- "Estamos donde estamos".
- "Sin empleo la gente no puede trabajar".
- "No entro en un debate nominalista".
- "No afecta al déficit".
- "Es un paso en la buena dirección".
- "A veces se nos preguntan cosas que no podemos contar".
- "El Gobierno sabe lo que tiene que hacer".
Mariano Rajoy ha rectificado y ha comparecido, aunque sea al día siguiente del rescate europeo a la banca española. Y utilizando expresiones imposibles de discutir, porque no tienen contrario, o porque no las explica. No explica por qué el déficit está a salvo, teniendo en cuenta que hay que devolver los 100.000 millones y que la deuda española aumentará.
Las frases de un político que no tienen contrario carecen de sentico y son vacías, por ejemplo no podría decir "el Gobierno no sabe lo que tiene que hacer" o "no estamos donde estamos". Abusa de esas expresiones y convierte el rescate en "lo de ayer" y así evita ponerle nombre.
"Hay que tener visión de conjunto sin perderse en los vericuetos del momento", ha dicho,convirtiendo sus palabras en un acto de fe. Sin embargo, lo que precisamente tiene que explicar son los "vericuetos del momento".
¿Qué maldición nos ha caido para que los presidentes acaben siempre apelando a su palabra y, finalmente, perdiendo su credibilidad? Uno dijo "no hay pruebas ni las habrá"; otro "hay armas de destrucción masiva, creánme" y ha sido ETA; otro "no hay crisis sino desaceleración del crecimiento y estamos en la Champion League de la economía" y ahora "el Gobierno sabe lo que tiene que hacer". Solo tenemos su palabra de que con "lo de ayer" será suficiente y hasta el momento ha tomado decisiones que no estaban en su programa y aún no las ha explicado, solo ha presentado actos de fe.
Su tesis es que no es un rescate, sino una "línea de crédito" como premio a las reformas y los sacrificios que ha impuesto su Gobierno. Lo convierte casi en una noticia positiva solo por su palabra y sin argumentación.
Porque el presidente del Gobierno estaba muy satisfecho por "lo de ayer", lo que no cuadra con que él haya estado negando que esto tan positivo fuera a ocurrir.
En su primera rueda de prensa en solitario en La Moncloa, hace varias semanas, negó que fuera necesario que hubiera dinero público para los bancos y ahora considera que eso es un triunfo para España.
"A mi nadie me ha presionado, el que ha presionado he sido yo", ha dicho, a pesar de que hace solo unos días François Hollande dijo delante de él que España debería pedir ayuda a Europa para los bancos y Rajoy lo negó y lo rechazó molesto.
Ha empezado por remitirse a su discurso de investidura para apelar a su coherencia, pero ha acabado justificando las veces que el Gobierno ha negado que se fuera a llegar a esta situación. La penúltima el viernes cuando la portavoz y vicepresidenta djo que había que esperar a los informes de las auditoras y el sábado cuando el ministro José Manuel Soria lo negó con énfasis. Ha dicho que esto había que haberlo hecho antes, pero en el debate cara a cara con Rubalcaba en vísperas de las elecciones generales rechazó que entre sus planes estuviera transferir fondos públicos a los bancos. Al menos, a diferencia de De Guindos, no ha negado que haya condiciones. Más bien ha admitido de forma implícita lo contrario: es fruto de los sacrificios exigidos.
El presidente nos ha dicho que lamenta no poder ver el partido de Nadal y ha relatado como un sacrificio las horas de avión para ver el partido de la Eurocopa de fútbol en Polonia, pudiendo verlo tranquilamente en casa. Todo un sacrificio. Y un premio por sus gestiones fructíferas.
El sacrificio que no hará o, al menos, no mencionó ayer es el de comparecer esta misma semana en el Pleno del Congreso para dar cuenta de a medida y debatir con el resto de grupos. Durante el partido igual lo medita y rectifica también.
Sin explicaciones, sin transparencia, sin comisión de investigación sobre Bankia, sin responsabilidaes, pero "el Gobierno sabe lo que tiene que hacer". Solo falta que lo cuente.