El Potrero

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Aventuras de fútbol

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Diego Latorre

Diego Latorre. Nací en La Paternal, en la ciudad de Buenos Aires, en 1969. Jugué en Tenerife, Fiorentina, Boca Juniors y Cruz Azul. Gané la Copa América en Chile con la selección Argentina en 1991.

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Convivencia difícil en River

Por: | 26 de enero de 2014

D
Francescoli celebra un título con el River Plate en 1996. / REUTERS.

La nueva dirigencia de River quiere dar un poco más de seriedad empresarial al club. Intenta pacificar y procura repatriar viejas glorias. Beto Alonso, Fillol, o Francescoli, se han integrado a la administración deportiva futbolizándola en sintonía con la historia de la institución. En ese marco se ubican los personajes centrales del relato: Enzo Francescoli y Ramón Díaz. Uno era el capitán, el ídolo, el emblema, y el otro el entrenador del River que conquistó todos los títulos imaginables entre 1994 y 1997. Ahora vuelven a coincidir: Díaz como entrenador y Francescoli como director deportivo, es decir, como el que debe mandar al entrenador. Por ahora conviven en armonía. Se toleran. Se reúnen para hablar de refuerzos.

Ramón Díaz dio sus primeros pasos como técnico cuando trabajó con Francescoli la primera vez. Tuvo a cargo un plantel repleto de grandes jugadores y en una época de esplendor del fútbol argentino armó equipos memorables porque había con qué. Siempre flotarán las mismas preguntas en el aire. ¿Cuánto puede mejorar un entrenador a una plantilla sin figuras? ¿Cuánto puede empeorar un entrenador a una plantilla llena de cracks? Entonces en River jugaban Gallardo, Ortega, Francescoli, Salas, Berti… Todos hombres con trayectoria. Díaz le dio brillo a ese equipo que siempre tuvo un punto de audacia y que ofreció soluciones con todos sus futbolistas.

 

El entrenador era Díaz, pero sobre aquel River histórico pesó el mito del liderazgo absoluto de Francescoli. La idea de que el uruguayo manejaba todo, de que era quien tenía el timón, se extendía con carta de naturaleza. Hubo un episodio revelador cuando River se estaba jugando el Apertura en 1996, en el Monumental frente a Racing. En el segundo tiempo Ramón Díaz se dispuso a quitar a Ortega pero Francescoli lo interrumpió desde la cancha y sugirió que saliera Monserrat. El partido acabó 4-3, Ortega marcó el 2-0, y River fue campeón. Pero el cambio inesperado de Monserrat reflejó mucho más. Fue un acto casi simbólico. Un chispazo de luz, ante miles de hinchas, sobre el verdadero funcionamiento del equipo.

El Ramón Díaz que vemos en este 2014 es un hombre totalmente distinto. Siempre tuvo un discurso provocador, con un punto de demagogia, que prometía una grandeza que River no tuvo en esta época. Un discurso con una penetración muy fácil pero sin consistencia ni argumentos sólidos. Difícilmente defendible desde la expresión del equipo en la cancha, bastante pobre en el último año.

 

A estos entrenadores legendarios siempre les queda un crédito más. Pero Ramón Díaz hoy arranca bajo la lupa. Los hinchas pierden la paciencia porque en el fútbol argentino todo se mueve con hilos muy delgados. Todos recuerdan que Díaz ha gozado de prerrogativas únicas, le han contratado a los jugadores que pidió, a Fabbro, a Teo Gutiérrez, a Menzeguez, a Osmar Ferreyra, pero los resultados han sido exiguos.

El técnico riojano, que cumple su tercer ciclo en River, es el paradigma del argentino astuto. Representa un tipo de personaje al que se suele consagrar socialmente. Pretende trasladar una imagen de sabiduría infinita, de infalibilidad, de conocimiento de la fórmula del éxito con un punto de transgresión. Pero a lo largo del último campeonato su posición se ha vuelto frágil. Esa fragilidad se acentúa con el cambio en el consejo directivo y él es consciente de ello. Sabedor de su nueva condición está impostando una personalidad, como quien tuvo que retroceder tres casilleros en el juego de la oca. Ya no ironiza tanto, ya en las conferencias de prensa es otro. Se muestra más serio. Parece adaptado a las circunstancias y mira de reojo al fondo de la escena. Desde allí lo supervisa Francescoli. El viejo ídolo que le corregía los cambios tácticos hace casi 20 años.

El fútbol argentino no se aguanta más

Por: | 01 de enero de 2014

Sanlorenzo

Incidentes entre la policía y aficionados de San Lorenzo.

El hallazgo de armas blancas, bengalas, y otros artefactos pirotécnicos debajo de una de las tribunas del estadio de Vélez, el pasado 15 de diciembre, estuvo a punto de interrumpir el desenlace el campeonato argentino. Dos horas antes del partido más importantes del año, el que disputarían Vélez y San Lorenzo, rivales directos en la pugna por el título, la juez María Botana se negó a abrir el campo. Solo accedió cuando el jefe de policía y el secretario de Seguridad de la Nación se hicieron responsables por escrito de eventuales desenlaces violentos. Las presiones del Gobierno y de la AFA se hicieron evidentes. La brigada de explosivos tomó el estadio en medio de un operativo policial descomunal y la multitud de hinchas se acumuló en las calles esperando novedades. Si poníamos un extranjero en ese escenario sin explicarle nada lo primero que habría pensado es que Argentina estaba en guerra civil.  

La conclusión del torneo coincidió con su desarrollo. Cundieron los incidentes señalados por personajes que no forman parte del espectáculo pero lo condicionan. Ahora que el fútbol estará parado durante dos meses conviene hacer proyecciones. ¿A dónde va el fútbol argentino?

La idea preliminar de cambiar el formato del campeonato es urgente y necesaria. El fútbol argentino ya no se aguanta más. Está canibalizado. Se les ha ido de las manos. Ya no es rentable. Los seguidores no van a los campos, los equipos juegan cada vez peor, los procesos son incoherentes porque los equipos son de una irregularidad extrema, los análisis de la semana pasada no sirven para la semana que viene.

Las irregularidades se han acumulado a través de los años. Los directivos se han apropiado del fútbol dando cabida a violentos que han traficado con el esfuerzo de los jugadores y el apoyo de los políticos. Dentro de los clubes se respira un clima insostenible. Toda esa corrupción que antes era muy periférica, o que quedaba en los suburbios del negocio, lentamente fue invadiendo la cabeza de los futbolistas. Lo que antes parecía accesorio pasó a formar parte de los mismos partidos. Las relaciones entre los dirigentes y los barras bravas han pasado de los despachos a repercutir en los futbolistas de un modo evidente. La crispación pisa la cancha, los jugadores no arriesgan y los técnicos tampoco. Ya no hay jugadores alegres. Las expresiones de las caras son todas de dramatismo. Con las excepciones de Vélez y Lanús, no veo jugadores serenos. En los momentos más tensos vemos la versión más baja de cada uno. Los equipos acabaron el año tiesos.

Sentada en la tribuna principal, la esposa del tesorero de San Lorenzo dedicó el partido contra Estudiantes a insultar al entrenador, Juan Antonio Pizzi. El episodio acabó cuando la esposa de Pizzi, que también asistió al partido, se enganchó a trompadas con la mujer del tesorero. Pizzi acabaría logrando el título pero su recorrido por el club de Almagro encontró una resistencia tan feroz como habitual. Siempre lo cuestionaron. Su salida estaba anunciada.

Agobiados en una atmósfera tóxica, los equipos argentinos sufren una tensión que les impide crear. Crear no significa solamente poner un pase de gol o tirar un sombrero. Crear es tomar buenas decisiones. Para eso hay que elegir y si uno tiene la cabeza contaminada por turbaciones, si el peso del error es muy grande y todos saben cuáles son las consecuencias, las decisiones corren el riesgo de ser pasos en falso.

Ha sido llamativa la radical diferencia entre los equipos, entre las primeras diez fechas y las últimas. Hay un momento, en la jornada 16ª o 17ª, en que la tensión normal de la competición se potenció a partir del aparato siniestro que hay alrededor. Todo es confuso y todo está exacerbado. Para los jugadores asumir el protagonismo en esas condiciones es mucho más complejo. Los que van de víctimas, los que no tienen nada que perder, ni siquiera fuerzan el error. Controlan la situación esperando porque el contrario está acelerado y no sabe asumir el compromiso que tiene, o porque no tiene categoría o porque está perturbado por el entorno.

Las señales han sido tan patentes que las autoridades han hecho propósito de enmienda. En la primera semana de diciembre se confirmó que el formato del campeonato va a cambiar. Probablemente impulsen un torneo de 40 equipos por zonas, más integrador y democrático, y con un solo campeón por año. Será un formato más europeo. Supongo que intervendrán la AFA y el Estado. Quieren inaugurarlo después del Mundial de Brasil.

La búsqueda de alternativas es saludable frente a la degradación. Porque todo se ha naturalizado, pero si salimos de la nube y vemos lo que ha sucedido gradualmente, en los últimos años, esta realidad es inasumible. Proliferan las barras, los árbitros son sospechosos, y las instituciones dejaron de ser creíbles. Cuando se pierde la credibilidad todo se desmorona detrás. Hace años que se pide un relevo dentro de la AFA, donde no solo gobierna Julio Grondona. Hay muchísimos directivos cómplices. Pero el cambio debe ir más allá, hacia un modelo integrador. Porque el discurso se contrapone a los hechos. El eslógan del pacto Gobierno-AFA fue fútbol para todos, pero la gente desapareció de los estadios, los operativos policiales resultaron ineficaces, las barras bravas hacen lo que quieren y los hinchas tienen pánico.

El cambio de formato ayudará a escapar de la histeria. El formato corto potencia estos sentimientos desaforados. Es emotivo porque hay dos campeones por año pero es insoportable. Durante años en Argentina nadie se dedicó a mejorar el fútbol desde el mismo contenido futbolístico. Nadie pensó en embellecer el producto. No se puede tratar el fútbol como producto que mueve materia económica y pasional, para que sea propiedad del Estado y para que sea accesible a todos, y al mismo tiempo permitir que el juego se estropee. Es una contradicción macabra.

El mes pasado supe que hay un chico de ocho años, de un pueblo, que es buscado por varios clubes de Europa y de Argentina. Los niños se crían con la mentalidad de no pertenecer al fútbol argentino, de irse al extranjero antes de ser jugadores. Ven a los clubes como aduanas de salida porque el modelo está concebido para fabricar futbolistas para otros sin poder aprovecharlos. Venden a los futbolistas sin descollar, por correr rápido, o por meter un gol, o porque son altos. No hay test de calidad. Los chicos no juegan ni 30 partidos en Primera y se van. Los directivos ponen parches en los equipos y entran y salen, y se van dejando deudas como la de Colón con la plantilla, a la que le deben ocho meses de sueldo. El presidente de Colón dejó al club en bancarrota y se quería postular como candidato a la presidencia de la AFA. La incoherencia cobra carta de naturaleza en los sistemas destruidos.

El País

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