La austeridad no es sólo cosa de días, ni un simple requisito para tiempos difíciles. La austeridad es un valor consistente que implica una forma de vivir y de entender la relación con nosotros mismos y con los demás.
Algunos únicamente suelen proponer ser austeros cuando ya apenas hay nada. No está mal, aunque es un poco tarde. La austeridad no es sólo un medio, tiene sentido en sí misma. Lo interesante es ser austeros por convicción, no sólo por necesidad.
El dispendio, la ostentación, el despilfarro, la fascinación por las apariencias, la desconsideración para con los recursos y su modo de procurarlos son además expresión de insolidaridad y denotan un concepto frívolo y poco generoso de la existencia.
No proponemos la mortificación del vivir ni la demonización del gusto o del placer. Ser austero no significa insensibilidad para con las comodidades ni indiferencia para procurarse el necesario bienestar.
¿Cómo conjugar bienestar y austeridad? Es preciso entender ambos conceptos en su dimensión social y no reducirlos a comportamientos, sin duda imprescindibles, de corte individual. Ser austero no significa ignorar la sociedad del bienestar. La austeridad no puede ser un modo de esgrimir un concepto para proponer a los demás modos de vida, mientras nos emboscamos particularmente en formas más o menos rudimentarias de lujo, que “nosotros podemos permitirnos”, decimos.