Resulta difícil hablar de una película que se está haciendo. No sabes cómo será el resultado final, si al juntar lo que grabaste por la mañana con aquello de hace dos días se conseguirá esa atmósfera de extrañeza que desprende el guión. Cuando se graba de forma discontinua como lo estamos haciendo (una mañana por aquí, una tarde por allá) no puedes dejarte llevar por las sensaciones del aquí y ahora, no puedes perder de vista el marco de referencia. El de Fantasma es un vagar sin rumbo en el que se ven atrapados sus personajes. Andan por sus vidas desenfocados, están pero sin estar... Como le gusta decir a David, Fantasma es una road movie interior. Es sencillo escribirlo a modo de sinopsis pero es más complicado grabarlo.
A las 16h de un jueves veraniego llegas a una localización prestada, desértica, y tienes que buscarte la vida para extraer de ese lugar elementos que puedan sugerir esa descripción. Road movie interior. Ahí es nada. De momento estamos teniendo suerte con la luz y aun sin llevar focos nos encontramos con ventanas y cortinas que nos hacen la función de filtros. También David empieza a conocer mejor su propia película. Ya vamos coleccionando planos y se entrevén rimas -visuales y de personajes-, como si se intuyera un camino por el que la historia quiere llevarnos. Puntos de vista bajos, cierta lejanía en las conversaciones, una incomodidad de primer plano...
Los actores, junto con las localizaciones y el director, serían el tercer vértice. Sabiendo que no debería olvidarse de ese vagar sin destino, David insiste en contener las interpretaciones. Sería fácil caer en la tentación y un día que el optimismo acompañe dejar que el tono subiese, que algo de pasión se colara en los diálogos, dar una pequeña tregua a los personajes. Pero entonces toda esa frialidad que venimos construyendo se vendría abajo. Cuando en la escena coinciden varios actores, se afinan unos a otros y los matices ya aparecen en los ensayos. Comenzamos a grabar y a las dos tomas la orquesta ya se conoce. Tres y parece que el ritmo está fijado. Cuatro y todo ha salido perfecto. "Está perfecto", dice David, "pero vamos a hacer otra. Esta vez vamos a probar como si fuera una conversación susurrada". O "esta vez no enciendas la luz y lo hacemos a oscuras" o "esta vez no muevas las manos". Y entonces la quinta es la buena. Se nota que hemos entrado en el marco de referencia: el volumen de las voces, la intensidad de la luz, la lentitud en los movimientos...
Vamos rascando de un lado y de otro para dar con él. No aparece como un milagro, hay que esforzarse en buscarlo y saber cómo plantear la puesta en escena, dónde poner la cámara, cuál ha sido la toma buena... La quinta. Lo señalo en el parte de realización y sin tiempo que perder pasamos a la siguiente secuencia. Dos actores, un pasillo, una pantalla de ordenador. A ver dónde se ha metido ahora el marco de referencia...