El Potrero

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Aventuras de fútbol

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Diego Latorre

Diego Latorre. Nací en La Paternal, en la ciudad de Buenos Aires, en 1969. Jugué en Tenerife, Fiorentina, Boca Juniors y Cruz Azul. Gané la Copa América en Chile con la selección Argentina en 1991.

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La trayectoria como distintivo de Verón

Por: | 12 de mayo de 2014

Juan Sebastián Verón ha ingresado en la galería de los venerados, de los hombres reconocidos por todo el pueblo futbolístico argentino. Por diferentes motivos, su trayectoria recuerda a la de Riquelme. Ambos han ido pasando por diversas etapas y nunca, hasta ahora, tuvieron el reconocimiento generalizado de la gente. Este caso es especialmente notable con Verón, que anunció su retirada del fútbol a los 39 años.

Verón es sinónimo de Estudiantes de la Plata. Él prolonga el legado de su padre, Juan Ramón, La Bruja, que ganó tres Copas Libertadores entre 1968 y 1970. Es una saga familiar que transmite de generación en generación el gen del club. En Estudiantes y en el fútbol argentino dejará una gran huella porque su estirpe escasea.

Lo más difícil de construir para un jugador es la trayectoria, sobre todo en Argentina, en donde los chicos van y vienen y se les pierde el rastro. Se ha perdido la identidad del juego y el sentido de pertenencia. Todo es difuso. En los vestuarios los pibes son irreverentes, todos se creen con el derecho a la igualdad de trato, nadie marca el camino porque la trayectoria está infravalorada. El caso de Verón simboliza todo aquello que caracterizó a los jugadores hasta hace 20 años, la lealtad, el cariño por los colores, la fidelidad, y todos esos ingredientes primitivos que resultaban ejemplares. También el regreso. Verón volvió a Estudiantes en 2006 y levantó la Copa Libertadores en 2009. Y decidió retirarse en el club de sus amores después de convertirse en la fuerza motora de toda la institución, influyendo como lo haría un director deportivo, recomendando fichajes y entrenadores. También dio el visto bueno a la contratación de Mauricio Pellegrino, el técnico que ha conducido a Estudiantes a la cabeza del campeonato.

Veron

Verón, en su despedida de Estudiantes de la Plata. / GETTY

Verón fue muy resistido en Argentina tras la derrota (1-0) de la selección ante Inglaterra en el Mundial de 2002. Despiadado como pocos cuando identifica el fracaso, el público argentino se ensañó con Verón durante años. En todas las canchas, las distintas aficiones le llamaban, despectivamente, El Inglés.

Fue conmovedor verle bajo esa presión cuando regresó de la Premier para ponerse la camiseta de Estudiantes. Nunca se dejó afectar. Jugó sin justificarse, con madurez y personalidad. Destacó por la visión, las luces altas y cortas, una comprensión del partido que le permitía acomodarse para jugar de primera anticipándose y dándole continuidad a las maniobras.

Una y otra vez los críticos destacaron su elegancia de movimientos. Pero su mayor legado es la lealtad a un escudo.

La inacción abre el camino

Por: | 17 de abril de 2014

2014-04-16T211625Z_1943333395_GM1EA4H0ELR01_RTRMADP_3_SOCCER-SPAIN-CUPGareth Bale es un jugador de aparición. No interviene en el juego de forma decisiva pero sí es notable en las jugadas, y a veces esas jugadas tienen mucho poder porque parece que va perforando todo lo que se le pone por delante con su fuerza de piernas y su determinación descomunal. Tiene muchas virtudes individuales una vez que acelera y está en un equipo que lo estimula a hacer eso. La final de Copa también fue un prototipo del partido con todo aquello que ayuda a Bale a desarrollar estas dos o tres jugadas de aceleración.

La carrera fue asombrosa. Parecía un atleta intentando llegar a la meta. Fue como una descarga eléctrica. Se me movió la cancha. Como espectador, necesité unos minutos para reponerme y analizar la jugada. Pasado el impacto pienso que fue un gol posible contra este Barcelona deshilachado de hoy. Entre Pinto, Bartra y Mascherano también hicieron ese gol. Defender es reducir espacios y tiempos y a Bale le agrandaron todas las dimensiones. Bale marca el gol por méritos propios pero es la inacción de los demás la que abre su camino.

Pinto fue un árbitro muy permisivo en la jugada. Como delantero vas viendo la escena, vas razonando aunque no quieras, incorporando unas teorías y eliminando otras. Cuando ves que las posibilidades se resumen a una o dos tienes que actuar. En este abanico apareció la única opción: seguir. Pinto no dio los tres o cuatro pasos hacia adelante que debió dar para interrumpir la carrera de Bale. ¿Cómo no salió del área chica? Fue un fallo capital. Bale fue llevando la pelota con la pierna izquierda y casi definió en el vértice del área chica: allí se atornilló Pinto.

Al definidor hay que ir inhibiéndolo y llevarlo al error haciéndole la portería más pequeña. Pinto tenía la posibilidad de salir un par de metros porque Bale venía de un costado. Avanzaba desde la izquierda y para el arquero era mucho más simple tomar una decisión. Cuando el delantero va por el medio le resulta más sencillo regatear al portero para cualquiera de los dos costados. Aquí a Bale no le cabían esas alternativas. Pero Pinto, en lugar de reducirle el arco, se lo abrió. Y no solo eso: le eliminó opciones, de modo que Bale fue entrando y entrando hasta que metió el puntazo porque el portero se quedó petrificado. Fue la inacción total. Pinto no atacó al definidor sino que esperó a ver cómo definía. Bale estaba tan condicionado por la oposición de Bartra que le habría resultado casi imposible responder al doble estorbo de arquero y central.

Alguien dijo que Bartra debió chocar a Bale y mandarlo contra los carteles. Que en esa situación es hombre o pelota, pero si vas por la pelota puedes perder y si vas al hombre te juegas la expulsión. Es comprensible que Bartra no lo hiciera. Está acostumbrado a defender jugadores de potencia media y Bale supera cualquier categoría. Además, Bartra es Bartra. No puede convertirse, de pronto, en Pepe.

Mascherano es el tercer responsable. Bajó con Benzema considerándole un probable receptor y no le soltó para ir a por Bale cuando fue urgente. Estaba en un incendio y en lugar de salvar vidas cuidó la cristalería. Así Mascherano le abrió el corredor a Bale. Y lo primero que hay que atender es el remate.

El pase de Messi

Por: | 24 de marzo de 2014

Messi

Messi, durante el partido ante el Madrid. / PAUL HANNA (REUTERS)

Es muy difícil definir al Madrid. El equipo es lo que son sus jugadores. La velocidad de Di María, Bale, Cristiano, y los aportes de Benzema arriba, determinan su forma de estar en los partidos. De acuerdo con su plan, el Madrid jugó muy bien el clásico. Se desplegaba con estos aventureros pero quedaba expuesto a las posesiones del Barcelona. El Barcelona no maneja los tiempos como antaño; ya no emplea el juego de posesión para organizarse. Eso lo debilitó defensivamente porque se abocó a un partido de ida y vuelta, y sus futbolistas no están acostumbrados a jugar con esa violencia. El partido se desarrolló de modo favorable al Madrid desde el plano táctico. El único problema del Madrid fue que quedó deshilachado entre líneas y dejó recibir libre a Messi. Por esa vía el Barcelona hizo mucho juego interior. Si el Barcelona no se metió en un problema irresoluble fue porque se compensó con las genialidades de Iniesta y Messi.

Sorprende la faceta de Messi como pasador porque domina los diferentes escenarios: amontonando gente para pasar en corto entre las piernas de los rivales, conduciendo, a la derecha, a la izquierda… La acción que precipita el 0-1 es inexplicable sin la presencia de un don. Dar el pase con esa velocidad, con el pie abierto, registrando a los compañeros a su alrededor mientras clava la mirada en el suelo, por donde conduce la pelota, es un hecho inusual en el fútbol. Messi va conduciendo, superando obstáculos. En determinado momento piensa en patear al arco pero ve rápido la jugada. Ve que Carvajal cierra para tapar a Xavi, que llega más corto, y alarga el pase a Iniesta. Lo asombroso es su habilidad para detectar el movimiento de sus compañeros porque los gambeteadores no tienen registradas las cosas que pasan más allá de su ámbito inmediato. Messi tiene la mente puesta en la pelota y sin necesidad de levantar la cabeza puede dar un pase de diez o quince metros. Visualiza la escena.

El pase a Neymar antes del penalti del 3-3 lo ejecuta con panorama, como el jugador que organiza, con la cancha abierta. Es un pase filoso, de frente, sin oposición, con la visión despejada, como estuvo durante gran parte del partido. Porque Messi recibió bastante libre, sea porque se las ingenió para recibir entre líneas, o porque al Madrid le costó acomodarse a sus movimientos. Levantó la cabeza y dio un pase más cerebral, con la visión propia del hombre que cumple otro papel. Me recordó al pase de Maradona a Burruchaga en la final del Mundial 86. Conjuga amplitud de mirada con exactitud de organizador.

Respecto a la mecánica de ejecución del pase, Messi es único por la velocidad a la que coordina movimientos. Él conduce y abre el pie para golpear con el interior sin detenerse. Pasa y sigue. Normalmente, por la inercia del movimiento, este gesto efectuado en carrera no tiene exactitud. El cuerpo, el pie, tiende a ser más impreciso en espacios reducidos. Pero el pase de Messi siempre se sincroniza con la carrera y casi siempre da ventaja. A pesar de la inercia del movimiento pone a Iniesta en el siguiente paso en disposición de ganar tiempo. Con naturalidad. La asistencia del 0-1 parece un pase de los que se dan en el medio campo, un pase cualquiera, pero él lo da al borde del área y es un pase de gol. Aleja a Iniesta de sus marcadores porque entrega con precisión y porque aglutina gente que le cierra el paso al arco y en el momento que suelta la pelota habilita a su receptor.

Messi une su tremendo poder desequilibrante para pasar la pelota aprovechando que el rival concentra gente para frenarlo. Los compañeros corren sin detenerse; no lo dejan de acompañar porque saben que la descarga siempre es probable. Cuando él va hacia el corazón del área necesita extremos que le den opciones de pase. Porque los laterales —como Carvajal— instintivamente acompañan a los centrales dejando en los costados un espacio en el que los extremos se divierten.

La agonía eterna

Por: | 17 de marzo de 2014

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Bianchi da instrucciones durante un duelo entre el Boca y el Racing. / Natacha Pisarenko (AP)

El fútbol argentino comenzó 2014 como acabó 2013. Envuelto en una persistente sensación de agonía.

Boca, que ganó su segundo partido consecutivo, soslaya una catarata de malas decisiones. En Boca los dirigentes contratan entrenadores para darle el gusto al público. Por demagogia. Entonces reaparece la figura de Carlos Binachi. Muy fuerte porque ganó dos veces la Copa Libertadores en su primer ciclo, Bianchi siempre resonó en la presión popular pidiendo su regreso. La ironía es que Bianchi no quería volver. Se había tomado un respiro prolongado, y, además, nunca hubo una convicción por parte de los dirigentes de que Bianchi fuera el entrenador elegido. Los dirigentes, con el presidente Daniel Angelici al frente, siguen la misma línea de Mauricio Macri, el expresidente, enfrentado a Bianchi por el liderazgo del club en tiempos históricos. Como Angelici es una prolongación de Macri, si contrató a Bianchi no lo hizo por convicción.

A veces el equipo de fútbol es el último eslabón de una cadena de decisiones. ¿Qué poder tiene el entrenador para cambiar las cosas? Cuando uno habla de análisis futbolístico también tiene que examinar estas cuestiones colaterales para que la valoración sea completa. En el ritmo de la semana no consideramos estos temas que son vitales para la construcción de un equipo. Nos limitamos a hablar de la táctica, de la estrategia, de la línea de cuatro, de la idea de juego… De cosas que son valiosas en la medida que se presupone que el contexto es normal. Si el contexto es anormal quedan diluidas. Se difuminan por efecto de los barras bravas patrocinados por poderes fácticos, chantajeando a los jugadores, o por culpa de los dirigentes que toman decisiones midiendo la temperatura del público. Es un menjunje tóxico. Uno cree que el estado de agonía es el anuncio de un final. Pero no.

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Un grupo de hinchas de Independiente mandó un mensaje mafioso hace unas semanas. Aparecieron dos perros ahorcados, colgados de un árbol, junto a unas canchas de entrenamiento en la ciudad deportiva de Independiente. Después perdió el equipo, que juega en Segunda, y los hinchas invadieron el estadio y la sala que une el párking con los vestuarios. Dos o tres jugadores se agarraron a trompadas con los intrusos. Estas cosas lo infectan todo. Uno cree que esto es el principio del fin. Que se acabará, que habrá controles, que los dirigentes van a actuar y las autoridades enderezarán el rumbo. No sé qué reclama el público de Independiente. Lo único que pueden reclamar a los jugadores es falta de fútbol porque lo demás lo brindan. Sin embargo, el grito de guerra de la gente señala que los futbolistas no ponen “huevos” para ganar partidos. Pero “huevos” es lo único que aseguran. Es lo único que hay. No hay un reclamo de calidad. Está todo tan distorsionado que uno supone que alguien desde afuera en algún momento va a poner fin a la agonía. Pero la agonía permanece. Las cosas no cambian. Lo único que cambia es el lugar del conflicto. A la mínima situación futbolística negativa se rompen los límites. Boca e Independiente son los casos más resonantes. Un muestrario de todo aquello que es corriente en el fútbol argentino.

Cambió el fútbol y cambió la visión y el veredicto del público. Porque si aparece un entrenador que te promete el éxito se le brinda la facultad para hacer lo que quiera; si determinado jugador te promete el éxito puede hacer lo que quiera; si ese dirigente te promete el éxito le das las llaves del club. Cuando el éxito no viene (porque generalmente viene compuesto por cierta racionalidad y sentido común) la cosas se malogran y se destapa un escándalo. Siempre por la promesa del éxito. El hincha tolera ir en contra de su esencia por esa promesa de éxito. En Argentina el éxito es todo o nada. El éxito te constituye. Eso es fatal porque primero uno tiene que ser sensato y actuar de acuerdo a sus conocimientos, creencias y capacidad. Cuando uno empieza a ir contra sus principios porque lo que quiere es que alguien te prometa el éxito no hay manera de analizar nada.

Cambió la sensibilidad del público y la obsesión de los que mandan por el poder. La obsesión por la notoriedad, por tener una especie de superioridad. En esa desesperación concedo o reprimo de acuerdo a esos valores, no a lo que yo siento, creo, conozco, o soy capaz de realizar. La realidad actúa como búmeran. Las consecuencias se presentan con brutalidad. Todo es tan vertiginoso que minuto a minuto, partido a partido, se representa la gloria y el fracaso supremo. El último resultado deportivo expone o anula porque el resultado es todo y la victoria me constituye. La victoria tapa los conflictos momentáneamente. Después aparecen de nuevo. La pelota no se registra. Todo es escándalo, sensacionalismo, peleas, despidos. No existe la palabra “proyecto” y no es posible debatir sobre por qué juega bien o mal un equipo. Nos hemos resignado. El público se ha resignado a que no se juegue bien al fútbol. El hincha está ahí buscando emocionarse. Pero no hay un contenido y todo lo empuja a alejar sus sentimientos de la pelota.

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Riquelme y Bianchi, durante un partido del Boca Juniors. / NATACHA PISARENKO (AP)

La agonía es insoportable pero aquí la hemos naturalizado. Muchos no son conscientes de ello y se mueven con naturalidad en la agonía. Hemos cambiado los hábitos de acuerdo a esa agonía. Soportamos con entereza partidos muy malos. Podemos decir que las cosas del funcionamiento de un equipo son irrelevantes.

Boca soporta fricciones internas desde hace años. Dirigentes que contratan jugadores que no quieren; un entrenador, Bianchi, que tiene al hijo representando jugadores y ninguno de los jugadores que contrató juegan; un equipo que funciona a cuentagotas o no funciona; líderes que se pelean entre sí por el gobierno del equipo; malestar entre los futbolistas… En mi época nos enseñaron que los problemas de la convivencia se arreglaban en un entorno saludable. Las reglas estaban bien marcadas. Había divisorias entre periodistas, jugadores y dirigentes. Barreras que se han roto. ¿Cómo se sale de esto? Pronostico muchos más conflictos mientras cada una de las partes no pretenda invadir el campo ajeno.

El hijo-representante de Bianchi contrató un par de jugadores para Boca, por supuesto, con el respaldo del entrenador. Llegó Bianchi al club y se le permitió todo para remover el orden. Porque prometió éxito a la tribuna y porque a los dirigentes les sirve de paraguas de protección. Ellos están eximidos de las culpas: las culpas las tiene otro. Así funciona este engranaje en el fútbol argentino. Está institucionalizado. Es una cadena. Todos somos cómplices. En Boca repetimos: “Si viene Bianchi, ya está”. En River repetimos: “Si viene Ramón, ya está”.

Tolerar estos procesos que presuntamente conducen al éxito puede ser indigno. ¿Cómo se soporta? ¿Y si el éxito no llega? Entonces tomamos conciencia de que apoyamos la contaminación. Cada partícipe, cada periodista, cada dirigente, cada jugador, cada hincha, siente el peso de la complicidad. Un peso insoportable salvo que uno se bloquee y actúe como un autómata, suprimiendo el pensamiento, apoyando en el partido y saludando como un soldado. Un soldado del éxito confundido en la multitud. Aficionados y directivos por igual. Porque los propios dirigentes, que se supone que deben ser los más sabios, los más ejecutivos, los más capaces, acaban actuando como hinchas. Como militantes del éxito en una agonía eterna.

El Arsenal no rompe al espacio

Por: | 08 de marzo de 2014

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Cazorla cae ante Coleman, del Everton. / TAL COHEN (EFE)

Guardiola predicaba que el toque tiene que tener profundidad. Es cierto que el toque sirve para mantener la pelota siempre y que con la pelota un equipo puede elegir muchas más situaciones de juego que sin la pelota. Una de estas situaciones es la defensiva. No es una cuestión meramente estética. La posesión tiene fines prácticos y uno de ellos es no sufrir defensivamente. Pero si con la pelota no puedo desestabilizar al rival, si no avanzo, si no sorprendo, si no me desmarco al espacio, o si no tengo jugadores que me interpreten los espacios, llega un momento en que la posesión se agota porque no encuentro a quién dársela. Me encierro en mi propia trampa. Es lo que a veces le pasa al Arsenal. Los jugadores permanecen demasiado estáticos, absorbidos por el rival, y el rival no se desordena porque se defiende con comodidad.

Cuando no están Walcott ni Podolski, el Arsenal juega mucho con la pelota al pie pero sin desestabilizar al rival. No hay jugadores que jueguen al espacio. Le pasa lo opuesto que al Chelsea. Ningún jugador interpreta el juego al espacio, todos quieren jugar al pie, nadie rompe. El fútbol es una mezcla de las dos cosas. Yo toco, toco, toco, pero si no tengo jugadores que interpreten el espacio, ¿cómo se puede profundizar? Si todos los pases son al pie es muy difícil porque el rival está siempre esperando. En el Arsenal no se observan soluciones por arriba, con tipos que gambeteen y hagan una jugada individual por su cuenta como Hazard, por ejemplo. Son dos modelos que se tienen que mezclar.

El Chelsea encuentra limitaciones cuando se encuentra equipos que se encierran y le obligan a jugar al pie, y entonces Mourinho cuestiona en los demás todo lo que él hizo toda la vida. Mientras tanto, el Arsenal encuentra las mismas limitaciones porque solo es capaz de jugar al pie. Paradojas del fútbol.

El Atlético y el dilema de Diego Ribas

Por: | 21 de febrero de 2014

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Diego Ribas celebra un gol a la Real Sociedad. / JUANJO MARTÍN (EFE)

La progresión del Atlético hasta las semifinales de Copa del Rey fue impecable. Los partidos se desarrollaron como Simeone los había planificado. No sé si tres derrotas seguidas pueden hacer tambalear lo que ha venido haciendo. El triunfo en Milán parece una reafirmación. Pero más allá de resultados y contingencias puntuales, los rivales se han dado cuenta de que esperándolo, dejando más tiempo la pelota en su poder, el Atlético va a tener que desarrollar otras herramientas para ser competitivo en ese marco. Simeone tendrá que flexibilizar más su planteamiento y aplicar su sabiduría para darle al equipo nuevas armas sin que pierda eficiencia. Así nos encontramos con un gran interrogante. ¿Con estos jugadores puede preparar un equipo para tener más la pelota y seguir manteniendo esa eficiencia en los resultados cuando desde hace dos años está invirtiendo sus recursos en otra cosa?

Simeone siempre predicó que intentaba jugar de acuerdo al perfil de sus futbolistas y no sabemos si eso es un pretexto o una coartada para afirmar sus convicciones. Un gran entrenador es aquel que puede potenciar al máximo la facultad de los futbolistas pero no puede inventar cualidades en un jugador. Lo que ocurre es que a veces el futbolista no se exprime al máximo porque el entrenador realmente quiere otra cosa de él, y entonces quedan relegadas sus virtudes en pos de esa transformación. Muchas veces ese jugador no podrá dar más si lo que le piden resulta muy ajeno a lo que realmente sabe hacer.

Lo que ha buscado Simeone es que todas las flechas vayan direccionadas a poder profundizar en esa faceta de juego: presionar, potenciar la estructura, contragolpear, etc. Hasta este invierno, él no compró para poder darle al equipo otras características. Ha tenido dos o tres futbolistas (Arda y Koke) con buen criterio para jugar. Lo que ocurre es que ya le ha dado al equipo toda una cantidad de información, hábitos y funcionamiento, para perfeccionar ese estilo.

El fichaje de Sosa delata las intenciones de Simeone en el sentido de acentuar los rasgos que hemos visto en su Atlético. El argentino es un jugador que puede funcionar en distintas posiciones. No es tanto un futbolista de asociación, no le va a dar una impronta creativa, con gambeta en espacios reducidos, con un talento desbordante, sino que entiende cómo salir desde atrás, es dócil para la estructura táctica, adaptable al mensaje del técnico, y se mueve bien en determinadas circunstancias del partido. Sosa ataca bien porque suele decidir bien cuando llega a la zona de tres cuartos y porque tiene buen remate.

Si la contratación de Sosa buscó reforzar los conceptos adquiridos, el fichaje de Diego señala otras intenciones. Diego Ribas sí es un jugador más virtuoso, con más talento. Si se junta con Arda y Koke puede tocar y combinar de tres cuartos de cancha para adelante.

Sobre la pizarra Diego Ribas resulta enriquecedor. Luego hay que ver cómo se emplea. Si lo empleas en la espera, con un equipo que no pasa la línea de la pelota, que se parapeta muy lejos y que hace un gran esfuerzo para apretar y después se suma, hay que determinar cómo repercute en otro rol. El jugador sólo es importante en determinado contexto: no es lo mismo Diego en un equipo con querencia por la pelota que en un equipo que espera y lo necesita para apariciones concretas o para manejar el ritmo, pero siempre desde la cesión de la pelota.

Quizás Simeone considere dar una vuelta de tuerca. Su inclusión de Diego como enganche en el inicio del partido de Copa en el Bernabéu pudo apuntar a eso. Pero un jugador insertado dentro de un equipo que todavía actúa según patrones viejos no va a cambiar tácticamente la ecuación. Si la idea anterior se mantiene, el jugador nuevo, por más que sea muy creativo, queda un poco impotente frente a la realidad que se le presenta. Diego no puede cambiar el estilo general porque un jugador no es el estilo. Puede condicionar, pero si tienes diez futbolistas programados para jugar de otra manera y pones a Diego lo más probable es que descompense lo anterior. Por eso en el segundo tiempo en el Bernabéu Simeone rectificó: puso al Cebolla y volvió a jugar con cuatro volantes. La exclusión total de Diego en San Siro parece síntoma de vacilación. Ante la duda, el Atlético regresó al modelo probado.

Decía Marcelo Bielsa que un entrenador no puede hacer algo en lo que no cree sin quedar en evidencia. Y este es el centro de la cuestión. Para que el entrenador apunte a un determinado lugar tiene que creer en eso. No puede fingir ni en su trabajo de campo ni en sus mensajes. El jugador lo detecta y pierde confianza. No se puede mutar de un día para el otro, pero los equipos, lentamente, puede ir construyendo otras pautas de trabajo para cubrir carencias nuevas. Porque si los rivales lo van a esperar obligándole a tener más posesión de la pelota, por más que no le interese, va a tener que disponer de esas herramientas para sorprender, para distraer, para no ser monótono, para saber gestionar en espacios más reducidos. Es un gran desafío pero este Atlético tiene mentalidad, personalidad, y ambición de querer llegar a determinados logros. Eso es un muy buen sustento para todo lo demás.

Los equipos de Simeone siempre han sido muy parecidos. Lo que se ve en el Atlético es más o menos lo que pregonó durante toda su carrera, desde Estudiantes hasta Catania. No he visto equipos de Simeone que hayan practicado situaciones con mayor protagonismo, que jueguen más con la posesión. Aunque a veces la necesidad te lleva a eso los entrenadores están un poco atados a lo que creen.

El dilema de este Atlético es la resistencia que puede encontrar en el futuro, sobre todo en adversarios menores. Se insinuó en Almería. Los rivales van generando anticuerpos de acuerdo a la información que obtienen y a la propia experiencia. Saben que haciendo determinadas cosas lograrán determinados efectos. Sobre todo cuando hay algo tan claro y reiterado como lo que sucede en el Atlético de Madrid.

Seguramente Simeone ha querido introducir un matiz con Diego Ribas porque interpreta que al equipo le puede estar faltando mayor capacidad de posesión, porque sus jugadores pueden estar cansándose de estar todo el tiempo corriendo para recuperar la pelota. Estos esfuerzos a veces funden a los delanteros como Costa. Este gasto excesivo pudo hacer pensar a Simeone en Diego para darle al equipo más descanso, más apoyo desde el manejo de los ritmos del partido.

Convivencia difícil en River

Por: | 26 de enero de 2014

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Francescoli celebra un título con el River Plate en 1996. / REUTERS.

La nueva dirigencia de River quiere dar un poco más de seriedad empresarial al club. Intenta pacificar y procura repatriar viejas glorias. Beto Alonso, Fillol, o Francescoli, se han integrado a la administración deportiva futbolizándola en sintonía con la historia de la institución. En ese marco se ubican los personajes centrales del relato: Enzo Francescoli y Ramón Díaz. Uno era el capitán, el ídolo, el emblema, y el otro el entrenador del River que conquistó todos los títulos imaginables entre 1994 y 1997. Ahora vuelven a coincidir: Díaz como entrenador y Francescoli como director deportivo, es decir, como el que debe mandar al entrenador. Por ahora conviven en armonía. Se toleran. Se reúnen para hablar de refuerzos.

Ramón Díaz dio sus primeros pasos como técnico cuando trabajó con Francescoli la primera vez. Tuvo a cargo un plantel repleto de grandes jugadores y en una época de esplendor del fútbol argentino armó equipos memorables porque había con qué. Siempre flotarán las mismas preguntas en el aire. ¿Cuánto puede mejorar un entrenador a una plantilla sin figuras? ¿Cuánto puede empeorar un entrenador a una plantilla llena de cracks? Entonces en River jugaban Gallardo, Ortega, Francescoli, Salas, Berti… Todos hombres con trayectoria. Díaz le dio brillo a ese equipo que siempre tuvo un punto de audacia y que ofreció soluciones con todos sus futbolistas.

 

El entrenador era Díaz, pero sobre aquel River histórico pesó el mito del liderazgo absoluto de Francescoli. La idea de que el uruguayo manejaba todo, de que era quien tenía el timón, se extendía con carta de naturaleza. Hubo un episodio revelador cuando River se estaba jugando el Apertura en 1996, en el Monumental frente a Racing. En el segundo tiempo Ramón Díaz se dispuso a quitar a Ortega pero Francescoli lo interrumpió desde la cancha y sugirió que saliera Monserrat. El partido acabó 4-3, Ortega marcó el 2-0, y River fue campeón. Pero el cambio inesperado de Monserrat reflejó mucho más. Fue un acto casi simbólico. Un chispazo de luz, ante miles de hinchas, sobre el verdadero funcionamiento del equipo.

El Ramón Díaz que vemos en este 2014 es un hombre totalmente distinto. Siempre tuvo un discurso provocador, con un punto de demagogia, que prometía una grandeza que River no tuvo en esta época. Un discurso con una penetración muy fácil pero sin consistencia ni argumentos sólidos. Difícilmente defendible desde la expresión del equipo en la cancha, bastante pobre en el último año.

 

A estos entrenadores legendarios siempre les queda un crédito más. Pero Ramón Díaz hoy arranca bajo la lupa. Los hinchas pierden la paciencia porque en el fútbol argentino todo se mueve con hilos muy delgados. Todos recuerdan que Díaz ha gozado de prerrogativas únicas, le han contratado a los jugadores que pidió, a Fabbro, a Teo Gutiérrez, a Menzeguez, a Osmar Ferreyra, pero los resultados han sido exiguos.

El técnico riojano, que cumple su tercer ciclo en River, es el paradigma del argentino astuto. Representa un tipo de personaje al que se suele consagrar socialmente. Pretende trasladar una imagen de sabiduría infinita, de infalibilidad, de conocimiento de la fórmula del éxito con un punto de transgresión. Pero a lo largo del último campeonato su posición se ha vuelto frágil. Esa fragilidad se acentúa con el cambio en el consejo directivo y él es consciente de ello. Sabedor de su nueva condición está impostando una personalidad, como quien tuvo que retroceder tres casilleros en el juego de la oca. Ya no ironiza tanto, ya en las conferencias de prensa es otro. Se muestra más serio. Parece adaptado a las circunstancias y mira de reojo al fondo de la escena. Desde allí lo supervisa Francescoli. El viejo ídolo que le corregía los cambios tácticos hace casi 20 años.

El fútbol argentino no se aguanta más

Por: | 01 de enero de 2014

Sanlorenzo

Incidentes entre la policía y aficionados de San Lorenzo.

El hallazgo de armas blancas, bengalas, y otros artefactos pirotécnicos debajo de una de las tribunas del estadio de Vélez, el pasado 15 de diciembre, estuvo a punto de interrumpir el desenlace el campeonato argentino. Dos horas antes del partido más importantes del año, el que disputarían Vélez y San Lorenzo, rivales directos en la pugna por el título, la juez María Botana se negó a abrir el campo. Solo accedió cuando el jefe de policía y el secretario de Seguridad de la Nación se hicieron responsables por escrito de eventuales desenlaces violentos. Las presiones del Gobierno y de la AFA se hicieron evidentes. La brigada de explosivos tomó el estadio en medio de un operativo policial descomunal y la multitud de hinchas se acumuló en las calles esperando novedades. Si poníamos un extranjero en ese escenario sin explicarle nada lo primero que habría pensado es que Argentina estaba en guerra civil.  

La conclusión del torneo coincidió con su desarrollo. Cundieron los incidentes señalados por personajes que no forman parte del espectáculo pero lo condicionan. Ahora que el fútbol estará parado durante dos meses conviene hacer proyecciones. ¿A dónde va el fútbol argentino?

La idea preliminar de cambiar el formato del campeonato es urgente y necesaria. El fútbol argentino ya no se aguanta más. Está canibalizado. Se les ha ido de las manos. Ya no es rentable. Los seguidores no van a los campos, los equipos juegan cada vez peor, los procesos son incoherentes porque los equipos son de una irregularidad extrema, los análisis de la semana pasada no sirven para la semana que viene.

Las irregularidades se han acumulado a través de los años. Los directivos se han apropiado del fútbol dando cabida a violentos que han traficado con el esfuerzo de los jugadores y el apoyo de los políticos. Dentro de los clubes se respira un clima insostenible. Toda esa corrupción que antes era muy periférica, o que quedaba en los suburbios del negocio, lentamente fue invadiendo la cabeza de los futbolistas. Lo que antes parecía accesorio pasó a formar parte de los mismos partidos. Las relaciones entre los dirigentes y los barras bravas han pasado de los despachos a repercutir en los futbolistas de un modo evidente. La crispación pisa la cancha, los jugadores no arriesgan y los técnicos tampoco. Ya no hay jugadores alegres. Las expresiones de las caras son todas de dramatismo. Con las excepciones de Vélez y Lanús, no veo jugadores serenos. En los momentos más tensos vemos la versión más baja de cada uno. Los equipos acabaron el año tiesos.

Sentada en la tribuna principal, la esposa del tesorero de San Lorenzo dedicó el partido contra Estudiantes a insultar al entrenador, Juan Antonio Pizzi. El episodio acabó cuando la esposa de Pizzi, que también asistió al partido, se enganchó a trompadas con la mujer del tesorero. Pizzi acabaría logrando el título pero su recorrido por el club de Almagro encontró una resistencia tan feroz como habitual. Siempre lo cuestionaron. Su salida estaba anunciada.

Agobiados en una atmósfera tóxica, los equipos argentinos sufren una tensión que les impide crear. Crear no significa solamente poner un pase de gol o tirar un sombrero. Crear es tomar buenas decisiones. Para eso hay que elegir y si uno tiene la cabeza contaminada por turbaciones, si el peso del error es muy grande y todos saben cuáles son las consecuencias, las decisiones corren el riesgo de ser pasos en falso.

Ha sido llamativa la radical diferencia entre los equipos, entre las primeras diez fechas y las últimas. Hay un momento, en la jornada 16ª o 17ª, en que la tensión normal de la competición se potenció a partir del aparato siniestro que hay alrededor. Todo es confuso y todo está exacerbado. Para los jugadores asumir el protagonismo en esas condiciones es mucho más complejo. Los que van de víctimas, los que no tienen nada que perder, ni siquiera fuerzan el error. Controlan la situación esperando porque el contrario está acelerado y no sabe asumir el compromiso que tiene, o porque no tiene categoría o porque está perturbado por el entorno.

Las señales han sido tan patentes que las autoridades han hecho propósito de enmienda. En la primera semana de diciembre se confirmó que el formato del campeonato va a cambiar. Probablemente impulsen un torneo de 40 equipos por zonas, más integrador y democrático, y con un solo campeón por año. Será un formato más europeo. Supongo que intervendrán la AFA y el Estado. Quieren inaugurarlo después del Mundial de Brasil.

La búsqueda de alternativas es saludable frente a la degradación. Porque todo se ha naturalizado, pero si salimos de la nube y vemos lo que ha sucedido gradualmente, en los últimos años, esta realidad es inasumible. Proliferan las barras, los árbitros son sospechosos, y las instituciones dejaron de ser creíbles. Cuando se pierde la credibilidad todo se desmorona detrás. Hace años que se pide un relevo dentro de la AFA, donde no solo gobierna Julio Grondona. Hay muchísimos directivos cómplices. Pero el cambio debe ir más allá, hacia un modelo integrador. Porque el discurso se contrapone a los hechos. El eslógan del pacto Gobierno-AFA fue fútbol para todos, pero la gente desapareció de los estadios, los operativos policiales resultaron ineficaces, las barras bravas hacen lo que quieren y los hinchas tienen pánico.

El cambio de formato ayudará a escapar de la histeria. El formato corto potencia estos sentimientos desaforados. Es emotivo porque hay dos campeones por año pero es insoportable. Durante años en Argentina nadie se dedicó a mejorar el fútbol desde el mismo contenido futbolístico. Nadie pensó en embellecer el producto. No se puede tratar el fútbol como producto que mueve materia económica y pasional, para que sea propiedad del Estado y para que sea accesible a todos, y al mismo tiempo permitir que el juego se estropee. Es una contradicción macabra.

El mes pasado supe que hay un chico de ocho años, de un pueblo, que es buscado por varios clubes de Europa y de Argentina. Los niños se crían con la mentalidad de no pertenecer al fútbol argentino, de irse al extranjero antes de ser jugadores. Ven a los clubes como aduanas de salida porque el modelo está concebido para fabricar futbolistas para otros sin poder aprovecharlos. Venden a los futbolistas sin descollar, por correr rápido, o por meter un gol, o porque son altos. No hay test de calidad. Los chicos no juegan ni 30 partidos en Primera y se van. Los directivos ponen parches en los equipos y entran y salen, y se van dejando deudas como la de Colón con la plantilla, a la que le deben ocho meses de sueldo. El presidente de Colón dejó al club en bancarrota y se quería postular como candidato a la presidencia de la AFA. La incoherencia cobra carta de naturaleza en los sistemas destruidos.

Incertidumbre bienvenida

Por: | 29 de noviembre de 2013

La incertidumbre es uno de los grandes componentes del deporte. No saber lo que va a pasar es estimulante.

El grado de incertidumbre también determina el interés de un campeonato. La Liga española se fragmentó en dos partes, los tres del grupo selecto y los demás, y esto supone una limitación. En Argentina se mantiene el elemento de lo misterioso. A pesar de todas las carencias y los hechos de violencia, el campeonato argentino de fútbol conserva la emoción de lo que permanece oculto. Boca está jugando bastante mal. No hay relación entre su juego y su posición en la tabla, pero está a cuatro puntos del liderato de San Lorenzo. Newell’s, el segundo clasificado, a un punto, está sufriendo la carga de las competiciones internacionales, y lleva seis partidos sin ganar.

A falta de dos jornadas para el desenlace hay siete equipos con posibilidades de ganar el título: Estudiantes (26 puntos), Boca (27), Vélez (27), Arsenal (29), Lanús (29), Newell’s (30) y San Lorenzo (31).

El San Lorenzo de Pizzi, que podría ser campeón este fin de semana, es el equipo con mejor actualidad. Es el que mejor fútbol está jugando en la recta final, el más valiente, el que demuestra más energía, y el más desequilibrante. Tiene un talón de Aquiles en la defensa, pero viene de una buena racha.

La existencia de múltiples aspirantes es un rasgo que sobrevive en un campeonato empobrecido, y es un buen consuelo. Falta la calidad, falta el fútbol con las dimensiones de las Ligas europeas más importantes, pero la incertidumbre da vida al hincha.

En España hay cierta monotonía. En Alemania también. En Italia se ha producido la aparición saludable de la Roma y el Nápoles. En la Premier hay una competición abierta. Y en Argentina también. En Argentina el hincha va a la cancha resignado a no entretenerse, sabe que verá un partido modesto, pero va con la incertidumbre de quien no puede prever de antemano cuál será el resultado. Y yo lo celebro.

Cuidado con esperar la comida en la cama

Por: | 12 de noviembre de 2013

Antes Messi tenía otra participación. Ahora le tienen que llevar la comida a la cama. Antes estaba más involucrado. Recuperaba más pelotas, tenía otra energía, otro compromiso con el juego. No sé qué fue lo que le hizo perder esa implicación o si la fue perdiendo solo al ver las cosas que pasaban a su alrededor, que son incontrolables. Pudo afectarle la llegada de Neymar, el cambio de entrenador, de entrenamientos, o de antojos. Va a seguir haciendo goles porque seguirá siendo el mejor. Nunca vi a un jugador con una facilidad para el gol como la suya. Pero en otros aspectos del juego, en los aspectos defensivos, antes perdía la pelota, o la perdía el equipo, e inmediatamente hacía un sprint. Era muy llamativo porque tenía la capacidad defensiva de un defensor. Iba ferozmente y robaba.

Son reveladoras sus estadísticas de balones recuperados desde que lo dirigía Guardiola y cómo se fue diluyendo. En los cuatro años de Guardiola, entre 2008 y 2012, el promedio de recuperaciones de Messi fue, sucesivamente, de un balón robado cada 56, 55, 48 y 60 minutos. Algo cambió en la temporada 2011-12. Una tendencia a la inactividad que se acentuó de forma dramática en la temporada de Vilanova, la 2012-13, cuando Messi recuperó una media de un balón cada 97 minutos, lo que significa que se pasó algunos partidos desapercibidos en el plano defensivo. Con Martino mejoró el quite de forma espectacular: un balón cada 36 minutos. Pero el cuerpo, después del bache de 2012-13, no parece responderle del mismo modo.

Messi
Messi cae al suelo durante el partido ante el Betis./ AS


A Messi lo puede afectar cierta obsesión por estar bien. El objetivo del Mundial debe rondar su cabeza. El proceso no es lineal. No hay una fórmula: “Voy a dejar de entrenar”, o “voy a dejar de jugar”, o “voy a entrenarme más”, o “voy a tomarme un descanso y lo resuelvo”. El componente psíquico está siempre presente, pero se tiende a ignorar porque no es tangible, y los propios futbolistas se sienten incapaces de transmitirlo al mundo exterior porque saben que no los entenderían o porque a nadie le interesa entender según qué cosas. La industria del fútbol está concebida para que el futbolista ofrezca un determinado rendimiento sin contemplar consideraciones humanas. El mundo del fútbol está rodeado de muchos curiosos a los que lo esencial realmente no les interesa.

El Barcelona en los últimos años ha tenido una sobredosis de partidos y Messi ha estado en todos los minutos de todos los partidos. No descansó nunca. Por amor propio, por amor al juego, por pasión, por lo que sea. Pienso que porque era su forma de estar permanentemente entrenado. Porque lo único que verdaderamente te entrena es el partido. Por algo los jugadores repiten: “me falta ritmo”, o “no tengo continuidad…”. Quieren decir que están saturados de entrenamientos y carentes de partidos. Cada jugador profesional sabe que el entrenamiento es siempre insuficiente. No alcanza para ponerte en plenitud. El mejor entrenamiento es la competencia y, por eso mismo, la dosificación durante la competición puede restar preparación exponiendo el cuerpo a la lesión.

A veces el jugador reconoce que tiene que reservarse para determinados momentos. Sabe que no hay fondo, que quizá no le sobre energía, y puede entender que está para apariciones, para jugadas. Alguien como Messi puede reservarse para siete u ocho apariciones por partido. Esto le lleva a ser cauteloso y a sondear los partidos, más que a jugarlos. Estas son decisiones comunes entre los jugadores. Si es una estrategia futbolística, si se hace puntualmente para sorprender al rival, es una cosa, pero si forma parte de vicios adquiridos o de una necesidad de preservar el físico para determinadas acciones, estamos ante un problema.

Cuando un futbolista se reserva para jugadas puntuales puede sentirse superficialmente mejor, más descansado. Puede servir cuando llegas averiado a una cita o circunstancialmente reconoces que estás en una condición más frágil, porque vienes de una lesión. Pero no se puede vivir en ese estadio. A la larga, estar permanentemente reservándote pasa factura.

El País

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