Gerardo Martino da instrucciones durante el Milan-Barcelona / AFP
El clásico descubre a dos rivales con dificultades. El Barça es un equipo que necesita evolucionar para permanecer en la excelencia. El Madrid es una institución sin rumbo futbolístico.
El entrenador del Madrid, Carlo Ancelotti, pone a Modric como volante por la izquierda porque es lo más parecido a su volante ideal en el 4-4-2. Desnaturaliza a un jugador privilegiando la figura táctica. Hay esquema, forma, pero no fondo. Despoja a Modric y a Isco de lo mejor de su juego para beneficio de una idea de equipo. Me cuesta comprenderlo porque si de verdad quiere jugar con esa idea necesita otra plantilla. El dilema revela una deriva difusa: la institución quiere grandeza a partir de los jugadores pero sin instalar un concepto de juego. El Madrid tiene fenómenos y es evidente que con eso le bastará para ganar muchos partidos. Pero no puede garantizar jugar bien al fútbol.
El Madrid es un equipo híbrido que no me transmite nada. No ensambla. Es la desorientación futbolística la que lo lleva a ser un equipo sin las cosas resueltas y no tanto una merma de carácter. A veces suele confundirse una cosa con la otra cuando los equipos tienen dudas y los engranajes no están definidos. Esto repercute en la parte emocional porque los jugadores empiezan a depender mucho más de los aciertos individuales, la inspiración puntual, el detalle o la maniobra de alguno, en lugar de apoyarse en un funcionamiento colectivo armónico. En el Madrid no todos interpretan el fútbol de la misma manera y un equipo es eso, la relación entre los jugadores, la empatía. El Madrid tiene resuelta la figura táctica pero no una forma de encarar los partidos. No hay una idea central de juego porque no está definida desde la institución. Porque el rumbo futbolístico primero lo define la institución, después el entrenador y después los jugadores. Eso dice la historia de los grandes equipos. Que se construyen de arriba hacia abajo para no entrar en la desorientación.
Ancelotti y Zidane, en el banquillo durante el Real Madrid-Juventus / JUANJO MARTÍN (EFE)
El Barça tiene detalles futbolísticos por corregir. Estos ajustes, por superficiales que parezcan, pueden tener una gran incidencia en el funcionamiento de un equipo que se caracteriza por la sofisticación, y que solo alcanza la armonía colectiva a través de la complejidad. Este Barça carga con la idealización nostálgica del Barça de Guardiola, que parecía que a cada rival, a cada imponderable, le encontraba una respuesta. Aquél era un conjunto inteligente para reaccionar a situaciones coyunturales. Quemaba los papeles encontrando variantes y cambios según el oponente. Guardiola hacía retoques (retrasar a Iniesta, trasladar a Eto'o al extremo derecha, jugar con seis centrocampistas...) que formaban parte del patrimonio del equipo. Reconocía lo que estaba sucediendo y actuaba sin alterar la línea de juego. A este equipo le cuesta identificar qué es lo que tiene que hacer en cada partido. Ahora el Barça carece de aquella riqueza de soluciones, aunque el patrón de juego sea el mismo.
El Barça es objeto de un examen microscópico: se exagera lo que le pasa mientras a los rivales solo se los analiza desde el sometimiento y la victimización. La paliza que recibió contra el Bayern recuerda que los equipos necesitan evolucionar. Esto es lo que Guardiola implementó entre 2008 y 2012. Una evolución constante a través de la búsqueda de modificaciones. Eso es lo que Martino debería intentar nuevamente para elevar el nivel.