Mi relación con el nabo -el de comer- es un poco conflictiva. Que me perdonen sus fans, pero nunca me ha excitado demasiado esta hortaliza. Su sabor no me dice nada, y su olor me evoca, no sé por qué, a unos tiempos de miseria y de hambre que nunca viví. Lo he usado para caldos y fondos como un elemento más, pero como prota... buf, me cuesta.
A pesar de todo, he de reconocer que hay una carne a la que el nabo le va muy bien, y es la del pato. Bien lo saben en Girona, donde esta combinación forma uno de los platos clásicos de la provincia. Mi receta no tiene mucho que ver con ese guiso catalán, porque cocino ambos ingredientes por separado. Los muslos de pato van confitados en aceite (también se pueden hacer en grasa de ese ave, si se tiene), y la hortaliza se fríe para que quede un poco crujiente, de forma que pueda gustar incluso a los más nabófobos.