¿Actores jugando a la ouija? No, ensayando.
A menudo me pregunto por qué alguien en su sano juicio desearía ser actor. Una profesión que les obliga a ser marionetas, a sentir que siempre hay alguien más guapo, más formado, más conectado que tú, a recibir órdenes de qué sentir, de qué decir... Algunos se maquillan de actores para conseguir fama, y después de gastarse los ahorros y los de sus padres en cursos y dar la lata por Madrid, por fin acaban eclosionando contra su propia página de Facebook "Club de Fans de Mí Mismo". Luego están los otros actores, los de verdad. Sigo sin saber por qué se dedican a esto, pero tiendo a percibir un aura trascendente en su forma de entender la profesión. Creo que cierta adrenalina de ser actor podría nacer en las miradas de los compañeros, también poseídos por personajes, seres de otras dimensiones que te miran a los ojos y te fuerzan a transitar por el guión.
Cuando ensayo con actores, y todavía interpretando su papel me miran a los ojos, me siento intimidado por verme en las pupilas de seres que no existen y que, sin embargo, dejan constancia de toda una vida en tan sólo unos instantes. En ese momento el actor no es él mismo, sino un personaje que me observa con mirada explosiva (aunque sea calmada o realista, sigue siendo explosiva) porque los personajes no viven años como nosotros, sino como mucho un par de horas, y esa potencia les concentra en el aquí y el ahora. Lamentablemente esa esencia no suele ser captada por la cámara, porque la cámara no eres tú. Y esta experiencia, la de mirarte en los ojos de un actor que está siendo un personaje, sólo se puede vivir en el presente.
Punto de inflexión en la trama de Cristina Soria, la tragedia llega a la peli.
La experiencia que he tenido como director de actores me ha enseñado que un buen actor se define por dos variables: sensibilidad y disciplina. Si eres actor y tienes ambas (además de una buena formación) lo puedes hacer todo, y surge eso que dicen de “tener verdad”. Cristina Soria es la protagonista de Fantasma, y para mí un referente titánico; para mí simboliza la vara por la que mido al resto de actores desde hace diez años.
Por disciplina actoral me refiero a cosas básicas y asequibles, nada etéreo. Son muchos matices, pero hoy me centro en una idea: no matar al personaje hasta que sea realmente necesario. Cuando Cristina escucha “acción” se transforma en el personaje y jamás detiene su interpretación hasta que escucha “corten” (así debería ser siempre). No apela ni a métodos psicologistas ni a profundizaciones explicativas. Quien corta una toma en un rodaje es sólo el director, ni siquiera el operador de cámara porque entre una pértiga en cuadro, ni el sonidista porque escuche un zumbido. Hasta que no escuches corten de boca del director, Show must go on. Y cuando trabajas como yo, sin paredes y con la realidad pisándote los talones… con más razón.
Chema Coloma, otro actor con el que suelo trabajar, se partió un brazo en plena representación de una obra de teatro. Primero por la adrenalina del momento, y luego por no romper la cuarta pared, terminó su función, y sólo cuando salió del escenario fue consciente de que tenía que ir al hospital (en cine este esfuerzo no sería necesario, claro). Los actores no son mulos ni profesionales a los que se les deba pedir más esfuerzo que a cualquier otro trabajador, pero poseerse de otras vidas y generar la magia de la ficción inevitablemente les sumerge en esa dinámica, que rige que el personaje no muera hasta que caiga el telón o el director diga “corten”. Si un piloto de avión deja de ser piloto en pleno vuelo el avión podría caer; si un actor deja de ser un personaje durante una representación no muere nadie, pero la magia de la ficción se evapora y cae al suelo banalizándose. Si los actores no fueran escrupulosos defendiendo la firmeza de la cuarta pared, el teatro no tendría ningún sentido.
Cristina Soria cual fantasma
Las grietas de la cuarta pared
La cuarta pared es la que protege a los personajes del mundo real. La frontera invisible entre el escenario y la realidad. Un muro que desnuda y a la vez preserva la magia de lo que está ocurriendo dentro. Se supone que esa cuarta pared sólo se rompe con intenciones creativas: cuando los personajes interactúan con los espectadores. Pero en el teatro todo está controlado, y si se rompe la cuarta pared es porque así lo ideó un autor o director. El problema viene cuando la cuarta pared se rompe del lado de la realidad, y es ésta la que entra sin control dentro de la ficción.
Mis proyectos se graban casi como si fueran un documental, en tanto que los actores no saben qué plano estoy haciendo ni por qué, ellos sólo se preocupan de hacer su personaje y yo me muevo a su alrededor grabando lo que veo. Muchas veces el lugar donde se desarrolla mi grabación es un sitio público, o quien nos da permiso para grabar no sabe muy bien qué implica representar una ficción o de qué va el guión.
Y llegamos así a un problema que me ha angustiado todo el rodaje: cómo preservar a los actores para que no sean despertados, cual sonámbulos. No es por ellos por quien sufro, sino por mí mismo, viendo cómo se fractura la ficción (la magia) chocando contra la realidad. Me violenta mucho cuando un actor, que está representando un papel, es sacado hacia la realidad, y detiene en seco su interpretación para volver a ser él mismo. Es como retirar el sombrero del mago cuando el conejo está a medio materializarse dentro, y se le fuerza a salir a la luz como un amasijo de huesos y músculos amorfos (¿a quién no le ha pasado eso…?).
Low cost real... improvisación real... coches reales...
Nuestra película trata sobre una mujer que acaba de saber que su hija ha muerto, y de carambola ha perdido también a su marido y todo lo que le une con el mundo. El personaje que interpreta Cristina Soria se vuelve un fantasma, porque está en shock. Su mirada es intensa, perdida y llorosa a la vez. A esto me refiero con "la posesión del actor", porque cuando decimos “acción” Cristina se embute en esa mujer que lo ha perdido todo y que no podría imaginar volver a tener esperanza, porque acaba de entrar en el trauma.
Decimos ¡acción! y Cristina sale de un edificio lejano, llorando angustiada porque acaba de saber que algo terrible le está ocurriendo a su hija y debe encontrar la forma de llegar hasta ella. Cristina (actriz) improvisa y se le ocurre tirarse en el medio de la carretera y (finge a cámara) detener el tráfico, llorando y presa de la histeria. Varios coches (parece que) pasan a su lado, ella se levanta del asfalto, y deambula por la acera, y entonces aparece un señor del mundo real (que para mí representa la grieta en la cuarta pared), se acerca a Cristina y le dice “¿Sabes dónde está la calle Gobernador Piñeiro?”. Ella le dice que no, y entonces el señor le explica que allí venden unos manguitos de plástico para la bombona… El hombre no se ha percatado de que Cristina está en shock porque su hija (ficticia) está siendo agredida… ni que yo aun estoy en el medio de la carretera, arriesgando mi vida por un rodaje low cost, sujetando la cámara y todavía con el piloto rojo encendido. ¡Corten!
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