Soluciones ambidiestras

Por: | 17 de octubre de 2011

Cuando hablamos de lateralidad en el fútbol, solemos pensar en dos categorías bien definidas: diestros y zurdos. Si aparece un jugador al que no nos atrevemos a encasillar en uno u otro lado, enseguida le encontramos una etiqueta nueva, que no requiera mayores explicaciones y nos clarifique el pensamiento. Son ambidiestros.
Pero la realidad nunca es tan homogénea. Para cada acción que realizamos en nuestra vida cotidiana mostramos una preferencia por el uso de una u otra mano y no es siempre la misma mano para dos acciones diferentes. Podemos escribir con la mano izquierda y jugar al tenis con la derecha. O afeitarnos con una mano y lavarnos los dientes con la otra siempre que no corramos el riesgo mortal de intentar hacer ambas cosas al tiempo. Yo, por ejemplo, hace varios años que intento definir qué palos debo pedir a la hora de jugar al golf. Ante la duda, siempre me defino por un café con leche y me vuelvo a casa.
Vemos así que ser diestro o zurdo, sea con las manos o con los pies, no puede ser una categoría general, sino que se define de acuerdo con cada acción que realizamos.
Nos encontramos a veces con futbolistas que utilizan una pierna para trasladar el balón para luego rematar con cualquiera de las dos o, en su defecto, no tienen inconvenientes para moverlo con ambas piernas, pero utilizan siempre la misma para rematar.
Por lo general, el perfil preferido a la hora de cabecear es el opuesto al de la pierna más hábil para rematar, con lo cual deberíamos considerar cabeceadores zurdos a los pateadores derechos y viceversa.
Cuando hablamos de ambidiestros, normalmente nos referimos al remate. Jugadores como Cristiano Ronaldo, Forlán o Higuaín son capaces de rematar con ambas piernas con precisión y potencia. Sin embargo, solo utilizan una de las dos piernas cuando la acción se torna más fina, como en una vaselina. En cambio, el rumano Hagi, que tenía en su zurda magistral un golpeo exquisito, a veces doblaba hacia adentro y podía sorprender a todos con un toque sutil con la derecha por encima del portero.
Pero el remate es solo uno de los muchos elementos técnicos del fútbol. Algunos jugadores que utilizan ambas piernas de manera menos definida para diferentes acciones resultan aún más difíciles de encasillar.
Michael Laudrup era derecho, pero la facilidad que mostraba para recortar, centrar o asistir con elegancia y precisión con la pierna izquierda nos hacía dudar sobre su lateralidad en esas acciones. Si observamos a Andrea Pirlo, jugador del Juventus, lo veremos capaz de controlar, pisar, lanzar e incluso rematar con la pierna izquierda. Todas, funciones diferentes que también realiza con la derecha, aunque prefiere esta última para llevar el balón dominado.
Es difícil definir, en cada caso, si el perfil utilizado para cada acción o el dominio de ambos es algo innato o fruto de un aprendizaje. Xavi, que utiliza la pierna derecha para casi todo, controla con la izquierda los balones que le llegan al centro desde la derecha. No sabemos si lo hace desde siempre o si es una adecuación deliberada del perfil, lograda por repetición, por convencimiento de la importancia en la velocidad y el sentido con que debe circular el balón. Se asegura así un ángulo visual mucho mayor y, a la vez, quedar acomodado para su otra pierna en un movimiento simple. Y lo hace de forma natural, como quien extiende la mano para abrir el picaporte.
Esta ambigüedad que algunos muestran en el remate, el control o el lanzamiento la encontramos en Pedro aplicada a la conducción del balón. Cuando recibe alto en la banda y decide llegar al fondo, suele encarar al lateral rival a pierna cambiada. Desde la derecha suele trasladar el balón con la izquierda para poder fintar, ganar un paso y empujarlo con la pierna derecha hacia la línea final. Desde la izquierda es capaz de hacer exactamente lo mismo, pero al revés.
Pero quizá el ejemplo que más claramente muestre la idea de que se es derecho o zurdo con el pie no según una categoría general, sino según la acción específica a realizar, sea el de Andreas Brehme, el famoso lateral izquierdo alemán. Dueño de un potentísimo disparo con su zurda, solía rematar los tiros libres con esa pierna, pero para tirar los penales prefería la derecha. Así sucedió en el Mundial de 1990, cuando convirtió de zurda un tiro libre en la semifinal contra Inglaterra y luego marcó con la derecha el penalti de la final contra Argentina.
La próxima vez que vaya al driving range le pediré consejo.

La complejidad del goleador simple

Por: | 10 de octubre de 2011

Higuain_ejecuta_caracteristico_golpeo

Solemos pensar que nuestros hijos se nos parecen cuando encontramos en ellos características nuestras que consideramos virtudes.

El Pipa Jorge Higuaín fue un fuerte y aguerrido defensor que jugó en River, Boca y San Lorenzo en los años ochenta. Viendo los viejos vídeos del padre, un caudillo de la zaga, se hace difícil reconocer hoy a su hijo, Gonzalo, el rápido y ágil centrodelantero que disfruta el madridismo desde hace seis temporadas. Sin embargo, hay una cualidad fundamental que El Pipita heredó de su padre y en la que se basa gran parte de su éxito: su tremendo espíritu competitivo.

Gonzalo Higuaín debutó en River Plate en mayo de 2005 y en diciembre de 2006 saltó el charco. No es tarea fácil llegar al Real Madrid con 18 años y menos aún sin que haya ninguna escala intermedia que ayude a la adaptación.

Forjó su personalidad en una familia numerosa, unida y futbolera. No bajó los brazos cuando tuvo que esperar, tras los consagrados Raúl y Van Nistelrooy, por su oportunidad. Cuando la tuvo, no la desaprovechó.

Higuaín es un goleador simple, pero esta definición no debe llevarnos a la confusión. Hacer goles es lo más difícil del fútbol y hacerlo parecer simple es precisamente lo complicado. Para serlo se requieren demasiados requisitos y son muy pocos los nueves que los reúnen todos.

Con buena altura y peso y mucha potencia de piernas, le sobran condiciones físicas para el juego de ataque y es un arma letal en el contragolpe. Maneja con criterio la elección de la posición con respecto a la circulación del balón y entiende cabalmente cuándo se debe apoyar, cuándo puede girar y cuándo es el momento de alargar el campo o pedir la profundidad.

Además de estos atributos tácticos, domina a la perfección una suerte de vital importancia en su zona del campo: el desmarque. Allí donde espacio y tiempo se colapsan y se alejan los aliados, Higuaín se desenvuelve con total naturalidad. Genera sus propias extensiones. Se procura holgura cuando escasea el espacio o dibuja el camino más corto hacia el arco rival cuando su equipo recupera la pelota. Consigue resolver una ecuación difícil: alejarse de los defensas sin alejarse de la portería.

Cuando busca la profundidad, muestra claramente el callejón del pase a quien lo asiste. Si su desmarque no es utilizado por el lanzador, enseguida busca un espacio nuevo que ofrecerle. En el intento, rara vez tropieza con el fuera de juego.

No sorprende, así, verlo a menudo con oportunidades para definir, sea desde fuera del área o frente al portero, como si la defensa contraria hubiera cometido errores.

Una vez allí, Higuaín es sencillo y expeditivo. Domina con fluidez ambos perfiles. Gira sin problema hacia ambos lados. Apunta y remata con la izquierda y la derecha de forma indistinta y con ambas se permite el tiro firme o con rosca. Emplea su pie pequeño con maestría metiendo el empeine en el punto exacto, en mitad de la superficie de la pelota, para dar al disparo el efecto de precisión necesario: la parábola que baja con violencia y dirección hacia el palo largo o el tiro cruzado. En el mano a mano también emplea la gambeta y la vaselina.

No le gusta perder el tiempo. Cada vez que descarga vuela al área. Es tiempista en el anticipo y, si bien no cabecea como Morientes, la semana pasada logró superarlo en cantidad de goles en la Liga con la camiseta blanca: nada menos que 74.

La lesión discal que lo mantuvo alejado de la cancha durante varios meses y de la que se recuperó al final de la temporada pasada, lo desplazó del equipo titular y permitió a Benzema afianzarse. Pero, fiel a su estilo, lejos de rendirse, solo estaba esperando otra oportunidad.

Volvió a ser titular contra el Rayo Vallecano y marcó un gol. A este le sumo su hat-trick al Espanyol.

Con sus tres goles en el Monumental ante Chile anunció a Mourinho, a Sabella, a Benzema y a quien quiera escuchar lo que todos sabíamos: Pipita salió igualito a Pipa.

La función y la forma

Por: | 02 de octubre de 2011

El arte no posee límites precisos y es un concepto que, en su recorrido histórico, ha ido ampliando el territorio de su significado. Es habitual en el mundo del fútbol escuchar sentencias del tipo “eres un artista” o “ese gol fue una obra de arte” para expresar la belleza de tal o cual acción o las cualidades de determinado futbolista o equipo. Si bien estas son solo expresiones y no pretenden trazar una comparación entre el fútbol y las manifestaciones artísticas, la amplitud de lo que hoy entendemos, o creemos entender, por arte nos permite echar en esa bolsa casi cualquier cosa que se nos ocurra.

Pero este es un enfoque permitido desde el expansivo universo del arte. El fútbol profesional, en cambio, es un territorio acotado. El fútbol no es arte porque ser arte no es su fin ni su esencia. Tampoco lo es ser hermoso. En todo caso, esto puede ser un resultado o una de las consecuencias de otra búsqueda, más compleja y sutil. Por eso sorprende, a estas alturas del partido, encontrar aficionados y protagonistas que se empeñan en avivar el fuego de un viejo debate: ¿se juega para gustar o se juega para ganar?, ¿se debe pensar en el juego o se debe pensar en el resultado?

Cuando nos enroscamos en este tipo de preguntas, partimos de un lugar equivocado al intentar oponer conceptos que no son antagónicos. Es difícil llegar así a respuestas convincentes.

No intentaré definir aquí lo que entendemos por estética o si este es un concepto que debe o no debe incluir un propósito funcional. Un tema demasiado amplio y fuera de mi alcance que es todavía motivo de discusiones filosóficas. Lo que sí podemos asegurar es que el fútbol profesional es un juego competitivo, delimitado por un conjunto de reglas, en el que el objetivo es ganar. O, a lo sumo, no perder.

A diferencia de lo que sucede en algunas disciplinas artísticas, el fútbol no permite una búsqueda exclusivamente estética. No es posible perseguir la belleza por la belleza en sí ni mirar un partido solo desde un punto de vista estético. La exploración de soluciones es obligadamente funcional. El objetivo y la forma son, entonces, elementos inseparables a la hora de juzgar su belleza.

Lo que existe es una búsqueda de la armonía que permita a un equipo lograr sus objetivos y es esa búsqueda la que ofrece múltiples acercamientos, distintas formas de expresión, para intentar llegar al mismo sitio. Por eso carecen de sentido frases tan opuestas como “me gusta el fútbol lindo” o “yo soy <i>resultadista</i>”. Es una frivolidad dar a un partido de fútbol tratamiento de pintura flamenca. No es más que un grito redundante y vacío proclamar como filosofía el simple deseo de ganar en una actividad en la que el objetivo es ganar y todos quieren hacerlo.

Podríamos, entonces, centrar el debate en la pregunta siguiente: siendo lo importante conseguir el objetivo, que es ganar respetando el reglamento, ¿se torna irrelevante la forma de conseguirlo?
He aquí donde se produce una gran bifurcación ideológica. Por un lado estarían aquellos a los que no les interesa qué medios utiliza su equipo para intentar conseguir el objetivo. Por otro, aquellos a los cuales no les convence una victoria si se llega a ella sin cumplir con ciertos requisitos formales.
Pero esta gran división esconde, a su vez, una trampa. Dado que ningún medio garantiza de antemano la obtención del resultado, no es posible desinteresarse por las distintas formas que se pueden utilizar para intentar conseguirlo sin admitir una enorme dolencia: la falta de identidad, algo que solo puede permitirse quien no tiene preferencias ni posee características propias.

La construcción de la identidad es un trabajo arduo, sutil y que requiere tiempo. La belleza primera en el fútbol la encontramos precisamente en los equipos que poseen un estilo reconocible. Si ese estilo es más o menos aburrido, más o menos emocionante, más o menos bello, depende de otros muchos factores. Entre ellos se encuentra uno ineludiblemente subjetivo: el ojo del que mira.
Aquí se abre otra antigua e interesante discusión, que es la de las preferencias sobre los distintos estilos y los gustos de cada cual. Pero eso ya es parte de otra historia.

Revolución en la retaguardia

Por: | 19 de septiembre de 2011

Las modificaciones en el reglamento, los cambios en la preparación del futbolista y los avances tecnológicos son algunas razones por las cuales el fútbol ha ido variando a través de los años.

La aparición del fuera de juego en un formato similar al que conocemos hoy en día se introdujo en 1925 y provocó un cambio radical en la forma de interpretar este deporte. Entre las modificaciones reglamentarias de las últimas décadas, posiblemente la que mayores alteraciones trajo fue el cambio en la puntuación. Otorgar tres puntos a la victoria y solo uno al empate obligó a que se asumieran mayores riesgos defensivos. Otra fue la de no permitir a los arqueros recibir con las manos un pase con los pies de sus propios compañeros. Decisión que agilizó tremendamente el desarrollo de los partidos y modificó los sentidos de circulación, que incluyen ahora como elemento fundamental al portero.

Los cambios en la preparación también fueron determinantes. Se pasó de un desarrollo de las capacidades físicas básicas del atleta a uno de programas específicos para la preparación integral: física, técnica, táctica y mental. Cuanto más aumentó la dinámica, más se redujeron los espacios. Ante la necesidad de tener que hacer todo más rápido y en espacios más reducidos, el futbolista modificó necesariamente la técnica de ejecución.

La posibilidad de estudio del rival con la aparición de la televisión y el vídeo renovó conceptos tácticos. El balón, cada vez más liviano y rápido, obliga a una adaptación constante.

Dichas adaptaciones en las estrategias y los sistemas tácticos son el resultado de la necesidad de adecuarse continuamente a las nuevas situaciones. Estos cambios modificaron, a su vez, las funciones específicas.

Hoy en día que se redujo drásticamente la cantidad de tiempo que un jugador tiene la pelota en su poder, es difícil encontrar equipos que hagan gravitar su juego alrededor de un único organizador. Los defensores laterales han acentuado su doble función. Los extremos ya no permanecen estáticos, dedicados a recibir y encarar, sino que rotan y acumulan obligaciones defensivas. El centrodelantero clásico mira asustado la concurrencia, ante la invasión de alas, penetradores y audaces incursionistas en lo que hasta hace poco era su coto privado.

Pero posiblemente las funciones que más han debido evolucionar fueron la de los defensas centrales y la del portero. En la retaguardia hubo una verdadera revolución.

Los centrales tienen mucho más radio de acción. En la necesidad de disminuir los espacios útiles al adversario ya no basta con un defensa fuerte y cabeceador. Debe acompañar su ataque alejándose del propio arco y achicando los espacios enemigos con esmerada atención, no solo a un posible anticipo sino también a un futuro regreso. Ese mar de posibilidades que deja a sus espaldas.

Debe además saber defender regresando. Hay una gran diferencia entre defender posicionado en defensa (valga la redundancia) y hacerlo mientras se retorna hacia la mejor ubicación defensiva.

Estas distancias y variantes en los repliegues implicaron nuevas coordinaciones. Los defensas centrales deben, con ojos en la nuca, coordinar con sus laterales y el portero la forma de evitar las penetraciones rivales ante los lanzamientos profundos. Tienen que anticipar, en esa coordinación, las respuestas ofensivas del rival cuando todavía su equipo esta en posesión del balón. Esto requiere de un jugador más veloz, más atento, con un manejo preciso de tiempos y distancias que han cambiado. Estas nuevas obligaciones demandan, además, una mayor injerencia táctica.

El adelantamiento de las defensas también cambio la forma de interpretar la función del portero, que se convirtió en un actor más versátil. En fase defensiva oficia de último marcador y coordina con sus centrales y laterales todas las pelotas profundas del rival, sean estas cruzadas o frontales.

Sin embargo, el cambio radical en la vida de los porteros se produjo cuando tuvieron la obligación de utilizar los pies. Hoy, podemos afirmar que un arquero que utiliza un solo pie tiene ciertas carencias cuando hace apenas algunos años le bastaba actuar con las manos. En fase ofensiva, se ha convertido en apoyo y salida a la hora de iniciar una buena circulación, con el deber agregado de hacerlo en una zona en la que cualquier error causa el gol rival.

En la manida comparación del futbol actual con el de otras épocas se busca definir cuál es mejor o peor. Solo podemos afirmar que en la continua y natural adaptación a nuevas condiciones el futbol es, sencillamente, distinto.

Talón de Aquiles

Por: | 12 de septiembre de 2011



No vale la pena mencionar, por conocidas, las distintas ventajas con las que cuentan los clubes poderosos. Sin embargo, solo en fechas como esta, en las que algunos entrenadores vuelven a ver a sus futbolistas después de un par de semanas esperando con la tiza en la mano y la pizarra en negro, se focaliza sobre algunas de las desventajas de los equipos que aspiran a ganarlo todo.

Tal es el lugar común del cansancio que acarrean las lesiones que sufren los futbolistas que regresan de jugar partidos con sus respectivas selecciones que la condición ya tiene nombre clínico: virus FIFA.

La patología, motivo de una guerra a veces silenciosa y a veces pública entre los clubes, a cargo de los contratos, y las federaciones, que disfrutan de los jugadores, dista de ser una excusa. Es una parte del precio que deben pagar los mejores equipos por tener a los mejores futbolistas. Al cansancio arrastrado por los internacionales se agrega la dificultad en la preparación del partido. El ejercicio de imaginación de planificar sesiones de entrenamiento táctico sin muchos de los jugadores presentes. Pero incluso en estas semanas de ausencias los entrenadores de los grandes deben lidiar con un problema que otros les envidian: la gestión del exceso.

Varios son los elementos con los que realizan juegos malabares entrenadores como José Mourinho y Pep Guardiola. Dar minutos y confianza a los futbolistas con menos participación y que tampoco fueron convocados con sus selecciones. Reinsertar a los que regresan después de una lesión. Reintegrar a los fatigados internacionales sin provocar nuevas lesiones. Poner en ritmo a jugadores de prestigio que aún no han tenido buen rendimiento.

Todo esto, con un ojo puesto en el partido del fin de semana y otro en el rival siguiente, que, generalmente, espera agazapado, a escasos tres días de distancia y con otro viaje de por medio.

Después de un comienzo vertiginoso, como los habituales, el Madrid se mostró ante el Getafe un punto más lento y predecible que en los últimos partidos. Quizá sin ser intencionado, pero buscando la manera de cuidar las energías, los jugadores bajaron el ritmo cuando se encontraron en ventaja. No está habituado este Madrid a controlar el juego desde ninguna marcha por debajo de la quinta. No tiene inconveniente, eso sí, con la contundencia. Con ella resuelve con aparente facilidad problemas que para otros equipos serían insalvables.

No pasaron inadvertidas las dispersiones del Madrid para su entrenador "Si jugamos así, perderemos puntos. Tengo hasta el martes para analizar lo que ha pasado". Mourinho, precavido y analítico, se otorga unos días para revisar minuciosamente el partido, pero nos entrega la respuesta en el mismo mensaje: "Han marcado dos goles, pero podrían habernos marcado cuatro. Los hemos dejado jugar y ellos nos han estudiado bien".

En el fútbol actual, sumamente equilibrado desde lo físico y estudiado desde lo táctico, llegar a un partido con un punto de fatiga y otro de distracción contra un equipo descansado, concienciado y trabajado específicamente para enfrentarse a ese rival, puede compensar un encuentro entre fuerzas dispares.

Acostumbrados a ver al Barcelona tramitar con soltura los partidos cuando se coloca en ventaja, no sería ilógico confundir con un exceso de confianza o de suficiencia lo que simplemente es fatiga. Guardiola intentó cuidar el físico de Messi, Iniesta y Villa, a quienes reservó para la segunda parte, pero el equipo titular contaba, al igual que el del Madrid, con mayoría de futbolistas que habían viajado con sus selecciones.

No es únicamente en el desarrollo de los partidos en lo que se acumula la fatiga ni es esta solo una cuestión física. No hay manera posible de ahorrar a los mejores futbolistas las decenas de compromisos deportivos y extradeportivos, concentraciones y viajes, que deben afrontar para disputar cada año y hasta el final de los mismos un mínimo de tres competiciones locales y las diversas obligaciones con las selecciones nacionales.

Un punto de difícil equilibrio que conocen bien aquellos equipos que, sin el poder y la estructura de los grandes, han cosechado importantes logros una temporada y les toca corroborar al año siguiente las múltiples dificultades que lleva consigo dispersar la atención en tantos frentes.

Decisiones

Por: | 04 de septiembre de 2011

En el juego del ajedrez, en el que la capacidad de cálculo es un elemento vital, los mejores ajedrecistas del mundo todavía libran y ganan interesantes batallas contra las computadoras. La descomunal capacidad de cálculo de las maquinas se equilibra con la intuición, la inteligencia y la creatividad humana. No necesita Kaspárov analizar todas y cada una de las posibles jugadas legales, un proceso que le llevaría siglos, sino que descarta inmediatamente casi todas ellas y se concentra en las pocas que son importantes para aplicar allí su creatividad.

De esta misma forma tamiza un futbolista sus acciones. Los buenos jugadores no piensan en las malas jugadas. Parten de un abanico de opciones preestablecido, intuitivo o razonado, para cada situación. Hay una intención en el horizonte de cada acción y un tiempo crucial que se ahorra en cada intervención. A partir de allí, con ese conocimiento de las propias aptitudes y limitaciones y esa capacidad para seleccionar rápidamente las soluciones más prometedoras para cada situación, les resulta más sencillo ser creativos.

En cambio, el jugador que desconoce cuáles son las prioridades en cada situación del juego demora decisiones mientras transita despistado por esa inmensidad de opciones disponibles, la mayoría de las cuales son malas, débiles o intrascendentes. La creatividad aplicada a destiempo o de forma errónea en el lugar equivocado solo es un lastre en un deporte que se practica de manera profesional y en el que reina como objetivo la victoria.

En un juego de dinámica fluctuante como el futbol, en el que cada situación viene determinada por múltiples factores y cada uno de ellos eleva el nivel de incertidumbre, es elemental el proceso de selección de las respuestas en la toma de decisiones. Una parte de este se realiza de manera intuitiva. Una sucesión de deducciones inconscientes en las que intervienen los recuerdos y el reconocimiento de patrones y que supone un ahorro de tiempo y energía. Después, conscientemente, se analizan las posibilidades restantes.

Un futbolista inteligente no solo toma decisiones rápidas que, generalmente, son apropiadas y acordes a los momentos del juego y a sus propias capacidades atléticas y técnicas, sino que además sabe el porqué de cada decisión.

Si bien a veces resulta más sencillo y rápido obligar al futbolista a memorizar y mecanizar situaciones del juego o de los distintos sistemas tácticos, de esta forma el jugador nunca alcanza a comprender completamente el sentido de sus acciones. Intentar, prever y automatizar todas las posibles acciones de un partido es una tarea a la que se abocan algunos entrenadores obstinados que, invariablemente, se muestran luego sorprendidos cuando el destino se demuestra inasible.

Otorgar herramientas para facilitar el razonamiento del futbolista y que este concluya por sí mismo cuáles son las posibles alternativas ante diferentes situaciones es una labor más ardua y compleja. Un trabajo integral que incluye al futbolista y le ayuda a entender mejor el juego en general y cada sistema en particular. Un ejercicio de ida y vuelta en el que ambas partes, jugador y entrenador, pueden resultar enriquecidos.

Esta labor formativa es a veces olvidada en los equipos profesionales por dos razones opuestas. Una es dar equivocadamente por sentado que el futbolista que llega a la Primera División ha desarrollado al máximo todas sus capacidades cognitivas. La otra es subestimarlas.

El Barça, ideas e intérpretes

Por: | 28 de agosto de 2011

Mess 

Una vez más salió este grupo de futbolistas a imponer su estilo. En esta ocasión, en la Supercopa europea, en el resbaladizo césped monegasco. Con intensidad, pero con soltura; concentrado, pero liviano. No dando por sentado nada de lo conseguido, pero, al tiempo, consciente de su superioridad. El Barcelona llega a estas citas sin regodearse en el tesoro acumulado. Consciente de lo que, de nuevo, se juega.

Un equipo que ha encontrado a los mejores intérpretes para aplicar sus ideas, pero que antes ha tenido la precaución de tener ideas a las que buscar intérpretes... Este Barça es una equilibrada conjunción entre la libertad individual y el compromiso táctico colectivo. Cada jugada es una declaración en la que se lee la fe de los futbolistas en lo que hacen. Ejecutan con plena confianza los mecanismos y las variaciones que al ya largamente arraigado estilo ha ido agregando Pep Guardiola para enriquecerlo.

Las salidas cortas en el comienzo de las jugadas, incluso ante la presión adversaria, son quizás el ejemplo más contundente de confianza en las propias condiciones. La inserción de Xavi entre los centrales, que se abren como un resorte a orillas del área grande, coloca a los laterales en posiciones ofensivas cuando Valdés todavía tiene la pelota en los pies. Los movimientos horizontales en la posesión, a través del juego corto y medio, se estructuran con triangulaciones verticales que depositan el balón en la otra banda utilizando recorridos que dificultan la presión rival y facilitan la disposición para profundizar. Cuando la pelota supera el mediocampo y los triángulos encuentran a Xavi o Iniesta como vértices bajos, Villa y Pedro, con un ojo en el pie del lanzador y otro en la última línea enemiga, coquetean con el fuera de juego y piden la profundidad. Doble amenaza que, además, desprende a Messi de los centrales y le permite enlazar con holgura.

A los 35 minutos el Barcelona ya tenía el 70 % de la posesión y cuadruplicaba al Oporto en la cantidad de pases. No solo el Barca tiene incorporada su partitura de antemano, sino que, además, afina su instrumento en el transcurso del partido. Tras una salida larga de Helton, a los 37 minutos, los delanteros del Oporto apretaron hasta llegar a Valdés, arrastrando al resto de los bloques con ellos. Valdés, Abidal y Xavi triangularon en el área desairando la presión y, en menos de 14 segundos y sin dejar de tocar el césped, el balón se encontraba en el área contraria en poder de Alves.

El ahogo que produce la presión en falso y el consiguiente regreso de los bloques afectó directamente al Oporto, que, tras recuperar ese balón, no tuvo fuerza para desplegar sus filas nuevamente. El pase atrás de Guarín en el gol de Messi es un claro error individual, pero se produce por la falta de movilidad del equipo portugués para generar posibilidades en la salida tras el esfuerzo en vacío de la presión fallida.

La segunda parte repitió argumento con pequeños matices. El Oporto intentó exigir a Valdés con tiros desde fuera del área y el Barça improvisó alguna salida larga. El dominio y el control no se inmutaron. Solo en saques de esquina superaba el Oporto al Barça cuando Alexis Sánchez reemplazó a Villa y Busquets mandó a Abidal al lateral tras sustituir a Adriano. El partido únicamente corrió riesgo para el Barça en el minuto 78, cuando Abidal dobló su error en la salida derribando a Guarín en un lance que empañó la hasta entonces muy buena labor del árbitro.

Cesc ingresó a 10 minutos del final para corroborar, en pocas intervenciones y con gol incluido, que su fichaje responde a factores que superan lo futbolístico. Con la misma intención que los arqueólogos griegos cuando reclaman al Museo Británico algunos fragmentos de la Acrópolis, el Barça recupera con Cesc un pedacito de su estilo que estaba en manos inglesas. Se asegura calidad y se garantiza competencia a la altura del grupo.

El Barca gana su segundo trofeo de los seis que le ofrece el año y se muestra con cuerda para rato. Aunque el Madrid, fiero y punzante como demostró en La Romareda, le disputará hasta el final tres de ellos.

Los renglones torcidos de Mou

Por: | 22 de agosto de 2011

Jose_Mourinho

Más ofensivo, más agresivo y asumiendo más riesgos. Así se presentó el Real Madrid esta temporada ante el Barcelona. Un giro táctico de Mourinho para afrontar los clásicos, apretando con una intensidad asfixiante desde el inicio, obligando al Barca a una posesión incomoda y no permitiendo sus típicas triangulaciones horizontales, que van inclinando el partido a través del volumen de juego.

Con presión constante y ordenada sobre los centrales, los laterales y los volantes, Valdés se vio a menudo utilizado como apoyo final para buscar salidas en el Bernabéu. Las coordinaciones en la presión se vieron también en el preciso manejo del Madrid de los tiempos, los espacios y la elección del jugador a presionar e incluso de la dirección en la que esta se ejercía. Así, en el partido de vuelta, los blancos angostaron los caminos y guiaron deliberadamente la salida hacia Mascherano, obligándole a lanzamientos largos o a pases apurados y arriesgados.

El Madrid robó, en ambos partidos, gran cantidad de balones en los tres cuartos de la cancha. Una zona ideal para ahogar al Barca y atacarlo rápidamente, inculcándole dudas y temor en el despliegue, una fase clave para el desarrollo de su juego.

Para aplicar esa presión en bloque no solo se necesita intensidad, un gran estado físico y una afinada coordinación. También se requiere coraje. Solo con esa determinación y dos magníficos centrales como Carvalho y Pepe se puede mantener la línea defensiva tan alta, plantada casi en la mitad de la cancha, cuando enfrente hay pasadores como Messi, Iniesta y Xavi y alfiles como Pedro y Villa.

No solo fue el Madrid más decidido en su determinación por achicar los espacios, sino también más respetuoso con el destino del balón. Con mejoras conceptuales para no permitir la presión rival, la pelota no voló frontal en el juego largo y se movió cruzada en el juego medio, con Alonso y Khedira buscando abrir a Cristiano y Di María a espalda de sus marcadores.

Ya asimiladas desde el curso anterior, las salidas rápidas y la aceleración vertical tras el robo, marca registrada en los equipos de Mourinho, se ejecutaron de forma diligente.

En ese crecimiento con el balón y robando tiempo de posesión y energías a un Barça obligado a replegarse asiduamente, al Madrid quizá le faltó encontrar esa dosis de paciencia necesaria para que el dominio del partido no dependa exclusivamente de la intensidad física.

Solo Messi, con sus tres goles y dos asistencias, se interpuso entre la Supercopa y el Madrid. No perdió la batalla del juego ni mucho menos la psicológica, en la cual insertaba nuevas dudas a un Barca que se vio superado durante larguísimos tramos. Se trataba de una derrota matizada, con grandes avances estratégicos y tácticos. Hasta que el equipo decidió ocultarlos y pelear contra sí mismo.

Cuando el Madrid dedica sus energías a enfocarse en el discurso futbolístico, el conjunto y el entrenador transmiten con claridad sus ideas a través del juego. Cuando se dedica a reñir o a vociferar el afiebrado discurso extrafutbolístico, el Madrid transpira sobre su tradición los excesos de quien circunstancialmente lo representa.

Ya no cuenta el Madrid ni siquiera con un intérprete como Valdano, conocedor de la cultura del club, que intente moderar y enderezar el mensaje ante la imposibilidad de moderar a quien lo dicta.

Construido con retazos de la realidad y zurcido con el hilo de la sospecha, cuesta hoy distinguir si el discurso en el que está enredado el club responde a una intención premeditada de acoso y presión psicológica, con la intención de influir al Barça y condicionar la mirada general -una argucia maliciosa con la que se podría estar de acuerdo o no, pero que al menos determinaría la existencia de un proceso deliberado, de un esquema razonado-, o si finalmente los protagonistas compraron su versión personal de los hechos para, convencidos del propio relato, deslizarse de lleno en una ilusión persecutoria perpetrada en su contra y ante la cual se ven obligados a rebelarse.

Una visión torcida que se reafirma a sí misma con el paso del tiempo y de los hechos, ya que, como lo describe Jorge Fontevecchia (Diario Perfil, 30-4-11): "El paranoico siempre tiene razón. Presume que alguien lo va a atacar y para defenderse lo ataca primero. El atacado, también para defenderse, devuelve la agresión. El paranoico confirma su teoría: querían atacarlo". Como sucede con Alice Gould, en la famosa novela de Luca de Tena, el lector desconoce en cuál de estos ovillos se encuentra atascado el Madrid de Mourinho.

Un equipo que se encuentra futbolísticamente más cerca que nunca de su presa y todavía esta a tiempo de olvidar todo este ruido y escucharse a sí mismo en su mejor versión: jugando a la pelota.

Salud, campeón

Por: | 27 de julio de 2011


Mesurado, ordenado, solidario y habiendo gestionado bien las fuerzas a lo largo del torneo, Uruguay llegó a la final dispuesto a imponer sus condiciones y el peso de la historia.

Empujó intensamente en el comienzo. Desde el primer minuto aplastó las líneas paraguayas con la convicción de quien conoce bien no solo cómo aplicar su sistema sino también el manejo de los tiempos para poder imponerlo.

Con ese empuje y con la guapeza y la destreza de Suárez, que fue un embudo para las largas salidas celestes, Uruguay consiguió media docena de pelotas paradas a favor cuando el partido recién empezaba a desatarse. Con la afilada pegada de Forlán y la capacidad aérea habitual en el equipo, el central Lugano se afincó durante un par de minutos de delantero centro.

El mismo Lugano pudo inclinar la final en el minuto tres, cuando Ortigoza salvó en la línea y con la mano un rebote de su primer cabezazo. No debió pasar mucho tiempo para que Suárez, el mejor jugador del torneo, recortase en el aire una pelota al área para desairar su marca y soltar la zurda al gol.

Si antes del partido Uruguay se presumía superior, después del primer gol Paraguay claudicó. No lo hizo por falta de carácter o de interés, sino por carencia de energía y de recursos. Paraguay, que no llegó a la final en las mejores condiciones físicas, es un equipo serio y firme, pero no estaba preparado para atacar y menos aún para hacerlo con futbolistas fatigados y elaborando a través del control de la pelota. No había ganado ni un partido el equipo guaraní en esta Copa y se encontraba con una cuesta demasiado inclinada: el deber de llegar al gol manejando el balón contra un equipo sin fisuras tácticas a la hora de esperar y perfectamente preparado para el contragolpe. Como encarar el Mont Ventoux en un triciclo.

En el minuto 42 Arévalo Ríos presionó la incierta salida de Ortigoza y cedió a Forlán el segundo gol y el final de la Copa. Sobró el segundo tiempo para un conjunto con este oficio y un entrenador con esta experiencia contra un rival despojado de sus mejores armas. Ni siquiera permitió Tabárez que sus futbolistas se tentaran con la comodidad y retrocedieran demasiado: Cavani por Pereira en el minuto 65. Y el problema paraguayo ya no era solo no poder llegar sino también no ceder más goles.

El tercer tanto, en el minuto 90, fue un resumen no solo del partido sino también del funcionamiento de Uruguay, que plasma su idea de una forma tan voluntariosa y aparentemente sencilla que logró superar, como si hubiese sido una tarea fácil, las expectativas creadas con su última actuación mundialista.

Cerrado el telón de la Copa surgen algunas reflexiones. No es casual que tres de los cuatro equipos que llegaron a las semifinales mantengan los mismos entrenadores desde hace varios años. Farías (2008), Martino (2007) y Tabárez (2006). Tampoco lo es que estos equipos, con procesos maduros y sin determinadas obligaciones de estilo como las que se autoimponen Brasil y Argentina, se hayan mostrado más firmes y amalgamados.

Respeto por los procesos y por las personas, ideas claras, tiempo y trabajo inteligente son factores fundamentales para poder lograr solidez y orden. Talento individual y compromiso colectivo son el plus mágico pero indispensable para formar un equipo ganador.

Felicitaciones al querido Uruguay por esta merecida victoria.

Acostumbrados al adiós

Por: | 18 de julio de 2011

El futbolista argentino Carlos Tévez

Quizá el único consuelo que nos queda, tras la eliminación de Argentina de la Copa América en los penales está en conocer las dificultades y el tiempo que requiere organizar e imponer un sistema de juego ofensivo donde el dominio se genere a través de la posesión de la pelota. Más aún para un equipo en formación y con entrenador nuevo. Pero la sensación final fue que, durante el torneo, el tiempo se le fue echando encima a la selección sin que se percatara. Con poco poder de reacción ante los distintos problemas que evidenciaba la competencia.
Si bien los equipos se estructuran con el transcurso de la competición, y es allí donde muestran sus virtudes y defectos, este no es el único sitio donde ver determinados síntomas y preparar posibles soluciones. Entrenamientos y partidos amistosos deben ayudar a ganar tiempo.

Argentina tardó 180 minutos y sendos empates, por ejemplo, en corregir algunas incompatibilidades de base. No es suficiente una posesión prolija sin velocidad en la circulación o sin profundidad en el juego. No es suficiente tener a Messi si no se lo apoya y se le generan los espacios necesarios. En el tercer partido, con la obligación de ganar frente a Costa Rica, llegaron los cambios y surtieron el efecto deseado. Higuaín preocupó a los centrales rivales y alargó la cancha. Di María percutió por banda. Gago le dio ritmo a la circulación y apoyos a Messi y este último asumió total libertad de movimiento. Argentina ganó y jugó bien, pero el triunfo se puso en duda por la entidad del rival, que presentó una selección juvenil apenas reforzada.

Ya en cuartos de final y contra Uruguay, un equipo sólido y organizado desde hace tiempo y que desarrolla un futbol serio, austero y más fácil de asimilar para futbolistas que no se ven las caras todos los días, Argentina debía reafirmar las buenas sensaciones dejadas contra Costa Rica. El partido no pudo empezar peor. No solo por el gol tempranero sino también por la impotencia de que llegara por el sitio más predecible: una pelota parada lanzada por Forlán y una antigua jugada preparada.

Reaccionó rápido Argentina. Igualó el partido con una genialidad de Messi que colocó un centro milimétrico en la cabeza de Higuaín. Luego empezó a imponerse en el juego aprovechando la capacidad de Gago para mover el balón, la movilidad de Di María y el talento de Agüero y del propio Messi. A los 38 minutos, con la expulsión de Pérez, el camino a las semifinales parecía allanarse para la albiceleste.

Sin embargo, reaparecieron los mismos problemas a la hora de profundizar. La única ventaja que se tiene en fútbol es aquella que se plasma en el marcador y Argentina no supo aprovechar los 50 minutos que jugo 11 contra 10. A los laterales sin características ofensivas se sumaban las dificultades de Zanetti y Agüero, con el perfil cambiado. Cuando Messi dejaba la banda el equipo quedaba sin profundidad por la derecha y no conseguía, así, tomar posiciones por el centro y cercanas al área. Messi es un fuera de serie pero todavía no se ha visto el futbolista que pueda tirar el centro y luego ir a rematarlo.

Ni Agüero pasó nunca a la derecha ni Di María intentó abrirse totalmente a la izquierda. Opciones que se antojaban viables para romper por los costados y liberar a Messi frente al arco, aprovechando el hombre de más.

Cuando los cambios llegaron, ya entrada la recta final, las intenciones eran otras: con Pastore por Di María y Tévez por Agüero la selección alambró sus bandas y centralizó aun más su juego. No supo Argentina imponer las condiciones tácticas ni la mentalidad necesaria para aprovechar su oportunidad. Con la expulsión de Mascherano sobre el final del partido, Batista debió encarar la prolongación asumiendo los riesgos de sus decisiones: jugar 30 minutos con una posesión centralizada contra un equipo contragolpeador.

En la prórroga Tabárez mostró su manejo de los tiempos. Reservó dos cambios para cerrar el partido: Gargano y Eguren por Arévalo Ríos y Pereyra, agotados.

Y Argentina se entregó a la lotería.

El Charco

Sobre el blog

El Charco. 1- Superficie de agua poco profunda que de no ser por los visitantes podría pasar totalmente desapercibido. 2- Coloq. Arg. Océano que separa el continente americano y el europeo.

Sobre el autor

Santiago Solari

Santiago Solari nació en Rosario, Argentina, en 1976. Jugó al fútbol en River Plate, Atlético de Madrid, Real Madrid, Inter de Milán, San Lorenzo de Almagro, Atlante y Peñarol.

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