El Potrero

Sobre el blog

Aventuras de fútbol

Sobre el autor

Diego Latorre

Diego Latorre. Nací en La Paternal, en la ciudad de Buenos Aires, en 1969. Jugué en Tenerife, Fiorentina, Boca Juniors y Cruz Azul. Gané la Copa América en Chile con la selección Argentina en 1991.

Archivo

mayo 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
      1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28 29 30 31  

Fútbol, institución y evolución

Por: | 25 de octubre de 2013


Giuseppecacace afp 2
Gerardo Martino da instrucciones durante el Milan-Barcelona / AFP

El clásico descubre a dos rivales con dificultades. El Barça es un equipo que necesita evolucionar para permanecer en la excelencia. El Madrid es una institución sin rumbo futbolístico.

El entrenador del Madrid, Carlo Ancelotti, pone a Modric como volante por la izquierda porque es lo más parecido a su volante ideal en el 4-4-2. Desnaturaliza a un jugador privilegiando la figura táctica. Hay esquema, forma, pero no fondo. Despoja a Modric y a Isco de lo mejor de su juego para beneficio de una idea de equipo. Me cuesta comprenderlo porque si de verdad quiere jugar con esa idea necesita otra plantilla. El dilema revela una deriva difusa: la institución quiere grandeza a partir de los jugadores pero sin instalar un concepto de juego. El Madrid tiene fenómenos y es evidente que con eso le bastará para ganar muchos partidos. Pero no puede garantizar jugar bien al fútbol.

El Madrid es un equipo híbrido que no me transmite nada. No ensambla. Es la desorientación futbolística la que lo lleva a ser un equipo sin las cosas resueltas y no tanto una merma de carácter. A veces suele confundirse una cosa con la otra cuando los equipos tienen dudas y los engranajes no están definidos. Esto repercute en la parte emocional porque los jugadores empiezan a depender mucho más de los aciertos individuales, la inspiración puntual, el detalle o la maniobra de alguno, en lugar de apoyarse en un funcionamiento colectivo armónico. En el Madrid no todos interpretan el fútbol de la misma manera y un equipo es eso, la relación entre los jugadores, la empatía. El Madrid tiene resuelta la figura táctica pero no una forma de encarar los partidos. No hay una idea central de juego porque no está definida desde la institución. Porque el rumbo futbolístico primero lo define la institución, después el entrenador y después los jugadores. Eso dice la historia de los grandes equipos. Que se construyen de arriba hacia abajo para no entrar en la desorientación.

Juanjomartin efe 2
Ancelotti y Zidane, en el banquillo durante el Real Madrid-Juventus / JUANJO MARTÍN (EFE)

El Barça tiene detalles futbolísticos por corregir. Estos ajustes, por superficiales que parezcan, pueden tener una gran incidencia en el funcionamiento de un equipo que se caracteriza por la sofisticación, y que solo alcanza la armonía colectiva a través de la complejidad. Este Barça carga con la idealización nostálgica del Barça de Guardiola, que parecía que a cada rival, a cada imponderable, le encontraba una respuesta. Aquél era un conjunto inteligente para reaccionar a situaciones coyunturales. Quemaba los papeles encontrando variantes y cambios según el oponente. Guardiola hacía retoques (retrasar a Iniesta, trasladar a Eto'o al extremo derecha, jugar con seis centrocampistas...) que formaban parte del patrimonio del equipo. Reconocía lo que estaba sucediendo y actuaba sin alterar la línea de juego. A este equipo le cuesta identificar qué es lo que tiene que hacer en cada partido. Ahora el Barça carece de aquella riqueza de soluciones, aunque el patrón de juego sea el mismo.

El Barça es objeto de un examen microscópico: se exagera lo que le pasa mientras a los rivales solo se los analiza desde el sometimiento y la victimización. La paliza que recibió contra el Bayern recuerda que los equipos necesitan evolucionar. Esto es lo que Guardiola implementó entre 2008 y 2012. Una evolución constante a través de la búsqueda de modificaciones. Eso es lo que Martino debería intentar nuevamente para elevar el nivel.

La fiesta de los autómatas

Por: | 12 de octubre de 2013

Bocariverap

Hay escenas que en el fútbol argentino son ridículas y
pintorescas al mismo tiempo. Se han normalizado ciertos comportamientos, no sé
si por resignación o porque la escala de valores está alterada. El último
clásico acabó con un 0-1 a favor de Boca en el Monumental. Después del partido un
grupo de unos 20 jugadores de Boca se concentraron en medio de la cancha de
River, sin ningún hincha local, ante un estadio que rendía tributo a los
jugadores propios por una cuestión de identificación, porque el hincha es cada
vez más hincha de su hinchada y no permite que se deje ver la frustración de
perder contra el máximo rival. La negación de la multitud contrastó con la soledad
de ese grupo de jugadores de Boca porque en Argentina ya no se permite el
público visitante. El triunfo de Boca en medio de todos los hinchas de River
fue el momento más solitario que puede tener un festejo. Los jugadores debieron
rendir tributo al seguidor virtual, al hincha imaginario que los miraba a través
de una pantalla en algún lugar alejado. Cuando lo vi pensé: va a costar
reconciliar a este fútbol argentino con el pasado, con la presencia de las dos
hinchadas en los partidos, con esa convivencia, con el aliento de cada una a su
equipo, y esa comunión después de las victorias como visitantes, donde el
equipo que ganaba levantaba los brazos a su parcialidad y la parcialidad lo
agradecía con euforia cuando jugabas bien. Esto no sucedió en el último clásico.
Nadie levantó los brazos. El festejo fue íntimo en medio de un silencio extraño,
en el clima más adverso posible porque no había nadie para compartir la alegría.
Porque, ¿qué es el gran fútbol sin ese instante de vinculación entre hinchas y
jugadores? El fútbol argentino nos privó de un espectáculo esencial en la fiesta
del fútbol.

El clásico dejó más señales de miseria en la sala de prensa.
Los entrenadores a veces apelan a los merecimientos para justificarse ante una
derrota y esconden esos mismos merecimientos si el equipo gana accidentalmente.
Se va manipulando el argumento de acuerdo al resultado en ambos lados. Carlos Bianchi,
el técnico de Boca, dijo que ganaron porque jugaron como se juegan los partidos
de Copa. Lo dijo a pesar de que Boca había atacado dos o tres veces y le habían
creado diez situaciones claras de gol. Bianchi abrió el pecho como si pudiese
planificar las atajadas de su arquero y los palos en contra. Y Ramón Díaz, el
entrenador de River, asumió la derrota diciendo que el equipo había jugado su
mejor partido y había sido superior a Boca, cuando hace un par de semanas le
ganaron a San Lorenzo de manera fortuita y él desestimó lo que había pasado en
el partido dando importancia exclusivamente al resultado final. Esa clase de
subestimación de la gente en las explicaciones de los partidos no me parece
digna de los entrenadores. Estas manipulaciones no son un acto de grandeza.
¿Por qué un entrenador en las conferencias de prensa no dice: ‘mi equipo jugó
mal pero ganamos’? Quizás esas declaraciones sean hacia los hinchas, y quizás los
hinchas las merezcan porque también hayan perdido el rastro de la grandeza. El
hincha más exigente, al que le importaban las formas, el que se interesaba por
el juego del equipo, parece en vías de extinción. Todo va en sintonía con esa
forma de razonar el fútbol. Estamos perdiendo un capital muy valioso porque
lentamente el fútbol se está redireccionando hacia lo irracional, de forma que
la victoria casual se valora de la misma forma que cualquier otra, sin importar
cómo se logró. Lentamente, el desprestigio del juego aumenta. No sé si tiene
retorno. Hay una generación de jóvenes que se identifican con el resultado y no
les importa cómo se obtiene. Se está profundizando en la idea de que en los
partidos los entrenadores tienen el control remoto para ganar como sea. Y eso
es peligroso. Ese destino me preocupa. Me preocupa que los entrenadores no me
digan la verdad, me preocupa que los hinchas reaccionen así, me preocupa que
hasta las líneas editoriales de los medios de comunicación vayan hacia eso,
hacia la búsqueda de una inteligencia artificial que explica que el equipo que
sufrió diez situaciones claras de gol estaba destinado a ganar 1-0 en virtud de
un plan ininteligible que solo es capaz de descifrar la mente preclara de su
entrenador. Este azar se muestra como la consecuencia de una inteligencia
programada y se presume de esta inteligencia, que no es tal.

RiquelmeafpTodo es una gran farsa y todos participan de esa gran farsa.
Son piezas que se van acomodando y se van haciendo cada vez más flexibles para
introducirse en el sistema. Es un círculo vicioso y me pregunto en qué momento
se va a desactivar. Si es la degradación futbolística hace que al jugador no le
interese su oficio, o si la degradación existe porque al jugador no le interesa
el juego. Me pregunto si el deterioro se acelera porque la prensa contribuye
con mensajes en su afán de propaganda, y si esta figura degradante sirve para
vender jugadores en un fútbol que sólo sirve para vender jugadores, porque,
salvo en dos o tres equipos, no hay modelos sostenibles. El fútbol argentino
tocó fondo. Más allá del nivel de juego. Llega un momento en el que las
palabras no son suficientes porque no tienen eco. Es imposible admitir que no
haya público visitante porque el fútbol es la gran fiesta popular. ¡Qué gran
contradicción! Que el Estado haya comprado los derechos del fútbol, que los
venda como un bien público bajo el lema ‘fútbol para todos’, y que a su vez del
espectáculo no participen todos.

No se puede estirar más la soga. Se rompió y siguen tirando
de ella. Y no sé si siguen tirando porque la gente lo aguanta todo, o porque el
fútbol argentino es una pasión despojada de pasión. Porque la pasión es la
fiesta de todos pero si no están todos… El argumento de la pasión tiene que ser
algo más completo y en el fútbol argentino no es así. Me preocupa que las
barras se enfrenten y que los clubes se muestren impotentes, que 50 tipos
desbaraten un espectáculo, que algunos tengan privilegios y otros estén
excesivamente controlados. Porque los hinchas honrados que van al campo están
controlados por todas partes y el barrabrava entra y sale sin responder ante
nadie. Esto se llama esquizofrenia. Pero el fútbol sigue caminando y el Estado
sigue transmitiendo los partidos. Como si el sistema pretendiera anular el
pensamiento de todos los que formamos parte de esta industria para que actuemos
como autómatas y nos enrolemos bajo unas normas incomprensibles.  

Me preocupa que los jugadores solo piensen en irse y tengan
la cabeza en otro lado, y que los clubes los vendan para paliar deudas de
dirigentes anteriores que ya no pueden volver a entrar en una cancha. Muchos de
los antiguos presidentes de los clubes más importantes crearon un desastre de
consecuencias atómicas y es alarmante que no haya un control más estricto desde
la AFA. No sé cómo todos nosotros no nos plantamos ante todo esto y buscamos
perfeccionarlo. Porque todos estamos del lado de la complicidad. Digo todos. Y
me incluyo.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal