Hay muchas formas de perder el conocimiento, no sólo el propio, sino sobre todo el común. Una es dejar de investigar. Investigar no es sólo descubrir. Y menos aún se reduce a aclarar conductas ajenas, más o menos sospechosas. Si se trata de indagar, de examinar o de experimentar, conviene que se haga con cierto procedimiento y que tenga que ver con el conocimiento. Éste no es algo cerrado, clausurado, que ha de conservarse embalado, y pasado de mano en mano. El conocimiento fijado, sin posibilidad de recrearse, reactivarse, reproducirse, no es propiamente tal. Si no puede crecer es que está finiquitado y, en cierta medida, no da ya que pensar. Por ello, expresamente hemos de reivindicar que la investigación, de una u otra manera, requiere estudio. Sólo inscritos en lo que se viene diciendo, en los trabajos e indagaciones hechas por otros y transmitidos, se abren nuevas e inauditas posibilidades. Nada más delator por tanto que confundir la necesaria innovación con la tendencia a ignorar lo que otros hacen o dicen, y suponer que con las acciones de uno se inaugura el conocimiento.
La desconsideración para con la investigación o la interrupción de sus procesos nos resta posibilidades y formas de vida. Sin ella, no hay nada que aprender ni que enseñar, pero su atención exige una capacidad de respuesta, que expresa y literalmente es una responsabilidad. No se trata de que, a pesar de que los tiempos sean difíciles y complejos, hemos de investigar. Se trata de que, precisamente por ello, el conocimiento más que nunca se nutre y se sustenta en la labor de quienes, no pocas veces, en una solitaria y silenciosa tarea de enorme y exigente esfuerzo, con amor y con pasión, insisten en generar conocimiento. Y ello hasta la capacidad de producir nuevos saberes, que sólo son en efecto tales, es decir nuevos, en tanto en cuanto se inscriben en los ya adquiridos, y sólo son saberes en la medida en que son síntesis de experiencias, de métodos y de conocimiento, y al serlo aclaran y mejoran la vida humana.
Eso no significa que no haya tareas singulares que abran perspectivas, incluso disciplinas, hasta entonces inexploradas, pero también en ese caso se procede a partir de sólidos y consistentes conocimientos. El propio Platón reivindica, en la Carta VII, que hay cosas que suceden “de repente”, pero “sólo después de una larga convivencia con el problema, después de haber intimado con él” y entonces “como la luz que salta de la chispa surge la verdad y crece espontáneamente”. Así que este surgimiento en el modo de una irrupción exige formación y preparación. Y todo un cultivo, un cuidado, el de un modo de proceder. “El que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y contemplado en este orden y en la debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de la iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello”. Estas palabras del Banquete confirman que es preciso demorarse y permanecer en cierto asunto, y hacerlo de una determinada manera, con orden y forma, con intensidad, para que pueda ocurrir algo diferente.