Clásica y jazz: historia de un amor no siempre correspondido

Por: | 08 de abril de 2014

Gershwin

El compositor George Gershwin al piano.

Por CHEMA GARCÍA MARTÍNEZ

La silla de madera con respaldo parece catapultar al intérprete sobre el teclado; el cuerpo ligeramente encorvado a su izquierda; las partituras desparramadas por el suelo. Uri Caine interpreta a Wagner y Verdi de camiseta de saco y pantalones de saldillo a medio caer. Las damas de alta cama con abono de temporada se revuelven en sus butacas: “esto no es música”, cuchichean nerviosas. A su lado, una pareja de aficionados al jazz expresan su estupor: “esto no es jazz”, puntualizan.

El jazz de hoy mira a los clásicos con respeto y la irreverencia propia de quién ha sido educado en el lenguaje de la libertad. “La música clásica no es algo sagrado e intocable”, declaraba Uri Caine tras su concierto en el Auditorio Nacional de Madrid. “El músico es el mismo sea cual sea el traje que se ponga”. Así las cosas, la historia del jazz es el camino que conduce al músico de jazz desde el prostíbulo a la sala de conciertos. “El jazz es clásico desde la cuna”, apunta el pianista John Lewis, “aunque esa cuna fuera el lupanar”.

Ganada su respetabilidad, el jazz de hoy vuelve la vista a sus orígenes, allá done George Gershwin –un compositor clásico- proponía un primer entente cordial entre ambos géneros, de donde su Rhapsody in blue, estrenada por Paul Whiteman –un falso músico de jazz- y su orquesta, con el cornetista Bix Beiderbecke –este sí, un verdadero músico de jazz-. De ahí, al Concierto para clarinete de Paul Hindemith va un trecho. El mismo que transitaron con éxito desigual Maurice Ravel con su Concierto para piano en Sol Mayor o Igor Stravinsky con Ebony concerto, compuesto para ser interpretado por Woody Herman y su orquesta…  los clásicos, en jazz, son menos clásicos; al cambio, los jazzistas que, como Duke Ellington, hicieron uso temprano de las herramientas puestas a su disposición por la tradición europea en su música, pudieron demostrar con los hechos la posibilidad cierta de un mestizaje fructífero entre ambos géneros. Ajeno a todo, el extravagante contrabajista John Kirby ocupó buena parte de la década de los treinta y primeros cuarenta registrando las más de delirantes versiones de Beethoven y Chopin junto a “la más pequeña de las grandes orquestas del mundo”.

Apenas salido del cascarón, el jazz constituía poco más que una nota de color en la paleta sonora de los grandes compositores. Para algunos, sin embargo, escuchar a Art Tatum tocando el piano constituía motivo suficiente para adentrarse en las turbias aguas de Harlem, toda una temeridad en tiempos como aquellos: “no hay un pianista en la tierra capaz de hacer lo que él hace de oído”, proclamaba Arthur Rubinstein apoyado en la barra del bar Morgan´s.

MilesMientras tanto, el jazz se ha modernizado; ha nacido el bebop, y un “jovencito muy mono que toca la trompeta” llamado Miles Davis, en palabras del francés Boris Vian, convoca a un grupo de amigos en el sótano de Manhattan que hace las veces de domicilio de uno de ellos, un tipo desarrapado y genial llamado Gil Evans. “Todo se movía a una velocidad mínima y se hacía en voz baja para crear sound… el sonido pendía como una nube”. Los jóvenes músicos de jazz de clase media arrancan a exhibir orgullosos su background clásico. Fuera complejos. En Minton´s, Thelonious Monk imparte lecciones sobre impresionismo a Dizzy Gillespie mientras Charlie Parker hace guardia delante del domicilio de Edgar Varése a la espera de ser recibido por el compositor. El jazz, asegura, ya no le interesa.

La música de los extraños habitantes del sótano –Miles, Evans, Lee Konitz, Gerry Mulligan, John Lewis….se reunió en un disco, The birth of the cool, del que tomó su nombre el jazz cool: “sírvase fresco, pero no frío”. Llega al jazz el contrapunto y las armonías sofisticadas del romanticismo europeo. El jazz ahora es una música seria. Si has venido a bailar, mejor búscate otro lugar.

La tercera corrientethird stream, en inglés, en el original-, surgida a mediados de los cincuenta, fue un paso más allá en la dirección de un neoclasicismo adulto más allá del tópico representado por las grabaciones con violines de Charlie Parker o Stan Getz. Su instigador, Gunther Schuller, antiguo intérprete de trompa con Miles Davis y más tarde fundador del Departamento Third Stream en el New England Conservatory de Boston, protagoniza el efímero esplendor del jazz como música respetable y digna de ser escuchada en los salones de la beautiful people. Sus frutos se dejaron ver, incluso, en nuestro país. Ni un hogar sin un Play Bach de Jacques Loussier. El clasicismo en jazz triunfaba entre la progresía y las milicias antifranquistas, junto a las canciones de Georges Brassens. Pronto, el record de ventas que hasta entonces ostentaba el multimillonario Loussier  sería batido por Dave Brubeck y sus intrincadas formulaciones matemáticas tomadas de remotos folclores vía Béla Bartók, que dispuso en la forma más conveniente en su célebre Take Five; “Brubeck no tiene swing”, bramaba la parroquia jazzística. “Y Loussier ni siquiera es un músico de jazz”. En tiempos de efervescencia islámico-africanista entre el colectivo afroamericano, el Modern Jazz Quartet exhibía una puesta en escena más propia de un cuarteto de cámara que de un conjunto de jazz, lo que, por otra parte, resultaba perfectamente apropiado a su música. No por nada, John Lewis, pianista y principal compositor del cuarteto, venía a ser el brazo derecho de Schuller en su devenir por las aguas turbulentas de la tercera corriente.

Mientras, en los conservatorios, el jazz seguía siendo la bestia negra: cualquier alusión al género y sus prácticas por parte del educando constituía una ofensa imperdonable castigada con la excomunión a divinis. El jazz, fruto de la concupiscencia entre los distintos, venía a propagar el evangelio de la libertad entre quienes la negaban. En palabras del contrabajista Charles Mingus, el músico de jazz toca “mal del modo correcto”. Profeta en su tierra, Tete Montoliu se indignaba en lo más profundo cada vez que se le sacaba el tema. “Los músicos de jazz”, afirmaba categórico, “no tenemos nada que aprender de los clásicos. A lo mejor son ellos los que deberían aprender de nosotros”.

Todavía en los años sesenta, el austriaco Friedrich Gulda hubo de enfrentarse a la ira de un respetable escasamente respetuoso en sus conciertos en España, tras una primera parte interpretando a los clásicos, y una segunda en la que daba entrada a los otros clásicos, los del jazz. Y lo peor: en traje de calle. Una década más tarde, los responsables del madrileño Teatro Real abrirían las puertas del coliseo a Jacques Loussier y su trío, primero, y a la cantora Ella Fitzgerald, algo después. Entre los músicos, la opinión mayoritaria se dividía entre los que renegaban del término “jazz”, por considerarlo impropio de una música adulta y respetable, y quienes ya entonces comenzaban a referirse al género como “la música clásica del siglo XX”; el sector panafricanista, por un lado, y el europeista, por su contrario. “No existen las categorías en la música”, aclara el saxofonista Andreas Prittwitz,” sólo diferentes modos de expresarse”. Los hechos le dan la razón.  

Que Keith Jarrett desarrolle una doble carrera discográfica como intérprete clásico y de jazz a nadie llama la atención.  Lo raro, más bien, es lo contrario. Salvo excepciones, el intérprete clásico percibe su incapacidad para reproducir los sonidos que no se contienen entre las líneas del pentagrama como una limitación. “Envidio la libertad del músico de jazz” reconocía a quien suscribe el trompetista Manuel Blanco momentos después de elevarse a los cielos durante su magistral interpretación del Concierto para Trompeta y Orquesta núm. 2, de André Jolivet. Blanco no toca jazz, pero lo conoce sobradamente, y conoce a Wynton Marsalis, viajero habitual entre las 2 orillas del jazz y música europea. Aún así, como favorito entre los trompetistas de jazz, cita a Chet Baker; un músico que, de más está decirlo, fue cualquier cosa, menos un virtuoso: “Wynton es un prodigio de técnica tocando jazz o clásica”, explica, “pero Chet te toca el corazón”.

En el jazz del Siglo XXI resulta sencillo establecer terrenos de concordia más allá de las etiquetas. Quienes se sitúan en la primera línea de batalla  de lo que convencionalmente seguimos llamando “jazz” –Cecil Taylor, Anthony Braxton, Anthony Davis…- trascienden con alegría las fronteras de género: ese es el rasgo que les distingue. La intuición del pionero ha dejado su sitio al método self made (Lennie Tristano, George Russell, Ornette Coleman, Wadada leo Smith); los viejos ardores panafricanistas han dejado paso a una actitud ponderada, hasta donde ello es posible: “soy afroamericano y en mi educación figuran también los nombres de los compositores europeos liderando la mezcla que dio origen al jazz. Querámoslo o no, la experiencia negra está influenciada por la cultura francesa. Otras generaciones de afroamericanos han denigrado o reniegan de esa influencia, sin embargo, tenemos más en común con alguien como Chopin, o con Ravel, Debussy o Mahler, que con algunas de las músicas africanas que dieron origen al jazz” (Ambrose Akinmusire).

El jazz del 2014 baja a los clásicos de su pedestal para integrar su legado en los rigores de la cambiante aldea global. “La idea no es mezclar la música barroca y el jazz”, apunta Prittwitz, “sino tocar barroco hoy”. De aquellos lodos –John Kirby, Carla Bley…-, los barros en los que solazan quienes afrontan el reto con amor y, casi siempre, humor: la Vienna Art orchestra (Satie, Strauss, Verdi, Wagner, Schubert), Uri Caine (Mahler, Beethoven, Bach, Schumann, Verdi, Mozart), Dave Douglas (Webern, Weill, Stravinsky), The Bad Plus (Stravinsky)…  menos explícito, el pianista de “free jazz” Joachim Kühn interpreta a JS Bach incluso cuando no lo toca: “JS Bach fue un músico de jazz, sólo que él no lo sabía”. Trescientos veinticinco años después, la historia del jazz sigue su curso.

Hay 23 Comentarios

Julio Cortázar, persona poco sospechosa de parcialidad, dijo en una ocasión que aunque a el le encantaba el jazz, cosa de dominio publico, cada vez que escuchaba obras como los cuartetos de cuerda de Mozart pensaba que eso era lo máximo que se podía alcanzar en música.
Cito literal, del libro "Cortázar por Cortázar" de Evelyn Picon:
"toda la música de cámara de Mozart, es la mejor música que hay...el jazz es maravilloso pero esa música clásica es como la gran literatura, es lo mas que se puede conseguir en música.

Excelente articulo, maravilloso.
Pero con alguna boutade. Los músicos clásicos son capaces de tocar cualquier cosa y genero, solo hace falta una cosa: formación para ello.
El citado Frederich Gulda es un ejemplo, pero Itziah Perlman, Andre Previn, Leonard Bernstein o Yehudi Menuhin son otros que han podido hacerlo.
Es exactamente igual en caso contrario, Si Marsalys o Jarrete son capaces de interpretar a Hummel o Bach es solo porque han sido formados para ello, si no hubiera sido asi, no podrían, sus respectivas técnicas abarcan mundos y conceptos musicales distintos, con cosas comunes, pero distintos, no lo olvidemos.
Gracias por el trabajo.

Excelente el artículo, felicitaciones por dar tanta información en una nota, se nota que hay un buen periodista detras.

No es cuestión de que "convenga" o no convenga, aunque yo creo que en el estado de confusión en el que vivimos, en el que todo vale o puede valer lo mismo, la cocina o la literatura, la música o la sastrería, precisamente el discriminar es particularmente conveniente (y necesario). Pero en fin, si "mangstadt" no ve ninguna diferencia apreciable entre Sherlock Holmes y la Divina Comedia, o aun viendo alguna entiende que "no conviene" hablar de ello, es muy libre. Yo estoy seguro de que se equivoca.

Creo que no conviene hacer tanto hincapié en las diferencias entre la literatura consagrada y la de corte popular, y lo mismo diría de la música. Tanto en literatura como en música busco lo sólido, lo que valía en su tiempo, vale hoy y presumiblemente seguirá valiendo mañana. Pero con el tiempo me he ido volviendo más tolerante (bueno, no tanto; tengo proscritos a los raperos que pontifican con movimientos simiescos, a los del reggaetón y a los latinos electrónicos, y también a los flamenquitos de poca monta) y tengo que reconocer que cada tiempo tiene su propia literatura y su propia música, que podrán trascender o no. Bob Dylan hace música popular y sin embargo es uno de los músicos más influyentes del siglo XX. No me entusiasman los cantantes gangosos pero tengo que reconocer que es bueno, muy bueno; simplemente hay que escucharle y no darle tanta importancia a su canto tan nasal. Igual que Pedro Ramos, considero a Bach el más grande y es uno de los compositores a los que siempre vuelvo. Quizá Mahler y Shostakovich sean los que mejor me entran en vena (me permito el símil sin haberme chutado nunca), también Berio, pero me veo obligado a meter a Miles Davis en el mismo saco. Y desde hace bastante tiempo encuentro un paralelismo entre Joyce y Schoenberg gracias a los caminos que abrieron en el siglo XX. Joyce abrió todas las posibilidades narrativas, cada capítulo de su Ulysses es una revelación. Schoenberg quizá acotó el camino, instituyó una forma de componer que tuvo muchos seguidores pero también hubo disidentes (menos mal). Supongo que ambos serían conscientes de lo que estaban haciendo; lo importante, en todo caso, no es que se dieran cuenta sino lo que hicieron.

Encuentro muy interesante lo que me dice "eltiempoperdido", pero (sin duda por mi culpa) poco claro. Me parece obvio, como ya he dicho, que Dante o Shakespeare (o Cervantes, o Virgilio) suponen un nivel de creación artística y de hondura en la exploración de la condición humana que son sencillamente inalcanzables para, digamos, la novela negra, aunque las haya espléndidas. La literatura popular tiene (en los mejores ejemplos) su indudable valor, pero también sus limitaciones, que sencillamente colocan fuera de su alcance (y yo diría incluso que de sus propósitos) ciertas posibilidades. Pienso que exactamente lo mismo sucede con la música. Hay, como decía Juan Ramón Jiménez, "planos, grados, niveles", y el más grande creador de novela negra -digamos Chandler, o Hammet- jamás podrá llegar a donde llega Dante: juegan en otra liga, simplemente. Y eso no es sólo una opinión mía: me parece una obviedad.

Sí, Pedro, la frase que cita sólo puede tomarse como una "boutade", un anacronismo con poco sentido, a no ser que se entienda como la gran influencia que Bach ha tenido y sigue teniendo entre los músicos de jazz o de bossa nova, y de otras índoles. Otra cosa es la perogrullada que muchos cometen queriendo comparar la música con la literatura; completamente absurdo. El material de cada una (sonido y palabras) son tan diferentes que la comparación está abocada al fracaso. Igualmente, en uno u otro ámbito, palabras como "más elevado (...) de la especie humana" o "nivel inalcanzable", son el testimonio un modo de aprehender la música y el arte realmente estrecho y solidificado, si me permite. Aunque hay quien sería incluso más restringido y que afirmaría que a partir de Sófocles "nos repetimos" (veraz). Estoy de acuerdo en que hace falta un criterio, pero el problema en dilucidar cuáles son los elementos que utilizamos hacerlo, porque si desde la mitología o del gusto personal nos vamos a quedar con los dramas de principios del diecisiete y con la música de mediados del dieciocho europeo, fuertemente influida por el protestantismo, y vamos "sucidar" a Proust, los poemas para niños de Lorca, los "Nocturnos" de Chopin, la "Música en doce partes" de Glass, la tradición rítmica en África o en el flamenco, o la microtonal en Asia, el resultado de nuestro criterio es completamente "antimusical" (y anti poética) como diría el maestro Antonio Carlos Jobim en su famosa anción, quien tenía por otro lado un formación clásica de un solidez fuera de toda duda. Por ahí le doy una pista...Otro apunte, un buen amigo mío, que ha sido saxofonista en orquestas de Pierre Boulez me comentó en varias ocasiones su incapacidad para poder tocar jazz al mismo nivel, y eso que le apasiona...

Yo también leo cosas muy distintas, y puedo disfrutarlas, pienso, cada una por lo que son, aunque no las valore igual. Con respecto a la música, mi criterio es menos firme; reconozco que, después de haberme formado como oyente escuchando música popular (particularmente rock y sus derivados o afines) llegó un momento en que empecé a encontrarlo un tanto insuficiente, y a aventurarme en la llamada música clásica, terreno para mí hasta entonces (sobre mis 25 años) prácticamente desconocido. Y que terminó por desplazar casi completamente en mi estimación otras músicas; particularmente en el caso de Bach, que desde muy pronto se convirtió en mi compositor preferido, opinión que sigo manteniendo (y que dudo que llegue a cambiar alguna vez). Pero acaso eso me haya hecho un tanto injusto con ciertas músicas populares, que reconozco escuchar poco. Acaso valgan más de lo que sé reconocerles. Pero sí creo, de veras, que Bach es perfectamente comparable a Shakespeare y a ese otro (y reducidísimo) número de creadores que están entre lo más elevado que en ese dominio haya conocido la especie humana, y que ése es un nivel sencillamente inalcanzable para la música popular de cualquier tipo.

Bach creo yo que es el musico mas influyente en la historia de la musica. con respecto al que dice arriba que el jazz no es rico debe ser porque lo unico que escucho es jazz tradicional

Pedro Ramos y yo estamos mucho más cerca en nuestras apreciaciones de lo que pueda parecer, lo que pasa es que mis gustos musicales son mucho más permisivos que los literarios, simplemente por el hecho de que no cuesta demasiado esfuerzo poner un disco, se puede poner como música de fondo mientras se trabaja (en mi caso por lo menos), se come o incluso mientras se lee (no siempre es recomendable); en cambio un libro conviene escogerlo con cuidado, porque el tiempo que se le dedica a la lectura tiende a escasear (suerte tienen los que disponen de mucho tiempo para leer y además lo aprovechan) y hay que emplearlo bien. Estoy totalmente de acuerdo en que no todo lo que se hace en las artes tiene la misma importancia ni todo va a tener la misma duración. Es difícil saber si algo escrito o compuesto hoy se va a escuchar o leer dentro de 200 años. Cuando leo o escucho cosas de las que me gustan, muchas veces pienso que sí, que serán longevas, pero no podemos tener una certeza absoluta ni estaremos aquí para comprobarlo. Disfruto con Joyce y Faulkner (bueno, este me acompleja directamente), con Cortázar y Onetti (me limito a señalar cuatro cumbres en mis dos lenguas) y no me acerco a folletos y zafones, pero acepto que otros los disfruten aunque no sean para mí. Webern y Miles Davis tienen muchísimo que decirme, pero también Pink Floyd. Eso sí, no equipararía a estos últimos con los primeros dos, que fueron grandísimos compositores. Escucho a Miles Davis y no puedo evitar pensar en lo inteligente que era, en cómo aprovechó su buena formación para aportar tantísimo a la música. Escucho a María Callas, a Cathy Berberian o a Nina Simone y lamento no haberlas conocido a las tres, porque fueron tres pedazos de artistas. Podría seguir y seguir pero mejor lo dejo aquí.

Me alegra lo que ahora dice "mangstadt", y que puedo aprobar prácticamente sin reservas. Sólo le recordaré que mi primer comentario se refería a la frase incluida en la entrada, según la cual Bach "fue un músico de jazz, sólo que él no lo sabía". En esa definición, Bach simplemente no cabe: la desborda por todas partes.

Es como lo que dicen algunos guionistas actuales de cine y TV, según los cuales Shakespeare, de vivir hoy, sería lo que ellos. No, mire, yo no sé, y ustedes tampoco, a qué se dedicaría en tal caso, pero sí sé que, con eso, lo único que en realidad pretenden es sugerir, aunque no lo digan, "lo que nosotros hacemos es tan importante como lo que hizo Shakespeare". Si necesitan creer en esa barbaridad para sentirse a gusto, adelante; pero se trata exactamente de eso, de una barbaridad.

Igualmente equivalente a la manía actual de que todo tiene que ser arte, desde la cocina hasta la sastrería, pasando por el diseño de cuartos de baño. No, mire, si Shakespeare o Dante son lo que son es porque su trabajo supone una exploración en hondura de la condición humana, que en ciertos momentos parece iluminarla hasta su mismo fondo. Y eso no puede hacerlo de ninguna manera una artesanía, muy válida por sí misma y de la que se puede aprender y gozar sin duda, pero que es otro mundo. Confundirlo todo no ayuda a apreciarlo mejor: todo lo contrario. Apreciar es discriminar.

Cuando yo escucho un movimiento fugado al piano de Nina Simone, pienso en Bach, y no creo que sea ningún sacrilegio ni tampoco los estoy comparando. Algunas composiciones de Bach darían mucho juego en el jazz, como ocurre a menudo en la publicidad. Yo mismo tengo muchas adaptaciones de obras suyas transcritas para otros instrumentos. Las suites para violonchelo, por ejemplo, las tengo en CD intepretadas a la flauta, al saxo barítono y para viola de gamba. Las Variaciones Goldberg las tengo al clave, al piano y al órgano. Cuando escucho un trío de jazz, el contrabajo inevitablemente me retrotrae al bajo continuo de la música antigua. No creo que estén tan lejos el jazz y la clásica. No diré nunca aquello de que el jazz es la música clásica del siglo XX porque es una tontería sin fundamento, Tampoco conozco incursiones jazzísticas en la música atonal, un camino que quizá no se preste a dejarse visitar por el jazz. Pero nunca se sabe: el Concierto para violín de Alban Berg, por ejemplo, podría dar mucho juego.

Muy cierto lo que dice "mangstadt" acerca de las adaptaciones. Pero lo que importa es el resultado.

Casi ninguna de las obras de Shakespeare es original, en el sentido de que el argumento sea creación suya: son recreaciones de argumentos que ya existían. Por ejemplo, "Romeo y Julieta" procede de un relato de Mateo Bandello (que a su vez tenía ya precedentes, como Manuccio Salernitano o Luigi da Porto), y que también daría origen a una obra de Lope, "Castelvines y Monteses". Pero eso NO SIGNIFICA que Bandello o cualquier otro sean por ello comparables a Shakespeare. Digo lo mismo respecto a lo de Nina Simone: no le niego su mérito; pero compararla con Bach es no saber de qué se está hablando.

Vuelvo a decir lo de antes: Sherlock Holmes es admirable en lo suyo, y yo lo he leído con auténtico placer. En su último libro, "Los conjurados" (1985), Borges, que compartía ese placer, le dedica un poema, en el que dice que "Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una / de las buenas costumbres que nos quedan". Pero cuando habla de Dante dice que la Divina Comedia es "el libro más justificable y más firme de todas las literaturas". Es otro mundo, simplemente.

Digo lo mismo de Bach y del jazz. Eso no es, por parte de Borges, menospreciar a Sherlock Holmes, que le gustaba de veras, ni por la mía hacerlo con el jazz, sino simplemente reconocer el verdadero lugar de cada uno.

¿no se debería mencionar, para bien o para mal, al Darius Milhaud de La creation du monde y aun al de Le boeuf sur le toit?

No creo que haga falta despreciar al jazz para ensalzar la música clásica, ni viceversa. Cuando escucho a Nina Simone tocar el piano mientras canta Leave Me or Love Me no puedo evitar pensar en Bach, tal es el virtuosismo que despliega Nina. Bach adaptó mucha música anterior a él e hizo sus propias versiones. En la Pasión según San Mateo hay pasajes que se escuchan en una Pasión anterior de Telemann. Un ejercicio sublime sería orquestar las Variaciones Goldberg para big band. Material hay, desde luego, y no sería ningún sacrilegio, en vista de lo que hacía Bach en su tiempo.

"kiwi" se equivoca. No digo, ni pienso, que, le cito, "el jazz son notas equivocadas tocadas por algunos locos". Creo que es música popular que (como otras) ha tenido intérpretes excelentes. Pero su afirmación de que, vuelvo a citarle, "la complejidad de ambas -entiéndase, el jazz y la música de J. S. Bach- es comparable", parece fundada, para decirlo con palabras de Borges, en una equitativa ignorancia de ambas cosas. Es como decir que la novela policiaca (que ha sufrido desde su inicio en Poe transformaciones no poco profundas, desde luego) es "de complejidad comparable" a los ya citados Shakespeare o Dante. No, oiga, se trata no de cosas, de mundos distintos.

Perdone Pedro Ramos pero creo que está bastante equivocado. La música de jazz puede ser en algunas ocasiones más compleja que sinfonías enteras de Beethoven o Mozart (que este último seguro). No se trata simplemente de música popular, ha sufrido transformaciones, y bastante profundas. Como Rutas16 sugiere, se ha olvidado mencionar a Coltrane, que introdujo en el jazz los mismos cambios que Bela Bartok proporcionó a la música clásica Occidental en el siglo xx (sistema de ejes, relaciones cromáticas de terceras, etc). Y no es ningún voluntarismo el asociar la música de Bach con el jazz, la complejidad de ambas es comparable, y sobre todo el hecho de incluir la improvisación como eje fundamental. Pero ya sabemos que lo más fácil siempre es decir que el jazz son notas equivocadas tocadas por algunos locos.

Que Bach "fue un músico de jazz, sólo que él no lo sabía" me parece a mí un ejemplo de voluntarismo; o, mejor, de intento de apropiarse por el morro lo que nos interesa. La música de Bach es muy distinta (y muchísimo más rica) que el jazz. Es como comparar una provincia con un planeta entero. No, oiga: el jazz es música popular, con las virtudes y las limitaciones propias de esa condición. Nadie niega, un poner, las virtudes literarias de Los Tres Mosqueteros o Sherlock Holmes; pero tampoco nadie (razonable) los compara con Shakespeare o con Dante. No confundamos.

"Stan" quería decir.

Están Getz, violín !?!?

Muy buen artículo. Eso sí, tenía entendido que "Take five", la más conocida de las obras de Brubeck, irónicamente no es una composición suya, sino de Paul Desmond.
Un saludo.

Se olvidó usted de, al menos, citar a John Coltrane. Lástima.

Hola
Excelente articulo sobre un universo muy interesante. Yo incluiría lo discos de los setenta de Claude Bolling, aunque sólo fuese por la serie de carpetas espectaculares entra la clásica, el jazz... y Tex Avery.
Un saludo.

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El Concertino

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Una visión de la música culta para el siglo XXI. Valores, desafíos, debates, tendencias y análisis de la mano de los periodistas de EL PAÍS. Un blog para vivir y disfrutar de la ópera y la clásica. Textos para saber más y, sobre todo, para acercarse hasta donde permiten las palabras a la emoción de la música.

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Daniel Verdú. Periodista de la sección de Cultura.

Jesús Ruiz Mantilla.Periodista de El País Semanal.

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