Zapatero ha completado otro paso para echarse a un lado definitivamente. Le quedan 55 días antes de quedar en funciones y, con toda seguridad, le faltan aún medidas que tomar antes del día de las elecciones.
Queda en el difícil equilibrio de tener que hacer frente a las decisiones urgentes contra la crisis y procurar no molestar al candidato de su partido, Alfredo Pérez Rubalcaba.
¿Qué dirán los libros de Historia sobre Zapatero? Hoy aún nos falta perspectiva y nos puede lo “inmediático” (Felipe González dixit). Tan injusto sería juzgarle por los malos datos económicos que deja al final de su mandato, como por sus primeras decisiones, como la retirada de las tropas de Irak. Los datos sirven para hacer un balance final, pero habría que aplicar el mecanismo corrector de las improvisaciones económicas en toda Europa, los efectos devastadores de la crisis mundial y el desgaste de otros gobiernos por la crisis, como el de los conservadores franceses. Y las decisiones iniciales sirven para recordar a un dirigente político que arrancó con la aplicación de un proyecto y unos principios y que terminó arrastrado por la realidad. Empezó reconciliando a su electorado con la política al ver cumplida la difícil promesa de la retirada de Irak y se va en el momento en el que la clase política está más desprestigiada y con un nivel de valoración personal catastrófico. Se estudiará en comunicación política como un político excesivamente proclive a los anuncios y los compromisos que nadie le pide y que terminan por no cumplirse y como un ejemplo de cómo malgastar la credibilidad en tiempo récord.
La realidad le pudo en casi todo: en rectificar la creación de un ministerio de Igualdad, en dar marcha a tras a un discurso social, en intentar gobernar con una “geometría variable” que acabó en pacto estable con partidos nacionalistas, en la idea de un avance de autogobierno en las comunidades para frenar el independentismo que terminó por superarle….
El estereotipo que quedará será el de un presidente anticlerical, pese a que nunca aprobó la ley de laicidad, o un presidente que reabrió la memoria histórica, aunque realmente no terminó de dar solución y satisfacción a quienes piden dar el trato que se merecen sus antepasados asesinados y arrojados en una cuneta. La derecha le tacha de ultraizquierdista anticlerical y la izquierda como tímido que no remata las decisiones.
Como debe hacerse con Aznar, salvando las muchas diferencias entre ambos, se analizarán por separado sus dos legislaturas: la de aplicación de su proyecto y la del tsunami de la crisis y sus braceos desesperados de naúfrago, con el agua al cuello.
Quedará como incuestionable el avance en derechos sociales como el matrimonio homosexual, la conciencia social de la igualdad de géneros y avances como el de la independencia de RTVE. Quedará marcado como el presidente que negó la crisis y no podrá olvidarse que del fracaso de la negociación con ETA llega el éxito del final del terrorismo, porque aquellas conversaciones, finalmente, han servido para quitar a la banda apoyo social. Rajoy, seguramente, tendrá que gestionar el final del terrorismo, pero con Zapatero se ha ensanchado el camino irreversible hacia el final de los asesinatos.
Y se le recordará como el dirigente socialista al que en su partido se le permitió todo sin que nadie rechistara. Por ejemplo, poner en dos citas electorales su nombre por delante de las siglas centenarias del partido o tomar decisiones sin contestación interna alguna.
A Zapatero se le imputará el seguro desastre electoral del PSOE y los bandazos políticos de la segunda legislatura. Pero nadie asumirá, especialmente en su partido, que mientras él hacía todas esas cosas nadie abrió la boca. Nadie dijo nada en el partido cuando se suprimía el impuesto de Patrimonio o se daban ayudas universales de 400 euros sin diferenciar niveles de renta. Muchos dicen ahora en el PSOE que “el rey estaba desnudo”, pero antes no abrieron la boca.
Y todos en el PSOE deberían reflexionar sobre qué hicieron mal para que un líder político tan mal valorado en las encuestas como Mariano Rajoy esté a punto de ser el dirigente con más poder en España desde 1978.