Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Signos de puntuación

Por: | 30 de abril de 2012

 

Michaux sin titulo

No es fácil saber puntuar bien. Uno no deja de aprenderlo. Ni de errar. Ni de necesitar mejorarlo. No lo es ni en la escritura ni en nuestra vida, ni en las relaciones personales, ni en las sociales o en las políticas. La cuestión es si podemos prescindir de hacerlo y hasta qué punto lo valoramos o lo necesitamos. Descuidar los signos de puntuación puede ser significativo, porque puntuar es más que poner puntos y comas, entre las frases y entre nosotros.

Puntuar es distinguir el valor de las palabras y de las relaciones y es imprescindible para velar por el sentido de las oraciones y sus miembros. Es también acotar y en algún sentido expresa una mirada, una lectura, una decisión y un cuidado. Y un amor, no sólo prosódico. Y una convicción: no da lo mismo hacerlo bien que mal. Ni en esto ni en casi nada. Ni sólo es bueno para expresarse, también lo es para no abandonarse, para no dejar de dar importancia o relevancia a cuanto lo merece y a aquello que incide más de lo que suponemos en cuanto decimos y somos.

Que los signos de puntuación definan terrenos, estructuren u ordenen, exige precisión y favorece la comunicación. Son decisivos para facilitar la comprensión. Ponen de manifiesto las relaciones entre los diversos constituyentes del discurso, y no hemos de olvidar que, como Ricoeur nos recuerda, la vida no deja de ser “un relato en búsqueda de narrador”. Por eso las relaciones no son sólo sintácticas y lógicas. Puntuar adecuadamente evita posibles ambigüedades y si es preciso las sustenta, pero siempre lo hace con claridad, mostrando el carácter especial de determinados fragmentos. Estos signos delimitan y demarcan el mensaje y facilitan de modo sencillo la organización de la información. Bien se sabe que también expresan la actitud en relación con lo que deseamos decir, marcan la modalidad para subrayar si se trata de una situación de emoción, de una pregunta, del deseo de influir, esto es, son decisivos para los matices determinantes. Cuando los ignoramos en cierto modo nos ignoramos.

Seguir leyendo »

Nada de resignación

Por: | 27 de abril de 2012

Escher3_thumb[1]

La resignación no es muy recomendable. Ni siquiera ante lo inevitable. Incluso en esos casos caben otras actitudes de menos claudicación. La asunción de determinadas situaciones no significa, sin más su aceptación. Menos aún, claro está, cuando se nos convoca a una actitud de pasivo reconocimiento, de que no hay mas caminos, ni otras soluciones, ni nada diferente que hacer o cuando calificamos o disfrazamos de imposible que ocurra otra cosa. No digamos si para ello reclamamos y aducimos lo pasado como ya inevitablemente pasado y nos amparamos en ello. Pero no hemos de olvidar que el pasado se puede escribir y reescribir de verdad. Y conocemos que algo de eso es lo que denominamos historia. Y se puede comprender y los hechos se pueden tramar de una u otra forma. Así que no es que no hayan ocurrido, pero ni siquiera en tal caso lo recomendable ante ellos es la rendición a una sola e impuesta lectura. Reconocerlos no es aceptar una única narración, un único relato.

Lo más infecundo es que se extienda y generalice una actitud de resignación ante lo que nos encontramos o se nos presenta. Hacen bien quienes trabajan y luchan por mejorar la situación, toda situación. En eso consiste merecer ser quienes deseamos ser. Pero reclamar de nuevo resignación, ahora no ya solo ante una situación, sino ante la respuesta a la misma, la de los medios, los caminos y los procedimientos elegidos y seguidos, supone una apropiación que caricaturiza todo destino. Ahora pretendemos denominar así en especial al producto de nuestras decisiones y preferencias. Estas exigen debate, controversia y no, de nuevo, resignación. Casi siempre que en el seno de lo discutible se presenta una opción como inevitable, no es que se esté haciendo cargo de una situación, es que se está imponiendo un tipo de respuesta.

Lo menos atractivo de la resignación es que produce efectos de verdadera parálisis, cuando no de rendición. Y en tal caso, en nombre de una supuesta e imperiosa "realidad", que no depende en absoluto de nuestras posiciones y convicciones, se pretende convertirla en algo mostrenco, indiferente a nuestro quehacer. Ella a lo suyo y nosotros a mirar. Los debates provocados por la conocida afirmación de Honoré de Balzac, “la resignación es un suicidio cotidiano”, enfrentan a quienes la consideran una estrategia adecuada como aceptación inteligente de la realidad y a quienes estiman que es un modo de desistir ante la adversidad.

Seguir leyendo »

La tarea de "desdisciplinar"

Por: | 25 de abril de 2012

Bernardi_Roig El bailer de las sombras1
La indisciplina no es recomendable, ni siquiera atractiva. Pero las ventajas de la disciplina se desdibujan cuando son un modo de clausurar posibilidades y de establecer rutinas y hábitos incuestionables que se imponen como comportamientos de docilidad. Ejercitarse en el quehacer constante con buenas dosis de organización, que no es simplemente de orden, resulta gratificante, más como proceso de cuidado de uno mismo y de los demás, que como imposición de determinados modelos. Incluso la ascesis personal, concebida como modo de proceder con exigencia y austeridad, no como flagelación de la dicha de vivir,  es fecunda y eficaz para disfrutar de la existencia. Pero la “disciplinación” de todas las facetas de la sociedad y de la vida ha de impugnarse mediante la decisiva y compleja tarea de desdisciplinar. Se trata de desmontar para remontar dificultades y para ofrecer nuevas realidades.

Desdisciplinar las disciplinas conlleva un trabajo que, aunque podría resultar útil, no se reduce a ser interdisciplinar. Este no llega a constituir un collage, que es más que una simple mezcla, adición o superposición y que tiene que ver con un injerto, donde cada elemento se ve afectado y transformado. Una y otra vez insistimos en la necesidad de colaborar, de coordinar, de completar, de encontrar otros apoyos, otros soportes, otros procedimientos y hasta otros conocimientos, para enriquecer puntos de vista, planteamientos y posiciones. Se trata de encontrarnos también con otras personas y en otras condiciones. Pero desdisciplinar no es interdisciplinar. Es más arriesgado, más desafiante y más difícil.

Queda incluso por descubrir cuándo es pertinente proceder desdisciplinando y, más aún, cómo llegar a saberlo. Sin duda la curiosidad ayuda, sobre todo cuando se entiende como la tarea de ver si somos capaces de pensar y de ser de modo distinto. “Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar de modo diferente a como se piensa y percibir de otro modo a como se ve es indispensable para continuar contemplando y reflexionando”. E incide Foucault, “se trata de no limitarse a legitimar lo que ya se sabe, sino de comenzar a saber  cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera”.

Seguir leyendo »

Nos ocurre con el libro

Por: | 23 de abril de 2012

Mujer_leyendo_1970Hoy no es tanto cuestión de hablar de nosotros, cuanto de él. El libro siempre merece nuestra consideración, pero nunca está de más que nos fijemos en qué le pasa. No pretendemos ahora detenernos en sus avatares sociales y editoriales, ni en su futuro. Son asuntos de importancia, pero no estará de más que pensemos en lo que le ocurre cuando estamos de verdad a su lado,  con él, cuando nos relacionamos no sólo con el objeto que es, sino con ese sujeto, es decir, cuando lo leemos. Circula entre nosotros, nos vincula y nos ofrece tantas veces las palabras de las que carecemos, las que precisamos, las que nos acompañan y nos alientan. Le pasa al libro y nos pasa con él.

El libro no es indiferente a sus lectores. Podríamos decir con Ricoeur que tiene aperturaobjetividad, y materialidad, que es tanto como reconocer que nunca se deja apropiar del todo, que se resiste, pero es receptivo a las interpretaciones, que no son lo mismo que las ocurrencias. O podríamos revivir con Derrida que es reiterable, porque es reitinerable y es, por tanto, citable. O con Gadamer, que es legible, o con tantos y tantos otros lo que como texto le ocurre. Pero lo que nos importa subrayar es que no es indiferente. No sólo porque en rigor no dice nada si no se lee, sino porque a veces consideramos que no nos dice nada, ni siquiera lo suficiente como para abrir sus páginas. Tampoco es insensible a nuestra intervención con él. Sin lector, sin lectura, sin entrega, el libro calla y habita una suerte de inexistencia.

No somos ajenos al aspecto del libro, ni a su formato, ni al entorno o el contexto en el que se nos ofrece. Nos importa que sean cuidados, amables, próximos. Nos sentimos en cierto modo elegidos por quienes velan por cada uno de sus detalles, por quienes forman parte en cierta medida de cuanto es y corren su suerte. El contenido también se dice como forma. Y agradecemos a quienes nos presentan y nos acercan a un encuentro fecundo. Al producirse la relación en la que consiste la lectura, tal vez recuperemos alguna suerte de salud o de vida. Y quizá al leerlo releemos y reescribimos también con nosotros mismos el mundo en el que vivimos, que en todo caso no es insensible ni a lo que somos ni a lo que hacemos.

Seguir leyendo »

Más que una profesión

Por: | 20 de abril de 2012

Profesores3 Pinturas-surrealistas-de-Vladimir-Kush-escalera
Profesan su profesión. Ejercen lo que enseñan. Tienen nombre propio y en su tarea diaria están con aquellos de los que proclamamos una y otra vez que son nuestro porvenir. Los profesores, quienes supuestamente están bien considerados, no sienten que ello siempre se corresponda con lo que viven. Hay cosas que hemos aprendido, pero hay otras que nos han tenido que enseñar para que las aprendamos. Hay cosas que no se pueden enseñar, pero se pueden aprender. Y a veces, a pesar del enseñar, nos cuesta aprender. La misteriosa relación entre el enseñar y el aprender no se agota en la simple voluntad o decisión de quien, de cualquier modo, “a cualquier precio”, se impone, confundiendo la enseñanza con el adiestramiento. Exige personas con dedicación y entrega. Y las hay.

No es cierto, en todo caso, que no sea indispensable organizar el enseñar. De ahí no se deduce que lo que aprendemos se limite a esta enseñanza. Ni siquiera se reduce a lo que enseñamos, ya que, como tantas veces señalamos, el contagio y la ósmosis juegan aquí su papel. Dicho de otro modo, no se puede aprender aislado, ni aunque uno esté solo cuando aprende. Se aprende con otros, desde otros, por otros. Siempre de una u otra manera, la creación y la innovación son decisivas, y también eso lo aprendemos gracias a alguien, de él, con él. Y para ello se requiere formación y alguna forma de presencia. Que pueda ser más o menos directa, no excluye que sea indispensable. El conocimiento siempre vive y crece en algún proceso de comunicación. Y cuando tiene que ver con el aprender, enseñar es un acto de relación, una transmisión, un encuentro más o menos explícito, como los sentimientos, como los afectos, como la palabra. Con independencia de los formatos, de los instrumentos, de los mecanismos, de los procedimientos, de los métodos, aprender, incluso cuando parece más inmediato, es una acción y un gesto de mediación. Y es una tarea, una labor, un hermoso trabajo, sí, pero un trabajo, y no poco exigente.

Seguir leyendo »

La vida diaria

Por: | 18 de abril de 2012

Vida diaria 2 Francine_Van_Hove

En general, nuestras vidas no son muy apasionantes, al menos las de quienes podemos permitirnos el lujo de conversar sobre el vivir, lo cual, dadas las circunstancias, puede ser un privilegio. Ello no impide que toda vida, incluso la nuestra, sea valiosa, insustituible, irremplazable, única. Es interesante que no lo olvidemos, ni nosotros, ni los demás. El listado de lo que nos ocurre o de lo que hacemos no suele ser en general deslumbrante por su grandeza y si lo es quizá sea por la respuesta a algún problema decisivo. Hegel señala que “el verdadero ser del hombre es su obrar”, que es también su querer, pero de ahí no se deduce que con ello se agote cuanto sentimos, soñamos, esperamos y deseamos. En eso también consiste pensar, como bien nos recuerda Descartes, que insiste en que es más y algo otro que una lucubración o actividad mental.

Junto a los ambiciosos y nobles planteamientos, algunos de ellos de enorme alcance, se desarrollan vidas cotidianas que en ocasiones no son para tanto. Pero no debemos precipitarnos a deducir de ello demasiado. No se trata de desconsiderarnos o de descalificarnos por eso, pero conviene reconocer lo enormemente convencionales que en general son nuestras, convulsas o no, difíciles o no, vidas diarias. No se extrañaría Píndaro, para quien lo dicho confirmaría que somos efímeros, literalmente, seres de un día, de a diario. Habla así de nuestra finitud, de nuestra condición mortal.

Hay una cierta desproporción entre el vuelo de nuestras declaraciones y desafíos y nuestras actividades diarias. No es un juicio de valor sobre las vidas ajenas, es una llamada a la complicidad de un cierto reconocimiento mutuo sobre lo que realmente vivimos. Efectivamente, ello supone algún privilegio, pero no deja de ser complejo convivir con nuestra propia existencia, más plana y menos ampulosa que muchos de nuestros juicios. Asumir la trivialidad de nuestros días no es resignarse a ella. Pero sobre todo el permanente vaivén de noticias, valoraciones, análisis y declaraciones, parecen llenar, no siempre con el mejor de los aires, nuestros días y nos arrancan con su aliento de las tesituras cotidianas. Corremos el riesgo de vernos permanentemente sobresaltados por las incidencias y por las peripecias, no sólo personales, sean o no de importancia, sino de otros. Así podría permitirnos hablar, comentar, posicionarnos y, en todo caso, ocuparnos con lo sucedido, no tanto de ello. Incluso resultaría supuestamente más interesante, o al menos más llevadero, nuestro propio vivir cotidiano.

Seguir leyendo »

Peritos en desanimar

Por: | 16 de abril de 2012

QUEJIDO,_MANUEL_Los_chinos,_acrilico_lienzo,_147x114_cm

Quienes confían en nosotros nos resultan singularmente atractivos. Sus palabras y sus acciones dinamizan lo más fecundo de nosotros mismos. Sin embargo, no es fácil construir a partir de quienes tienen una manifiesta predisposición a minusvalorar lo que hemos hecho o hacemos, incluso a descalificarlo. A su juicio, el único certificado de calidad consiste en que algo sea obra suya o haya sido propuesto o impulsado por sus propias manos. Y gustan de preconizar los males que nos aquejan. Disfrazan de análisis sus lamentos. Precisan de una fase en la que desprestigiar lo que alguien o algo es o ha realizado y en todo caso se erigen en especialistas en enumerar deficiencias ajenas. Por nuestro bien, dicen. El tono presuntamente objetivo esconde buenas dosis de reprobación y de descalificación, con un soniquete de riña que supuestamente trata de convocar a la mejora. Al escucharles, comprobamos que simplemente no les agradamos, no ya salvo que cambiemos, es que necesitaríamos ser otros. Y aún.

Son más atractivas las posiciones de quienes desde su lugar, en su entorno, en su trabajo, en los ámbitos en que se desenvuelven, son capaces de impulsar y de promover lo más valioso de los demás, hasta el extremo de sacar de cada uno de nosotros lo mejor, y de hacernos crecer, incluso de crecer ellos a nuestro lado. Al encontrarnos con alguien así, no dejaríamos escapar la oportunidad de progresar. Éste es el liderazgo adecuado y, en todo caso, es la compañía que desearíamos, la de una palabra estimulante y constructiva. No la de quien se dirige a nosotros permanentemente para exhortarnos a que corrijamos nuestros desviados pasos, para lograr lo que en su opinión y valoración, o la de los suyos, es lo más adecuado. Siempre hay tanto que mejorar que sin duda no será difícil reconocer en su listado de lo que ha de modificarse ciertas dosis de sensatez.

Pero en el fondo y en la forma hay quienes una y otra vez reprueban y desaprueban, en nombre de una supuesta profunda transformación, cuanto se viene siendo o haciendo. Desconfían. Ahora bien, partir de lo que otros han dicho o hecho para mejorarlo, sin tratar en cada caso de inaugurar el mundo y la vida, es un buen criterio, y suficientemente realista, como para reconocer la labor ajena y convocarnos conjuntamente a la tarea.

Seguir leyendo »

Carta de ajuste

Por: | 13 de abril de 2012

Ajuste6 globeando. Experiencia de BasuramaPuestos a ajustar conviene ajustar lo justo. Ello incluye una consideración de la justicia. Y exige alguna toma de posición. Las decisiones siempre han de ser ajustadas y los ajustes han de hacerse valer y reconocerse como una decisión, incluso cuando los presentamos como necesarios. Reconocer la dificultad de proceder ajustada y justamente requiere comprensión y a la par asumir la responsabilidad. Que sea complejo no excluye la conveniencia de compartirla, antes al contrario. Y no para eximirse, sino para comprometerse más intensa y conjuntamente. Dicho lo cual, no se ha disuelto la cuestión determinante, la que se refiere, no ya sólo al procedimiento, sino al criterio de ajuste.

Algo tienen que ver, pero también en algo se diferencian, las cartas de ajuste de las cartas de navegación. Para ajustar, no hay mapa universalmente establecido, lo cual no significa que no haya incluso un exceso de indicaciones y de sugerencias. Hay además prescripciones y hasta “edictos y dictados", presentados como recomendaciones. La nave se gobierna y se trata de hacerlo con determinadas coordenadas y referencias. La cuestión es establecer cuáles son las que han de primar cuando de ajustar se trata. Y este es el asunto, que no es posible hacerlo sin relacionarlo con algo otro. Ajustar es también comparar y hacer coincidir. La carta de ajuste determina el campo de juego y se trata de adaptarse, acomodarse o conformarse a ella. La cuestión es cómo se establece.

Ajustar es llegar a ser justo con otra cosa, respecto de ella, no aislada e independientemente. Hasta el extremo de que llega a decirse que consiste en “apretar algo de manera que sus partes casen o vengan justo con otra cosa”. Todo ha de ponerse al servicio de este arreglo y se trata de concertar, capitular o concordar con ello, para lo que es preciso optimizar el funcionamiento. En definitiva, cumplir hasta el extremo de conformar el gusto o la opinión e incluso la voluntad con otro.

Tras estos necesarios pasos explicativos, la complicación y la complicidad son aún mayores. Por eso sorprenden tanto quienes se desenvuelven sin incertidumbres en un espacio que ha de ser el de la deliberación, dada la problematicidad de la cuestión. Es el espacio de lo debatible y de lo discutible, de lo que sólo se dilucida con un acuerdo. No sólo ha de concordarse con la carta de ajuste para comprobar si los tonos son los mismos, si el brillo es el adecuado, si la luminosidad es la pertinente, si los matices coinciden. Incluso en una gama se trata de elegir. Hemos de acordar entre nosotros. Disminuir el ámbito de lo que cabe decidirse, presentándolo como inexorable, suele coincidir con la reducción del espacio de lo que es objeto de una resolución compartida. No es una conclusión, ni una deducción, es una respuesta. Ya se sabe que quien siempre entiende que la modalidad de ajuste es ineludible, procede por exclusión. El ajuste del justiciero ajusticia valores. Y de ser así, en definitiva ajustar vendría a ser apartar.

 

Seguir leyendo »

Trastornos de la mirada

Por: | 11 de abril de 2012

Personas con los ojos vendados Ilustración de Santiago SequeirosLos trastornos de la mirada no se reducen a una afección de los ojos. Ojos impecables pueden ofrecer miradas desajustadas. Y resulta decisivo que las miradas sean justas. Bien sabemos lo que ha de hacerse para que, como decimos, el corazón no sienta. Efectivamente es llamativa la capacidad que tenemos para no ver. Y a veces ocurre, bien por exceso de proximidad o de distancia, u otras porque no parecemos dispuestos a permitírnoslo. No solo nos protegemos de ver desviando o distrayendo la mirada. Hay una forma de desatención, de desconsideración, que consiste en no ver porque se carece, además de sensibilidad, del concepto adecuado, incluso a veces se desvirtúa  la palabra pertinente. Nietzsche nos recuerda que sin la noción de, por ejemplo, “elefante”, no veremos elefantes. Algunos dicen no ver por parte alguna que haya personas excluidas.

Efectivamente, los conceptos no sólo describen lo que vemos,  nos hacen ver, nos permiten ver. A veces no vemos por falta de teoría o porque ignoramos que ésta nutre, sustenta y se sustenta en la acción. Supongo que tampoco aclara el exceso, ni siquiera de luminosidad. Platón insiste literalmente en que al salir los liberados de la caverna “los ojos les hacían chiribitas”.  Con tanto resplandor y tan poca resistencia a la luz, dado que  nada opaco se les opone,  no hay modo de ver. Conviene no olvidar que teoría originariamente significa mirada, un modo de contemplar o de considerar algo. De ahí la importante vinculación. Los trastornos de la mirada lo son de nuestros conceptos y viceversa. Por eso es tan educativo, para ver mejor y más justamente, cuidar y cultivar los conceptos y no desconsiderar la teoría. De lo contrario, uno termina por no ver. Por no ver lo que pasaa quien pasa, lo que le pasa y lo que nos pasa.

La mirada puede acabar siendo plana o vacía, ya que pierde la capacidad de descubrir diferencias.  No es inocente ni nuestra mirada ni lo son nuestras teorías. De hecho, no faltan quienes “deducen” de ellas lo que ven. Y con los mismos mimbres construyen relatos diferentes, traman e intrigan lo que las confirma. De ser así, sólo vemos lo que a nuestro juicio merece la pena verse, que reducimos a lo que nos interesa. Nuestro juicio se limita a nuestro prejuicio. Bien lo dice Saramago en su Ensayo: “creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo no ven”. No queremos ver. No sólo es indiferencia, nos recuerda, también es ruindad. No son sólo los ojos, es el pensamiento, es el corazón.

Seguir leyendo »

Temor a las relaciones

Por: | 09 de abril de 2012

George_tooker_(14)

Hay algo inquietante y a la par atractivo en los otros. De una u otra manera misterioso. No pocas veces disponemos de numerosos procedimientos y estrategias para tenerlos lejos. Junto a la escenificación de las grandes relaciones, de la permanente comunicación, tampoco faltan socialmente gestos sofisticados de distanciamiento. A veces, curiosamente, consisten en estar cerca, supuestamente al lado, pero evitando todo contacto o, en lo posible, el mínimo. Así, incluso la cortesía, siendo valiosa, puede llegar a ser un buen mecanismo de indiferencia.

Sabemos reunirnos sin encontrarnos. Los espectáculos masivos, las aglomeraciones multitudinarias, ratifican a su modo que es posible estar próximo a otros, sin estar realmente con ellos. Hay quizás una causa común, un entusiasmo compartido, un fervor participado, pero ello no evita el profundo desconocimiento de lo que cada quien es. No es un argumento contra su celebración, simplemente conviene no esperar de eso lo que no viene a ser: un encuentro.

La justa defensa de los criterios y valores propios no impide la colaboración  y la solidaridad. Si sentimos que lo imposibilita, ello confirma que entendemos la competencia como eliminación del otro, considerado más  como contrincante, como adversario, incluso como enemigo. Y lo que nos inquieta no es lo que nos hará, sino la posibilidad misma de que incida, de que influya, de que afecte a nuestras vidas. Hasta tal punto, que no lo deseamos ni en el caso de que pudiera aportarnos algo, si supone correr riesgos. De ser así, el asunto es más determinante, lo que no nos gusta es que el otro sea otro. Y nos ponemos a buen recaudo. O lo situamos a él.

Seguir leyendo »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal