Messi, durante el partido ante el Madrid. / PAUL HANNA (REUTERS)
Es muy difícil definir al Madrid. El equipo es lo que son sus jugadores. La velocidad de Di María, Bale, Cristiano, y los aportes de Benzema arriba, determinan su forma de estar en los partidos. De acuerdo con su plan, el Madrid jugó muy bien el clásico. Se desplegaba con estos aventureros pero quedaba expuesto a las posesiones del Barcelona. El Barcelona no maneja los tiempos como antaño; ya no emplea el juego de posesión para organizarse. Eso lo debilitó defensivamente porque se abocó a un partido de ida y vuelta, y sus futbolistas no están acostumbrados a jugar con esa violencia. El partido se desarrolló de modo favorable al Madrid desde el plano táctico. El único problema del Madrid fue que quedó deshilachado entre líneas y dejó recibir libre a Messi. Por esa vía el Barcelona hizo mucho juego interior. Si el Barcelona no se metió en un problema irresoluble fue porque se compensó con las genialidades de Iniesta y Messi.
Sorprende la faceta de Messi como pasador porque domina los diferentes escenarios: amontonando gente para pasar en corto entre las piernas de los rivales, conduciendo, a la derecha, a la izquierda… La acción que precipita el 0-1 es inexplicable sin la presencia de un don. Dar el pase con esa velocidad, con el pie abierto, registrando a los compañeros a su alrededor mientras clava la mirada en el suelo, por donde conduce la pelota, es un hecho inusual en el fútbol. Messi va conduciendo, superando obstáculos. En determinado momento piensa en patear al arco pero ve rápido la jugada. Ve que Carvajal cierra para tapar a Xavi, que llega más corto, y alarga el pase a Iniesta. Lo asombroso es su habilidad para detectar el movimiento de sus compañeros porque los gambeteadores no tienen registradas las cosas que pasan más allá de su ámbito inmediato. Messi tiene la mente puesta en la pelota y sin necesidad de levantar la cabeza puede dar un pase de diez o quince metros. Visualiza la escena.
El pase a Neymar antes del penalti del 3-3 lo ejecuta con panorama, como el jugador que organiza, con la cancha abierta. Es un pase filoso, de frente, sin oposición, con la visión despejada, como estuvo durante gran parte del partido. Porque Messi recibió bastante libre, sea porque se las ingenió para recibir entre líneas, o porque al Madrid le costó acomodarse a sus movimientos. Levantó la cabeza y dio un pase más cerebral, con la visión propia del hombre que cumple otro papel. Me recordó al pase de Maradona a Burruchaga en la final del Mundial 86. Conjuga amplitud de mirada con exactitud de organizador.
Respecto a la mecánica de ejecución del pase, Messi es único por la velocidad a la que coordina movimientos. Él conduce y abre el pie para golpear con el interior sin detenerse. Pasa y sigue. Normalmente, por la inercia del movimiento, este gesto efectuado en carrera no tiene exactitud. El cuerpo, el pie, tiende a ser más impreciso en espacios reducidos. Pero el pase de Messi siempre se sincroniza con la carrera y casi siempre da ventaja. A pesar de la inercia del movimiento pone a Iniesta en el siguiente paso en disposición de ganar tiempo. Con naturalidad. La asistencia del 0-1 parece un pase de los que se dan en el medio campo, un pase cualquiera, pero él lo da al borde del área y es un pase de gol. Aleja a Iniesta de sus marcadores porque entrega con precisión y porque aglutina gente que le cierra el paso al arco y en el momento que suelta la pelota habilita a su receptor.
Messi une su tremendo poder desequilibrante para pasar la pelota aprovechando que el rival concentra gente para frenarlo. Los compañeros corren sin detenerse; no lo dejan de acompañar porque saben que la descarga siempre es probable. Cuando él va hacia el corazón del área necesita extremos que le den opciones de pase. Porque los laterales —como Carvajal— instintivamente acompañan a los centrales dejando en los costados un espacio en el que los extremos se divierten.