por JESÚS RUIZ MANTILLA

Plácido Domingo y Anna Netrebko, en Salzburgo./ SILVIA LELLI
Con
la electrizante descarga de poderosa energía que los niños venezolanos
habían dejado en la Felsenreitschule, la misma sala donde actuaron por
la mañana, aparecieron
por la tarde Anna Netrebko y Plácido Domingo para ofrecer en versión
concierto Giovanna D'arco. Salieron ovacionados.
Era
la segunda de las tres sesiones que tienen previsto cantar en esta
edición. La primera fue el pasado día 6 y se despedirán el martes 13.
Pero no parece que teman al
mal fario. Ni ellos ni el espléndido tenor Francesco Meli, que les
acompaña en un trío de los que están causando sensación en esta edición
de Salzburgo.
Las
dudas a priori venían de parte del español. Una embolia pulmonar le
había obligado a cancelar sus representaciones de Il Postino' en Madrid
y nadie sabía muy bien a
principios de agosto si llegaría con fuerzas para cantar junto a estas
dos especie de Ferraris que son Netrebko y Meli.
La
rusa, sinceramente, está en un momento de gloria y cambio hacia papeles
de mayor poso dramático. Esta Juana de Arco, concebida por Verdi para
Erminia Frezzolini -otra
soprano en el mismo proceso de transformación allá por 1845, cuando se
estrenó la ópera en Milán-, le sienta bien. A su voz por un lado, y al
perfil guerrero de una soprano, que según ella misma confiesa, le gusta
matar el tiempo a veces, tirando con Kalashnikov
por el campo.
Las
razones de la ovación son poderosas. No hubo ninguna división de
opiniones. Ni para la discreta pero efectiva dirección de Paolo
Carignani al frente de la Münchner Rundfunkorchester
y el Coro de la Filarmonia de Viena, ni mucho menos para los cantantes.
En
el caso de Meli fueron merecidos por su línea rigurosa y elegante. En
Netrebko, por mostrarse sobresaliente en todo: en su poderío, en su
lirismo, en su potencia, en
su fraseo, en el contundente empeño por demostrar que de esta meditada
metamorfosis saldrá más fuerte si cabe. Los aplausos le cayeron también
por su magistral y elegante manera de compartir escenario junto a
Domingo. Un detalle gustó al público. La soprano,
a quien correspondía saludar en último lugar, quiso ceder ese espacio a
Plácido. El madrileño se negó, pero ahí quedó ese magífico gesto de
respeto por parte de Netrebko.
En
cuanto a Domingo... Dice el cantante que seguirá encima de los
escenarios hasta que Dios quiera. No sé cuántos años llevan los
cronistas culturales preguntándole por
la fecha de su retirada. Recuerdo lo menos 15 temporadas con la misma
cantinela. Ya él ha renunciado a poner fecha y de paso ha establecido un
nuevo tono de voz en la disciplina operística, entre barítono y tenor,
para que pueda seguir por muchos anos cantando.
No
se puede asegurar que a estas alturas sea una cosa ni otra. Pero sí es
Plácido y con tal de ver a la leyenda sobre el escenario, el público le
pasa todo. No lo hace en
vano. Ni gratis. Él lo devuelve con esfuerzo, tesón y da gusto
contemplarle en esta etapa final, ganando, como un viejo león, la
batalla de cada representación al límite pero sin desmerecer, ni
siquiera frente a dos artistas en estado de gracia como son Meli
y Netrebko.
La
lección de coraje, de entrega dada por Domingo estos últimos años, con
3.600 representaciones a sus espaldas y 142 papeles en la cartera, en
vez de correr el riesgo de
dejarnos una imagen dañada, engrandece la leyenda. Será algo que podamos
contar a nuestros nietos. Salzburgo se lo agradeció anoche en pie, como
requiere la presencia de los mitos.