El Concertino

Sobre el blog

Una visión de la música culta para el siglo XXI. Valores, desafíos, debates, tendencias y análisis de la mano de los periodistas de EL PAÍS. Un blog para vivir y disfrutar de la ópera y la clásica. Textos para saber más y, sobre todo, para acercarse hasta donde permiten las palabras a la emoción de la música.

Sobre los autores

Daniel Verdú. Periodista de la sección de Cultura.

Jesús Ruiz Mantilla.Periodista de El País Semanal.

Gergiev dirigirá a la Filarmónica de Múnich a partir de 2015

Por: | 23 de enero de 2013

Gergiev

El director de orquesta ruso Valery Gergiev. / Consuelo Bautista

Desde hacía días se especulaba con el futuro profesional del director de orquesta Valery Gergiev. El ruso, director general y batuta principal del Mariinsky, así como titular también del la London Symphony Orchesta (LSO) había anunciado que no renovaría con la formación británica en 2015, cuando termina su contrato. Finalmente, hoy hemos conocido que el titular de Múnich, Lorin Maazel, abandonará su puesto ese año y será sustituido por Gergiev. Por el podio de la prestigiosa orquesta bávara han pasado directores como Sergiu Celibidache, James Levine o, más recientemente, Christian Thielemann.

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La pasión por Mozart y Schubert de Michael Haneke

Por: | 22 de enero de 2013

Amor
Fotograma de 'Amor', dirigida por Haneke.

Por Jesús Ruiz Mantilla

Durante algún tiempo, Michael Haneke acarició el sueño de ser músico. De haberlo cumplido, habríamos perdido al que pasa por ser hoy uno de los cineastas más interesantes del mundo. Estos días se encuentra en Madrid preparando el montaje de Così fan tutte, la ópera de Mozart con libreto de Lorenzo da Ponte que aborda un curioso y arriesgado cambio de parejas, sobre el que Haneke nos ofrecerá alguna de sus malévolas conjeturas acerca de la conducta humana y sus sombras.

Pero de aquellos sueños de juventud, a Haneke, además de Mozart, le quedó otra obsesión más que recurrente en sus películas: Franz Schubert. Si en la banda sonora de La pianista, una de sus películas más devastadoras, basada en la novela de Elfriede Jelinek, sonaba obsesivamente el Winterreise, esa serie de canciones sobre el frío que deja el abandono, en Amor, la obra que acaba de estrenar y que ganó la Palma de Oro en Cannes, Haneke recurre a los Impromptus.

Es muy consecuente la devoción de Haneke por Schubert. Pocos compositores como el romántico vienés, muerto a los 31 años, han desgranado la tristeza y la desolación del alma como él. Pocos cineastas también han estado a la altura de su música. En Amor, ese retrato del compromiso llevado hasta las últimas consecuencias en los emocionantes rostros de Jean-Louis Trintignant y Emmanuel Riva, Haneke nada entre la crudeza, la ternura y el barranco de la decrepitud. Con la contundencia y el respeto de su cámara, el cineasta nos hace asistir al fin de los días de una pareja cuyo escaso respiro final se dulcifica al cobijo de alguna que otra comida solitaria junto a la ventana de la cocina y la visita de un alumno de piano –Alexandre Tharaud- que les regala en agradecimiento a lo que han hecho por él una grabación de sus Impromptus.

Si en ese ensayo permanente de piezas musicales basadas en la improvisación se encuentra una clave perfectamente coherente con los imprevistos constantes que sufren sus protagonistas en su enfrentamiento a la muerte, el Viaje de invierno que nos muestra Haneke en La pianista adquiere también ese mordiente de metáfora sobre el dolor.

No es condescendiente Haneke con su materia dramática. Como tampoco lo fue Schubert. No es contemplativo, ni alienta la más mínima esperanza. En su cine, tanto como en la música de Schubert, se adivinan paisajes de negruras tapadas por la nieve blanca de la muerte como una de las esencias del sentido trágico vienés que ambos intima y profundamente comparten.

Pero en La pianista, aparte de la constante variación obsesiva sobre el Viaje de invierno, Isabelle Huppert, esa castrante profesora envarada hacia el sadomasoquismo incapaz de aceptar que cualquiera de sus alumnos comprenda a Schubert en mayores magnitudes que ella, suenan también otros ecos. Por ejemplo, la imponente Sonata 959 del mismo compositor, pasajes del Clave bien temperado, de Bach, la Fantasía en fa menor, de Chopin así como algún acorde de la Sonata número 3 de Beethoven o un Preludio de Rachmaninov, entre otras piezas.

Todas dan fe de la exquisita sabiduría musical de un cineasta capaz de hacer confluir su discurso fílmico con las notas más pertinentes para hilvanar sus historias. La expectación ante lo que haga en el Teatro Real de Madrid con su visión de Così fan tutte está más que justificada.  

La pasión por Mozart y Schubert de Michael Haneke

Por: | 22 de enero de 2013

Amor

Durante algún tiempo, Michael Haneke acarició el sueño de ser músico. De haberlo cumplido, habríamos perdido al que pasa por ser hoy uno de los cineastas más interesantes del mundo. Estos días se encuentra en Madrid preparando el montaje de Così fan tutte, la ópera de Mozart con libreto de Lorenzo da Ponte que aborda un curioso y arriesgado cambio de parejas, sobre el que Haneke nos ofrecerá alguna de sus malévolas conjeturas acerca de la conducta humana y sus sombras.

Pero de aquellos sueños de juventud, a Haneke, además de Mozart, le quedó otra obsesión más que recurrente en sus películas: Franz Schubert. Si en la banda sonora de La pianista, una de sus películas más devastadoras, basada en la novela de Elfriede Jelinek, sonaba obsesivamente el Winterreise, esa serie de canciones sobre el frío que deja el abandono, en Amor, la obra que acaba de estrenar y que ganó la Palma de Oro en Cannes, Haneke recurre a los Impromptus.

Es muy consecuente la devoción de Haneke por Schubert. Pocos compositores como el romántico vienés, muerto a los 31 años, han desgranado la tristeza y la desolación del alma como él. Pocos cineastas también han estado a la altura de su música. En Amor, ese retrato del compromiso llevado hasta las últimas consecuencias en los emocionantes rostros de Jean-Louis Trintignant y Emmanuel Riva, Haneke nada entre la crudeza, la ternura y el barranco de la decrepitud. Con la contundencia y el respeto de su cámara, el cineasta nos hace asistir al fin de los días de una pareja cuyo escaso respiro final se dulcifica al cobijo de alguna que otra comida solitaria junto a la ventana de la cocina y la visita de un alumno de piano –Alexandre Tharaud- que les regala en agradecimiento a lo que han hecho por él una grabación de sus Impromptus.

Si en ese ensayo permanente de piezas musicales basadas en la improvisación se encuentra una clave perfectamente coherente con los imprevistos constantes que sufren sus protagonistas en su enfrentamiento a la muerte, el Viaje de invierno que nos muestra Haneke en La pianista adquiere también ese mordiente de metáfora sobre el dolor.

No es condescendiente Haneke con su materia dramática. Como tampoco lo fue Schubert. No es contemplativo, ni alienta la más mínima esperanza. En su cine, tanto como en la música de Schubert, se adivinan paisajes de negruras tapadas por la nieve blanca de la muerte como una de las esencias del sentido trágico vienés que ambos intima y profundamente comparten.

Pero en La pianista, aparte de la constante variación obsesiva sobre el Viaje de invierno, Isabelle Huppert, esa castrante profesora envarada hacia el sadomasoquismo incapaz de aceptar que cualquiera de sus alumnos comprenda a Schubert en mayores magnitudes que ella, suenan también otros ecos. Por ejemplo, la imponente Sonata 959 del mismo compositor, pasajes del Clave bien temperado, de Bach, la Fantasía en fa menor, de Chopin así como algún acorde de la Sonata número 3 de Beethoven o un Preludio de Rachmaninov, entre otras piezas.

Todas dan fe de la exquisita sabiduría musical de un cineasta capaz de hacer confluir su discurso fílmico con las notas más pertinentes para hilvanar sus historias. La expectación ante lo que haga en el Teatro Real de Madrid con su visión de Così fan tutte está más que justificada.  

Los recortes castigan a la ópera de Bilbao

Por: | 15 de enero de 2013

Por MIGUEL PÉREZ MARTÍN

I Vespri siciliani [1500]

Escena de Les vêpres siciliennes de la ABAO para este año. / TEATRO REGIO DI TORINO

En Bilbao están este año de aniversario. Hace 60 años que un grupo de aficionados a la lírica fundó la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO), una asociación privada sin ánimo de lucro que dotó a la ciudad de una temporada operística estable. Pero la crisis no entiende de celebraciones, y los recortes tampoco. El Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (Inaem), dependiente del Ministerio de Cultura, ha recortado un 71% su subvención a la temporada bilbaína, lo que supone el mayor recorte del gobierno a un teatro de ópera. ¿Las razones? Juan Carlos Matellanes, presidente de la asociación, las explica: “Nos han dicho en el ministerio que han primado el criterio de que Cultura participe en la gestión de las temporadas operísticas a la hora de repartir subvenciones, algo que para mí es erróneo. Los criterios principales deberían ser la eficiencia y la calidad”.

 

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Dudamel compone para Bolívar

Por: | 08 de enero de 2013

por JESÚS RUIZ MANTILLA

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La incógnita es si Chávez llegará a verlo y, en el caso que nos ocupa para El concertino, si llegará a oírlo, porque nada menos que Gustavo Dudamel se estrena como compositor. Lo hace para el cine y para Simón Bolívar. El músico venezolano se ha encargado de crear la banda sonora de Libertador, el biopic que se está terminando sobre la vida del hombre que proporcionó la independencia suramericana. Con las imágenes ya prácticamente rodadas entre Venezuela y España, el director del filme, Alberto Arvelo –que participó con Dudamel en los documentales Tocar y luchar y Dudamel, el sonido de los niños- asiste estos días en Caracas a la grabación de la música por parte del propio Dudamel y la Orquesta Simón Bolívar en un lugar secreto y con las bendiciones de José Antonio Abreu, creador del Sistema de orquestas, esa fábrica de talento y acción social, de la que salió el propio músico que hoy triunfa a nivel global.

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Franz Welser-Möst y el "refinamiento" de Cleveland

Por: | 01 de enero de 2013

Franz

Franz Welser-Möst dirige a la Filarmónica de Viena en el Concierto de Año Nuevo de 2011.

El austriaco Franz Welser-Möst vuelve hoy a casa para dirigir a la Filarmónica de Viena en el tradicional Concierto de Año Nuevo. Un evento enfocado a la audiencia (se retransmite en 81 países) y a las concesiones más populares de la música clásica. Pero él está encantado y reivindica la dificultad e interés de los valses y las polkas que se interpretan el primero de año. Con motivo de este concierto, le entrevistamos la semana pasada y se nos quedaron algunas de sus reflexiones sobre la crisis y la música fuera de una pieza estrictamente enfocada al evento de Año Nuevo. Estas son las impresiones del director de la Cleveland Orchestra (quizá la mejor de EE UU) y de la Staatsoper de Viena sobre la situación de la música y las características de su orquesta.

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