
Fotografía de Álvaro García.
Durante la
campaña electoral a la Presidencia de Estados Unidos del otoño de 1992, hicimos
un interesante (y entonces avanzado) experimento periodístico: comparar el
atuendo de los dos grandes candidatos, el republicano y presidente saliente, el
patricio de la Costa Este acaudalado con el oro negro árabe y texano, George H.
W. Bush, que acababa de ganar la Primera Guerra del Golfo, y el paleto de
Little Rock, el gobernador de la rural Arkansas, William J. Clinton, como aspirante por el
Partido Demócrata. La cuestión era definir a qué electorado intentaba enganchar y qué posibilidades de triunfo tenía cada uno. Bush apostaba claramente por
el oscuro y estricto aire indumentario de los Padres Fundadores, muy estilo Philadelphia,
de banquero de la Guerra Fría, apenas animado por algunos complementos de aroma
tejano, como las botas de cowboy, los cinturones charros, el sombrero Stetson en el rancho y un gusto inveterado
por las armas largas. Su rival, Bill Clinton, con 46 años, vestía como un
granjero americano en día de fiesta y era a diario perseguido por su asesor de prensa de turno para que conjuntara la camisa y la corbata. Bill tenía mucha más
gracia. Ambos compartían el amor por las botas vaqueras, las mujeres guapas y
habían estudiado en la misma factoría de prohombres: Yale. Al margen eran polos
opuestos de la sociedad americana. Dos mundos diferentes. Ganó el guapo y desastrado con una frase
lapidaria: “Es la economía, estúpido”.

Fotografía de Álvaro García.
Describiendo un triple salto mortal en el espacio y el tiempo, hoy se podría hacer un análisis estilístico similar del
hombre de moda: Luis Bárcenas. El ex tesorero del Partido Popular muestra en cada
centímetro de su estilo de vida los ingredientes del arribista de dudoso gusto que
nunca ha cogido el lento ascensor social del estado de bienestar, ha preferido subir las escaleras desde Huelva a Zurich de cuatro en cuatro. Para empezar este análisis, ya es sospechoso donde vive el tesorero: en la milla de oro del barrio de
Salamanca, el viejo territorio de la superoligarquía madrileña, entre los
palacios de los March y los Fierro y junto al viejo templo del desarrollismo
franquista, el INI, hoy reconvertido en un ministerio de Asuntos Exteriores que no le gusta a nadie. Ya
nadie vive en esa zona de Madrid. Los ricos de siempre se fueron hace tiempo a las afueras y el distrito es hoy pasto de las oficinas de las multinacionales, los fondos de inversión de dudoso pedigrí y los advenedizos (como él) de chequera rápida. Bárcenas
vive en el rincón más caro de la capital, con entrada de servicio, escalinata
afrancesada y ascensor de caoba y terciopelo; en la vieja calle del General
Mola donde nunca se pone el sol y la estatua del marqués de Salamanca le
tranquiliza todos los días confirmándole que aquí nada malo le puede pasar. Además,
a Bárcenas le viene como anillo al dedo su domicilio para saltar hasta Hermès,
Chanel o Armani para darse algún capricho. Su patrimonio inmobiliario se
complementa con otras dos viviendas del más puro estilo arribista: la casita en
Guadalmina (auténtica pata negra de
Marbella; nada que ver con el ático de Ignacio González, en una zona más
humilde) y el chalecito de Baqueira, destino obligado de los madrileños con
estrella (o, en vías de estarlo), desde que lo puso de moda la élite convergente,
luego, el Rey, y más tarde el trío Aznar-Rato-Durán i Lleida. En cuanto a sus gustos
automovilísticos, sin tener pistas fehacientes, ahora que se ha quedado sin el
Audi A6 de luto del Partido, le adivinamos unos gustos similares a los de su amigo
Jesús Sepúlveda: Jaguar y Range Rover; madera y vaca de Hereforshire; ciudad y
campo con lujoso acento imperial. Esos vehículo que la ministra Mato nunca vio
en el garaje de casa por problemas de vista.

El Rey con el gobierno socialista, en 1982. Fotografía de Marisa Flórez.
Cuentan que
cuando los socialistas alcanzaron el poder en 1982, tuvieron que salir corriendo
a unos grandes almacenes para hacerse con un traje antes de jurar ante el Rey,
porque lo máximo que tenían en su fondo de armario era una chaqueta de pana baqueteada
desde el Congreso de Suresnes (1974). El PSOE, tenía, sin embargo, algunas
excepciones indumentarias, sobre todo algunos de más sus distinguidos militantes
madrileños vestidos a medida como Miguel Boyer, los hermanos Solana y, sobre
todo, el que más tarde sería presidente del Senado, José Federico de Carvajal,
que aportaba el punto alta sastrería, alfiler de corbata de oro, sortija con
escudo, pañuelo de bolsillo y zapatos como espejos. A esa línea se apuntaría con entusiasmo el alcalde de A Coruña, Paco Vázquez, más tarde embajador en la Santa
Sede.

Francisco Vázquez, ex embajador en la Santa Sede. Fotografía de Marcel.li Sáenz
Vázquez es
el eslabón indumentario que une a la derecha y la izquierda. Ese estilo de
centro izquierda ilustrada y norteña engarza con el sector notarial de la derecha
española, al que pertenece Bárcenas. Hay otros muchos sectores estilísticos en el
PP, un partido que siempre ha cuidado, desde el colegio, mucho más su presencia física que la
izquierda.

De izquierda a derecha,Bárcenas, Ricardo Costa, Ángel Acebes y Francisco Camps.
Fotografía de Carles Francesc.
Entre las pandillas indumentarias del PP se encontraría en primer
lugar (por antigüedad) el sector democristiano: gris de sacristía, formal y poco
dado a las alegrías. Con cierto aroma a naftalina. Sus máximos exponentes,
Jaime Mayor Oreja, Javier Arenas, Luis de Grandes e Iñigo Méndez de Vigo. A continuación,
estaría el sector de los toda la vida, muy unido a la primitiva Alianza
Popular, que son los que nacieron ya con traje. Destacan en este grupo, Rajoy, Ruiz Gallardón, Morenés, Arias Cañete y los hermanos Guindos.

Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro en la boda de la hija de Aznar en El Escorial.
Fotografía de Uly Martín.
El tercer grupo
es el de la alta sastrería, clásicos pero con un toquecito guay, ideado por la regla y la tiza del
sastre valenciano Antonio puebla, limítrofe con el atuendo de los amos del
universo de la banca de inversiones (vecinos de Bárcenas); aquí estarían Rato, los Costa, Zaplana, José Manuel Soria, Álvaro Pérez (el Bigotes) y Paco Correa. En sus filas, curiosamente, nunca estuvo Camps (quizá por su animadversión por Zaplana) que se quedó solo con sus modelitos de Forever Young. El cuarto es el sector taurino, trajes ahormados, estrechos y
resultones, cuellos mínimos de camisa y zapatos livianos ideales para contemplar la fiesta desde la barrera, aquí quedarían
encuadrados Nacho González, Paco Granados y Gómez Ángulo.

El Bigotes y Martín Marín en la boda de Ana Aznar y Alejandro Agag.
Fotografía de Uly Martín.

Francisco Correa y su mujer en la boda de El Escorial.
Fotografía de Uly Martín.

Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid.
Fotografía de Bernardo Pérez.
El quinto clan es el del barrio de Salamanca, un poquito demodé, siempre largo de mangas y ancho de hombros y
complementado con mocasines castellanos y bufandas sin anudar, en el que
militan Aznar, Acebes y Trillo. El sexto sería el sector british, al que se
apuntan Guillermo Cortázar, Sepúlveda y Nasarre, con chaquetas de tweed,
viseras country y zapatos de ante. Al sector informal quedarían adscritos
Moragas, Basagoiti y Agag. Y ya sólo nos queda el estilo Bárcenas: el sector notarial.

Jorge Moragas, director del Gabinete del presidente Rajoy.
Fotografía de Luis Sevillano.

Bárcenas junto al viejo líder popular, Manuel Fraga.
Fotografía de Álvaro García.
¿Por qué
notarial? No hay que olvidar que Bárcenas llegó a las filas de la derecha
española en 1982, cuando la formación política conservadora era la albacea del régimen
pasado. Mandaba Fraga y compartían su liderazgo algunos viejos santones, notarios o abogados del Estado o registradores, vestidos de gris en tejidos brillantes
de alpaca que con Franco eran sinónimo de buena posición. El atuendo perfecto para
triunfar en aquella era de la derecha consistía en traje gris a medida de tres
botones y amplias solapas y pantalón con vueltas y bien encajado al paquete, el
cinturón siempre sobre el bien torneado vientre de escalador de Bárcenas, zapatos negros de
hebilla, camisa con iniciales, corbatas con motivos cinegéticos o heráldicos y
nudo windsor, pañuelo blanco bien almidonado en el bolsillo, alfiler de corbata
y gemelos de oro y llavero con una moneda antigua de plata.

Los líderes del partido que conoció Bárcenas: Fraga, De la Mora y López Rodó,

Bárcenas, que llegó
a AP con un traje sobado y los zapatos rotos (según relatan en el Partido), enseguida se sumó a esa
corriente indumentaria. Era la imperante. El símbolo del poder. La convirtió en su uniforme de
trabajo. Ideal para dar sablazos.Para imponer respeto. A medía que subía escalones entre Génova y
Suiza, añadiría el Rolex de oro y acero, el cinturón de Hermès, los blazers de botones
dorados, los zapatos de borlas en fino cordobán, las trincheras de Burberry’s, el abrigo de estilo Savile row en tejido de
espiga, con cuello de terciopelo y bolsillito para el reloj y el portafolios de
Loewe. Con esa imagen notarial sube y baja la calle Príncipe de Vergara a diario como un pincel desfilando ante las cámaras como hace también Urdangarín en el barrio de Sarriá en dirección al Monte Calvario. A ambos no se
les mueve un cabello de su sitio. Tiene mérito.

Fotografía deLuis Sevillano.

Fotografía de Uly Martín.