¿Drácula y el Titanic? Imagino alzarse más de una ceja. Ah, pero hay elementos que unen a ambos, al famoso vampiro y al no menos célebre buque hundido. De entrada la coincidencia este año entre el centenario del hundimiento del trasatlántico y el de la muerte del autor de la novela que inmortalizó al transilvano conde de largos colmillos. El Titanic, como saben, se fue a pique el 15 de abril de 1912, y Bram Stoker expiró (con 64 años, seguramente de sífilis) muy poquito después, el 20 de abril, precisamente el día en que empezó la investigación oficial sobre el desastre marítimo. Stoker recibió la sensacional noticia del hundimiento del buque insumergible en su dormitorio el mismo día 15 de boca de su esposa, Florence Balcombe, una atractiva mujer hija de un teniente coronel y que había sido cortejada previamente por Oscar Wilde, antes de que este surcara otros mares por así decirlo.
La esposa de Stoker, a la que se recuerda por haber tratado de destruir todas las copias del Nosferatu de Murnau furiosa porque el cineasta no había pedido permiso para plagiar el argumento de la novela de su marido en su película, irrumpió excitadísima en la habitación del postrado Bram con las (malas) nuevas del Titanic y ambos recordaron la experiencia de la propia Florence con los naufragios. Efectivamente, la esposa y el hijo de Stoker, entonces de 9 años, estuvieron a punto de perecer cuando el vapor Victoria en el que viajaban junto a otros 120 pasajeros y tripulantes chocó contra unas rocas ocultas por la niebla a la altura del faro de Cap d’Ailly a las tres de la madrugada del 13 de abril de 1887. El farero se había quedado dormido y no encendió la luz. Se ahogaron veinte personas, 14 en el pánico desatado al bajar el primero de los cuatro únicos botes salvavidas, cada uno con capacidad para ocho o nueve personas. Florence y el pequeño Irving Noel consiguieron sitio en el tercero. Un bote entero partió solo con hombres, pues no hubo ninguna orden tipo “mujeres y niños primero”. Lo cual evitó, viéndolo por un lado positivo, los muchos malentendidos del Titanic.
La mujer y el hijo de Stoker pasaron 12 horas en el mar hasta desembarcar en Fécamp, adonde la familia Stoker peregrinó luego muchos veranos para conmemorar el rescate. A Bram Stoker, la noticia del hundimiento del Titanic le hizo recordar a su alter ego en su novela The Man –Harold Han Wolf-, que salva a pasajeros de un barco que se hunde saltando para rescatarlos al agua helada.
Todo esto les puede parecer poca relación. Pero a Stoker le interesaba mucho el mar en su aspecto destructivo y tormentoso, góticamente sublime. Cerca de una cuarta parte de las fuentes identificadas para Drácula -no me lo invento, lo apunta Barbara Belford en su biografía de Bram Stoker (Knopf, 1996), para mí la mejor- tienen que ver con supersticiones del mar, incluidas Henry Lee’s sea fables explained and Sea Monsters unmasked y Legends and superstitions of the sea and sailors, de Fletcher (!) S. Bassett. Uno de los episodios fundamentales de Drácula por supuesto ocurre en el mar y acaba en naufragio: el de la pequeña goleta Demeter procedente de Varna que traslada los ataúdes del conde a Inglaterra y que se estrella contra la arena cerca de la escollera conocida como Tate Hill Pier en Whitby. Recordarán que el capitán del barco, el único a bordo (de los cinco marineros, dos suboficiales y el cocinero, ni rastro, brrrr), estaba atado muerto a la rueda del timón. Stoker se basó en un naufragio real que investigó a fondo, el de el schooner ruso Dmitry procedente de Narva (sic) embarrancado en el mismo lugar que la ficticia Demeter el 24 de octubre de 1885 (me encantan estas deliciosas relaciones entre barcos reales e imaginarios: Conrad hizo lo mismo con los de sus novelas, empezando por el Patna).
Pero ya les he hecho esperar mucho con estos prolegómenos. Vamos al grano. Efectivamente, hay una relación directa entre el conde Drácula y el Titanic. En la simpática y llena de guiños secuela de Drácula que en 2009 escribió el sobrino bisnieto de Bram Stoker, Dacre Stoker, Dracula the Undead (publicada en España por Roca), Quincey Harker, el hijo del vampiro y Mina Harker (sí, han pasado muchas cosas desde aquella velada en Borgo Pass) sube a un enorme transatlántico que se dispone a partir hacia Nueva York en su viaje inaugural. Viaja en la cubierta B en primera clase y lleva con él dos grandes cajas que van a parar a la bodega del barco. Por supuesto adivinan el nombre del buque: Titanic.
Recordando el pasaje me he puesto en contacto con Dacre –que debe su nombre a un antepasado, Henry Hugh Gordon Dacre Stoker, el valeroso comandante del AE 2 un submarino que en la I Guerra Mundial forzó el paso de los Dardanelos (véase Stoker’s submarine,Harper Collins, 2003) : ¡Drácula y los submarinos, madre mía!- para comentar la jugada. El amable escritor, que en su momento me dedicó su libro con un inquietante “He returns” y su rúbrica en forma de colmillos, me ha enviado información complementaria sobre el asunto de la relación entre Bram Stoker, Drácula y el Titanic para chuparse los dedos. Vean, vean.
Bram Stoker escribió un artículo http://bramstokerestate.com/The-Worlds-Greatest-Shipbuilding-Yard-Bram-Stoker2_2.html ¡sobre los mismos astilleros de Belfast en los que años más tarde se construiría el Titanic! “Y qué decir”, añade Dacre, “sobre la coincidencia de que el barco de rescate que salvó a los náufragos del transatlántico se llamara Carpathia”, la región donde se alzan los Cárpatos, los montes de la Transilvania de Drácula.
Dacre, como hace unos días en un artículo en este mismo diario el camarada Manuel Rodríguez Rivero (estoy por denominarlo hermano de sangre, visto el tema), reivindica apasionadamente la memoria del autor de Drácula frente a las conmemoraciones del Titanic. “Me parece irónico”, me escribe, “que incluso cien años después la gente siga alborotándose con ese desastre marino, un fracaso en realidad, mientras hay que hacer un gran esfuerzo para que descubran la interesante vida de Bram Stoker”. Yo he asentido, confiando en que el joven autor no descubra cuántas páginas llevo escritas del barco, incluidas estas.
Déjenme añadir que la idea de juntar a Drácula y el Titanic me parece tan jugosa que me extraña que no haya sido ya aprovechada por alguien más.
En la tesitura, como no encontraba nada mejos, pensaba escribirles yo mismo alguna cosa, no sé, un relato en el que Drácula viajase en el Titanic y provocara la extrañísima situación atmosférica en la que parece que se encontró el buque y que provocó que el iceberg pasara desapercibido hasta la colisión. El conde claro iría en primera, saldría solo de noche mezclándose muy elegantemente vestido con los Astor, Straus, Widener o Guggenheim, y se alimentaría de pasajeros de tercera y de alguna dama de alcurnia. ¿Porqué no imaginar que el Titanic lo hundió Van Helsing –pongámoslo también a bordo, ea- para acabar con el vampiro?: si, un poco bestia el remedio, pero el doctor no se anda con chiquitas, pregúntenle a Lucy Westenra-.
Teniendo en cuenta que según la tradición, los vampiros no pueden cruzar por sí mismos brazos de agua, tan purificadores (recuerdo una película en la que el chupasangres de turno (re) moría al tomar una ducha), debemos suponer que si no consiguió subir a un bote salvavidas, cosa difícil de hacer con un ataúd a cuestas y con tantas mujeres haciendo cola, Drácula, inmortal si no le aplicas los contundentes remedios anti vampíricos tradicionales, debe seguir ahí abajo, en los restos hundidos del Titanic, a los que, a cuatro kilómetros de profundidad no llega ni un rayo de luz. Estará aburrido en su oxidado castillo submarino, chupando anémonas y esperando a algún desprevenido visitante tipo Jonathan Harker. Y entonces, aparece James Cameron… ¡Qué argumento señores!, solo me falta encontrar papel para Bela Lugosi.
Desgraciadamente, he hallado una novela que junta vampiros y la tragedia del Titanic –nada nuevo bajo el sol (!)-. Se llama precisamente Carpathia, es de este mismo año y la firma Matt Forbeck, autor de The Marvel Encyclopedia y The complete idiot’s guide to drawing manga, que no serán grandes títulos pero resultan simpáticos. La novela coloca a un grupo de descendientes de los personajes de Drácula a bordo del Titanic, les hace vivir el naufragio y ser rescatados por el Carpathia solo para encontrase que hay vampiros a bordo…
Para acabar dejen que les recomiende mi novela de vampiros favorita –con permiso de Salem’s Lot de Stephen King,- Sueño del Fevre, del ahora aclamado por su serie Canción de hielo y fuego George R. R. Martin y que ha republicado Gigamesh (la edición original es de la vieja Acervo editorial). Sueño del Fevre, de la que han bebido muchas de las fantasías vampíricas modernas, crepúsculos incluidos, es una preciosa novela de vampiros, terror y amistad, sobre todo de lo último, escrita por un Martin en estado de gracia y que transcurre… en un barco.