Carlos Berlanga en 1990 en el baño del hotel innundado. Fotografía: Alfredo G Francés
Hace unos días le pregunté a Alaska si tenía nostalgia de los viejos tiempos; de la movida; de sus 18 años; del Marquee y el Rock-ola. Me contestó con su verbo preciso de catedrática de Filología : “No echo de menos aquellos días, echo de menos a los que se fueron y querría que estuvieran hoy con nosotros: Eduardo Benavente, Sigfrido Martín Begué, Carlitos Berlanga…” Se me encendió la bombilla, Hacía tiempo que no pensaba en Berlanga, nacido en Madrid en 1959, hijo del director de cine Luis García Berlanga; vecino de Somosaguas y amigo de la infancia de Miguel Bosé; un artista completo que componía, pintaba, escribía, tocaba y cantaba, fue compañero de todas las aventuras hasta comienzos de los 90 de Olvido Gara (Alaska) y autor del cartel de Matador, la quinta película de Almodóvar. Murió en 2002, a los 42 años. Berlanga era guapo, listo, moderno y, sobre todo, noctívago. Quizá por eso le elegimos en abril de 1990 para hacer el reportaje-piloto de una serie para El País Semanal sobre grandes ciudades recorridas y relatadas por famosos. Le adjudicamos Londres. Suponíamos que este discípulo aventajado del primer punk (americano y británico) dominaría las tripas de la capital británica. Así nos lo confirmó: “La domino. Conocí Londres en 1975, con 16 años, cuando estaba de moda el Glam-rock. Volví el 77 con Nacho Canut cuando el punk estaba en su eclosión. Aquel viaje fue fundamental para todo lo que unos años más tarde terminaría mal llamándose movida madrileña. En 1988 descubrí en esa ciudad también el acid-house que es lo que ahora dirige mi destino”.
Berlanga junto al puente de la Torre. Fotografía Alfredo G. Francés.
Tras el experimento Berlanga, la serie se completaría con su amigo Bosé que nos contaría Roma; el torero Víctor Mendes (los toros estaban de moda), Lisboa; el el escritor José Luis de Vilallonga, París; Mariscal, Barcelona; el baloncestista Biriukov, Moscú; la fotógrafa Ouka Lele, Amsterdam; Adolfo Domínguez, Tokio; Ana Torroja, Nueva York y Julio Iglesias, Miami. El plantel era impecable. El invento no era nuevo; era muy socorrido en el negocio del periodismo.
Cartel de la película 'Matador', de Pedro Almodóvar, creado por Carlos Berlanga.
Se supone que el atractivo del celebrity le proporcionará a la crónica periodística resultante tres valores añadidos: el principal, su cara, su personalidad, su magnetismo como reclamo comercial; el segundo, su firma (palabra de famoso), lo que se supone da credibilidad al conjunto; y el tercero, la puesta a la luz del día de esa misteriosa lista de rincones secretos que solo están al alcance de los famosos y que estos ponen generosamente a nuestro servicio en su crónica. Los viajes con famososiempre han abundado en el género del reporterismo. Es un lugar común. Y al lector parece ponerle si estos prefieren sábanas de algodón o de hilo, te rojo o verde y vodka o gin. El problema surge cuando el famoso no conoce la ciudad que va a retratar más que el periodista y fotógrafo que le acompañan; no ha elaborado un mínimo plan para la visita, tiene pocas ganas de patear y espera que, al final, sea la redacción del medio que le invita al viaje la que le saque las castañas del fuego. En ese caso, te puedes encontrar en mitad de Trafalgar Square con cara de bobo y sin saber muy bien a qué punto cardinal encaminar tus pasos y con solo 48 horas por delante para desentrañar una gran ciudad. El resultado es que, en muchas ocasiones, las direcciones secretas del famoso terminan siendo las direcciones secretas del reportero de turno, que se las ve y las desea para que toda esa información pillada al vuelo tenga alguna coherencia, cierta dignidad y el supuesto estilo de vida del famoso.
Una pose muy natural de Berlanga en la city. Fotografía de Alfredo G. Francés.
En ese sentido, nuestro viaje con Berlanga, el fotógrafo Alfredo García Francés, un amigo de Berlanga (empeñado en que este le regalara un cinturón de Moschimo), Berlanga y un servidor, fue un desastre. Empezó mal en la aduana; siguió peor con una inundación en el baño del hotel; continuó con una pérdida de cabeza en el club Outrage (“House, Popper, psicodelia y rollo gay duro”, definió Berlanga) y concluyó en una bañera de Alka-Seltzer. Perdimos el avión de vuelta. El reportaje quedó bien. Tiré de Time Out (de papel, no existía en la web) para conseguir las direcciones que no habíamos obtenido en Londres. Nunca volví a hacer un viaje con famoso. El modelo parece seguir vigente.