Sobre el blog

El salto del ángel es un espacio de reflexión, de pensamiento sobre la dimensión social y política de los asuntos públicos, sobre la educación, la Universidad, la formación y la empleabilidad. Busca analizar los procesos de democratización, de internacionalización y de modernización como tarea permanente, con una actitud de convicción y de compromiso.

Sobre el autor

Angel Gabilondo

Ángel Gabilondo Pujol es Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue Rector. Tras ser Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, ha sido Ministro de Educación.

El salto del ángel

Las venturas de investigar

Por: | 30 de mayo de 2012

  Lechuza
Hay muchas formas de perder el conocimiento, no sólo  el propio, sino sobre todo el común. Una es dejar de investigar. Investigar no es sólo descubrir. Y menos aún se reduce a aclarar conductas ajenas, más o menos sospechosas. Si se trata de indagar, de examinar o de experimentar, conviene que se haga con cierto procedimiento y que tenga que ver con el conocimiento. Éste no es algo cerrado, clausurado, que ha de conservarse embalado, y pasado de mano en mano. El conocimiento fijado, sin posibilidad de recrearse, reactivarse, reproducirse, no es propiamente tal. Si no puede crecer es que está finiquitado y, en cierta medida, no da ya que pensar. Por ello, expresamente hemos de reivindicar que la investigación, de una u otra manera, requiere estudio. Sólo inscritos en lo  que se viene diciendo, en los trabajos e indagaciones hechas por otros y transmitidos, se abren nuevas e inauditas posibilidades. Nada más delator por tanto que confundir la necesaria innovación con la tendencia a ignorar lo que otros hacen o dicen, y suponer que con las acciones de uno se inaugura el conocimiento.

La desconsideración para con la investigación o la interrupción de sus procesos nos resta posibilidades y formas de vida. Sin ella, no hay nada que aprender ni que enseñar, pero su atención exige una capacidad de respuesta, que expresa y literalmente es una responsabilidad. No se trata de que, a pesar de que los tiempos sean difíciles y complejos, hemos de investigar. Se trata de que, precisamente por ello, el conocimiento más que nunca se nutre y se sustenta en la labor de quienes, no pocas veces, en una solitaria y silenciosa tarea de enorme y exigente esfuerzo, con amor y con pasión, insisten en generar conocimiento. Y ello hasta la capacidad de producir nuevos saberes, que sólo son en efecto tales, es decir nuevos, en tanto en cuanto se inscriben en los ya adquiridos, y sólo son saberes en la medida en que son síntesis de experiencias, de métodos y de conocimiento, y al serlo aclaran y mejoran la vida humana.

Eso no significa que no haya tareas singulares que abran perspectivas, incluso disciplinas, hasta entonces inexploradas, pero también en ese caso se procede a partir de sólidos y consistentes conocimientos. El propio Platón reivindica, en la Carta VII, que hay cosas que suceden “de repente”, pero “sólo después de una larga convivencia con el problema, después de haber intimado con él” y entonces “como la luz que salta de la chispa surge la verdad y crece espontáneamente”. Así que este surgimiento en el modo de una irrupción exige formación y preparación. Y todo un cultivo, un cuidado, el de un modo de proceder. “El que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y contemplado en este orden y en la debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de la iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello”. Estas palabras del Banquete confirman que es preciso demorarse y permanecer en cierto asunto, y hacerlo de una determinada manera, con orden y forma,  con intensidad, para que pueda ocurrir algo diferente.

Seguir leyendo »

El valor de escuchar

Por: | 28 de mayo de 2012

  Oreja_01
Se diría que no nos escuchamos. No es tan fácil hacerlo. Ni tan frecuente. Ni personal, ni social, ni políticamente. Todo parece predispuesto para desarticular la escucha y para hacer un uso interesado de lo que se habla. La forma más rudimentaria consiste en tratar de imponer la propia voz. “Me van a oír” es una caracterización apropiada de una cierta enfermedad del oído, que socialmente tanto nos invade. Muy singularmente parece afectado el oído interno, que no es sólo un laberinto, y que no deja de ser simbólico que se encuentre en un hueso que se llama temporal, lo que supone que sin él la palabra no nos llega ni nos alcanza. Saturados de vibración, el oído interno es determinante para el equilibrio, pero no siempre estamos dispuestos a vernos afectados.

Escuchar no es abrir los oídos mientras mantenemos clausuradas y a buen recaudo las decisiones, adoptadas con independencia de lo que se nos diga. No es un ejercicio misericordioso o de condescendencia para atender a quien habla, a fin de poder decir que ya se ha cumplido el requisito de hacerlo. No es una cortesía, es un elemento fundamental para el reconocimiento del otro y para que haya realmente diálogo. Es estar dispuesto a cuestionar lo que uno propone, defiende, o ya piensa. El objetivo no es poder decir que ya se ha hablado, como coartada para permanecer impasible en la propia posición.

Precipitados a apropiarnos de lo que se dice, para hacérnoslo asequible o asumible, comenzamos por reducirlo a lo que resulta soportable. Desconsideramos no pocas veces la intención o las circunstancias, hasta ignorar incluso lo propiamente dicho. Por lo visto, necesitamos aceptarlo o rechazarlo. Rigurosamente, y en líneas generales, se trata de dominarlo y de no ser alcanzados por ello. Parecería que hemos de convertirlo en un eslogan, en una consigna o en un titular, algo que sea llevadero, citable, que no nos incomode o nos obligue. El proverbio, el verso o el haiku resultan peligrosos, empeñados siempre en darnos que pensar. Y que sentir. O en producirnos un efecto que Nietzsche atribuye a los aforismos, que son como un baño de agua fría, en el que se trata de entrar y de salir con alguna celeridad. Y con algún efecto.

Tener oído es algo más que la capacidad para percibir sonidos. Comporta la posibilidad de unas ciertas dotes para la musicalidad, que no es solo oír lo que suena o nos suena, y para reiterar lo percibido. La precipitación, el miedo, la prisa y algunas urgencias no crean buenas condiciones para escuchar, para demorarse. Y, en definitiva, para comprender o para hacernos comprender. Es preciso oír para entender, pero es imprescindible escuchar para comprender.

Seguir leyendo »

El detector

Por: | 25 de mayo de 2012

 

El detector1

No se trata de dedicarnos permanentemente a calificarnos unos a otros, sometiéndonos a un proceso de análisis con el único objetivo de establecer un juicio sumarísimo sobre lo que cada quien hace o dice, sobre cada gesto, cada palabra, cada actitud, cada decisión. Dejemos de lado por esta vez la pertinente pregunta acerca del lugar desde el que lo realizamos. Reducir nuestra actividad a dictaminar sobre las vidas ajenas o a controlarlas podría acabar siendo nuestra más reiterada ocupación. Hemos de tenerlo en cuenta incluso para ejercer el necesario espíritu crítico, la reflexión, o la búsqueda de criterios para adoptar una decisión o contribuir a una transformación.

Valga esta consideración inicial también para uno mismo, a fin de abordar la necesidad de una orientación, una guía o un indicador, ahora que tanto los reclamamos, para valorar con quién nos las vemos en ciertas situaciones, para saber adecuadamente con quién aventurarnos. Supongo que no es imprescindible, dado que cada cual se las arregla para reconocer una serie de condiciones, siquiera mínimas, para fiarse inicialmente de alguien. Tal vez lo sensato sería confiar en todo caso o, como algunos señalan, nunca, o, menos extremadamente, bajo circunstancias muy determinadas y singulares. Si ya Maquiavelo señala en El Príncipe que para fiarse de alguien, incluso de un amigo, ha de hacerse con una enorme cautela, con múltiples precauciones, en las anotaciones de Napoleón se añade al margen  que “ni siquiera en ese caso”. Pero también el corso tuvo finalmente que confiar hasta apoyarse en los demás. Suponemos que con algún criterio.

Ciertamente en esto también hay sorpresas,  no pocas agradables, pero no estará de más establecer algún parámetro mínimo por muy particular que resulte. Vaya por delante que quienes permanentemente hablan de sí o son incapaces de contar con alguien no le inspiran a uno demasiada confianza, toda vez que ésta ha de concederse a alguien, incluso aunque se estime que es suficiente la que tiene. La confianza no sólo se posee o se merece, también se otorga.

No buscamos ahora establecer el catálogo de cualidades que adornan a quien la inspira, aunque no es improbable que valoremos la coherencia y la honestidad como factores determinantes para fiarnos de alguien. Pero si hemos de establecer el detector de aquellos que realmente nos atraen o desafían, ese detector habría de reconocer o descubrir la generosidad. La cuestión es en qué consiste y cómo hacerlo.

Seguir leyendo »

Más pobre, más extranjero

Por: | 23 de mayo de 2012

Cristinaiglesias

Por extraños y ajenos, les llamamos extranjeros. Lo dice la propia palabra. No sólo porque proceden de otro lugar, de otro país, o porque eso solo ya les hace ser supuestamente distintos o diferentes, dado que en eso no coinciden con nosotros. Pero ello no parece ser aún lo más determinante si no son pobres, si no nos necesitan, si no reclaman nuestra acción, si no vienen a compartir nuestros espacios. La pobreza es la verdadera condición errante, el auténtico desierto, con sus aliados de miseria y de ignorancia. No tardamos en reconocer costumbres, hábitos, comportamientos, que desde nuestra perspectiva acomodada calificamos de raros, cuando no de extravagantes, salvo que tengan un prurito de distinción cultural o económica, en cuyo caso los encontramos exóticos y enriquecedores.

Por eso, en general, confundimos la integración con la asimilación. Esta no produce una efectiva incorporación, con sus correspondientes derechos y deberes como miembros activos de una comunidad, lo cual obedece a una voluntad de reducir la alteridad a identidad. Somos más condescendientes con quienes nos ofrecen su signo de empaque a causa de su conocimiento, o por sus recursos, es decir con quienes sencillamente nos buscan o precisan pero sin afectar a nuestra actual vida. Salvo que cuiden de nosotros. Cuando Lèvinas insiste en que el otro (autre) no es sólo otro como yo, sino un efectivo otro (autrui), otro que yo, muestra hasta qué punto no se trata de soportarlo o de sobrellevarlo, sino de acogerlo, en un verdadero acto de hospitalidad. La llegada del otro tiene siempre algo de inesperado, de inclasificable, es una cierta irrupción. No responde en líneas generales a nuestras expectativas. Y entonces no se trata de recibir al otro a pesar de ser otro, sino precisamente por serlo. Y de eso se trata.

Pero la hospitalidad no es un acto de condescendiente paternalismo, ni de mera asistencia, sino de fraternidad, con todo el contenido revolucionario de esta palabra en su lectura ilustrada. Ello exige políticas, programas, planificación, personas con dedicación, con convicción y con oficio. No basta la buena voluntad. En cualquier caso, así entendida, la integración es una tarea social, de todos, a fin de generar mejores condiciones de vida de las personas más vulnerables, e implica reconocer su derecho a compartir nuestro bienestar. La carencia de lo más elemental, la estrechez y la necesidad provocan el verdadero desamparo que supone la enorme dificultad de incorporarse a una comunidad.

Seguir leyendo »

Mientras dormimos

Por: | 21 de mayo de 2012

Miquel-barcelo-artwork-large-83601
Dormimos durante años. Y mientras nos entregamos al sueño, la vida prosigue, incluso la nuestra. No dormir es un sinvivir, un sinvivir en vida. Dormir es una forma de existir. Se dice que hemos de tener en cuenta que despiertos participamos en un mundo común, mientras que el mundo de los sueños es singular y más inaccesible. Ello nos llevaría, de la mano de Heráclito, a considerar que no compartir un mundo en común es estar realmente dormido. Por tanto, no hemos de dar por supuesto que no haya seres humanos presuntamente despiertos pero en verdad profundamente dormidos.

Hay modos bien diversos de estar adormilados y no pocos son diferentes maneras de permanecer adormecidos. Un cierto letargo parece alcanzarnos. La cuestión radica en que nos cuesta despertar y, más aún, vivir despiertos. Buscamos tanto refugio en el dormir que parece insuficiente decir que al hacerlo sólo perseguimos descansar. Estar alerta, vigilantes, atentos, puede conducirnos a precisar estar despiertos. Dormidos nos sentimos quizá menos cómplices o culpables de lo que nos desagrada que ocurra. Y además podemos soñar con alguna naturalidad.

Miquel-barcelo-obra-subasta

No deja de ser cierto que esta somnolencia permanente alimenta formas de docilidad, de resignación y de desconfianza en las propias fuerzas y capacidades, y es eficaz para que mientras estamos despiertos prosiga ocurriendo sin dificultades algo similar a lo que sucede mientras dormimos, lo cual no es muy reconfortante.

No es cuestión, sin embargo, de hacer llamamientos indiferenciados a despertar. Se ha hecho y se hace, y con intenciones bien distintas, algunas de las cuales más aconsejarían seguir durmiendo. Se trata una vez más de no huir de nuestras propias tareas y responsabilidades, de asumir la necesidad en todas la circunstancias, incluso las más complejas y espinosas, de abrir y procurar caminos, no sólo para nosotros mismos.

No suele ocurrir que quienes lo tienen más difícil se aletarguen más en el sopor de la inactividad, sesteando ante la vida. Se trata de equilibrar el hacer con el soñar. Lo fatigoso de no dormir no es sólo no descansar, lo penoso de no dormir es asimismo no soñar. Puede en efecto soñarse despierto e incluso es aconsejable, siempre  y cuando no nos limitemos a hacerlo. O lo que es más doloroso, siempre que no sea nuestra única posibilidad.

Seguir leyendo »

Es la relación

Por: | 18 de mayo de 2012

Juan osborne 2
Carlos Fuentes exclamó con entusiasmo: “¡Qué listo es Platón!”. En una improvisada tertulia de sobremesa irrumpieron a su modo Hermógenes y Crátilo. Participamos sorprendidos y emocionados en el inesperado debate acerca de si las palabras se relacionan con las cosas por convención o por naturaleza. El escritor mejicano no perdió su tiempo ni centró su fijación en una supuesta disputa, algo así como si hubiera de tomarse partido a favor de una u otra posición. Le pareció lo decisivo que la palabra es relación. La extraordinaria voluntad de que los sonidos fueran capaces de ofrecer la esencia de las cosas no hizo sino iluminar la sombra de que las palabras señalen por dónde buscarlas.

Pero subrayar que las palabras son relación es tanto como reconocer que en su seno se gesta un posible relato. Toda palabra conlleva una narración por venir: es un mini-relato, sencillo, accesible. Por eso está viva, es viva, porque es relación, en el relato, en el poema, en el aforismo. Consistir en relacionarse es tanto como saber que la palabra sólo es en verdad tal en su conexión, y que aislada no nos dice nada verdadero. Sin proposición no hay verdad.

De ahí que quienes supuestamente desconsideran el alcance de la palabra, suelen comenzar por vaciarla de contenido antes de proceder a señalar que carece de él. Si consideramos que no tiene que ver con las cosas, acabaremos por reivindicar abstractamente los hechos, como si fueran indiferentes de nuestro decir. De ahí las proclamas solemnes,  en general bien intencionadas, de que es tiempo de dejarse de palabras. Lo que necesitamos son hechos. Pero los hechos sin palabras son ciegos. Podría decirse entonces que las palabras sin hechos son vacías, pero ello supondría considerar los hechos como cosas. Y no faltan quienes así lo estiman. Y entonces, sospechan de las palabras. Y es cuando de nuevo Carlos Fuentes resurge leyendo a Platón e insiste: “son relación”. Y es en la relación dónde encuentran su significado y donde en verdad vienen a ser concretos tanto las palabras como los hechos.

Seguir leyendo »

Pruebas finales

Por: | 16 de mayo de 2012

 

Oposiciones2019062011b Hay algo inquietante en eso de hacer pruebas. No digamos si se trata de hacérnoslas. Buscamos pasar satisfactoriamente la situación, deseamos al menos estar bien, quedar aprobados, que se nos dé por bueno lo realizado, que se reconozca lo que hemos demostrado. De una u otra forma hay más exámenes de lo que parece. Quizá la vida es una evaluación continua. Nosotros mismos nos probamos, en numerosos espacios y terrenos estamos a prueba, nos sometemos a un permanente análisis. Y no pocas veces no nos gustan nuestros propios resultados y podemos llegar a ser singularmente exigentes con nosotros mismos. Y defraudarnos o afianzarnos tras las pruebas realizadas. A nuestro modo, conocemos lo que nos falta, lo que no somos ni sabemos.

Pero a veces este juego permanente se pone especialmente serio, ya que de una manera singular resulta más final o definitivo de lo habitual. La ocasión resulta decisiva, o al menos así se plantea para nosotros. Quienes están más cerca saben que es el día, que nos hemos preparado, que aguardamos el momento, que es importante, que ni nos da lo mismo, ni es igual. Nos desean suerte, que nos hará falta, pero conviene no fiarlo absolutamente a ella. Es más, esperamos que no todo esté en sus manos o dependa de nuestro estado de ánimo, o se apoye en las vicisitudes de la coyuntura, sino que lo determinante sea lo que somos capaces de hacer y nuestro conocimiento. No nos parece mal que seamos sometidos a prueba, sino que se entienda final como de una vez por todas, de una sola vez, a una tirada de dados, a una sola carta. Y aún más, deseamos que esa prueba sea razonable, mensurable, transparente, equitativa.

Nos encontraremos en una situación que reclamará una respuesta y habremos de estar a la altura de las circunstancias. Es el momento de mostrarlo y de demostrarlo. Nos pondremos en evidencia, seremos vistos o entrevistados, valorarán lo que somos, lo que tenemos, lo que sabemos, o lo que podríamos llegar a hacer. Nos elegirán o nos eliminarán, nos suspenderán o nos permitirán proseguir. Ojalá todo haya sido bien concebido y las pruebas se desarrollen adecuadamente, porque quizás alguna oportunidad se abra o se clausure. Es momento de confiar en nuestras posibilidades, en nuestras capacidades y en que serán reconocidas, aceptadas, incluso potenciadas. Es tiempo también de sacar lo mejor de nosotros mismos, de responder, de dejarnos de displicencias y de indiferencias y de entregarnos a la ocasión, para que sea efectivamente nuestra oportunidad. Que la tengamos, en cierto modo puede considerarse ya positivamente, y que estemos ahí ante la prueba, pero no siempre deseamos vérnoslas en esta prueba final. Ya su sola denominación nos impone respeto. Nos sentimos convocados y hemos de poner en valor precisamente nuestra valía.

Seguir leyendo »

Estacionados

Por: | 14 de mayo de 2012

 

Mele azevedo 4 melting-ice
 Las estaciones tienen estabilidad. Se nos ofrecen como referencia, como parámetro, como seguridad. Nos hacen atisbar que algo sabemos sobre quiénes somos, haciéndonos presuponer que conocemos, si no a dónde vamos, al menos a dónde queremos ir. Es uno de los sentidos de viajar, y del calendario, ofrecernos las referencias para serenar nuestro desconcierto y darnos el apoyo y el sustento de unas coordenadas establecidas. Nos permite recuperar las fuerzas. Pero quedar estacionado conlleva tal vez desocupación o estancamiento.

Parecemos estar esperando nuestro momento. Tratamos de irnos. Queremos llegar, pero nos gustaría que también el recorrido fuera interesante, y no sólo el destino. Uno empieza por desear llegar pronto y acaba por preferir ya estar de vuelta. Es como si ese tipo de espera alimentara la sospecha de que aquello de que partíamos no estaba tan mal. En esas situaciones somos capaces de asentir, con un cierto aire de claudicación, que “como en casa no se está en ninguna parte”. Eso supone que las razones que nos movieron ya se agotan con el solo hecho de decidir iniciar el viaje. Todo parece amortizado antes de emprenderse. Como si se deseara constatar que no merece tanto la pena. Para estación, no está mal nuestro propio domicilio. Así que ese tipo de viajes nos asientan donde ya estábamos, nos confirman. Y quizás es lo que peligrosamente nos acecha en todas las aventuras y vicisitudes que comportan vivir: quedar estacionados.

Pero la operación tiene sus riesgos. No pocas estaciones tienen un cierto aire de tanatorio. Y no es sólo el aspecto. Incluso sus comodidades nos ayudan a afrontar una buena despedida. Alguien se va. Quizá nosotros mismos. No es que se acentúen los apuros, ya que más bien todo parece pergeñado para asegurarnos. La espera en espacios amplios, los materiales que remedan mausoleos, y la decoración sin concesiones invitan supuestamente al sosiego y a la serenidad, cuando todo es en verdad inquietud, con dosis de incertidumbre. Se agudiza así la sensación de que estamos en un tiempo muerto. Los largos pasillos, como distribuidores de un ir y venir incesante para embarcar en una nave dispuesta, no es que sean una metáfora, es que son una descripción. Todo es trajín, como si furiosamente huyéramos de algo sin desear demasiado el destino que nos aguarda. Todo deviene hall, sala de espera, antesala de alguna operación, mientras resuena un hilo musical que presagia aún más el desenlace. Nos encontramos en el dilema de emprender el arriesgado desafío o de permanecer anclados en lo que supondría la seguridad de que no hay nada que hacer,

Seguir leyendo »

Un modo de proceder

Por: | 11 de mayo de 2012

Jim_Zwadlo___(1)

Conviene cuidar los procedimientos. En gran medida de ello depende la legitimidad y la eficiencia. Los resultados son muy importantes, pero no lo son todo. Ni siquiera para medir la eficacia de algo o de alguien. Son determinantes para valorar una decisión, una acción, una gestión, pero ya Hegel nos previno de que lo verdadero no es sólo el resultado, también lo es el proceso. Y éste no necesita ser kafkiano para ser inadecuado e improcedente. Y de eso se trata, de la relación entre los resultados obtenidos, las condiciones y el procedimiento seguido para lograrlo. No nos referimos ahora al vínculo entre los medios y los fines, sino a la necesidad de un modo de proceder pertinente para avanzar en las soluciones.

En definitiva, hablamos del método, que no es simplemente algo exterior, sino que tiene que ver con el movimiento interno, con el camino emprendido, con los pasos dados. En realidad, méthodos es tanto camino como modo de proceder, a través del cual y durante el cual se anda: toda una experiencia. Semejante encaminarse no se reduce a ser algo metodológico, es metódico. En ocasiones, sencillamente somos desconsiderados con el modo de proceder, con el itinerario. En cierto sentido, el método seguido resulta delator, pone en evidencia nuestro planteamiento y nuestros pasos.

Muy singularmente hemos de de recordar que la democracia es en gran medida procedimiento. Y ello conlleva un modo de ser y de hacer participativo, con cauces, instituciones y articulación de las decisiones. Es importante arbitrarlos y no deja de ser decisivo al respecto el debate sobre las formas de participación y la innovación social que ello requiere. Ese necesario debate incide en la profundización y ensanchamiento de la democracia, como tarea abierta y permanente. Su sentido y alcance es asimismo objeto de deliberación, de modo notablemente relevante en nuestro presente.

Seguir leyendo »

Hoy, por ejemplo

Por: | 09 de mayo de 2012

27_Archibald_John_Motley,_Jr_(American_Harlem_Renaissance_painter,_1891-1981)_Extra_Paper_1946 Sin duda hoy han ocurrido muchas cosas. Basta atender las noticias. Y no sólo a las que explícitamente lo son. Hoy han nacido y han fallecido muchos seres humanos, algo desde luego relevante. Y aunque muy singularmente para ellos y para sus más próximos, no es indiferente para todos nosotros. Para algunos es el día de su vida, por múltiples razones, pero para todos es nuestro día, el que hoy nos corresponde, el mejor de que disponemos, y requiere nuestra entrega, y espera nuestra respuesta. No se trata de auspiciar con esta ocasión la ignorancia de nuestro pasado o la desconsideración del porvenir, como si ante la complejidad de la situación lo mejor fuera aferrarse a las vicisitudes de la coyuntura del ahora.

No deja de ser desazonador este desvivirse en peripecias, avisos y amenazas, como coartadas no pocas veces paralizantes, que nos sirven para no afrontar con decisión el desafío de cada día. Todo se demora, todo se aplaza y posterga, las incertidumbres interrumpen las iniciativas encaminadas a abordar, a emprender, a responder, a atender. “Ya vendrán mejores tiempos”, se dice, “lo que importa es no ir a peor”. Son tiempos de retener, de mantener, de contener, de conservar. No negamos al planteamiento “su” lógica, pero hay algo peor que el llamativo rótulo de “cerrado por reflexión”, en algún sentido explicable aunque no deja de comportar alguna insensatez. Abordar el inicio del día con el cartel de “clausurado por inanición” supondría darlo ya por amortizado, por finiquitado antes de empezar. Uno no necesitaría ser derrotado por los acontecimientos, ya lo habría sido de antemano. No sólo el día estaría perdido, también nosotros.

No es justo, en todo caso, preconizar las expectativas del día de hoy sin considerar las diferentes situaciones en las que cada cual las puede abordar. Para algunos, sencillamente malas o muy malas. La desigualdad en las oportunidades es razón suficiente para no juzgar ni prejuzgar la actitud de cada quién. No son tiempos de euforias. Tenerlo en cuenta, sin embargo, no excluye decir que hemos de vivirlos del modo más fecundo posible. En todo caso,  precisamos, al menos, ciertas alegrías puntuales, algunas de ellas decisivas, y que no hemos de desconsiderar. Cabe reivindicar, sin embargo, el día de hoy y no laminarlo con una proliferación de elementos y de circunstancias que de una u otra forma lo borran. Hay toda una política de aniquilación de requerimientos concretos que siendo pan de cada día, necesidades cotidianas, buscan sustituirse por una vaga expectativa de lo que podría llegar a ocurrir. Quizás una mejora. Así que por ahora aplacemos la jornada de hoy. Y a esperar que pase el día, que más bien parece la noche.

Seguir leyendo »

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal