Giovanni Simeone, en su debut frente a Gimnasia (Foto: Emiliano Oppezzo/Prensa River)
Crecí con el Cholo Simeone y tuve la oportunidad de conocer a su hijo, Giovanni. A Giovanni siempre le gustó mucho el fútbol. Hace unos meses jugaba en la Tercera de River. Tenía 18 años cuando lo convocaron para participar en la pretemporada con el equipo de Primera. Hizo un gol en un partido amistoso y, de pronto, sin estar completamente preparado para el salto de categoría, lo convirtieron en una pieza importante.
River se había quedado sin delanteros porque hizo un vaciamiento de los goleadores que utilizó la temporada pasada. Iturbe volvió a Oporto, Trezeguet no era del agrado del entrenador, Luna se fue a Rosario Central, Mora renegoció su contrato, y Teófilo Gutiérrez permaneció a la espera de que River pagara al Cruz Azul. Por diferentes circunstancias tuvo que debutar Simeone. Fue un debut inesperado. Ocurrió antes de tiempo, pero estas son cuestiones con las que tenemos que lidiar todos en el fútbol argentino, en donde fecha tras fecha se produce el ingreso sorpresivo de futbolistas desconocidos para ocupar un lugar vacío.
Simeone jugó tres partidos de titular. No pudo convertir ningún gol. Le sacaron un cabezazo abajo y en otra situación definió mal un gol que parecía sencillo.
Hoy los chicos están muy expuestos. Sin estar del todo formados los tiran a la cancha. En los clubes no hay paciencia ni margen para el error. Una experiencia fallida de estas puede ser traumática porque la atención del público y la cobertura mediática que se le da a un pibe no hacen distinciones. El juicio de valor les cabe a todos. En el caso del joven Simeone, la erosión se agravó por el descuido del entrenador, Ramón Díaz, que salió a declarar que el equipo tenía un déficit ofensivo. Dijo que le faltaba gol.
La total deshumanización del fútbol, en el que todos somos partes de un mecanismo perverso en el que uno tapa al otro, produce una despersonalización en cuestiones vinculadas con el espíritu del deporte. Proteger a un chico, no aturdirlo, no marcarlo, son principios de deportividad. El entrenador también es víctima de este canibalismo futbolístico y, para salvar su buen nombre y su reputación, se muestra proclive a emitir un discurso sin atender a la protección de sus jugadores más débiles. Resulta llamativo que fuera Ramón Díaz quien se comportara así. Precisamente él, que es una gloria inimputable en River y todo lo que hace parece que está divinizado por la gente. Pudo decir que Simeone es un chico, que le perdona todo, y que ya tendrá tiempo de meter goles. Pero salió señalando que el equipo tiene un déficit ofensivo.
No importa quién caiga en el medio. Los chicos no solamente no gozan de las mejores condiciones sino que también terminan siendo el factor desencadenante, y Giovanni Simeone es señalado como el jugador que no le brindó al equipo ese gol. Como si uno en un par de partidos pudiera acomodar su cabeza y su cuerpo a una Primera División con todas las exigencias que eso conlleva. Me parece bastante cruel que no haya un camino. Un camino gradual. Que te tiren a la cancha, te cocinen y te saquen. ¿Cuándo lo convocará la rueda otra vez a Giovanni Simeone en River? Tardará un tiempo porque ya no será esa solución desesperada. ¿Cómo lo va a asimilar el chico?
Pienso que mi hijo puede correr el mismo riesgo dentro de unos años. Es curioso cómo uno puede ser una gran promesa de estrella el día de mañana y a su vez material descartable para el fútbol argentino.