Barcelona ya tenía el 70 % de la posesión y cuadruplicaba al Oporto en la cantidad de pases. No solo el Barca tiene incorporada su partitura de antemano, sino que, además, afina su instrumento en el transcurso del partido. Tras una salida larga de Helton, a los 37 minutos, los delanteros del Oporto apretaron hasta llegar a Valdés, arrastrando al resto de los bloques con ellos. Valdés, Abidal y Xavi triangularon en el área desairando la presión y, en menos de 14 segundos y sin dejar de tocar el césped, el balón se encontraba en el área contraria en poder de Alves.

El ahogo que produce la presión en falso y el consiguiente regreso de los bloques afectó directamente al Oporto, que, tras recuperar ese balón, no tuvo fuerza para desplegar sus filas nuevamente. El pase atrás de Guarín en el gol de Messi es un claro error individual, pero se produce por la falta de movilidad del equipo portugués para generar posibilidades en la salida tras el esfuerzo en vacío de la presión fallida.

La segunda parte repitió argumento con pequeños matices. El Oporto intentó exigir a Valdés con tiros desde fuera del área y el Barça improvisó alguna salida larga. El dominio y el control no se inmutaron. Solo en saques de esquina superaba el Oporto al Barça cuando Alexis Sánchez reemplazó a Villa y Busquets mandó a Abidal al lateral tras sustituir a Adriano. El partido únicamente corrió riesgo para el Barça en el minuto 78, cuando Abidal dobló su error en la salida derribando a Guarín en un lance que empañó la hasta entonces muy buena labor del árbitro.

Cesc ingresó a 10 minutos del final para corroborar, en pocas intervenciones y con gol incluido, que su fichaje responde a factores que superan lo futbolístico. Con la misma intención que los arqueólogos griegos cuando reclaman al Museo Británico algunos fragmentos de la Acrópolis, el Barça recupera con Cesc un pedacito de su estilo que estaba en manos inglesas. Se asegura calidad y se garantiza competencia a la altura del grupo.

El Barca gana su segundo trofeo de los seis que le ofrece el año y se muestra con cuerda para rato. Aunque el Madrid, fiero y punzante como demostró en La Romareda, le disputará hasta el final tres de ellos.

Los renglones torcidos de Mou

Por: | 22 de agosto de 2011

Jose_Mourinho

Más ofensivo, más agresivo y asumiendo más riesgos. Así se presentó el Real Madrid esta temporada ante el Barcelona. Un giro táctico de Mourinho para afrontar los clásicos, apretando con una intensidad asfixiante desde el inicio, obligando al Barca a una posesión incomoda y no permitiendo sus típicas triangulaciones horizontales, que van inclinando el partido a través del volumen de juego.

Con presión constante y ordenada sobre los centrales, los laterales y los volantes, Valdés se vio a menudo utilizado como apoyo final para buscar salidas en el Bernabéu. Las coordinaciones en la presión se vieron también en el preciso manejo del Madrid de los tiempos, los espacios y la elección del jugador a presionar e incluso de la dirección en la que esta se ejercía. Así, en el partido de vuelta, los blancos angostaron los caminos y guiaron deliberadamente la salida hacia Mascherano, obligándole a lanzamientos largos o a pases apurados y arriesgados.

El Madrid robó, en ambos partidos, gran cantidad de balones en los tres cuartos de la cancha. Una zona ideal para ahogar al Barca y atacarlo rápidamente, inculcándole dudas y temor en el despliegue, una fase clave para el desarrollo de su juego.

Para aplicar esa presión en bloque no solo se necesita intensidad, un gran estado físico y una afinada coordinación. También se requiere coraje. Solo con esa determinación y dos magníficos centrales como Carvalho y Pepe se puede mantener la línea defensiva tan alta, plantada casi en la mitad de la cancha, cuando enfrente hay pasadores como Messi, Iniesta y Xavi y alfiles como Pedro y Villa.

No solo fue el Madrid más decidido en su determinación por achicar los espacios, sino también más respetuoso con el destino del balón. Con mejoras conceptuales para no permitir la presión rival, la pelota no voló frontal en el juego largo y se movió cruzada en el juego medio, con Alonso y Khedira buscando abrir a Cristiano y Di María a espalda de sus marcadores.

Ya asimiladas desde el curso anterior, las salidas rápidas y la aceleración vertical tras el robo, marca registrada en los equipos de Mourinho, se ejecutaron de forma diligente.

En ese crecimiento con el balón y robando tiempo de posesión y energías a un Barça obligado a replegarse asiduamente, al Madrid quizá le faltó encontrar esa dosis de paciencia necesaria para que el dominio del partido no dependa exclusivamente de la intensidad física.

Solo Messi, con sus tres goles y dos asistencias, se interpuso entre la Supercopa y el Madrid. No perdió la batalla del juego ni mucho menos la psicológica, en la cual insertaba nuevas dudas a un Barca que se vio superado durante larguísimos tramos. Se trataba de una derrota matizada, con grandes avances estratégicos y tácticos. Hasta que el equipo decidió ocultarlos y pelear contra sí mismo.

Cuando el Madrid dedica sus energías a enfocarse en el discurso futbolístico, el conjunto y el entrenador transmiten con claridad sus ideas a través del juego. Cuando se dedica a reñir o a vociferar el afiebrado discurso extrafutbolístico, el Madrid transpira sobre su tradición los excesos de quien circunstancialmente lo representa.

Ya no cuenta el Madrid ni siquiera con un intérprete como Valdano, conocedor de la cultura del club, que intente moderar y enderezar el mensaje ante la imposibilidad de moderar a quien lo dicta.

Construido con retazos de la realidad y zurcido con el hilo de la sospecha, cuesta hoy distinguir si el discurso en el que está enredado el club responde a una intención premeditada de acoso y presión psicológica, con la intención de influir al Barça y condicionar la mirada general -una argucia maliciosa con la que se podría estar de acuerdo o no, pero que al menos determinaría la existencia de un proceso deliberado, de un esquema razonado-, o si finalmente los protagonistas compraron su versión personal de los hechos para, convencidos del propio relato, deslizarse de lleno en una ilusión persecutoria perpetrada en su contra y ante la cual se ven obligados a rebelarse.

Una visión torcida que se reafirma a sí misma con el paso del tiempo y de los hechos, ya que, como lo describe Jorge Fontevecchia (Diario Perfil, 30-4-11): "El paranoico siempre tiene razón. Presume que alguien lo va a atacar y para defenderse lo ataca primero. El atacado, también para defenderse, devuelve la agresión. El paranoico confirma su teoría: querían atacarlo". Como sucede con Alice Gould, en la famosa novela de Luca de Tena, el lector desconoce en cuál de estos ovillos se encuentra atascado el Madrid de Mourinho.

Un equipo que se encuentra futbolísticamente más cerca que nunca de su presa y todavía esta a tiempo de olvidar todo este ruido y escucharse a sí mismo en su mejor versión: jugando a la pelota.

Salud, campeón

Por: | 27 de julio de 2011


Mesurado, ordenado, solidario y habiendo gestionado bien las fuerzas a lo largo del torneo, Uruguay llegó a la final dispuesto a imponer sus condiciones y el peso de la historia.

Empujó intensamente en el comienzo. Desde el primer minuto aplastó las líneas paraguayas con la convicción de quien conoce bien no solo cómo aplicar su sistema sino también el manejo de los tiempos para poder imponerlo.

Con ese empuje y con la guapeza y la destreza de Suárez, que fue un embudo para las largas salidas celestes, Uruguay consiguió media docena de pelotas paradas a favor cuando el partido recién empezaba a desatarse. Con la afilada pegada de Forlán y la capacidad aérea habitual en el equipo, el central Lugano se afincó durante un par de minutos de delantero centro.

El mismo Lugano pudo inclinar la final en el minuto tres, cuando Ortigoza salvó en la línea y con la mano un rebote de su primer cabezazo. No debió pasar mucho tiempo para que Suárez, el mejor jugador del torneo, recortase en el aire una pelota al área para desairar su marca y soltar la zurda al gol.

Si antes del partido Uruguay se presumía superior, después del primer gol Paraguay claudicó. No lo hizo por falta de carácter o de interés, sino por carencia de energía y de recursos. Paraguay, que no llegó a la final en las mejores condiciones físicas, es un equipo serio y firme, pero no estaba preparado para atacar y menos aún para hacerlo con futbolistas fatigados y elaborando a través del control de la pelota. No había ganado ni un partido el equipo guaraní en esta Copa y se encontraba con una cuesta demasiado inclinada: el deber de llegar al gol manejando el balón contra un equipo sin fisuras tácticas a la hora de esperar y perfectamente preparado para el contragolpe. Como encarar el Mont Ventoux en un triciclo.

En el minuto 42 Arévalo Ríos presionó la incierta salida de Ortigoza y cedió a Forlán el segundo gol y el final de la Copa. Sobró el segundo tiempo para un conjunto con este oficio y un entrenador con esta experiencia contra un rival despojado de sus mejores armas. Ni siquiera permitió Tabárez que sus futbolistas se tentaran con la comodidad y retrocedieran demasiado: Cavani por Pereira en el minuto 65. Y el problema paraguayo ya no era solo no poder llegar sino también no ceder más goles.

El tercer tanto, en el minuto 90, fue un resumen no solo del partido sino también del funcionamiento de Uruguay, que plasma su idea de una forma tan voluntariosa y aparentemente sencilla que logró superar, como si hubiese sido una tarea fácil, las expectativas creadas con su última actuación mundialista.

Cerrado el telón de la Copa surgen algunas reflexiones. No es casual que tres de los cuatro equipos que llegaron a las semifinales mantengan los mismos entrenadores desde hace varios años. Farías (2008), Martino (2007) y Tabárez (2006). Tampoco lo es que estos equipos, con procesos maduros y sin determinadas obligaciones de estilo como las que se autoimponen Brasil y Argentina, se hayan mostrado más firmes y amalgamados.

Respeto por los procesos y por las personas, ideas claras, tiempo y trabajo inteligente son factores fundamentales para poder lograr solidez y orden. Talento individual y compromiso colectivo son el plus mágico pero indispensable para formar un equipo ganador.

Felicitaciones al querido Uruguay por esta merecida victoria.

Acostumbrados al adiós

Por: | 18 de julio de 2011

El futbolista argentino Carlos Tévez

Quizá el único consuelo que nos queda, tras la eliminación de Argentina de la Copa América en los penales está en conocer las dificultades y el tiempo que requiere organizar e imponer un sistema de juego ofensivo donde el dominio se genere a través de la posesión de la pelota. Más aún para un equipo en formación y con entrenador nuevo. Pero la sensación final fue que, durante el torneo, el tiempo se le fue echando encima a la selección sin que se percatara. Con poco poder de reacción ante los distintos problemas que evidenciaba la competencia.
Si bien los equipos se estructuran con el transcurso de la competición, y es allí donde muestran sus virtudes y defectos, este no es el único sitio donde ver determinados síntomas y preparar posibles soluciones. Entrenamientos y partidos amistosos deben ayudar a ganar tiempo.

Argentina tardó 180 minutos y sendos empates, por ejemplo, en corregir algunas incompatibilidades de base. No es suficiente una posesión prolija sin velocidad en la circulación o sin profundidad en el juego. No es suficiente tener a Messi si no se lo apoya y se le generan los espacios necesarios. En el tercer partido, con la obligación de ganar frente a Costa Rica, llegaron los cambios y surtieron el efecto deseado. Higuaín preocupó a los centrales rivales y alargó la cancha. Di María percutió por banda. Gago le dio ritmo a la circulación y apoyos a Messi y este último asumió total libertad de movimiento. Argentina ganó y jugó bien, pero el triunfo se puso en duda por la entidad del rival, que presentó una selección juvenil apenas reforzada.

Ya en cuartos de final y contra Uruguay, un equipo sólido y organizado desde hace tiempo y que desarrolla un futbol serio, austero y más fácil de asimilar para futbolistas que no se ven las caras todos los días, Argentina debía reafirmar las buenas sensaciones dejadas contra Costa Rica. El partido no pudo empezar peor. No solo por el gol tempranero sino también por la impotencia de que llegara por el sitio más predecible: una pelota parada lanzada por Forlán y una antigua jugada preparada.

Reaccionó rápido Argentina. Igualó el partido con una genialidad de Messi que colocó un centro milimétrico en la cabeza de Higuaín. Luego empezó a imponerse en el juego aprovechando la capacidad de Gago para mover el balón, la movilidad de Di María y el talento de Agüero y del propio Messi. A los 38 minutos, con la expulsión de Pérez, el camino a las semifinales parecía allanarse para la albiceleste.

Sin embargo, reaparecieron los mismos problemas a la hora de profundizar. La única ventaja que se tiene en fútbol es aquella que se plasma en el marcador y Argentina no supo aprovechar los 50 minutos que jugo 11 contra 10. A los laterales sin características ofensivas se sumaban las dificultades de Zanetti y Agüero, con el perfil cambiado. Cuando Messi dejaba la banda el equipo quedaba sin profundidad por la derecha y no conseguía, así, tomar posiciones por el centro y cercanas al área. Messi es un fuera de serie pero todavía no se ha visto el futbolista que pueda tirar el centro y luego ir a rematarlo.

Ni Agüero pasó nunca a la derecha ni Di María intentó abrirse totalmente a la izquierda. Opciones que se antojaban viables para romper por los costados y liberar a Messi frente al arco, aprovechando el hombre de más.

Cuando los cambios llegaron, ya entrada la recta final, las intenciones eran otras: con Pastore por Di María y Tévez por Agüero la selección alambró sus bandas y centralizó aun más su juego. No supo Argentina imponer las condiciones tácticas ni la mentalidad necesaria para aprovechar su oportunidad. Con la expulsión de Mascherano sobre el final del partido, Batista debió encarar la prolongación asumiendo los riesgos de sus decisiones: jugar 30 minutos con una posesión centralizada contra un equipo contragolpeador.

En la prórroga Tabárez mostró su manejo de los tiempos. Reservó dos cambios para cerrar el partido: Gargano y Eguren por Arévalo Ríos y Pereyra, agotados.

Y Argentina se entregó a la lotería.

Argentina y las cenizas

Por: | 11 de julio de 2011

Messi Argentina sigue cubierta de ceniza. Se mezclan en el aire invernal las emisiones del volcán Puyehue con la profunda tristeza que nos dejo instalada entre sus aficionados el descenso de River y la decepción general por las pobres actuaciones del equipo nacional en los dos primeros partidos de la Copa América.
La hinchada argentina, quizá sin darse cuenta, fue construyendo un paisaje ideal en los meses previos a esta competición. A su histórico favoritismo y su condición de local agregó la certeza de contar con Messi, el mejor futbolista del mundo. A esto le sumo la declaración del seleccionador: “Queremos jugar como el Barcelona”. La receta perfecta para generar una expectativa desproporcionada en un equipo que se está armando.

En el partido contra Bolivia, en su intención de construir tocando, la selección adoleció de falta de velocidad en la circulación. Los laterales tuvieron escasa proyección en ataque y la falta de rotación posicional disminuyó las posibilidades de profundizar. Messi, sin interlocutor, quedó aislado y marginado de su zona de influencia.

Si bien contra Colombia el equipo mejoró en la velocidad del toque, volvió a fallar a la hora de profundizar. La idea de mantener dos delanteros abiertos en las bandas, con la intención de facilitar el trabajo de posesión durante el ataque, pierde eficacia si no se consigue, además, ser incisivo. Las posiciones fijas de los delanteros, que cuando reciben el balón se obligan constantemente a duelos personales, y la línea de tres volantes defensivos con características semejantes, produjeron nuevamente una circulación demasiado previsible. De esta forma, aumentan las opciones de éxito de planteamientos como el de Colombia que, con mucho oficio a la hora de esperar para luego presionar y contragolpear, tuvo el partido a tiro en varias oportunidades.

Messi, que es exactamente la misma combinación de átomos que vemos en Barcelona, sufre la adaptación al sistema, al entorno futbolístico y a la impaciencia de un público con tendencia paternalista, al que le gusta refugiarse en la figura de un líder salvador y suele olvidar que el futbol es un trabajo de equipo. Aquí Messi se encuentra rodeado de jugadores con características distintas a las de sus compañeros del Barça y con un sistema que aun no fluye. Sin volantes con la precisión en el
pase largo o la movilidad ofensiva y la capacidad asociativa de Xavi o Iniesta y con la compañía de delanteros mas encaradores, como Tévez y Lavezzi, que dialogantes. La Pulga intenta sobrevivir a esa escasez de espacios y de apoyos acercándose al centro del campo. Demasiado lejos de su territorio.

Contra Costa Rica, Argentina deberá encontrar alternativas para liberar a Messi y acercarlo al arco. Lo logrará en la medida que le aleje la defensa enemiga y le arrime un socio o, en caso de que no lo logre, le otorgue libertad total para rotar y caer por las bandas. La entrada de Higuaín, como delantero centro, para fijar a los centrales rivales dificultando el achique defensivo y alargando el campo rival es una posibilidad. Otra sería la presencia de un volante con mayor capacidad de lanzamiento que pueda agilizar el tránsito de la pelota y dar opciones de profundidad, como lo consiguió Gago, de forma intermitente, cuando entró en la segunda parte contra Colombia.

Cuenta también Batista con Di María, capaz de aportar penetración llegando por cualquiera de las bandas sin ocupar prematuramente los espacios, y con Pastore, otro volante talentoso que puede secundar a Messi en el enlace y romper la monotonía de la línea de tres medios defensivos que vimos hasta ahora en la formación inicial.

A la selección le sobran opciones individuales para resolver sus dudas y todavía depende de sí misma para alcanzar con éxito el final de la competencia. El próximo partido tiene múltiples objetivos. Mas allá de ganar, que es imperativo, Argentina deberá lograr un equilibrio ofensivo más colectivo, que no dependa solo de arrestos individuales. Será preciso, además, empezar a delinear una forma de jugar que renueve las expectativas del grupo y de la gente de cara a la siguiente fase, donde comienza la verdadera Copa.

Una vaca china

Por: | 12 de junio de 2011

Ochoa 

En algunas islas del delta del Paraná, en Argentina, el ganado pasta libre y plácidamente a la sombra de los ceibos. Pocas vacas comparten este nivel de confort y productores de todo el mundo inflan las reses a base de granos en apretados feedlots.

 

En Europa, la normativa sobre trazabilidad obliga al ganadero a llevar un control de los productos utilizados para el engorde de sus animales. En nada ayuda este estricto protocolo a determinar si el jugoso filete, que alega haber comido Alberto Contador el año pasado, estaba contaminado con clembuterol. La carne importada ingresa en la UE sin poder garantizar los mismos controles productivos que se exigen puertas adentro.

 

El clembuterol, un fármaco que se usa como broncodilatador en casos de asma, también es utilizado por ganaderos sin escrúpulos para engordar artificialmente las reses. La sustancia fue detectada el viernes pasado en un control antidopaje en cinco jugadores de la selección mexicana de fútbol. Según explicó Héctor González Iñárritu, Director de Selecciones de la FMF, se sospecha que la sustancia fue ingerida en la concentración de la selección a través de carne contaminada. Los jugadores fueron inmediatamente apartados del equipo, tal y como indica el reglamento.

 

El reglamento antidopaje de la FIFA estipula en su articulo 5 que “cada jugador tiene el deber personal de asegurarse de que ninguna sustancia prohibida entre en su cuerpo” y por tanto “no es necesario demostrar intención, culpabilidad o negligencia para determinar una violación de dopaje”. El artículo 14 presupone que el laboratorio realiza un análisis concluyente siendo el futbolista quien debe rebatir esa presunción.

 

La objetivación de la responsabilidad elimina la presunción de inocencia y la carga de la prueba se invierte. De esta forma, son los futbolistas mexicanos, en este caso, los que tendrán que demostrar de qué manera la sustancia prohibida ingresó en su organismo. Luego, si se prueba que no hubo dolo ni negligencia y que solo se trató de un hecho fortuito, el reglamento contempla, en su artículo 47, “la reducción o anulación de la suspensión debido a circunstancias específicas o excepcionales”.

Mientras tanto, los jugadores deberán ver los partidos de la Copa de Oro desde sus casas al mismo tiempo que observan cómo se devalúa su prestigio y sus posibilidades de crecimiento profesional. También asistirán al veredicto del tribunal popular. La información, avivada por los medios, se extiende en la cabeza de la gente con esa morbosa velocidad a la que solo pueden moverse los prejuicios. La palabra dopaje junto a un apellido en los titulares de un periódico, dictamina la sentencia del proscrito. Peligrosa carga social, que siempre se derrama más allá de cualquier posible absolución o rectificación de la justicia deportiva u ordinaria en el futuro.

En México, la intoxicación de los jugadores inició un debate sobre la salubridad alimenticia. En los medios aseguran que el clembuterol está llegando desde China de manera clandestina. La agencia alemana de antidopaje (NADA) aconseja a los deportistas que viajen a México o China estar atentos con la alimentación por el riesgo elevado de incurrir en dopaje involuntario.

 

En el mundo del Derecho la responsabilidad objetiva o teoría del riesgo creado es fruto del desarrollo, a lo largo de los años, en la manera de entender la responsabilidad civil. Toda esa compleja evolución teórica resulta indescifrable si la vida deportiva de un ciclista español, un futbolista mexicano o un pertiguista alemán queda supeditada a las especulaciones culinarias del ignoto dueño de una vaca china.

El retorno del rey

Por: | 05 de junio de 2011

A 

Después de recorrer un estrecho camino de tierra, en las afueras de Montevideo, se entra en Los Aromos, histórico predio de entrenamiento de Peñarol. Lo primero que llama la atención es el  león de piedra que preside la vieja explanada. Uno atraviesa la tranquera de entrada día tras día al llegar a entrenar y no puede dejar de mirarlo con curiosidad por su tamaño, más pequeño que un león real, y por su cuerpo y su cabellera pintados de amarillo y negro. Parece descansar allí desde hace muchos años, descascarado y un tanto fuera de escala, como un viejo rey sin corona.

Peñarol , declarado el mejor club sudamericano del siglo XX por la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol, disputó nada menos que nueve finales continentales y ganó cinco de ellas. 24 largos años tuvieron que pasar para que, el jueves pasado, tras un emocionante partido contra Vélez Sarsfield en Buenos Aires, se clasificara para la décima final de su historia.

Jugando a repetir la historia, en esta semifinal, en los banquillos de Vélez y Peñarol se sentaron Gareca y Aguirre, ambos protagonistas como futbolistas de la final del 87, cuando Gareca defendía los colores del América de Cali y Aguirre, en un final épico, clavó un zurdazo en los últimos segundos de la prórroga y se llevó a Uruguay una copa que parecía perdida.

La primer manga se disputó en Montevideo y la mitad del país vibraba en las tribunas del Estadio Centenario. Con la salida del equipo la hinchada carbonera incendió la noche de bengalas y de humo en el recibimiento más imponente que haya presenciado. Vélez, el equipo que hizo el fútbol más vistoso a lo largo del torneo, perdió 1-0 y el pulso contra el juego directo y la robustez de un equipo que organiza en cada partido un ejercicio de voluntad.

El emocionante partido de vuelta en Buenos Aires terminó 2-1 y clasificó a Peñarol por el gol de visitante. Tampoco aquí el talentoso equipo de Liniers logró imponer su volumen de juego y quedó nuevamente enredado en la telaraña que teje Peñarol en el mediocampo para luego contragolpear con contundencia.  Pudieron definirlo los manya en varias ocasiones, pero también Vélez lo tuvo en su mano con un penal en los minutos finales que lo hubiera clasificado, pero que erró el delantero Silva, tras resbalarse justo antes de impactar la pelota.

Este Peñarol, que juega un fútbol típicamente uruguayo, fue mutando obligadamente su juego a medida que avanzó la competencia. La lesión de Pacheco en octavos de final le restó creatividad y volumen de juego pero le concedió mayor verticalidad. La lesión de Urretavizcaya obligó la entrada de Corujo. Un lateral en lugar de un volante. De esta forma, el equipo llegó a la recta final de la competencia, una instancia donde no recibir goles de local es quizás más importante que marcar, con un perfil más defensivo y más directo del que tenia previsto originalmente. A veces el destino decide por los entrenadores, y acierta.

No hay un solo gramo de frivolidad en esta formación. Un equipo atlético que, plenamente conciente de sus limitaciones, se dedica a arrastrar los partidos a un sitio donde pueda imponer sus virtudes. Desde su austera solidez defensiva logra, con un mediocampo muscular y ordenado y dos delanteros que ayudan tanto en la presión, cuando se requiere adelantar las líneas, como en la recuperación, cuando el balón los supera, llevar los partidos al terreno que mas le conviene: el físico.

Cuando recupera la pelota y el rival deja espacios, canaliza la salida rápida con Martinuccio. Si el adversario se ordena, con mínima elaboración pero con máxima agresividad, apunta el área contraria, donde casi siempre llega con dos, tres y hasta cuatro jugadores para rematar. 

La final contra el Santos reedita aquella ganada por los brasileros en el año 1962, liderados por un joven Pelé. Es un premio para una gestión ordenada e inteligente, con directivos trabajando con gran compromiso por la institución. Un logro grandioso para estos jugadores que, con la orientación espiritual de Alonso, Pacheco y Rodriguez, un trío de chamanes capaces de transformar, en la mente del grupo, cualquier carencia estructural en un elemento de unión, han conseguido convertir las limitaciones en armas favorables.

Un equipo que recorre cada partido con una tenacidad incombustible. Que Juega con el empuje y la perseverancia del viento invernal que golpea la Rambla Armenia desde el Rio de la Plata. Que, pase lo que pase en la final, ya se colocó a la altura de su propia historia.

Las agrietadas paredes de Los Aromos transmiten hoy una ilusión que parecía aletargada. Joya, Rocha y Spencer sonríen ansiosos desde la imagen sepia de un cuadro en el comedor, esperando una revancha que ellos no tuvieron.  El viejo león de la entrada se despereza. 24 años después, Peñarol está despierto. Un rey dispuesto a reclamar su corona.

Los dueños de la pelota

Por: | 31 de mayo de 2011

Messi 
Hace 4.000 años, a orillas del Nilo, unos jóvenes se divierten lanzándose unos a otros la pelota y un artesano los inmortaliza en el muro sur de un templo en Beni Hassan. Quinientos años después, en Mesoamérica, los olmecas intentan acertar en un aro de piedra pasándose entre sí una bola de chicle con las nalgas. En el siglo XII a. C., la princesa Nausicaa y sus doncellas juegan a la pelota en una playa imaginada por Homero. En los albores de la era cristiana, el historiador griego Plutarco compara a las personas de voluntad generosa con los jugadores que reciben la pelota y no la retienen ni se la pasan a quienes no saben jugar, sino solo a aquellos que son capaces de devolverla.

Desde que el hombre tiene recursos para registrar su entorno tenemos vestigios de personas pasándose un balón por diversión. Desde que el hombre registra su historia, nadie había visto a un equipo de fútbol pasarse la pelota como lo hace el Barcelona. El sábado, mientras volvía a casa para ver la final de la Champions, me detuve un momento a observar a un grupo de niños que jugaba al fútbol en la plaza. El único arco lo formaban un par de zapatillas y el tronco doblado de un jacarandá. Entre gritos y risas, los veía divertirse pateando el balón por puro placer.

El objetivo final del entrenador o el futbolista profesional no es la diversión, sino la victoria, y todas las formas de encararlo son válidas en tanto sean reglamentarias. Hay una multitud de recursos que, de acuerdo a las ideas y los gustos de cada quien, pintan el colorido paisaje de propuestas que nos ofrece el fútbol contemporáneo. Pero la esencia del juego con pelota, su naturaleza inicial, es el diálogo que se da entre quien la pasa y quien se la devuelve. La diversión que produce el juego en sí.

Los futbolistas del Barcelona destruyen a sus rivales con su estilo a la vez que se divierten. Sin embargo, lo que hacen está lejos de ser simplemente un juego. Precisamente porque dominan su oficio a la perfección es por lo que pueden darse el lujo de jugar como si se tratara de un entretenimiento.

El dominio del Barcelona actual es fruto de años de trabajo para afianzar un concepto y de buscar y formar los entrenadores y futbolistas idóneos para interpretarlo. En el fútbol de hoy, en el que los técnicos duran tres partidos y las instituciones zigzaguean según el soplido del viento, el Barça ha nadado contra la corriente. Ha logrado culminar un proceso en el que hace falta un gran convencimiento para lograr una identificación cultural que abarque a todos los estamentos de la institución. Para ello, es fundamental la continuidad de una idea y que esta se ubique por encima de las personas que ocupan eventualmente sus cargos.

La idea y no las personas como hilo conductor. Una fórmula basada en conceptos requiere mucho más tiempo para desarrollarse y evolucionar que una basada en personas. Es en ese punto donde se puede decir que el camino a recorrer está por encima de los resultados ocasionales.

Cualquier camino elegido, cualquier idea, es válida. Pero, a su vez, nuestras elecciones nos definen. Desconozco las razones culturales por las cuales el Barcelona decidió un día que su leit-motiv sería apoderarse del control del balón. Pero estoy convencido de que cualquier tarea es menos ardua cuando se realiza con alegría y que, igual que un niño, un futbolista profesional es feliz cuando tiene el balón en su poder.

El Barcelona consiguió en la final de la Champions contra el Manchester United hacerme sentir como si 
estuviera mirando a los niños de la plaza. Logró, a través de la arcaica invención de pasarse la pelota, fundir diversión y victoria. La esencia y el objetivo final de este fabuloso espectáculo que llamamos fútbol.

El partido de las palabras

Por: | 22 de mayo de 2011

Campook 
 
 

Penales no cobrados, goles anulados, offsides omitidos, amarillas generosas, expulsiones  express. Equipos pequeños sometidos por el sistema y equipos grandes sometidos por el antisistema. Acusaciones, insinuaciones, fabulaciones. Blatteratos, villaratos, grondonatos. Centrales lecheras, centrales patrioteras. Asociaciones agitadoras del show. Verdades propias y mentiras ajenas. Todas revueltas en un confuso pero gigantesco monumento de la desinformación.

El fútbol actual foguea estas discusiones periféricas a la vez que se alimenta de ellas. La parafernalia de lo extradeportivo abre las puertas a mucha gente a la que le aburre profundamente el juego en sí, pero le enciende el corazón el deporte nacional del cotilleo y el chisme. En el momento en que los protagonistas reconocieron la posibilidad de utilizar los medios como vehículo para instalar su verdad, los partidos dejaron de disputarse en la cancha y durar 90 minutos. Como cuando lanzamos una piedra en una inalterada lámina de agua, todo debate ajeno al partido introduce un elemento de distorsión. Un prejuicio. Otra forma de tomar la iniciativa sin necesidad de tocar el balón.

La queja pública no es una actividad novedosa en el fútbol. Pero hay una delgada línea divisoria entre exponer el reclamo de lo que uno cree justo y la escenificación premeditada, con el fin de sacar alguna ventaja.

Está de moda la queja organizada. Utilizada de manera estudiada y repetitiva, requiere de los funcionarios del balompié un compromiso complementario de sus dotes atléticas o tácticas: empeñarse también como guerrilleros vociferantes para condicionar la mirada ajena. Un método eficaz para conseguir, de un solo disparo, presionar y prevenir.  La presión se logra al dirigir consistentemente la mirada del público sobre aquello que me conviene que se vea y silenciar cuidadosamente aquello que no, colocándome en el papel de la víctima. La prevención se logra desviando el foco hacia algún sitio alejado de la propia responsabilidad. Construyendo una coartada eficaz ante el posible fracaso.

Los partidos comienzan así en cualquier punto anterior al pitido inicial del árbitro y se extienden indefinidamente. Las reglas del juego de las palabras fuerzan a muchos a ponderar el uso de una práctica de la que reniegan. Aquel que, por principios, no quiere utilizar las armas dialécticas, está despreciando un arma poderosa. El inescrupuloso, con más margen para moverse, puede monopolizar el instrumento.  Las conveniencias de un discurso parcial se basan, también, en la identificación de la gente con sus colores. La objetividad, en un ambiente fanatizado, genera menos adeptos que la radicalización.

Esta semana Daniel Passarella, presidente de River, con varias razones para estar enfadado, discutió con Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), sobre el arbitraje del superclásico (Boca contra River). El altercado se convirtió en noticia de todos los periódicos. Después de esto, los hinchas de River se movilizaron para protestar en las puertas de la AFA. “Los medios, Twitter e Internet producen los hechos. Estas cosas no hay que tenerlas en cuenta”, señaló el dirigente. En San Lorenzo, siguiente rival de River, percibieron que el partido había comenzado y salieron al cruce: “Es imposible que nos piten un penal a favor este domingo”, declaró uno de sus futbolistas. Solo un día después, un jugador del humilde Godoy Cruz exclamó: “Hay que salir a llorar para ganar los partidos. No le viene bien a nadie que salgamos campeones”.

La conciencia de los protagonistas sobre los efectos de sus propias palabras resulta esclarecedora. Varios pasos más allá fueron este año Real Madrid y Barcelona disputando dos campeonatos paralelos. Uno en la cancha, el otro en los despachos y en la prensa. Este último, según Guardiola, lo ganó Mourinho. Otro claro ejemplo del conocimiento de los propios actores sobre la importancia del parloteado torneo paralelo.

¿Con qué nivel de contaminación llega al estadio el aficionado luego de ser bombardeado, a través de los medios, por el discurso oblicuo de futbolistas, entrenadores y dirigentes? ¿Qué niveles de polución futbolera deben soportar los árbitros antes de dirigir un partido? Si el árbitro no hace un trabajo deliberado de asepsia, es inevitable que llegue al partido condicionado. Si el hincha, intoxicado, no le da posibilidades a la realidad de penetrar y, a partir de allí, elaborar su propio veredicto, el fútbol empieza a sufrir una derrota significativa. Mientras más nos abrimos a discutir lo exterior, más cerramos los ojos a lo que pasa en la cancha. En fútbol lo esencial sucede cuando está rodando la pelota.

El País

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