El diplomático

Ni contigo ni sin ti, Albión, mis males tienen remedio

Por: | 17 de octubre de 2011

por Ricardo Martínez de Rituerto

No hay especialista ni politólogo ni político en ejercicio que diga que es posible una política exterior y de defensa de la UE sin el Reino Unido. Al contrario, la unanimidad está en que sin Londres en ese proyecto nada es posible. Los británicos tienen una incuestionable proyección y ambición internacionales (por más que reducidas a la escala que corresponde a los tiempos que corren, para ellos y para los demás europeos), arraigadas en un espíritu e instinto imperiales todavía vivos por recientes. O dicho con palabras de Javier Solana, cuando era el coordinador de la diplomacia europea, “los británicos tienen algo que muy pocos otros países de la UE tienen: una disposición global”.


Bien. Ideal para  una política exterior europea ¿no? “Up to a point”, que diría William Boot, el protagonista de Scoop (Noticia bomba, en español) de Evelyn Waugh. Hasta cierto punto, efectivamente. Tener al Reino Unido a bordo es condición necesaria, pero no suficiente en la vertiente exterior de la Unión, lo que podría castizamente interpretarse como ni contigo ni sin ti, Albión, mis males tienen remedio.

A la hora del nacimiento del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) e incluso para la proyección global de la UE como tal, en vez de ser un activo Londres está resultando una carga.

HagueDavid Lidington, secretario de Estado británico para Asuntos Europeos, se despachó a gusto contra el SEAE con ocasión de una reunión de ministros de Exteriores de la UE. “Estamos viendo cómo en algunas partes del mundo intenta controlar y dirigir”, alertó a quienes le escuchaban, aparentemente sorprendido y alarmado por lo que precisamente el Tratado de Lisboa quiere para el SEAE. “William [Hague, el ministro de Exteriores] ha dado instrucciones a nuestras embajadas en todo el mundo para que estén vigilantes ante estos intentos de asumir competencias”.

“Algunas delegaciones de la UE se creen que tienen derecho a hablar en nombre de los Estados”, prosiguió Lidington, en perfecta concordancia con la negativa de los tories, cuando estaban en la oposición, a que se creara un cuerpo diplomático europeo. En el Gobierno han tenido que pechar con lo que hay, pero si “la maquinaria de la UE presiona para conseguir competencias, nosotros vamos a responder y a fijar claramente los límites”.

Interrogada Catherine Ashton sobre el particular, la Alta Representante para la Política Exterior de la UE dijo no tener mayor noticia: “William no me ha dicho a mí nada  de eso”.

Ahora la batalla se libra en torno a la presencia de la UE en las instituciones de Naciones Unidas. El pasado mes de mayo, la Asamblea General aceptó por fin que los Veintisiete hablaran y explicaran como UE sus posiciones en Naciones Unidas, medida simbólica que no agrada nada a un William Hague que mira hacia el futuro y tiene la pesadilla de ver a la UE sentada en el sillón británico del Consejo de Seguridad. El caso es que, más allá de la votación en la Asamblea y la posibilidad  de hacer algo en Nueva York, la UE se las ve y se las desea para aplicar la misma lógica en otros organismos del sistema de Naciones Unidas, sea en Viena, Ginebra o La Haya. La Asamblea General “nos concedió unas atribuciones y no somos capaces de asumirlas”, se lamenta un embajador, que pone el pulso en términos de 26-1, una versión actualizada del legendario “el continente aislado” que tanto gusta a los británicos.

Las discusiones sobre el maridaje UE-ONU tienen carácter técnico y diplomático, aunque con unas evidentes consecuencias políticas, pero este es el momento en que la partida de los 26 no ha doblegado a la firme Albión. En su reunión del pasado día 10 en Luxemburgo, los ministros de Exteriores de la UE volvieron sobre el contencioso a la hora del almuerzo. Infructuosamente. “La Alta Representante ha mencionado el caso para pedir que haya un acuerdo cuanto antes”, comentó luego la ministra española, Trinidad Jiménez. “Hague me ha dicho que él es un europeísta [up to a point, que diría nuestro Boot], pero que los británicos no aceptan ceder poder a la UE”, precisó Jiménez. Amén.

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No hay que olvidar que Inglaterra (o si se quiere Gran Bretaña) padece, al igual que los otros imperios, la enfermedad del sida imperial. Usa a la Unión Europea como mero instrumento, lo mismo que hacen Francia y Alemania. La Unión Europea nació coja y sus principales rectores no son capaces de enfrentar la realidad de una Confederación al estilo de la Suiza. O sea, da lecciones a los demás y mantiene en vigor su moneda nacional, y lo peor es que juega al gato y al ratón en su coqueteo político con Estados Unidos. Y a estas alturas mantiene sus asentamiento coloniales en las Islas Maldivas, en Gibraltar, y en el Ulster irlandés.

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