Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Días de austeridad

Por: | 07 de marzo de 2012

Austeridad4La austeridad no es sólo cosa de días, ni un simple requisito para tiempos difíciles. La austeridad es un valor consistente que implica una forma de vivir y de entender la relación con nosotros mismos y con los demás.

Algunos únicamente suelen proponer ser austeros cuando ya apenas hay nada. No está mal, aunque es un poco tarde. La austeridad no es sólo un medio, tiene sentido en sí misma. Lo interesante es ser austeros por convicción, no sólo por necesidad.

El dispendio, la ostentación, el despilfarro, la fascinación por las apariencias, la desconsideración para con los recursos y su modo de procurarlos son además expresión de insolidaridad y denotan un concepto frívolo y poco generoso de la existencia.

No proponemos la mortificación del vivir ni la demonización del gusto o del placer. Ser austero no significa insensibilidad para con las comodidades ni indiferencia para procurarse el necesario bienestar.

¿Cómo conjugar bienestar y austeridad? Es preciso entender ambos conceptos en su dimensión social y no reducirlos a comportamientos, sin duda imprescindibles, de corte individual. Ser austero no significa ignorar la sociedad del bienestar. La austeridad no puede ser un modo de esgrimir un concepto para proponer a los demás modos de vida, mientras nos emboscamos particularmente en formas más o menos rudimentarias de lujo, que “nosotros podemos permitirnos”, decimos.

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Evaluación y valoración

Por: | 05 de marzo de 2012

Evaluación1Lo que no se evalúa se devalúa. Lo hemos reiterado, y resulta razonable. Pero lo que se evalúa mal se deteriora. No se trata, por tanto, de evaluar, sin más, como si ello por sí mismo, independientemente de toda condición, produjera excelentes resultados. La evaluación no es un fin en sí misma, ha de ser una valoración, una puesta en valor, un hacer valer. Y su objetivo ha de ser crear condiciones para mejorar, incluso señalar cómo hacerlo.

Siempre, y muy especialmente en tiempos complejos, buscamos la seguridad objetiva que parecen procurarnos los datos numéricos, las cifras, las comparaciones, las estadísticas, los rankings… y es necesario hacerlo, ya que pueden ser decisivos para establecer criterios de valoración. Todo lo medimos, todo lo pesamos, pero no siempre lo sopesamos, no siempre equilibramos, ni tanteamos, ni examinamos. Rendidos ante los datos, los aireamos sin fuerzas ni ideas para mucho más.

Tienen su razón quienes afirman que en cierto sentido “los datos hablan por sí mismos”, pero conviene que les pongamos voz, incluso palabra y relato, y que sepamos que los leemos y que los oímos. No se trata de silenciarlos. Se trata de hacerlos decir. Y ello exige nuestra intervención, con miras a procurarlos y a descifrarlos, porque los datos, además de testimonio y fundamento, además de información adecuada, son un antecedente para proceder. Pero, a su vez, la consecuencia de algún procedimiento. Son datos porque se dan, se nos dan, pero son datos porque resultan de un modo de procurarnoslos.

Así que, puestos a medir y a sopesar, lo que se requiere es mesura, ponderación, moderación, comedimiento. Y en esto, como en tantas cosas, más vale ser riguroso que rígido. Reivindicar la templanza hablando de datos pone las cosas en su lugar. Para empezar, a fin de reconocer que hay una geopolítica de los datos y de las medidas y que, además, tienen su historia. Ello exige que nos ocupemos de que sean conmensurables. Sobre todo, si vamos a comparar eficacias. Y aquí cabe confundir la determinacoión con la precipitación, lo que puede conducirnos a conclusiones desproporcionadas, que descuidan de dónde venimos o dónde nos encontramos, de qué medios o recursos se ha dispuesto, en qué contextos sociales, o qué criterios y parámetros de medida o de valoración, o de evaluación hemos empleado.

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"Nos viene con ideas"

Por: | 02 de marzo de 2012

 

Nos viene con ideas

Sin ideas no hay nada que hacer. Sólo con ideas, tampoco. Precisamos proyectos concretos y realistas. Las ideas sin proyectos son ciegas, los proyectos sin ideas, vacíos. El paso de las ideas a proyectos no es un simple salto, es una travesía. Nada suple la falta de ideas y hemos de procurar que sean fructíferas, con capacidad de modificación, de transformación y de mejora del actual estado de cosas. Tenemos muchas carencias, pero la falta de ideas no es menor. No hablo de lo que se nos ocurre, digo lo que ocurre.

Nada más corrosivo que considerar que las ideas son innecesarias, incluso en sí mismas peligrosas. No hace tanto oí a unos padres contar a unos amigos que iban a cambiar a su chico de colegio porque “nos viene  con ideas”, decían. Supongo que el muchacho respondía o proponía algo, o ponía en cuestión alguna cosa, o tenía criterio propio, o defendía determinadas posiciones, o mostraba dudas e incertidumbres, o cuestionaba. Lo caricaturesco de esta situación no impide que sea rigurosamente cierta y significativa.

Hay algo inquietante en todo esto. Se trataba de ideas. Pero hay un modo magnífico de desactivarlas que consiste en que, sin dejar de ser “ideas”, no pasen de serlo. Pueden decirse, pero no han de suceder. Es cierto que incluso en ese caso no son inocuas. Y por eso, antes de minusvalorarlas conviene no olvidar que unas son preferibles a otras. Y discernirlas.

La travesía de una idea a un proyecto supone no olvidar lo que se necesita. Un proyecto requiere además cierta organización y programación, determinados objetivos, un cronograma, algún sistema de evaluación que no sea indiferente para con los efectos, las consecuencias y los resultados, en no pocas ocasiones algún presupuesto y, en general, alguien, quizás un grupo de personas, dispuesto a hacerlo valer, a ponerlo en práctica, que crean en él y estén en condiciones de trabajar y de luchar por sacarlo adelante.

Un proyecto conlleva toda una planificación, una política. Se precisa implicación, medios, compromiso. Entonces, si el proyecto está nutrido de verdadero contenido, de un pensamiento efectivo y activo, si es el proyecto quien “nos viene con ideas”, producirá una verdadera concepción, será capaz de llegar a ser un concepto y concretarse y hacer como tal.

 

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