El Potrero

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Aventuras de fútbol

Sobre el autor

Diego Latorre

Diego Latorre. Nací en La Paternal, en la ciudad de Buenos Aires, en 1969. Jugué en Tenerife, Fiorentina, Boca Juniors y Cruz Azul. Gané la Copa América en Chile con la selección Argentina en 1991.

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El pase de Messi

Por: | 24 de marzo de 2014

Messi

Messi, durante el partido ante el Madrid. / PAUL HANNA (REUTERS)

Es muy difícil definir al Madrid. El equipo es lo que son sus jugadores. La velocidad de Di María, Bale, Cristiano, y los aportes de Benzema arriba, determinan su forma de estar en los partidos. De acuerdo con su plan, el Madrid jugó muy bien el clásico. Se desplegaba con estos aventureros pero quedaba expuesto a las posesiones del Barcelona. El Barcelona no maneja los tiempos como antaño; ya no emplea el juego de posesión para organizarse. Eso lo debilitó defensivamente porque se abocó a un partido de ida y vuelta, y sus futbolistas no están acostumbrados a jugar con esa violencia. El partido se desarrolló de modo favorable al Madrid desde el plano táctico. El único problema del Madrid fue que quedó deshilachado entre líneas y dejó recibir libre a Messi. Por esa vía el Barcelona hizo mucho juego interior. Si el Barcelona no se metió en un problema irresoluble fue porque se compensó con las genialidades de Iniesta y Messi.

Sorprende la faceta de Messi como pasador porque domina los diferentes escenarios: amontonando gente para pasar en corto entre las piernas de los rivales, conduciendo, a la derecha, a la izquierda… La acción que precipita el 0-1 es inexplicable sin la presencia de un don. Dar el pase con esa velocidad, con el pie abierto, registrando a los compañeros a su alrededor mientras clava la mirada en el suelo, por donde conduce la pelota, es un hecho inusual en el fútbol. Messi va conduciendo, superando obstáculos. En determinado momento piensa en patear al arco pero ve rápido la jugada. Ve que Carvajal cierra para tapar a Xavi, que llega más corto, y alarga el pase a Iniesta. Lo asombroso es su habilidad para detectar el movimiento de sus compañeros porque los gambeteadores no tienen registradas las cosas que pasan más allá de su ámbito inmediato. Messi tiene la mente puesta en la pelota y sin necesidad de levantar la cabeza puede dar un pase de diez o quince metros. Visualiza la escena.

El pase a Neymar antes del penalti del 3-3 lo ejecuta con panorama, como el jugador que organiza, con la cancha abierta. Es un pase filoso, de frente, sin oposición, con la visión despejada, como estuvo durante gran parte del partido. Porque Messi recibió bastante libre, sea porque se las ingenió para recibir entre líneas, o porque al Madrid le costó acomodarse a sus movimientos. Levantó la cabeza y dio un pase más cerebral, con la visión propia del hombre que cumple otro papel. Me recordó al pase de Maradona a Burruchaga en la final del Mundial 86. Conjuga amplitud de mirada con exactitud de organizador.

Respecto a la mecánica de ejecución del pase, Messi es único por la velocidad a la que coordina movimientos. Él conduce y abre el pie para golpear con el interior sin detenerse. Pasa y sigue. Normalmente, por la inercia del movimiento, este gesto efectuado en carrera no tiene exactitud. El cuerpo, el pie, tiende a ser más impreciso en espacios reducidos. Pero el pase de Messi siempre se sincroniza con la carrera y casi siempre da ventaja. A pesar de la inercia del movimiento pone a Iniesta en el siguiente paso en disposición de ganar tiempo. Con naturalidad. La asistencia del 0-1 parece un pase de los que se dan en el medio campo, un pase cualquiera, pero él lo da al borde del área y es un pase de gol. Aleja a Iniesta de sus marcadores porque entrega con precisión y porque aglutina gente que le cierra el paso al arco y en el momento que suelta la pelota habilita a su receptor.

Messi une su tremendo poder desequilibrante para pasar la pelota aprovechando que el rival concentra gente para frenarlo. Los compañeros corren sin detenerse; no lo dejan de acompañar porque saben que la descarga siempre es probable. Cuando él va hacia el corazón del área necesita extremos que le den opciones de pase. Porque los laterales —como Carvajal— instintivamente acompañan a los centrales dejando en los costados un espacio en el que los extremos se divierten.

La agonía eterna

Por: | 17 de marzo de 2014

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Bianchi da instrucciones durante un duelo entre el Boca y el Racing. / Natacha Pisarenko (AP)

El fútbol argentino comenzó 2014 como acabó 2013. Envuelto en una persistente sensación de agonía.

Boca, que ganó su segundo partido consecutivo, soslaya una catarata de malas decisiones. En Boca los dirigentes contratan entrenadores para darle el gusto al público. Por demagogia. Entonces reaparece la figura de Carlos Binachi. Muy fuerte porque ganó dos veces la Copa Libertadores en su primer ciclo, Bianchi siempre resonó en la presión popular pidiendo su regreso. La ironía es que Bianchi no quería volver. Se había tomado un respiro prolongado, y, además, nunca hubo una convicción por parte de los dirigentes de que Bianchi fuera el entrenador elegido. Los dirigentes, con el presidente Daniel Angelici al frente, siguen la misma línea de Mauricio Macri, el expresidente, enfrentado a Bianchi por el liderazgo del club en tiempos históricos. Como Angelici es una prolongación de Macri, si contrató a Bianchi no lo hizo por convicción.

A veces el equipo de fútbol es el último eslabón de una cadena de decisiones. ¿Qué poder tiene el entrenador para cambiar las cosas? Cuando uno habla de análisis futbolístico también tiene que examinar estas cuestiones colaterales para que la valoración sea completa. En el ritmo de la semana no consideramos estos temas que son vitales para la construcción de un equipo. Nos limitamos a hablar de la táctica, de la estrategia, de la línea de cuatro, de la idea de juego… De cosas que son valiosas en la medida que se presupone que el contexto es normal. Si el contexto es anormal quedan diluidas. Se difuminan por efecto de los barras bravas patrocinados por poderes fácticos, chantajeando a los jugadores, o por culpa de los dirigentes que toman decisiones midiendo la temperatura del público. Es un menjunje tóxico. Uno cree que el estado de agonía es el anuncio de un final. Pero no.

S

Un grupo de hinchas de Independiente mandó un mensaje mafioso hace unas semanas. Aparecieron dos perros ahorcados, colgados de un árbol, junto a unas canchas de entrenamiento en la ciudad deportiva de Independiente. Después perdió el equipo, que juega en Segunda, y los hinchas invadieron el estadio y la sala que une el párking con los vestuarios. Dos o tres jugadores se agarraron a trompadas con los intrusos. Estas cosas lo infectan todo. Uno cree que esto es el principio del fin. Que se acabará, que habrá controles, que los dirigentes van a actuar y las autoridades enderezarán el rumbo. No sé qué reclama el público de Independiente. Lo único que pueden reclamar a los jugadores es falta de fútbol porque lo demás lo brindan. Sin embargo, el grito de guerra de la gente señala que los futbolistas no ponen “huevos” para ganar partidos. Pero “huevos” es lo único que aseguran. Es lo único que hay. No hay un reclamo de calidad. Está todo tan distorsionado que uno supone que alguien desde afuera en algún momento va a poner fin a la agonía. Pero la agonía permanece. Las cosas no cambian. Lo único que cambia es el lugar del conflicto. A la mínima situación futbolística negativa se rompen los límites. Boca e Independiente son los casos más resonantes. Un muestrario de todo aquello que es corriente en el fútbol argentino.

Cambió el fútbol y cambió la visión y el veredicto del público. Porque si aparece un entrenador que te promete el éxito se le brinda la facultad para hacer lo que quiera; si determinado jugador te promete el éxito puede hacer lo que quiera; si ese dirigente te promete el éxito le das las llaves del club. Cuando el éxito no viene (porque generalmente viene compuesto por cierta racionalidad y sentido común) la cosas se malogran y se destapa un escándalo. Siempre por la promesa del éxito. El hincha tolera ir en contra de su esencia por esa promesa de éxito. En Argentina el éxito es todo o nada. El éxito te constituye. Eso es fatal porque primero uno tiene que ser sensato y actuar de acuerdo a sus conocimientos, creencias y capacidad. Cuando uno empieza a ir contra sus principios porque lo que quiere es que alguien te prometa el éxito no hay manera de analizar nada.

Cambió la sensibilidad del público y la obsesión de los que mandan por el poder. La obsesión por la notoriedad, por tener una especie de superioridad. En esa desesperación concedo o reprimo de acuerdo a esos valores, no a lo que yo siento, creo, conozco, o soy capaz de realizar. La realidad actúa como búmeran. Las consecuencias se presentan con brutalidad. Todo es tan vertiginoso que minuto a minuto, partido a partido, se representa la gloria y el fracaso supremo. El último resultado deportivo expone o anula porque el resultado es todo y la victoria me constituye. La victoria tapa los conflictos momentáneamente. Después aparecen de nuevo. La pelota no se registra. Todo es escándalo, sensacionalismo, peleas, despidos. No existe la palabra “proyecto” y no es posible debatir sobre por qué juega bien o mal un equipo. Nos hemos resignado. El público se ha resignado a que no se juegue bien al fútbol. El hincha está ahí buscando emocionarse. Pero no hay un contenido y todo lo empuja a alejar sus sentimientos de la pelota.

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Riquelme y Bianchi, durante un partido del Boca Juniors. / NATACHA PISARENKO (AP)

La agonía es insoportable pero aquí la hemos naturalizado. Muchos no son conscientes de ello y se mueven con naturalidad en la agonía. Hemos cambiado los hábitos de acuerdo a esa agonía. Soportamos con entereza partidos muy malos. Podemos decir que las cosas del funcionamiento de un equipo son irrelevantes.

Boca soporta fricciones internas desde hace años. Dirigentes que contratan jugadores que no quieren; un entrenador, Bianchi, que tiene al hijo representando jugadores y ninguno de los jugadores que contrató juegan; un equipo que funciona a cuentagotas o no funciona; líderes que se pelean entre sí por el gobierno del equipo; malestar entre los futbolistas… En mi época nos enseñaron que los problemas de la convivencia se arreglaban en un entorno saludable. Las reglas estaban bien marcadas. Había divisorias entre periodistas, jugadores y dirigentes. Barreras que se han roto. ¿Cómo se sale de esto? Pronostico muchos más conflictos mientras cada una de las partes no pretenda invadir el campo ajeno.

El hijo-representante de Bianchi contrató un par de jugadores para Boca, por supuesto, con el respaldo del entrenador. Llegó Bianchi al club y se le permitió todo para remover el orden. Porque prometió éxito a la tribuna y porque a los dirigentes les sirve de paraguas de protección. Ellos están eximidos de las culpas: las culpas las tiene otro. Así funciona este engranaje en el fútbol argentino. Está institucionalizado. Es una cadena. Todos somos cómplices. En Boca repetimos: “Si viene Bianchi, ya está”. En River repetimos: “Si viene Ramón, ya está”.

Tolerar estos procesos que presuntamente conducen al éxito puede ser indigno. ¿Cómo se soporta? ¿Y si el éxito no llega? Entonces tomamos conciencia de que apoyamos la contaminación. Cada partícipe, cada periodista, cada dirigente, cada jugador, cada hincha, siente el peso de la complicidad. Un peso insoportable salvo que uno se bloquee y actúe como un autómata, suprimiendo el pensamiento, apoyando en el partido y saludando como un soldado. Un soldado del éxito confundido en la multitud. Aficionados y directivos por igual. Porque los propios dirigentes, que se supone que deben ser los más sabios, los más ejecutivos, los más capaces, acaban actuando como hinchas. Como militantes del éxito en una agonía eterna.

El Arsenal no rompe al espacio

Por: | 08 de marzo de 2014

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Cazorla cae ante Coleman, del Everton. / TAL COHEN (EFE)

Guardiola predicaba que el toque tiene que tener profundidad. Es cierto que el toque sirve para mantener la pelota siempre y que con la pelota un equipo puede elegir muchas más situaciones de juego que sin la pelota. Una de estas situaciones es la defensiva. No es una cuestión meramente estética. La posesión tiene fines prácticos y uno de ellos es no sufrir defensivamente. Pero si con la pelota no puedo desestabilizar al rival, si no avanzo, si no sorprendo, si no me desmarco al espacio, o si no tengo jugadores que me interpreten los espacios, llega un momento en que la posesión se agota porque no encuentro a quién dársela. Me encierro en mi propia trampa. Es lo que a veces le pasa al Arsenal. Los jugadores permanecen demasiado estáticos, absorbidos por el rival, y el rival no se desordena porque se defiende con comodidad.

Cuando no están Walcott ni Podolski, el Arsenal juega mucho con la pelota al pie pero sin desestabilizar al rival. No hay jugadores que jueguen al espacio. Le pasa lo opuesto que al Chelsea. Ningún jugador interpreta el juego al espacio, todos quieren jugar al pie, nadie rompe. El fútbol es una mezcla de las dos cosas. Yo toco, toco, toco, pero si no tengo jugadores que interpreten el espacio, ¿cómo se puede profundizar? Si todos los pases son al pie es muy difícil porque el rival está siempre esperando. En el Arsenal no se observan soluciones por arriba, con tipos que gambeteen y hagan una jugada individual por su cuenta como Hazard, por ejemplo. Son dos modelos que se tienen que mezclar.

El Chelsea encuentra limitaciones cuando se encuentra equipos que se encierran y le obligan a jugar al pie, y entonces Mourinho cuestiona en los demás todo lo que él hizo toda la vida. Mientras tanto, el Arsenal encuentra las mismas limitaciones porque solo es capaz de jugar al pie. Paradojas del fútbol.

El País

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