Han pasado 682 días desde que empecé a escribir el guión de Nada que celebrar, y hoy se emite en televisión. Después de su emisión en formato maratón, participaré en directo en un debate sobre este proyecto en particular y las webseries en general (o como yo prefiero llamarlas: series low cost), y al cumplirse las 22:00 la carroza volverá a convertirse en calabaza, y yo seré de nuevo un tipo normal que no sale por la tele y del que no hablan los críticos.
Por tanto hoy es un día especial, el único de estos últimos 682 en el que doy por finalizada una pequeña-gran etapa de mi vida. Cuando los proyectos nacen huérfanos de inversión, todo el cariño y el alimento tiene que salir de ti (y de otros locos), y así todo se vive con mayor intensidad, los halagos apuntalan y las críticas derriban, porque toda mi vida está compactada en estas piezas, las cosas que hago.
Durante los dos meses en los que Nada que celebrar se ha ofrecido en VOD (en Filmin y Canal+Yomvi), rescato muy especialmente la vivencia de haber conocido a espectadores “de verdad”. Gente que ha llegado a mi serie por casualidad, y que han decidido ponerse en contacto conmigo, mensajes en Facebook, Twitter...
Pero una llamada fue especial, Bernardo y Sergio, dos músicos que me propusieron hacer un vídeo para su grupo de pop electrónico, Fourth Muse Atelier. Pero aunque halagado, yo les expliqué que mis proyectos no son demasiado “estéticos”, que me relaciono más con el diálogo, y que siempre hago ficción (no videoclips). Realmente creí que se habían equivocado de perfil al escribirme. Pero no... así que nos vimos en una cafetería, donde me explicaron que habían visto Nada que celebrar, entera, y que a raíz de eso buscaron mi serie anterior, Oído Caníbal. Conocían todos los detalles de ambas series, y parecían haberlos degustado de veras. Aunque sencilla, nunca había vivido una experiencia como esa: conocer a completos desconocidos que han visto toda mi filmografía sin otra razón que disfrutarla, ajenos al mundo del cine, la televisión y todo eso. Espectadores de verdad. A quienes en el fondo va dirigido mi esfuerzo.
Queda subidito decir que me enorgullece que mis series le gusten a alguien desconocido, y que les gusten tanto como para querer citarse conmigo a tomar un café y hablar de ello. Pero es que si no quisiera que alguien valorase mi trabajo, supongo que no merecería la pena invertir casi dos años de mi vida en seis capítulos. Superado ese tabú cultural (la falsa invisibilidad del ego), Bernardo, Sergio y yo no hemos parado de vernos, hablar de música, cine, proyectos... y de nuestras propias vidas. En cuestión de un mes les considero amigos, lo contrario de lo desconocidos que fuimos, y ahora no entendería mi siguiente película si no fuera con ellos haciendo la música. Tras las fanfarrias del estreno, eso es lo que cuenta.