Después de casi cuatro años sin dialogar, sin pactar ninguna ley y sin llamar siquiera a La Moncloa a los portavoces de otros partidos, Rajoy se ha puesto a ello en una ronda maratoniana de reuniones. Y, además, ha hecho un gesto que indica que, al fin, es algo consciente de lo que ha cambiado en España mientras él se dedicaba a la prima de riesgo. Ahora ha dado carta de naturaleza y reconocimiento a las dos nuevas opciones políticas, Ciudadanos y Podemos. Ha escuchado a Albert Rivera hablar con el desparpajo de quien se valora como casi presidente. Ha visto al líder de Ciudadanos hablar con soltura en la Moncloa de lo que hará cuando sea presidente y tratarle casi como si fuera un jefe del Ejecutivo provisional en tránsito hacia la retirada tras el 20-D. Y ha recibido de Rivera, con lo que debe considerar insolencia, una propuesta de pacto de Estado para que lo estudie en los próximos días.
También la realidad ha empujado a Rajoy a recibir a quien hace poco más de un año Pedro Arriola, su principal asesor, la persona que habla al oído al presidente, tachaba de
Como damnificado también ha quedado Pedro Sánchez que, después de promover la ronda con una llamada a Rajoy, se conformó con una mala foto posterior a su visita a la Moncloa, mientras que los emergentes han tenido su largo día de gloria y expectación mediática.
El presidente ha tenido que admitir implícitamente con esta ronda que hace tiempo que en el Congreso no se hace la política, aunque en las Cortes se mantenga la legitimidad de las elecciones de 2011. Que el vallado permanente del Congreso en la primera parte de la legislatura, cuando se protestaba en la calle y él no se reunía con nadie, ha quedado superado.
Rajoy ha resistido la presión por la corrupción o las protestas sociales, pero ha sido arrollado por Cataluña y se ha puesto ahora a ello con mucha prisa y poco cambio porque, por toda conclusión, ha repetido tras la ronda de contactos lo de “España es un gran país”. Tiene al PP, es decir, a sí mismo, enrocado en la negativa a tocar la Constitución; al PSOE con una propuesta de reforma federal; a Ciudadanos con interés por hacerse con la bandera de la defensa de la unidad de España y a Podemos con la idea de promover una revisión constitucional que incluya la posibilidad de consultas de autodeterminación.
Tiene que cuadrar esas posiciones tan diferentes, aunque coincidan en lo esencial del rechazo a la moción del Parlamento de Cataluña y el deseo de que se mantenga la unidad de España.
No ayudan las urgencias y estrategias partidistas ante el 20-D que recuerdan lo que escribió Blas de Otero: “Tarde es, amor, ya tarde y peligroso”.