
Por JESÚS RUIZ MANTILLA
Si no fuera suficiente llegar en mayo a Praga para
pasear por el monte Petrin y observar la ciudad entre la sábana de sus cerezos,
si no resultara mayor aliciente cruzar el puente de Carlos y perderse por Mala
Strana, o por los parques a escondidas donde gobiernan con altivez los pavos
reales, si no se conforma usted con ponerse ciego a cerveza y dejar que pase el
tiempo en los deliciosos cafés de techos altos y amplios ventanales por donde
pasa la vida mientras la suya se detiene un rato, si no fuera ya eso el colmo
para justificar un viaje a esta ciudad mágica, si necesitan más, entonces
tengan en cuenta que estos días se celebra uno de los festivales musicales con
más encanto de Europa: la primavera de Praga.
Y lo abrió ayer miércoles una pareja de mucho
predicamento en la República Checa junto a la mejor orquesta que se puede escuchar
hoy en el mundo: la Filarmónica de Berlín. Su director titular, Sir Simon
Rattle y su esposa, la mezzosoprano Magdalena Kozená ofrecieron en matiné (por
exigencias del guión, ya que fue retransmitido por televisión a varios países
del mundo, entre ellos China y Japón) un soberbio concierto desde la sala
española del Castillo de Praga.
Kozená quiso rendir homenaje a su compatriota Dvorak
en su país e interpretó las ‘Canciones Biblicas’, todo un arrebato de sonido y
sentido nostálgico compuesto por el autor de la ‘Sinfonía del Nuevo Mundo’
cuando trabajaba como director del conservatorio nacional en Nueva York. La voz
densa y elegante de Kozená se elevaba entre las lámparas de la sala ganando el
reto de una acústica que hacía temer algunas sombras en los días previos por
parte del público.
Pero todas las dudas sobre el sonido quedaron en el
olvido al comenzar el concierto con una obra de Ralph Vaughan Williams –Fantasía
sobre un tema de Thomas Tallin-, que supo a gloria en las cuerdas de la
Filarmónica de Berlín.
El gran momento llegó en la segunda parte. Tocaba
repertorio propio. Tocaba Beethoven. Y nada mejor para una mañana de primavera
en cualquier parte del mundo que una ‘Pastoral’. Pero sí encima, esa sinfonía
compuesta como un homenaje a la explosión de la naturaleza suena en la
estratosférica y poderosa genética germana de la Filarmónica de Berlín uno
entiende y trasciende las abstracciones propias de un arte como la música.
Porque la rareza de la orquesta berlinesa junto a
Rattle es que todo se concreta en sus manos. El genio del director británico no
se limita a sugerir la música ni a conseguir –que ya es mucho- las ensoñaciones
de un público que asiste a los conciertos en busca del poder de abstracción que
los sonidos generan. Rattle y la Filarmónica de Berlín, con Beethoven, van más
allá. Lo concretizan. Es una cosa muy rara. Relatan la música, la narran, se
puede ver, leer, vivir con los cinco sentidos en sus magníficas versiones. A
base de un tratamiento milagrosamente expresivo, de la partitura pastoral
saltan a borbotones las imágenes del esplendor en los campos, de las fiestas
populares y tiemblas ante la cercanía, la presencia y la lejanía de las
tormentas.
El impulso que le ha dado este músico a la formación
ha sido muy poderoso. Si los primeros años tuvo que bregar con mil y una
conspiraciones, al poco tiempo tomó el mando y convenció con el estilo propio
de su sensibilidad acerca de la ambición un tanto profética que predicaba.
Ya eran los números uno y habían quedado en la elite
indiscutible digna de su energía histórica con el trabajo de Claudio Abbado, pero
de la mano del inglés han ingresado en el siglo XXI con un entusiasmo que los
convierte en algo muy singular. Su complicidad, la pasión contagiosa trasciende
desde las filas de las violas y los violines a las traseras. Rattle ha formado
un grupo compacto y tremendamente universal en el que pueden verse
representados con orgullo los cinco continentes sin que la orquesta pierda su
carácter original.
Verlos, sentirlos, escucharles representa hoy una de
las experiencias más fascinantes que se puedan disfrutar dentro del arte
presente en vivo. Lo podremos comprobar cuando aterricen el mes que viene por
Madrid para interpretar la ‘Novena Sinfonía’ en el Teatro Real y varias joyas del
repertorio, entre ellas el ‘Requiem’ de Fauré, junto al Orfeón Donostiarra y en
el ciclo de Ibermúsica, para cerrar la temporada musical a lo grande.
Mientras, en Praga, la primavera seguirá su curso con
las propuestas del actual director del festival, Roman Belor, que ha programado
más de 60 espectáculos de la mano, entre otros, de Lorin Maazel al frente de la
Filarmónica de Múnich, la Mahler Chamber junto a Leif Ove Andsnes, que deja
esta vez el piano para dirigir, más pianistas como Murray Perahia o Andras
Schiff y cantantes como Angela Denoke o Matthias Goerne en un intento de seguir
el pulso y la trayectoria de un festival que desde 1946 –cuando fue creado por
Rafael Kubelik para celebrar el fin de la Segunda Guerra y el 50 aniversario de
la Filarmónica Checa- hasta el presente ha representado una palanca y una cita
de referencia en Centroeuropa.