Día 1: Amable tensión y un milagro

Por: | 08 de agosto de 2013

por JESÚS RUIZ MANTILLA

PeticionImagenCAJQ6J68 José Antonio Abreu creó su sistema de educación musical en 1975.

Una algo distraída, plácida, templada y amable tensión gobierna estos días la ciudad de Salzburgo. Por un lado, la histórica que ya de por sí da la obligación de celebrar los dos centenarios del nacimiento de Verdi y Wagner juntos. La algo más explícita de los divos, que pueden encarnar lo que representa en su corriente algo demodé Ana Netrebko para unos o en su rigurosa modernidad Cecilia Bartoli para otros. La del discurso musical de directores como Simon Rattle, Riccardo Muti, Daniele Gatti, Antonio Pappano, Giovanni Antonini o Zubin Mehta frente a la explosiva juventud de Gustavo Dudamel… ¿Y la escénica? Este año anda de capa caída.

El caso es que la presente edición de Salzburgo se ha rendido al paso del ejército venezolano de José Antonio Abreu, por tierra, mar y aire con la contagiosa espectacularidad de su discurso y sus resultados. La Orquesta Simón Bolívar ya arrasó en la primera quincena y ahora, los más jóvenes, apadrinados por Rattle, se disponen a cerrar su participación como residentes este fin de semana.

Y es con ellos también donde vino, aparte de la tensión, el milagro de contemplar ese lunático desafío de Abreu y sus sistema educativo a todas las convenciones. Puede que los agentes internacionales no consideren la aparición del Coro de Manos Blancas algo de tirón. Pero les puedo asegurar, desde que presencié por primera vez una actuación suya en Barquisimeto (Venezuela), que hoy en el mundo no se puede contemplar nada parecido.

Un buen día, una niña sordomuda acudió a uno de los centros del sistema de orquestas de Venezuela para que la enseñaran música. “No se puede”, le dijeron. Pero insistió en quedarse y le permitieron quedar presente en las clases. Pronto, Naybeth García, la responsable, observó que aquella niña respondía a ciertos impulsos musicales por vibración y así fue como se plantearon crear un coro de sordo mudos. Hoy ese coro, lo dicho, todo un desafío a las leyes de la física y la biología, viste unos guantes blancos con los que siguen a la perfección en ritmo y armonía las voces de un grupo de discapacitados de otro orden –ciegos, paralíticos, chavales con síndrome de down- que emiten un canto absolutamente cuajado y emocionante. El éxito fue abrumador en el Mozarteum. Algo corroborado por el mismísimo Plácido Domingo, que acompañó a Abreu en el acontecimiento.

Mientras, la ópera sigue su curso. Un Falstaff dirigido por Mehta y cuyas representaciones terminaron ayer da paso hoy a la expectación que ha generado Gawain, de Harrison Birtwistle, con Ingo Metzmacher en el foso y Alvis Hermanis en la dirección escénica al tiempo que la nueva oferta convive con la visión que de Los maestros cantores de Nuremberg nos ofrece Gatti. Wagner compite este año en Salzburgo con ese título y con Rienzi en versión concierto. Mientras que la batería verdiana gana por goleada, además de con el Falstaff, con un Don Carlo dirigido por Pappano, una Juana de Arco que sirvió de reaparición a Plácido y lucimiento a Netrebko y un Nabucco con el que Muti cerrará la carrera entre verdianos y wagnerianos. 4-2 a favor del italiano. En terreno centroeuropeo. No está mal.

Pero no solo de grandezas centenarias vive Salzburgo este año. Mozart –siempre fundamental y jugando en casa- aparece con Cosi fan tutte, a cargo de Christoph Eschenbach, Lucio Silla con Marc Minkoski y El rapto del serrallo por Hans Graf.

Aunque uno de los platos fuertes viene con la Norma que ofrece Bartoli. Visión con instrumentos originales de Antonini, que coloca a la mezzosoprano en un papel tradicionalmente reservado a sopranos pero que Bellini concibió para Giudita Pasta, cuyas cuerdas vocales tiraban más hacia lo grave. Ya se estrenó el título en mayo durante el festival de Pentecostes, que dirige la cantante romana, pero repite este agosto.

Estos días, la ciudad ve pasear a sus divas por la calle como si nada. Netrebko se contoneaba el miércoles por la plaza del Festpielhaus estampada en rojo y llamando poderosamente la atención, mientras que Bartoli lo hará a partir del 17, quizás pasando más desapercibida. Cuando la historia te ha bendecido y abierto ya sus puertas como una de sus cantantes más gloriosas no necesitas apelar al foco por las aceras, como es el caso de la italiana.

Pero para ser justos, Netrebko se muestra artísticamente en forma y guerrera. Lo hace adentrándose ahora en el repertorio verdiano más duro después de hartarse, literalmente y por propia confesión, de haber cantado La Traviata. Aquel fue el papel que la catapultó internacionalmente precisamente en Salzburgo junto a Rolando Villazón. Hoy se decanta por la oscuridad de Lady McBeth o Juana de Arco. Pisa muy fuerte la rusa.

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El Concertino

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Daniel Verdú. Periodista de la sección de Cultura.

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