por Ricardo Martínez de Rituerto
“Estas reuniones son una pérdida de tiempo”, se sincera en confidencial petit comité el jefe máximo, que prepara un largo viaje en avión desde Europa a Japón para asistir a una cumbre del G-8. “Se tarda más en ir y en volver que el tiempo que estamos juntos”. Al menos la del último G-20, con emergentes y la UE, más otros invitados permanentes, como España, se ha celebrado ahora en Cannes, cerca de la casa de quien en aquel soleado julio de 2008, en el jardín de su residencia y con unos periodistas, lamentaba la indeseada pérdida de valiosas horas.
Junto a los titulares del club, en el G-20 de Cannes han participado a su manera otros países y organizaciones, entre ellos la Unión Africana (UA), representada por su presidente de turno y de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, decano de los jefes de Estado y de los dictadores de África, llegado al poder en 1979 tras un golpe de Estado contra su tío. En 2009 fue Muamar Gadafi, también en su calidad de presidente de la UA (golpista de la promoción de 1969), el invitado al G-8 de L’Aquila (Italia), donde su saludo y compartir mesa y mantel con Barack Obama causó sensación. Realpolitik, lo llaman.