La Semana de Música Religiosa de Cuenca que comienza el sábado, más que de gloria, será de pasión. Desde hace años y como ha sido la tónica de muchos festivales de este calibre, la Semana ha entrado en una decadencia imparable que va a marcar de una manera crucial su incierto futuro.
En los 16 conciertos programados caben la espectacularidad de una Pasión según San Juan a cargo de Le Concert Lorrain y dos Misas de Haydn y Mozart que el Jueves Santo interpretará The King’s Consort. Fabio Biondi y su Europa Galante aportarán en Viernes Santo obras de Pergolesi, Antonio Florio resucitará piezas napolitanas de Caresana y Gaetano Veneziano con su grupo I Turchini mientras que L’Echelle será la formación residente.
Es lo que se ha logrado aportar este año por los pelos porque lo cierto es que la Semana de Música Religiosa de Cuenca afronta un segundo medio siglo –esta es su 51 edición- marcado por las sombras y la incertidumbre.
Sombras que ayer se hicieron patentes con una demanda presentada en los juzgados de la ciudad manchega. Las agencias Duetto Management e IMúsica han denunciado a la Semana conquense por deudas que ascienden a cerca de 300.000 euros por impago de varios conciertos celebrados en la pasada edición.
No son las únicas deudas. Cerca de un millón de euros es lo que debe el festival a otros promotores.
¿Una pena? ¿Un signo de los tiempos? La debacle económica que nos rodea no podía dejar de afectar al mundo de la música clásica. Lo que desconcierta es la huida hacia adelante de muchos responsables de la gestión. Cuenca no es el único caso en un mundo cuya burbuja si no ha estallado ya con acciones judiciales de este tipo que cantan la situación a los cuatro vientos, estallará antes del verano con otros datos.
Se han acabado los tiempos de glamour y gastos pagados. Se han acabado los cachés inflados y la mejor carta, las mejores programaciones. Lo que hace falta es cabeza fría para seguir sosteniendo los pilares frágiles de un mundo que ha vivido demasiado por encima de sus posibilidades.