Cada uno vive el Jubileo de Diamante de la reina de Inglaterra a su manera. A mí me están conmoviendo enormemente los desfiles de las abigarradas e históricas tropas de la soberana que se desarrollan día sí día no y que sigo como puedo por televisión e internet http://www.bbc.co.uk/news/uk-18132607 y http://www.bbc.co.uk/news/uk-18112625 : son impresionantes aunque echo a faltar de momento a los lanceros de Bengala y a los Guías de la frontera con sus efluvios de Peshawar. El acto central de las celebraciones desde mi punto de vista va a ser este domingo el Thames Diamond Jubilee Pageant (!), que es como un solemne paseo en barca que reunirá la mayor flotilla británica jamás vista desde Dunkerque, pero con fines menos angustiosos y mucho más festivos, y sin Stukas. Un millar de embarcaciones de todo tipo -ciertamente no se esperan muchos dhows árabes-, seguirán a la barca real (el crucero para turistas The spirit of Chartwell ataviado para la ocasión) por el Támesis cruzando bajo los 13 puentes del centro de Londres, de Battersea Bridge a Tower Bridge, en una pinturera comitiva. La singladura será amenizada por la música de diferentes formaciones flotantes, incluida la banda de los Royal Marines, que por supuesto no dejarán de interpretar, aparte de Rule Britannia, hits acuáticos como Gibraltar, Jolly Roger, Piratas del Caribe y la insoslayable Water music de Haendel. Según el programa, que no tiene desperdicio, al pasar frente al Memorial de la RAF tocarán The Dambusters y al hacerlo ante el edificio del MI5 música de las películas de James Bond. Sin embargo parece que aunque estamos en el centenario nadie interpretará la banda sonora de Titanic…
Se calcula que a bordo de las embarcaciones, que incluyen 265 a remo, viajarán 20.000 personas y serán muchísimas más las que contemplarán el magno espectáculo en el que no faltarán algunos barcos y barcas históricos con gente disfrazada. Yo no podré estar ahí y mira que me encantaría figurar como ambiguo remero de Cambridge con Blunt, Philby y los otros chicos, o de marinero del Exeter cosido a cañonazos del Graf Spee. En fin como les decía, cada uno celebra el Jubileo según sus posibilidades y yo lo hago recordando el papel que jugó en la entronización de Isabel II uno de mis personajes favoritos, el matador de fieras Jim Corbett. Fue el suyo un papel pequeño pero tan entrañable y valeroso que para mí vale tanto o más que los desfiles de las tropas o la boga de tanto bote.
Corbett (Naini Tal, India, 1875-Nyeri, Kenia, 1955), recordarán, era un británico de la India que con su certero rifle libró al mundo de animales tan desagradables como el tigre de Champawat y el leopardo de Panar, que entre los dos se comieron a 836 personas, que se sepa. Fue por supuesto el hombre que cazó al evasivo y peligroso leopardo de Rudraprayag , que mató a 150 personas y cuyo alarmante caso llegó desde las boscosas colinas del norte de la india hasta el parlamento británico. En los relatos de sus peligrosas cacerías de esos y otros monstruos listados o moteados semejantes, Corbett nos ha dejado algunas de las páginas más emocionantes, terribles y hermosas de aventuras en la naturaleza, de la que era un gran amante y conocedor. Yo he devorado sus libros con la misma fruición con que masticaba huesos el demonio manchado del Garwhal: Man-eaters of Kumaon, The temple tiger, The leopard of Rudraprayag, Jungle Lore, My India (de varios de ellos hay traducción en castellano)… Y en coincidencia con la ocasión del Jubileo he conseguido por fin tras varios años de búsqueda el librito que escribió (el último) acerca de aquella memorable ocasión en que coincidió, en febrero de 1952, con la princesa e inmediatamente futura reina.
Se trata de Tree Tops, apenas 25 páginas (aunque muy ilustradas con encantadores dibujos a plumilla), con otras 11 de sentido prólogo de Lord Hailey, amigo de Corbett, que fue gobernador del Punjab de 1924 a 1928 y realizó luego misiones de supervisión en Kenia en las que advirtió que lo del Mau-Mau pintaba mal. Precisamente fueron los insurgentes keniatas los que propiciaron, por así decirlo, el contacto entre Corbett e Isabel. El cazador y mayor del Ejército Indio, que contaba a la sazón 77 años y estaba retirado en Nyeri, Kenia, tras abandonar su hogar de Kaladhungi después de la partición de la India en 1947, se enteró de la visita principesca al famoso hotel arbóreo Tree Tops, construido sobre una gigantesca higuera mugumu, y como se encontraba cerca decidió poner su rifle y su conocimiento del terreno al servicio de la seguridad de Isabel en aquellos tiempos turbulentos. No en balde, además de liquidar felinos atroces, había adiestrado a las tropas británicas para la lucha en la jungla durante la II Guerra Mundial. Fue durante la noche de la estancia en el singular edificio cuando falleció en Inglaterra el padre de Isabel, Jorge VI, así que bien pudo decirse que la chica subió princesa al árbol y bajó reina, que ya es rareza. Entretanto, Jim Corbett vigilaba.
Corbett era un buen tipo, aparte de un excelente rastreador y un fine shot, como dicen los anglosajones, de aquí te espero. Un hombre tranquilo que nunca molestaba a nadie excepto a los devoradores de hombres. Tenía un miedo irracional a las serpientes, vivía con sus dos devotas hermanas y no se casó nunca. A su último tigre asesino, el de Thak, lo cazó ¡a los 63 años!
Su relato de los acontecimientos de Tree Tops se abre cuando instalado en la alta plataforma del hotel, adonde le ha conducido la invitación principesca y donde aguarda a la comitiva, observa 47 elefantes y cae en la cuenta de que Isabel y su marido el duque de Edimburgo han de llegar andando por un camino que los conduce directamente hacia la manada, varios de cuyos machos están en el violento celo conocido como musth. “Mi ansiedad iba creciendo”, escribe Corbett, que luego expresa sus muy británicos orgullo y admiración al ver aparecer a la princesa caminando tan tranquila con su bolso (!) y su cámara hasta llegar al pie de la larga escalera de mano que sube hasta Tree Tops.
El viejo cazador describe cómo Isabel se pasa las horas fotografiando animales –algo que a él también le encanta- y tomando té, ofrecido por la señora de la casa, Lady Bettie Walker, para la que el mayor Eric Sherbrooke Walker, propietario de tierras en los alrededores, hizo construir la curiosa y aérea mansión, la apoteosis del sueño infantil de una casa en un árbol. Asiduo del hotel, del que era "cazador residente", Corbett le señala cariñosamente a la princesa a Karra, el babuino al que le falta el labio superior, perdido en una riña; juntos observan un combate a muerte entre dos antílopes. Con el duque de Edimburgo sostienen una conversación sobre el abominable hombre de las nieves a propósito de Eric Shipton, el notable alpinista que siguió sus pasos. El cazador se sorprende de la cantidad de animales que se acercan esas horas a Tree Tops, como atraídos, escribe, por la presencia de la princesa.
Hubo momentos de intimidad: mientras retratan facoceros, Corbett e Isabel hablan apenados de la enfermedad del rey –al que por cierto le encantaba la caza, aunque no tuvo que pedir perdón nunca por ello, claro que eran otros tiempos-, y nuestro hombre señala que la joven nunca imaginó que no volvería a ver a su padre vivo. Durante la estancia se produce un ominoso incidente al volcar una lámpara de petróleo y pegar fuego a un mantel. Un joven sirviente africano resuelve la situación. Corbett anota cómo apenas dos años después los Mau-Mau pillarán e incendiarán Tree Tops arrasándolo completamente, “y es una conjetura si el joven boy huyó con ellos para convertirse en terrorista o sus huesos se blanquean en algún lugar ignoto de la jungla”. También es verdad que entonces el hotel con tan buenas vistas servía de observatorio a los King's African Rifles en su lucha contra la guerrilla...
Corbett explica con modestia y quitándole importancia cómo pasó la noche de la estancia de la princesa instalado en la escalera vigilando. “He pasado muchas veladas en la rama de un árbol o en un machan para que eso me incomodara, y de hecho fue un placer. Un placer sentir que tenía el honor de guardar por una noche la vida de una encantadora mujer que, con la gracia de Dios, se sentaría en el trono de Inglaterra”. El cazador detecta una vibración en la escalera que achaca a un leopardo, reseña la presencia de hienas y de tres hyrax, un pequeño mamífero insectívoro. Al amanecer, Corbett se lava y afeita y acude al encuentro de la princesa como si nada.
Tras otra jornada de observación y fotos, la comitiva se marcha. Han permanecido en Tree Tops desde las 14 horas del día 5 de febrero a las 10 de la mañana del 6. No es sino al llegar al lodge de Sagana que Isabel se entera de la muerte de su padre, fallecido durante el sueño la noche previa, y de que es de facto reina. Corbett conservará celosamente el recuerdo de aquel tiempo con la princesa hasta su muerte dos años después. Y anotará en el registro de visitantes de Tree Tops las famosas líneas: “Por vez primera en la historia del mundo una joven subió a un árbol un día como princesa y tras haber pasado la que describió como su experiencia más emocionante descendió al día siguiente convertida en Reina. Dios la bendiga”.
Del relativamente modesto acomodo arbóreo con solo dos habitaciones que encendió mi imaginación infantil en las páginas de un viejo libro de curiosidades y en el que se alojaron Chaplin, lord Mounbatten o Joan Crawford, hoy no queda casi nada. Con su nombre se ha construido en la vecindad un enorme edificio que es el nuevo Tree Tops pero que carece completamente de su poesía. Al final de su librito, que fecha en Nyeri el 6 de abril de 1955, pocos días antes de su muerte, Jim Corbett escribe: “Todo lo queda del árbol y la casa honrados por la princesa Isabel y el Duque de Edimburgo y visitada durante un cuarto de siglo por millares de personas es un tocón muerto y ennegrecido que se alza en un lecho de cenizas. De esas cenizas un día se alzará otro Tree Tops. Pero para aquellos de nosotros que conocimos el gran árbol viejo y la amistosa casa, Tree Tops se ha ido para siempre”.