Los procesos de sucesión en política son siempre complicados y difíciles. Y hay pocos ejemplos de éxito rotundo.
Incluso, si no se resuelven bien, siguen teniendo contraindicaciones mucho después de haberse producido.
Y no garantiza el éxito que el sucesor sea próximo al sucedido. Más bien al contrario, cuanto más cercanos sean más dificultades hay, porque más obligados se sienten a mostrar distancia y perfil propio y porque los sucedidos casi siempre tienen la tentación de seguir manteniendo su control.
Por ejemplo, Eduardo Zaplana y Francisco Camps protagonizaron un proceso de sucesión que acabó en enfrentamiento. Camps no paró hasta que no acabó con todos los reductos de zaplanismo.
Mariano Rajoy dejó pasar una legislatura sin matar al padre y sin distanciarse de Aznar. Lo hizo en el Congreso de Valencia, cuatro años después y tras haber perdido unas elecciones bajo la pesada sombra de su antecesor.
Estos días se viven las consecuencias de la mal resuelta sucesión de Manuel Chaves en Andalucía. Dejó a José Antonio Griñán, su amigo, y finalmente ha sido inevitable el enfrentamiento.
Griñán ya acabó con el intento de Chaves de seguir controlando el partido, pero se mantuvieron sus fieles en el Gobierno de la Junta y en el PSOE andaluz.
El enfrentamiento se recrudece ahora en pleno proceso de descomposición política en Andalucía por los escándalos.
Todo ello en vísperas de la sucesión en el PSOE, con la palabra bicefalia al fondo.
Si Zapatero quiere mantener el control del partido, el sucesor o sucesora tarde o temprano tendrá que matar al padre y querrá hacerse con los resortes del aparato del partido.
Y Zapatero como presidente del Gobierno tendrá que pactar o como mínimo consultar las medidas impopulares con su sucesor, que será quien las pague en las urnas.
Será casi como un Gobierno de coalición entre Zapatero y su sucesor.
Rajoy pagó en 2004 en las urnas los errores de Aznar.
Si el sucesor es Rubalcaba, además, tendrá que decidir si sigue siendo el número dos del Gobierno y el encargado de asumir en público la explicación de esas medidas. La última encuesta de Metroscopia mostraba desgaste del hipotético candidato del PSOE.
(¿Si el Gobierno ha provocado con su recurso la no inscripción de Sortu y ha pactado reformas legales para impedir que le izquierda abertzale está en las elecciones, qué sentido tiene la manifestación de la AVT?
¿Por qué el PP mantiene su apoyo ambiguo a la manifestación y mientras respalda al Gobierno en la lucha antiterrorista?
La presión del Tea Party contra la estrategia de Rajoy de no hacer ruido ni manchar)
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