El Atlético y el dilema de Diego Ribas

Por: | 21 de febrero de 2014

Diego

Diego Ribas celebra un gol a la Real Sociedad. / JUANJO MARTÍN (EFE)

La progresión del Atlético hasta las semifinales de Copa del Rey fue impecable. Los partidos se desarrollaron como Simeone los había planificado. No sé si tres derrotas seguidas pueden hacer tambalear lo que ha venido haciendo. El triunfo en Milán parece una reafirmación. Pero más allá de resultados y contingencias puntuales, los rivales se han dado cuenta de que esperándolo, dejando más tiempo la pelota en su poder, el Atlético va a tener que desarrollar otras herramientas para ser competitivo en ese marco. Simeone tendrá que flexibilizar más su planteamiento y aplicar su sabiduría para darle al equipo nuevas armas sin que pierda eficiencia. Así nos encontramos con un gran interrogante. ¿Con estos jugadores puede preparar un equipo para tener más la pelota y seguir manteniendo esa eficiencia en los resultados cuando desde hace dos años está invirtiendo sus recursos en otra cosa?

Simeone siempre predicó que intentaba jugar de acuerdo al perfil de sus futbolistas y no sabemos si eso es un pretexto o una coartada para afirmar sus convicciones. Un gran entrenador es aquel que puede potenciar al máximo la facultad de los futbolistas pero no puede inventar cualidades en un jugador. Lo que ocurre es que a veces el futbolista no se exprime al máximo porque el entrenador realmente quiere otra cosa de él, y entonces quedan relegadas sus virtudes en pos de esa transformación. Muchas veces ese jugador no podrá dar más si lo que le piden resulta muy ajeno a lo que realmente sabe hacer.

Lo que ha buscado Simeone es que todas las flechas vayan direccionadas a poder profundizar en esa faceta de juego: presionar, potenciar la estructura, contragolpear, etc. Hasta este invierno, él no compró para poder darle al equipo otras características. Ha tenido dos o tres futbolistas (Arda y Koke) con buen criterio para jugar. Lo que ocurre es que ya le ha dado al equipo toda una cantidad de información, hábitos y funcionamiento, para perfeccionar ese estilo.

El fichaje de Sosa delata las intenciones de Simeone en el sentido de acentuar los rasgos que hemos visto en su Atlético. El argentino es un jugador que puede funcionar en distintas posiciones. No es tanto un futbolista de asociación, no le va a dar una impronta creativa, con gambeta en espacios reducidos, con un talento desbordante, sino que entiende cómo salir desde atrás, es dócil para la estructura táctica, adaptable al mensaje del técnico, y se mueve bien en determinadas circunstancias del partido. Sosa ataca bien porque suele decidir bien cuando llega a la zona de tres cuartos y porque tiene buen remate.

Si la contratación de Sosa buscó reforzar los conceptos adquiridos, el fichaje de Diego señala otras intenciones. Diego Ribas sí es un jugador más virtuoso, con más talento. Si se junta con Arda y Koke puede tocar y combinar de tres cuartos de cancha para adelante.

Sobre la pizarra Diego Ribas resulta enriquecedor. Luego hay que ver cómo se emplea. Si lo empleas en la espera, con un equipo que no pasa la línea de la pelota, que se parapeta muy lejos y que hace un gran esfuerzo para apretar y después se suma, hay que determinar cómo repercute en otro rol. El jugador sólo es importante en determinado contexto: no es lo mismo Diego en un equipo con querencia por la pelota que en un equipo que espera y lo necesita para apariciones concretas o para manejar el ritmo, pero siempre desde la cesión de la pelota.

Quizás Simeone considere dar una vuelta de tuerca. Su inclusión de Diego como enganche en el inicio del partido de Copa en el Bernabéu pudo apuntar a eso. Pero un jugador insertado dentro de un equipo que todavía actúa según patrones viejos no va a cambiar tácticamente la ecuación. Si la idea anterior se mantiene, el jugador nuevo, por más que sea muy creativo, queda un poco impotente frente a la realidad que se le presenta. Diego no puede cambiar el estilo general porque un jugador no es el estilo. Puede condicionar, pero si tienes diez futbolistas programados para jugar de otra manera y pones a Diego lo más probable es que descompense lo anterior. Por eso en el segundo tiempo en el Bernabéu Simeone rectificó: puso al Cebolla y volvió a jugar con cuatro volantes. La exclusión total de Diego en San Siro parece síntoma de vacilación. Ante la duda, el Atlético regresó al modelo probado.

Decía Marcelo Bielsa que un entrenador no puede hacer algo en lo que no cree sin quedar en evidencia. Y este es el centro de la cuestión. Para que el entrenador apunte a un determinado lugar tiene que creer en eso. No puede fingir ni en su trabajo de campo ni en sus mensajes. El jugador lo detecta y pierde confianza. No se puede mutar de un día para el otro, pero los equipos, lentamente, puede ir construyendo otras pautas de trabajo para cubrir carencias nuevas. Porque si los rivales lo van a esperar obligándole a tener más posesión de la pelota, por más que no le interese, va a tener que disponer de esas herramientas para sorprender, para distraer, para no ser monótono, para saber gestionar en espacios más reducidos. Es un gran desafío pero este Atlético tiene mentalidad, personalidad, y ambición de querer llegar a determinados logros. Eso es un muy buen sustento para todo lo demás.

Los equipos de Simeone siempre han sido muy parecidos. Lo que se ve en el Atlético es más o menos lo que pregonó durante toda su carrera, desde Estudiantes hasta Catania. No he visto equipos de Simeone que hayan practicado situaciones con mayor protagonismo, que jueguen más con la posesión. Aunque a veces la necesidad te lleva a eso los entrenadores están un poco atados a lo que creen.

El dilema de este Atlético es la resistencia que puede encontrar en el futuro, sobre todo en adversarios menores. Se insinuó en Almería. Los rivales van generando anticuerpos de acuerdo a la información que obtienen y a la propia experiencia. Saben que haciendo determinadas cosas lograrán determinados efectos. Sobre todo cuando hay algo tan claro y reiterado como lo que sucede en el Atlético de Madrid.

Seguramente Simeone ha querido introducir un matiz con Diego Ribas porque interpreta que al equipo le puede estar faltando mayor capacidad de posesión, porque sus jugadores pueden estar cansándose de estar todo el tiempo corriendo para recuperar la pelota. Estos esfuerzos a veces funden a los delanteros como Costa. Este gasto excesivo pudo hacer pensar a Simeone en Diego para darle al equipo más descanso, más apoyo desde el manejo de los ritmos del partido.

Convivencia difícil en River

Por: | 26 de enero de 2014

D
Francescoli celebra un título con el River Plate en 1996. / REUTERS.

La nueva dirigencia de River quiere dar un poco más de seriedad empresarial al club. Intenta pacificar y procura repatriar viejas glorias. Beto Alonso, Fillol, o Francescoli, se han integrado a la administración deportiva futbolizándola en sintonía con la historia de la institución. En ese marco se ubican los personajes centrales del relato: Enzo Francescoli y Ramón Díaz. Uno era el capitán, el ídolo, el emblema, y el otro el entrenador del River que conquistó todos los títulos imaginables entre 1994 y 1997. Ahora vuelven a coincidir: Díaz como entrenador y Francescoli como director deportivo, es decir, como el que debe mandar al entrenador. Por ahora conviven en armonía. Se toleran. Se reúnen para hablar de refuerzos.

Ramón Díaz dio sus primeros pasos como técnico cuando trabajó con Francescoli la primera vez. Tuvo a cargo un plantel repleto de grandes jugadores y en una época de esplendor del fútbol argentino armó equipos memorables porque había con qué. Siempre flotarán las mismas preguntas en el aire. ¿Cuánto puede mejorar un entrenador a una plantilla sin figuras? ¿Cuánto puede empeorar un entrenador a una plantilla llena de cracks? Entonces en River jugaban Gallardo, Ortega, Francescoli, Salas, Berti… Todos hombres con trayectoria. Díaz le dio brillo a ese equipo que siempre tuvo un punto de audacia y que ofreció soluciones con todos sus futbolistas.

 

El entrenador era Díaz, pero sobre aquel River histórico pesó el mito del liderazgo absoluto de Francescoli. La idea de que el uruguayo manejaba todo, de que era quien tenía el timón, se extendía con carta de naturaleza. Hubo un episodio revelador cuando River se estaba jugando el Apertura en 1996, en el Monumental frente a Racing. En el segundo tiempo Ramón Díaz se dispuso a quitar a Ortega pero Francescoli lo interrumpió desde la cancha y sugirió que saliera Monserrat. El partido acabó 4-3, Ortega marcó el 2-0, y River fue campeón. Pero el cambio inesperado de Monserrat reflejó mucho más. Fue un acto casi simbólico. Un chispazo de luz, ante miles de hinchas, sobre el verdadero funcionamiento del equipo.

El Ramón Díaz que vemos en este 2014 es un hombre totalmente distinto. Siempre tuvo un discurso provocador, con un punto de demagogia, que prometía una grandeza que River no tuvo en esta época. Un discurso con una penetración muy fácil pero sin consistencia ni argumentos sólidos. Difícilmente defendible desde la expresión del equipo en la cancha, bastante pobre en el último año.

 

A estos entrenadores legendarios siempre les queda un crédito más. Pero Ramón Díaz hoy arranca bajo la lupa. Los hinchas pierden la paciencia porque en el fútbol argentino todo se mueve con hilos muy delgados. Todos recuerdan que Díaz ha gozado de prerrogativas únicas, le han contratado a los jugadores que pidió, a Fabbro, a Teo Gutiérrez, a Menzeguez, a Osmar Ferreyra, pero los resultados han sido exiguos.

El técnico riojano, que cumple su tercer ciclo en River, es el paradigma del argentino astuto. Representa un tipo de personaje al que se suele consagrar socialmente. Pretende trasladar una imagen de sabiduría infinita, de infalibilidad, de conocimiento de la fórmula del éxito con un punto de transgresión. Pero a lo largo del último campeonato su posición se ha vuelto frágil. Esa fragilidad se acentúa con el cambio en el consejo directivo y él es consciente de ello. Sabedor de su nueva condición está impostando una personalidad, como quien tuvo que retroceder tres casilleros en el juego de la oca. Ya no ironiza tanto, ya en las conferencias de prensa es otro. Se muestra más serio. Parece adaptado a las circunstancias y mira de reojo al fondo de la escena. Desde allí lo supervisa Francescoli. El viejo ídolo que le corregía los cambios tácticos hace casi 20 años.

El fútbol argentino no se aguanta más

Por: | 01 de enero de 2014

Sanlorenzo

Incidentes entre la policía y aficionados de San Lorenzo.

El hallazgo de armas blancas, bengalas, y otros artefactos pirotécnicos debajo de una de las tribunas del estadio de Vélez, el pasado 15 de diciembre, estuvo a punto de interrumpir el desenlace el campeonato argentino. Dos horas antes del partido más importantes del año, el que disputarían Vélez y San Lorenzo, rivales directos en la pugna por el título, la juez María Botana se negó a abrir el campo. Solo accedió cuando el jefe de policía y el secretario de Seguridad de la Nación se hicieron responsables por escrito de eventuales desenlaces violentos. Las presiones del Gobierno y de la AFA se hicieron evidentes. La brigada de explosivos tomó el estadio en medio de un operativo policial descomunal y la multitud de hinchas se acumuló en las calles esperando novedades. Si poníamos un extranjero en ese escenario sin explicarle nada lo primero que habría pensado es que Argentina estaba en guerra civil.  

La conclusión del torneo coincidió con su desarrollo. Cundieron los incidentes señalados por personajes que no forman parte del espectáculo pero lo condicionan. Ahora que el fútbol estará parado durante dos meses conviene hacer proyecciones. ¿A dónde va el fútbol argentino?

La idea preliminar de cambiar el formato del campeonato es urgente y necesaria. El fútbol argentino ya no se aguanta más. Está canibalizado. Se les ha ido de las manos. Ya no es rentable. Los seguidores no van a los campos, los equipos juegan cada vez peor, los procesos son incoherentes porque los equipos son de una irregularidad extrema, los análisis de la semana pasada no sirven para la semana que viene.

Las irregularidades se han acumulado a través de los años. Los directivos se han apropiado del fútbol dando cabida a violentos que han traficado con el esfuerzo de los jugadores y el apoyo de los políticos. Dentro de los clubes se respira un clima insostenible. Toda esa corrupción que antes era muy periférica, o que quedaba en los suburbios del negocio, lentamente fue invadiendo la cabeza de los futbolistas. Lo que antes parecía accesorio pasó a formar parte de los mismos partidos. Las relaciones entre los dirigentes y los barras bravas han pasado de los despachos a repercutir en los futbolistas de un modo evidente. La crispación pisa la cancha, los jugadores no arriesgan y los técnicos tampoco. Ya no hay jugadores alegres. Las expresiones de las caras son todas de dramatismo. Con las excepciones de Vélez y Lanús, no veo jugadores serenos. En los momentos más tensos vemos la versión más baja de cada uno. Los equipos acabaron el año tiesos.

Sentada en la tribuna principal, la esposa del tesorero de San Lorenzo dedicó el partido contra Estudiantes a insultar al entrenador, Juan Antonio Pizzi. El episodio acabó cuando la esposa de Pizzi, que también asistió al partido, se enganchó a trompadas con la mujer del tesorero. Pizzi acabaría logrando el título pero su recorrido por el club de Almagro encontró una resistencia tan feroz como habitual. Siempre lo cuestionaron. Su salida estaba anunciada.

Agobiados en una atmósfera tóxica, los equipos argentinos sufren una tensión que les impide crear. Crear no significa solamente poner un pase de gol o tirar un sombrero. Crear es tomar buenas decisiones. Para eso hay que elegir y si uno tiene la cabeza contaminada por turbaciones, si el peso del error es muy grande y todos saben cuáles son las consecuencias, las decisiones corren el riesgo de ser pasos en falso.

Ha sido llamativa la radical diferencia entre los equipos, entre las primeras diez fechas y las últimas. Hay un momento, en la jornada 16ª o 17ª, en que la tensión normal de la competición se potenció a partir del aparato siniestro que hay alrededor. Todo es confuso y todo está exacerbado. Para los jugadores asumir el protagonismo en esas condiciones es mucho más complejo. Los que van de víctimas, los que no tienen nada que perder, ni siquiera fuerzan el error. Controlan la situación esperando porque el contrario está acelerado y no sabe asumir el compromiso que tiene, o porque no tiene categoría o porque está perturbado por el entorno.

Las señales han sido tan patentes que las autoridades han hecho propósito de enmienda. En la primera semana de diciembre se confirmó que el formato del campeonato va a cambiar. Probablemente impulsen un torneo de 40 equipos por zonas, más integrador y democrático, y con un solo campeón por año. Será un formato más europeo. Supongo que intervendrán la AFA y el Estado. Quieren inaugurarlo después del Mundial de Brasil.

La búsqueda de alternativas es saludable frente a la degradación. Porque todo se ha naturalizado, pero si salimos de la nube y vemos lo que ha sucedido gradualmente, en los últimos años, esta realidad es inasumible. Proliferan las barras, los árbitros son sospechosos, y las instituciones dejaron de ser creíbles. Cuando se pierde la credibilidad todo se desmorona detrás. Hace años que se pide un relevo dentro de la AFA, donde no solo gobierna Julio Grondona. Hay muchísimos directivos cómplices. Pero el cambio debe ir más allá, hacia un modelo integrador. Porque el discurso se contrapone a los hechos. El eslógan del pacto Gobierno-AFA fue fútbol para todos, pero la gente desapareció de los estadios, los operativos policiales resultaron ineficaces, las barras bravas hacen lo que quieren y los hinchas tienen pánico.

El cambio de formato ayudará a escapar de la histeria. El formato corto potencia estos sentimientos desaforados. Es emotivo porque hay dos campeones por año pero es insoportable. Durante años en Argentina nadie se dedicó a mejorar el fútbol desde el mismo contenido futbolístico. Nadie pensó en embellecer el producto. No se puede tratar el fútbol como producto que mueve materia económica y pasional, para que sea propiedad del Estado y para que sea accesible a todos, y al mismo tiempo permitir que el juego se estropee. Es una contradicción macabra.

El mes pasado supe que hay un chico de ocho años, de un pueblo, que es buscado por varios clubes de Europa y de Argentina. Los niños se crían con la mentalidad de no pertenecer al fútbol argentino, de irse al extranjero antes de ser jugadores. Ven a los clubes como aduanas de salida porque el modelo está concebido para fabricar futbolistas para otros sin poder aprovecharlos. Venden a los futbolistas sin descollar, por correr rápido, o por meter un gol, o porque son altos. No hay test de calidad. Los chicos no juegan ni 30 partidos en Primera y se van. Los directivos ponen parches en los equipos y entran y salen, y se van dejando deudas como la de Colón con la plantilla, a la que le deben ocho meses de sueldo. El presidente de Colón dejó al club en bancarrota y se quería postular como candidato a la presidencia de la AFA. La incoherencia cobra carta de naturaleza en los sistemas destruidos.

Incertidumbre bienvenida

Por: | 29 de noviembre de 2013

La incertidumbre es uno de los grandes componentes del deporte. No saber lo que va a pasar es estimulante.

El grado de incertidumbre también determina el interés de un campeonato. La Liga española se fragmentó en dos partes, los tres del grupo selecto y los demás, y esto supone una limitación. En Argentina se mantiene el elemento de lo misterioso. A pesar de todas las carencias y los hechos de violencia, el campeonato argentino de fútbol conserva la emoción de lo que permanece oculto. Boca está jugando bastante mal. No hay relación entre su juego y su posición en la tabla, pero está a cuatro puntos del liderato de San Lorenzo. Newell’s, el segundo clasificado, a un punto, está sufriendo la carga de las competiciones internacionales, y lleva seis partidos sin ganar.

A falta de dos jornadas para el desenlace hay siete equipos con posibilidades de ganar el título: Estudiantes (26 puntos), Boca (27), Vélez (27), Arsenal (29), Lanús (29), Newell’s (30) y San Lorenzo (31).

El San Lorenzo de Pizzi, que podría ser campeón este fin de semana, es el equipo con mejor actualidad. Es el que mejor fútbol está jugando en la recta final, el más valiente, el que demuestra más energía, y el más desequilibrante. Tiene un talón de Aquiles en la defensa, pero viene de una buena racha.

La existencia de múltiples aspirantes es un rasgo que sobrevive en un campeonato empobrecido, y es un buen consuelo. Falta la calidad, falta el fútbol con las dimensiones de las Ligas europeas más importantes, pero la incertidumbre da vida al hincha.

En España hay cierta monotonía. En Alemania también. En Italia se ha producido la aparición saludable de la Roma y el Nápoles. En la Premier hay una competición abierta. Y en Argentina también. En Argentina el hincha va a la cancha resignado a no entretenerse, sabe que verá un partido modesto, pero va con la incertidumbre de quien no puede prever de antemano cuál será el resultado. Y yo lo celebro.

Cuidado con esperar la comida en la cama

Por: | 12 de noviembre de 2013

Antes Messi tenía otra participación. Ahora le tienen que llevar la comida a la cama. Antes estaba más involucrado. Recuperaba más pelotas, tenía otra energía, otro compromiso con el juego. No sé qué fue lo que le hizo perder esa implicación o si la fue perdiendo solo al ver las cosas que pasaban a su alrededor, que son incontrolables. Pudo afectarle la llegada de Neymar, el cambio de entrenador, de entrenamientos, o de antojos. Va a seguir haciendo goles porque seguirá siendo el mejor. Nunca vi a un jugador con una facilidad para el gol como la suya. Pero en otros aspectos del juego, en los aspectos defensivos, antes perdía la pelota, o la perdía el equipo, e inmediatamente hacía un sprint. Era muy llamativo porque tenía la capacidad defensiva de un defensor. Iba ferozmente y robaba.

Son reveladoras sus estadísticas de balones recuperados desde que lo dirigía Guardiola y cómo se fue diluyendo. En los cuatro años de Guardiola, entre 2008 y 2012, el promedio de recuperaciones de Messi fue, sucesivamente, de un balón robado cada 56, 55, 48 y 60 minutos. Algo cambió en la temporada 2011-12. Una tendencia a la inactividad que se acentuó de forma dramática en la temporada de Vilanova, la 2012-13, cuando Messi recuperó una media de un balón cada 97 minutos, lo que significa que se pasó algunos partidos desapercibidos en el plano defensivo. Con Martino mejoró el quite de forma espectacular: un balón cada 36 minutos. Pero el cuerpo, después del bache de 2012-13, no parece responderle del mismo modo.

Messi
Messi cae al suelo durante el partido ante el Betis./ AS


A Messi lo puede afectar cierta obsesión por estar bien. El objetivo del Mundial debe rondar su cabeza. El proceso no es lineal. No hay una fórmula: “Voy a dejar de entrenar”, o “voy a dejar de jugar”, o “voy a entrenarme más”, o “voy a tomarme un descanso y lo resuelvo”. El componente psíquico está siempre presente, pero se tiende a ignorar porque no es tangible, y los propios futbolistas se sienten incapaces de transmitirlo al mundo exterior porque saben que no los entenderían o porque a nadie le interesa entender según qué cosas. La industria del fútbol está concebida para que el futbolista ofrezca un determinado rendimiento sin contemplar consideraciones humanas. El mundo del fútbol está rodeado de muchos curiosos a los que lo esencial realmente no les interesa.

El Barcelona en los últimos años ha tenido una sobredosis de partidos y Messi ha estado en todos los minutos de todos los partidos. No descansó nunca. Por amor propio, por amor al juego, por pasión, por lo que sea. Pienso que porque era su forma de estar permanentemente entrenado. Porque lo único que verdaderamente te entrena es el partido. Por algo los jugadores repiten: “me falta ritmo”, o “no tengo continuidad…”. Quieren decir que están saturados de entrenamientos y carentes de partidos. Cada jugador profesional sabe que el entrenamiento es siempre insuficiente. No alcanza para ponerte en plenitud. El mejor entrenamiento es la competencia y, por eso mismo, la dosificación durante la competición puede restar preparación exponiendo el cuerpo a la lesión.

A veces el jugador reconoce que tiene que reservarse para determinados momentos. Sabe que no hay fondo, que quizá no le sobre energía, y puede entender que está para apariciones, para jugadas. Alguien como Messi puede reservarse para siete u ocho apariciones por partido. Esto le lleva a ser cauteloso y a sondear los partidos, más que a jugarlos. Estas son decisiones comunes entre los jugadores. Si es una estrategia futbolística, si se hace puntualmente para sorprender al rival, es una cosa, pero si forma parte de vicios adquiridos o de una necesidad de preservar el físico para determinadas acciones, estamos ante un problema.

Cuando un futbolista se reserva para jugadas puntuales puede sentirse superficialmente mejor, más descansado. Puede servir cuando llegas averiado a una cita o circunstancialmente reconoces que estás en una condición más frágil, porque vienes de una lesión. Pero no se puede vivir en ese estadio. A la larga, estar permanentemente reservándote pasa factura.

Fútbol, institución y evolución

Por: | 25 de octubre de 2013


Giuseppecacace afp 2
Gerardo Martino da instrucciones durante el Milan-Barcelona / AFP

El clásico descubre a dos rivales con dificultades. El Barça es un equipo que necesita evolucionar para permanecer en la excelencia. El Madrid es una institución sin rumbo futbolístico.

El entrenador del Madrid, Carlo Ancelotti, pone a Modric como volante por la izquierda porque es lo más parecido a su volante ideal en el 4-4-2. Desnaturaliza a un jugador privilegiando la figura táctica. Hay esquema, forma, pero no fondo. Despoja a Modric y a Isco de lo mejor de su juego para beneficio de una idea de equipo. Me cuesta comprenderlo porque si de verdad quiere jugar con esa idea necesita otra plantilla. El dilema revela una deriva difusa: la institución quiere grandeza a partir de los jugadores pero sin instalar un concepto de juego. El Madrid tiene fenómenos y es evidente que con eso le bastará para ganar muchos partidos. Pero no puede garantizar jugar bien al fútbol.

El Madrid es un equipo híbrido que no me transmite nada. No ensambla. Es la desorientación futbolística la que lo lleva a ser un equipo sin las cosas resueltas y no tanto una merma de carácter. A veces suele confundirse una cosa con la otra cuando los equipos tienen dudas y los engranajes no están definidos. Esto repercute en la parte emocional porque los jugadores empiezan a depender mucho más de los aciertos individuales, la inspiración puntual, el detalle o la maniobra de alguno, en lugar de apoyarse en un funcionamiento colectivo armónico. En el Madrid no todos interpretan el fútbol de la misma manera y un equipo es eso, la relación entre los jugadores, la empatía. El Madrid tiene resuelta la figura táctica pero no una forma de encarar los partidos. No hay una idea central de juego porque no está definida desde la institución. Porque el rumbo futbolístico primero lo define la institución, después el entrenador y después los jugadores. Eso dice la historia de los grandes equipos. Que se construyen de arriba hacia abajo para no entrar en la desorientación.

Juanjomartin efe 2
Ancelotti y Zidane, en el banquillo durante el Real Madrid-Juventus / JUANJO MARTÍN (EFE)

El Barça tiene detalles futbolísticos por corregir. Estos ajustes, por superficiales que parezcan, pueden tener una gran incidencia en el funcionamiento de un equipo que se caracteriza por la sofisticación, y que solo alcanza la armonía colectiva a través de la complejidad. Este Barça carga con la idealización nostálgica del Barça de Guardiola, que parecía que a cada rival, a cada imponderable, le encontraba una respuesta. Aquél era un conjunto inteligente para reaccionar a situaciones coyunturales. Quemaba los papeles encontrando variantes y cambios según el oponente. Guardiola hacía retoques (retrasar a Iniesta, trasladar a Eto'o al extremo derecha, jugar con seis centrocampistas...) que formaban parte del patrimonio del equipo. Reconocía lo que estaba sucediendo y actuaba sin alterar la línea de juego. A este equipo le cuesta identificar qué es lo que tiene que hacer en cada partido. Ahora el Barça carece de aquella riqueza de soluciones, aunque el patrón de juego sea el mismo.

El Barça es objeto de un examen microscópico: se exagera lo que le pasa mientras a los rivales solo se los analiza desde el sometimiento y la victimización. La paliza que recibió contra el Bayern recuerda que los equipos necesitan evolucionar. Esto es lo que Guardiola implementó entre 2008 y 2012. Una evolución constante a través de la búsqueda de modificaciones. Eso es lo que Martino debería intentar nuevamente para elevar el nivel.

La fiesta de los autómatas

Por: | 12 de octubre de 2013

Bocariverap

Hay escenas que en el fútbol argentino son ridículas y
pintorescas al mismo tiempo. Se han normalizado ciertos comportamientos, no sé
si por resignación o porque la escala de valores está alterada. El último
clásico acabó con un 0-1 a favor de Boca en el Monumental. Después del partido un
grupo de unos 20 jugadores de Boca se concentraron en medio de la cancha de
River, sin ningún hincha local, ante un estadio que rendía tributo a los
jugadores propios por una cuestión de identificación, porque el hincha es cada
vez más hincha de su hinchada y no permite que se deje ver la frustración de
perder contra el máximo rival. La negación de la multitud contrastó con la soledad
de ese grupo de jugadores de Boca porque en Argentina ya no se permite el
público visitante. El triunfo de Boca en medio de todos los hinchas de River
fue el momento más solitario que puede tener un festejo. Los jugadores debieron
rendir tributo al seguidor virtual, al hincha imaginario que los miraba a través
de una pantalla en algún lugar alejado. Cuando lo vi pensé: va a costar
reconciliar a este fútbol argentino con el pasado, con la presencia de las dos
hinchadas en los partidos, con esa convivencia, con el aliento de cada una a su
equipo, y esa comunión después de las victorias como visitantes, donde el
equipo que ganaba levantaba los brazos a su parcialidad y la parcialidad lo
agradecía con euforia cuando jugabas bien. Esto no sucedió en el último clásico.
Nadie levantó los brazos. El festejo fue íntimo en medio de un silencio extraño,
en el clima más adverso posible porque no había nadie para compartir la alegría.
Porque, ¿qué es el gran fútbol sin ese instante de vinculación entre hinchas y
jugadores? El fútbol argentino nos privó de un espectáculo esencial en la fiesta
del fútbol.

El clásico dejó más señales de miseria en la sala de prensa.
Los entrenadores a veces apelan a los merecimientos para justificarse ante una
derrota y esconden esos mismos merecimientos si el equipo gana accidentalmente.
Se va manipulando el argumento de acuerdo al resultado en ambos lados. Carlos Bianchi,
el técnico de Boca, dijo que ganaron porque jugaron como se juegan los partidos
de Copa. Lo dijo a pesar de que Boca había atacado dos o tres veces y le habían
creado diez situaciones claras de gol. Bianchi abrió el pecho como si pudiese
planificar las atajadas de su arquero y los palos en contra. Y Ramón Díaz, el
entrenador de River, asumió la derrota diciendo que el equipo había jugado su
mejor partido y había sido superior a Boca, cuando hace un par de semanas le
ganaron a San Lorenzo de manera fortuita y él desestimó lo que había pasado en
el partido dando importancia exclusivamente al resultado final. Esa clase de
subestimación de la gente en las explicaciones de los partidos no me parece
digna de los entrenadores. Estas manipulaciones no son un acto de grandeza.
¿Por qué un entrenador en las conferencias de prensa no dice: ‘mi equipo jugó
mal pero ganamos’? Quizás esas declaraciones sean hacia los hinchas, y quizás los
hinchas las merezcan porque también hayan perdido el rastro de la grandeza. El
hincha más exigente, al que le importaban las formas, el que se interesaba por
el juego del equipo, parece en vías de extinción. Todo va en sintonía con esa
forma de razonar el fútbol. Estamos perdiendo un capital muy valioso porque
lentamente el fútbol se está redireccionando hacia lo irracional, de forma que
la victoria casual se valora de la misma forma que cualquier otra, sin importar
cómo se logró. Lentamente, el desprestigio del juego aumenta. No sé si tiene
retorno. Hay una generación de jóvenes que se identifican con el resultado y no
les importa cómo se obtiene. Se está profundizando en la idea de que en los
partidos los entrenadores tienen el control remoto para ganar como sea. Y eso
es peligroso. Ese destino me preocupa. Me preocupa que los entrenadores no me
digan la verdad, me preocupa que los hinchas reaccionen así, me preocupa que
hasta las líneas editoriales de los medios de comunicación vayan hacia eso,
hacia la búsqueda de una inteligencia artificial que explica que el equipo que
sufrió diez situaciones claras de gol estaba destinado a ganar 1-0 en virtud de
un plan ininteligible que solo es capaz de descifrar la mente preclara de su
entrenador. Este azar se muestra como la consecuencia de una inteligencia
programada y se presume de esta inteligencia, que no es tal.

RiquelmeafpTodo es una gran farsa y todos participan de esa gran farsa.
Son piezas que se van acomodando y se van haciendo cada vez más flexibles para
introducirse en el sistema. Es un círculo vicioso y me pregunto en qué momento
se va a desactivar. Si es la degradación futbolística hace que al jugador no le
interese su oficio, o si la degradación existe porque al jugador no le interesa
el juego. Me pregunto si el deterioro se acelera porque la prensa contribuye
con mensajes en su afán de propaganda, y si esta figura degradante sirve para
vender jugadores en un fútbol que sólo sirve para vender jugadores, porque,
salvo en dos o tres equipos, no hay modelos sostenibles. El fútbol argentino
tocó fondo. Más allá del nivel de juego. Llega un momento en el que las
palabras no son suficientes porque no tienen eco. Es imposible admitir que no
haya público visitante porque el fútbol es la gran fiesta popular. ¡Qué gran
contradicción! Que el Estado haya comprado los derechos del fútbol, que los
venda como un bien público bajo el lema ‘fútbol para todos’, y que a su vez del
espectáculo no participen todos.

No se puede estirar más la soga. Se rompió y siguen tirando
de ella. Y no sé si siguen tirando porque la gente lo aguanta todo, o porque el
fútbol argentino es una pasión despojada de pasión. Porque la pasión es la
fiesta de todos pero si no están todos… El argumento de la pasión tiene que ser
algo más completo y en el fútbol argentino no es así. Me preocupa que las
barras se enfrenten y que los clubes se muestren impotentes, que 50 tipos
desbaraten un espectáculo, que algunos tengan privilegios y otros estén
excesivamente controlados. Porque los hinchas honrados que van al campo están
controlados por todas partes y el barrabrava entra y sale sin responder ante
nadie. Esto se llama esquizofrenia. Pero el fútbol sigue caminando y el Estado
sigue transmitiendo los partidos. Como si el sistema pretendiera anular el
pensamiento de todos los que formamos parte de esta industria para que actuemos
como autómatas y nos enrolemos bajo unas normas incomprensibles.  

Me preocupa que los jugadores solo piensen en irse y tengan
la cabeza en otro lado, y que los clubes los vendan para paliar deudas de
dirigentes anteriores que ya no pueden volver a entrar en una cancha. Muchos de
los antiguos presidentes de los clubes más importantes crearon un desastre de
consecuencias atómicas y es alarmante que no haya un control más estricto desde
la AFA. No sé cómo todos nosotros no nos plantamos ante todo esto y buscamos
perfeccionarlo. Porque todos estamos del lado de la complicidad. Digo todos. Y
me incluyo.

El Arsenal de Özil

Por: | 29 de septiembre de 2013

OzilLa teoría sobre el tiempo de adaptación de los jugadores a los equipos a veces choca con la realidad.

Mesut Özil no necesitó adaptarse para entrar rápido en la dinámica del Arsenal. Su primer partido, contra el Sunderland, fue el mejor. Lo completó después de hacer un solo entrenamiento. Cuando hay buenos jugadores para interpretar el juego el tiempo es relativo. Las teorías de escuela de entrenadores a veces menosprecian el instinto para comprender el juego y sobrevaloran la organización como una idea que necesariamente debe ser asimilada en un proceso académico. Hay jugadores que se pasan toda la vida en un club y manifiestan falencias en cada partido. Los años de práctica no siempre mecanizan los movimientos.

Özil tiene una visión muy rápida de la jugada y de su entorno. Posee el timing del experto del pase de gol. Para el pase de gol hay un instante: el instante en el que chocan el pensamiento del pasador y el corredor que se le ofrece. Hace falta mucho sentido del tiempo, del espacio y de la velocidad para dar un pase de gol. Y más: hace falta dominar el efecto y la fuerza con que se toca la pelota para que el receptor explote la ventaja. Özil hace con sencillez ese toque complejo. Ese gesto condicionado por cada situación. Sabe, por ejemplo, cuándo y cómo dar el pase al pie cuando al receptor lo rodean muchas piernas de defensas: ese pase  tiene que ser fuerte porque eso facilita el primer control para llevarse la pelota. Si el pase es blando el esfuerzo lo tiene que hacer el receptor. Cualquier cosita que falla en ese pase trunca la jugada. Hay jugadores expertos en dar el pase sin que los defensas se lo corten. Özil es uno de ellos. Otro es Messi.

Özil va a cambiar la mentalidad del Arsenal porque los jugadores se contagian cuando saben que hay un crack entre los compañeros. Todos quieren estar a la altura, despiertos, atentos para comprenderlo. Özil no parece tener carisma pero le ha dado más personalidad al equipo. Lo rodean chicos que sienten e interpretan el fútbol de la misma manera que él.

Theo Walcott no tiene la tendencia de recibir al pie y se perfila muy bien para correr. Están destinados a entenderse de maravilla. Podolski es otro que le dará variantes de pase al pie y al espacio. Son combinaciones que aumentarán las posibilidades del Arsenal para llegar al gol. La primera vía es cuando domina el partido en campo contrario. Ahí Giroud recibe de espaldas y aparecen las opciones de Walcott y Podolski por afuera. La segunda es en transición, cuando el equipo pasa de ser atacado a ir al ataque. En este terreno es donde Özil puede sacar brillo a sus condiciones porque él no espera. Él se mueve para recibir la pelota en el vacío y juega con uno o dos toques. Ahorra movimientos ampulosos. No arriesga en zonas de elaboración. No piensa en el pase de gol en cualquier lugar de la cancha. Simplifica, y el jugador que hace todo simple llama menos la atención.

El talentoso suele ser un tipo cansino. Özil está permanentemente ofreciéndose, patrullando, gravitando. Es el puente entre la posesión de la pelota y la situación de gol. Imprescindible para el Arsenal porque al equipo de Wenger en las últimas temporadas le había costado penetrar al rival. No encontraban al jugador que ponía la marcha hasta que apareció el alemán. La cantidad de goles que ha metido el Arsenal desde el partido con el Sunderland no es casual.

Wenger inédito

Por: | 12 de septiembre de 2013

PeticionImagen
Arsène Wenger, durante un partido de la Premier League. / GLYN KIRK (AFP).

El domingo 1 de septiembre asistí a un hecho inédito. Por primera vez vi al Arsenal defender con cinco defensas. Sucedió en el Emirates, en el clásico del norte de Londres, el Arsenal-Tottenham. Sentí que se reflotaba aquella discusión atemporal: quién es romántico y quién es pragmático. Como si unos quisieran ganar sin jugar y otros jugar sin ganar. Como si fuera posible idealizar el juego o idealizar el resultado.

Me pareció extraño ver a Arsène Wenger en esos últimos minutos agónicos poblando su defensa de centrales para sostener el 1-0. Pensé que lo hacía porque no tenía más recursos. Porque se habían lesionado muchos de sus jugadores. La enfermería del Arsenal está constantemente saturada. ¿Habrá alguna causa psicológica en tantas lesiones? No es casual que, año tras año, al Arsenal se le lesionen tantos jugadores. Últimamente han sido baja Arteta, Vermaelen, Chamberlain, Wilshere…

Las disposiciones tácticas de Wenger en los últimos cinco minutos del partido fueron contrarias al estilo inglés. Fue una paradoja y un riesgo muy grande para un equipo que no tiene ese espíritu y esa clase de jugadores. ¿Hasta qué punto a un equipo diseñado como el Arsenal puede darle mejores resultados esta fórmula?

Una locura

Por: | 04 de septiembre de 2013

7979606

Riquelme, en un partido con Boca el pasado agosto. ALEJANDRO PAGNI (AFP)

Cada vez que pierde Boca con Riquelme el señalado es Riquelme; y cada vez que gana Boca sin Riquelme se empiezan a escuchar voces de prensa y de un sector del público que relacionan la victoria de Boca con la ausencia del ‘diez’.

Este sector entiende que Boca tiene un fútbol más fluido y más ágil porque no pasa por la aduana de Riquelme. El mensaje insiste en que el equipo juega mejor si no cumple con el automatismo de respetar la jerarquía de Riquelme. Porque sin él, los compañeros se liberan y actúan con autonomía. Como si Riquelme pusiera una excesiva pausa.

Todo esto me parece una locura.

El mundo-Boca ya incurrió en estos comentarios cuando Cristian ‘Pochi’ Chávez tuvo que reemplazar a Riquelme en 2012. Entonces dijeron que Chávez le daba un ingrediente distinto al equipo, algo relacionado con su cambio de ritmo. El error conceptual más común consiste en pensar que el ritmo es algo físico y no relacionado con el juego, con saber administrar las velocidades. La velocidad en el fútbol no es siempre ir en línea recta y Riquelme está condenado a sufrir el veredicto que lo califica de “tipo lento”.

Es cierto que en la última jornada Boca hizo su mejor partido de lo que va de campeonato y no jugó Riquelme. Ganó 2-1 y Fernando Gago jugó su primer partido con Boca desde su regreso procedente de Vélez. El medio centro fue responsable de darle esa agilidad al equipo, esa sintonía con la pelota. Pero me parece un exceso y una falacia concluir que por esto Riquelme es perjudicial.

En Argentina el fútbol se ha estandarizado. No se ven grandes jugadores. Cuando sobresalen futbolistas con carisma, con ángel, el público reacciona oponiéndose, con rencor. La gente no le perdona el éxito y la importancia al jugador. Pasó con Messi en una época y ahora sucede con Riquelme.

Riquelme ya dio todas las pruebas en los contextos más adversos. Superó la prueba de calidad del día a día. Pero en el fútbol argentino encuentra lo contrario: lo siguen examinando con rigor. Segundo a segundo tiene que demostrar que es el mejor porque si no lo logra es el peor. En esta dinámica, no hay forma de que Riquelme salga ganador.

Riquelme es el mejor jugador del campeonato argentino de los últimos 30 años. Lo avala una montaña de títulos, con tres Copas  Libertadores a la cabeza. Si él no encuentra una plataforma de seguridad y de confianza estamos perdidos como fútbol. Ya ningún jugador será digno de confianza total.

El Potrero

Sobre el blog

Aventuras de fútbol

Sobre el autor

Diego Latorre

Diego Latorre. Nací en La Paternal, en la ciudad de Buenos Aires, en 1969. Jugué en Tenerife, Fiorentina, Boca Juniors y Cruz Azul. Gané la Copa América en Chile con la selección Argentina en 1991.

Archivo

mayo 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
      1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28 29 30 31  

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal